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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (47 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Maia sentía que había superado los cálidos sentimientos que habían llenado su soledad en el santuario-prisión.

Excepto por su inteligencia y su esencial bondad, Renna no se parecía en nada a la persona que había imaginado mientras intercambiaban mensajes codificados en la oscuridad. Era sólo otra pérdida, y no era culpa de nadie en concreto.

Sin embargo, ¿por qué se sentía ocasionalmente abrumada por ilógicos sentimientos de celos cuando Renna pasaba el tiempo charlando con Naroin, o Kiel, o con cualquier otra joven var?
.¿Me siento atraída hacia él de un modo… sexual?
Parecía improbable, dada su juventud.

Aunque lo estuviera, ¿de qué servirían los celos?

Maia se replegó en sí misma. Algunos pensamientos parecían hacerla sentir herida por dentro. Otros provocaban desorientadoras oleadas de calor, o de desolación.

Y puede que, una vez más, esté haciendo una montaña de un grano de arena.

Hablar de su confusión con alguien podría haberle servido de ayuda, pero Maia no se sentía cómoda confiando en desconocidas. Para eso, siempre había tenido a Leie.

El mar tenía ahora a su hermana. Aunque una infinita extensión de océano la rodeaba, a Maia no le gustaba mirarlo.

Después de almorzar, Renna se excusó y se dirigió a la plataforma provista de cortinas que se extendía desde la cubierta de popa sobre el agua. Siempre tardaba más que los otros en su aseo, y había apuestas referidas a lo que hacía allí. Se comentaba que se producían extraños sonidos tras la cortina.

—Suena como a frotar y escupir —informó un marinero.

Maia se aseguraba de que nadie le molestara. Fueran cuales fuesen sus extrañas necesidades, Renna se merecía intimidad. ¡Al menos se mantenía más limpio que la mayoría de los hombres!

Las mujeres de a bordo, todas vars, encajaban en los tres grupos que Maia diferenciaba. Media docena, incluida Naroin, eran experimentadas marineras de invierno que trabajaban cómodamente codo con codo con la numerosa tripulación masculina. Mundanas y capaces, parecían más divertidas que interesadas en las obsesiones políticas de las pasajeras de pago.

A continuación había veintiuna rads, compañeras en el osado plan para librar a Renna del cautiverio. Thalla y Kiel debían de haber empezado a trabajar en la fragua Lerner para cubrir su auténtica misión, averiguar dónde guardaban a su prisionero los clanes Perkinitas. Maia se preguntó si sus ex compañeras de choza habían seguido la pista del alienígena por medio mundo. Lo más probable era que su equipo fuera uno de los muchos esparcidos para cubrir el globo. De cualquier forma, el grupo radical parecía grande, resuelto, y bien organizado.

De buen humor tras su éxito hasta el momento, las rads eran charlatanas, nerviosas, y claramente mejor educadas que la var media. Las suaves vocales de su acento de ciudad apenas impresionaban al tercer grupo, ocho mujeres de aspecto rudo, muchas de las cuales hablaban el grave dialecto de las islas del Sur. Como había dicho Naroin, Baltha y sus amigas estaban allí como «armas contratada».. Guardianas mercenarias para completar el cupo de la expedición. Las sureñas apenas ocultaban su desdén hacia las idealistas rads, pero parecían felices de aceptar su paga.

Renna emergió de la plataforma, cerrando la cremallera de su bolsa azul. Se desperezó, inhalando profudamente.

—Nunca pensé que me acostumbraría a este aire. Parece como respirar jarabe. Pero con el tiempo te aclimatas.

Tal vez es el simbionte en funcionamiento.

—¿El qué? —preguntó Maia.

Renna parpadeó y permaneció pensativo durante un momento.

—Mm… algo que tomé antes de aterrizar, para que me ayudara a adaptarme a un planeta diferente. ¿Sabes que sólo hay otras tres poblaciones homínidas que viven con esta presión atmosférica? Stratos es habitable por la densidad del aire. Conserva el calor. Normalmente, nadie buscaría un hueco habitable tan cerca de un sol pequeño. Lysos hizo una apuesta brillante aquí, y ganó.

.Casi tan brillante como tú al cambiar de tema, pensó Maia. Pero no importaba. Le complacía ver que Renna aprendía a controlar lo que revelaba. A este paso, al cabo de unas cuantas estaciones podría jugar al póquer con una muchacha de cuatro años.

—Tenemos que seguir dando cuerda a las piezas —le recordó ella.

Regresaron a la escotilla de la bodega, donde él suspiró y levantó una pieza del juego.

—Y pensar que dije que estos pequeños demonios son ingeniosos. Sigo sin comprender por qué se niegan a utilizar el tablero que trajimos de la ciudadela.

—Es la tradición —explicó Maia, girando torpemente una de las piezas, atenta a las protuberantes antenas-palpadores—. Esos tableros producidos en serie son potentes… Nunca imaginé que pudieran serIo tanto hasta que aprendí a jugar con uno. Pero sé que son inferiores en estatus a los hechos a mano. Se emplean en verano, cuando la mayoría de los hombres están recogidos en santuarios. Incapaces de viajar.

—¿A causa del clima?

—Y las restricciones de los clanes locales. Es una época dura para los hombres. Sobre todo si no tienes suerte y no recibes ninguna invitación para ir a la ciudad. Cuando no llueve, las auroras y Wengel asoman en el cielo, provocando sentimientos frustrantes. Un montón de hombres cierran los postigos y se distraen con partidas y torneos. Supongo que ahora mismo un tablero de ordenador les recuerda demasiado una época en la que prefieren no pensar.

Renna asintió.

—Sí, parece que tiene sentido. Con todo, se me ocurre que tal vez haya otro motivo por el que los marineros prefieren las piezas mecánicas. Tengo la sensación de que no te consideran un hombre de verdad a menos que puedas construir tus propias herramientas, con tus manos.

Maia cogió otra pieza para seguir dando cuerda.

—Tiene que ser así, Renna. Los marineros no pueden permitirse especializarse como las mujeres de los clanes. —Indicó las complejas jarcias, el mástil del radar, el zumbante generador eólico—. Nunca estás seguro de que vayas a encontrarte con la mezcla adecuada de habilidades en un viaje, así que todos los muchachos esperan aprender la mayoría de ellas a tiempo.

—Ajá. Sacrificar la perfección de lo particular por la competencia en general. —Renna reflexionó durante un momento, luego sacudió la cabeza—. Pero estoy convencido de que es algo más profundo. Mira el sextante en miniatura que llevas en la muñeca, mucho más adornado y bonito de lo que hace falta para la tarea.

Maia soltó la llave y volvió el brazo para observar la tapa de bronce del sextante, con su ornada y casi mitológica versión de una gran aeronave. Renna le indicó que lo abriera. Junto a los brazos plegados y a las ruedecitas bellamente engarzadas, había huecos para conexiones electrónicas, ahora tapados y aparentemente en desuso desde hacía años. Renna extendió la mano para tocar una diminuta pantalla oscura.

—No dejes que los vestigios de la alta tecnología te engañen, Maia. Aquí no hay nada que no pueda hacerse a mano en talleres privados, usando técnicas transmitidas de maestros a alumnos, de generación en generación. Es esa transmisión de habilidades lo que me interesa.

Durante un momento a Maia le pareció estar escuchando a Renna ensayar un informe que planeara dar en algún momento y lugar futuros, describiendo las costumbres de una oscura tribu situada en los límites de la civilización.
.Que es lo que somos, supongo
. Inhaló, agudamente consciente de repente del peso del aire en sus pulmones. ¿Era realmente denso, comparado con el de otros mundos? A pesar de las observaciones de Renna, el sol rojo y redondo no parecía débil. Era tan fiero que sólo podía mirarlo directamente unos segundos antes de que sus ojos se llenaran de lágrimas.

Renna continuó hablando.

—Me parece interesante que habilidades tan elaboradas se transmitan de forma tan cuidadosa, mucho más en profundidad de lo que los oficiales necesitan enseñar para conseguir una buena tripulación.

Maia plegó el sextante y lo guardó.

—Nunca me lo había planteado de esa forma. Nos enseñan que los hombres no tienen… —Buscó la palabra adecuada—. No tiene
.continuidad
. Los oficiales adoptados por los capitanes rara vez son sus propios hijos, así que no hay ningún interés a largo plazo en el éxito de los muchachos. Sin embargo, haces que parezca casi como en los clanes. Enseñanza personalizada. Atención continuada a lo largo del tiempo. La transmisión de algo más que un comercio.

—Mm. ¿Sabes? Cuanto más lo pienso, más seguro estoy de que fue planeado de esta forma. Sin duda una familia de clones lo hace más eficientemente, pues una generación entrena a la siguiente. Pero en el fondo, es sólo una variación de un viejo tema. El sistema del maestro y el aprendiz. Durante la mayor parte de la historia humana, esos sistemas fueron la regla. El progreso se produjo aplicando mejoras añadidas a diseños ya probados.

Maia recordó cómo, de niñas, Leie y ella solían asomarse al taller de las curtidoras Yeo, o al de las relojeras Samesin, y veían a las hermanas mayores y madres instruir a las clones más jóvenes, como ellas mismas habían sido enseñadas. Era así como las jóvenes Lamai aprendían el negocio de importación-exportación. No podía imaginar que un proceso semejante fuera posible entre los hombres, cuando no había dos que compartieran los mismos talentos o cuyos intereses fuesen exactos. Pero Renna daba a entender que había menos diferencias que similitudes entre ellos.

—Es un sistema tradicional, perfecto para mantener la estabilidad —dijo el viajero estelar, soltando una pieza y recogiendo otra—. Hay un precio. El conocimiento se acumula por adición, casi nunca geométricamente.

—¿Y a veces no se acumula? —preguntó Maia, sintiéndose súbitamente incómoda.

—Así es. Es un peligro de las sociedades gremiales. A veces la tendencia es negativa.

Ella bajó la cabeza, sintiendo de pronto algo parecido a la vergüenza.

—Hemos olvidado tanto…

Las oscuras cejas de Renna se unieron.

—Mm. Quizá no tanto. He visto vuestra Gran Biblioteca, y he hablado con vuestras sabias. Esto no es una era oscura, Maia. Lo que ves a tu alrededor es el resultado de una planificación elaborada. Lysos y las Fundadoras consideraron cuidadosamente costes y alternativas. Como productos de una época científica, estaban decididas a impedir que aquí se produjera otra.

—Pero… —Maia parpadeó—. ¿Por qué querrían unas científicas detener la ciencia?

La sonrisa de él fue cálida, pero algo en los ojos de Renna le dijo a Maia que era un tema que le dolía personalmente.

—Su objetivo no fue detener la ciencia como tal, sino impedir cierto tipo de
.fiebre
científica. Una locura cultural, si quieres. Evitar el tipo de época en que hacerse preguntas se convierte casi en una devoción. En que todas las certezas de la vida se funden, y la gente duda compulsivamente de las antiguas costumbres, y la «realización persona». es más importante que los valores basados en la comunidad y la tradición. Esas épocas producen fermentos terribles, Maia. Junto con el aumento de conocimiento y poder viene el desastre ecológico, por el aumento de la población y el mal uso de la tecnología.

En la mente de Maia no se formó ninguna imagen que pudiera ilustrar aquellas palabras. Su contenido era completamente abstracto, sin nada que ver con lo que ella conocía. Sin embargo, se sentía espantada.

—Haces que parezca… terrible.

Él suspiró pesadamente.

—Oh, hay beneficios. El arte y la cultura florecen. Viejas represiones y supersticiones se tambalean. Nuevas reflexiones iluminan y se convierten en parte de nuestra herencia permanente. Los renacimientos son las épocas más románticas y excitantes, pero ninguno dura mucho. Hace tiempo, antes de la Diáspora del Phylum, la primera edad científica apenas nos sacó de nuestro mundo natal antes de desplomarse agotada. Estuvo tan cerca de matarnos como de liberarnos.

Maia observó a Renna y estuvo segura de que hablaba con algo más que simple erudición histórica. Vio dolor en sus ojos oscuros. Estaba recordando, con pesar y profundo anhelo. Era una especie de nostalgia del hogar, más compleja e irremediable que la suya propia.

Renna se aclaró la garganta y miró brevemente en otra dirección.

—Fue durante otra de esas edades, el Renacimiento de Florentina, cuando vuestra famosa Lysos se convenció de que las sociedades estables son las más felices. En el fondo, la mayoría de los humanos prefieren vivir rodeados de cómodas seguridades, guiados por cálidos mitos y metáforas, sabiendo que comprenderán a sus hijos, y que sus hijos los comprenderán a ellos. Lysos quiso crear un mundo así. Un mundo con la felicidad al alcance no de unas cuantas personas brillantes sino, con el tiempo, del máximo número de ellas.

—Eso nos han enseñado —asintió Maia. Aunque, una vez más, la de él era una forma distinta de expresar cosas familiares. Diferente y preocupante.

—Lo que no os han enseñado, y mi teoría privada, es que Lysos sólo adoptó el separatismo sexual porque las secesionistas Perkinitas eran el grupo más fuerte de descontentas que quiso seguirla al exilio. Ellas proporcionaron el material bruto que Lysos utilizó para crear su mundo estable, aislado y protegido del fermento del reino homínido.

Maia nunca había oído hablar de la Fundadora de aquella forma. Con respeto, pero con un cierto compañerismo, casi como si Renna hubiera conocido a Lysos personalmente. Cualquiera que lo oyese tendría que creer una verdad básica: el hombre procedía, en efecto, de otra estrella.

Durante un buen rato, Renna miró el mar, contemplando paisajes que Maia ni siquiera podía empezar a imaginar. Entonces se encogió de hombros.

—Hablo demasiado. Empezamos a hablar de cómo se enseña a los marineros a despreciar a un hombre que confía en herramientas que no comprende. Es el motivo principal por el que me desprecian.

—¿A ti? ¡Pero has cruzado el espacio interestelar! Los marineros…

—¿Respetarían eso? —Renna se echó a reír—. Ay, también saben que mi nave es producto de enormes fábricas, construida principalmente por robots, y que yo no podría controlar ni la parte más pequeña sin máquinas casi más listas que yo, cuyo funcionamiento apenas comprendo. ¿Sabes en qué me convierte eso? Las sabias han difundido cuentos burlescos. ¿Has oído alguna vez hablar del Hombrecillo Listo?

Maia asintió. Era un nombre que los niños empleaban unos con otros cuando querían ser crueles.

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