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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (48 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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—Ése soy yo —terminó de decir Renna—. El Indefenso Hombrecito Listo. Enviado por bobos, esclavo de sus herramientas. Rescatado por vars después de cruzar las estrellas.

Renna emitió una risa corta, casi un bufido. No parecía divertido.

La partida de Vida de aquella tarde fue un desastre.

Mil seiscientas piezas con cuerda suficiente habían sido divididas en dos grupos, a cada lado de una escotilla de carga dispuesta con cuarenta líneas verticales y cruzada por cuarenta horizontales. Maia y Renna se unieron a las otras pasajeras para cenar, y comieron en cuencos de porcelana, mientras contemplaban el mar revuelto.

Entonces, con sólo una hora de luz por delante, se volvieron a esperar a sus oponentes. Al cabo de unos cuantos minutos llegaron un grumete y el pinche de cocina, este último secándose todavía las manos con el delantal.

.No nos toman demasiado en serio, supuso Maia. No se lo reprochaba.

Como equipo visitante, Renna y ella fueron invitados a hacer el primer movimiento. Maia deglutió nerviosamente, y casi dejó caer las piezas que llevaba, pero Renna sonrió y suspiró:

—Recuerda, es sólo un juego.

Ella le devolvió una sonrisa insegura, y le tendió la primera pieza. Él la colocó en la esquina inferior derecha del tablero, con la cara blanca hacia arriba. Ya habían discutido la estrategia antes.

—Será muy simple —había dicho Renna—. Aprendí unos cuantos trucos mientras estaba en prisión. Pero lo que hacía sobre todo era escribir mensajes o pintar imágenes. Será muy distinto con un oponente que intenta destruir lo que creas.

Renna había esquematizado en una libreta lo que consideraba una pauta «muy conservador».. Un grupo de piezas negras en un rincón «vivirí». eternamente si no lo tocaba ninguna otra pauta móvil de piezas negras. Su estrategia sería intentar defender aquel oasis de vida hasta el límite de tiempo, concentrándose en la defensa y haciendo sólo incursiones mínimas en territorio enemigo con deslizadoras, cuñas o cortadoras. Un empate estaría bien. Mientras Renna colocaba la primera fila, los muchachos se daban codazos, señalando y riendo. Era enervante, tanto si ya veían la ingenuidad del diseño como si querían poner nerviosos a los neófitos. Aún peor, desde el punto de vista de Maia, eran las burlas de las mujeres espectadoras. Sobre todo las de Baltha y las sureñas, que consideraban claramente que aquel ejercicio era una absoluta tontería masculina. Una mujer de la tripulación llamada Inanna susurró algo al oído de una camarada, y las dos se echaron a reír. Maia estuvo segura de que el chiste era a su costa.

No se estaba haciendo a sí misma ningún bien, ni estaba claro lo que iba a aprender Renna.

¿Entonces por qué lo estamos haciendo?

La primera fila estaba terminada. De inmediato, el pinche y el grumete empezaron a colocar sus cuarenta piezas. No usaron notas, aunque Maia vio que se consultaban una vez. Unos cuantos marineros observaban aburridos desde las escaleras del alcázar, mientras tallaban palos de madera blanda para darles forma de animales marinos.

Cuando los muchachos indicaron que su turno había terminado, Renna echó un buen vistazo y luego se encogió de hombros.

—Parece igual que nuestra primera fila. Tal vez sea una coincidencia. Quizá podamos continuar con nuestro plan.

Así que colocaron otras cuarenta fichas, la mayoría con la cara blanca hacia arriba, sembrando las suficientes piezas negras estratégicamente situadas para que cuando el juego comenzara y todos los muelles saltaran, un grupo de pulsantes pautas geométricas creara vidas autocontenidas en sí mismas, dispuestas a tomar parte en la breve ecología del juego.

Al menos, eso esperamos.

Continuaron así durante un rato mientras el sol se ponía más allá del hinchado foque. Cada bando colocaba por turno cuarenta discos, luego se retiraba y trataba de adivinar qué pretendía el otro equipo. Hubo una sola interrupción, cuando el viento cambió y el primer contramaestre necesitó todas las manos en las jarcias.

Corriendo a sus tareas, los marineros halaron de los acolladores y dieron vueltas a las manivelas en un remolino de músculos tensos. La maniobra se completó con veloz eficiencia, y todo estuvo en calma antes de que Maia terminara de contar cuarenta latidos. Naroin saltó desde las velas, y aterrizó agazapada. Sonrió a Maia y le hizo una señal con el pulgar hacia arriba antes de volver a un lugar próximo a la borda frecuentado por las miembros femeninas de la tripulación, que fumaban en pipa y chismorreaban en voz baja mientras los preparativos del juego se reemprendían.

—Esos diablos —dijo Renna después de que hubieran puesto ya ocho filas. Maia miró hacia donde apuntaba, y al momento vio lo que quería decir. Al parecer, sus oponentes habían copiado la misma formación de «oasi». estático en su esquina más protegida.
.De hecho
, advirtió,
.¡nos están remedando en todo! Sólo podían apreciarse leves variaciones en la parte izquierda. ¿Qué sentido tiene? ¿Se están burlando de nosotros?

Las diferencias empezaron a acentuarse después de la décima fila. De repente, el pinche y el grumete empezaron a colocar una pauta completamente distinta. Maia reconoció un cañón disparador, diseñado para lanzar deslizadoras a lo largo del tablero. También vio lo que sólo podía ser un ciclón, una configuración capaz de llevar a la perdición cualquier pauta móvil que se acercara. Señaló a Renna el incipiente diseño, y el hombre de las estrellas se concentró y acabó por asentir.

—Tienes razón. Eso pondría en peligro a nuestro guardián, ¿no? Tal vez deberíamos desplazarlo hacia un lado.

A la derecha, ¿no te parece?

—Eso interferiría con nuestra valla corta —señaló ella—. Ya hemos trazado dos filas para esa pauta.

—Mm. Muy bien, cambiaremos el guardián a la izquierda, entonces.

Maia trató de visualizar qué aspecto tendría el tablero cuando terminaran. Ya podía ver cómo evolucionarían algunas entidades durante las segunda, tercera, e incluso quinta o sexta ronda. Esta zona concreta de la escotilla sería cruzada por una recién lanzada nave madre. Aquella zona se agitaría en alternativos remolinos blancos y negros cuandó una semilla de mostaza girara y girara… una forma bonita pero engañosamente potente. Cuando intentó seguir el rumbo de los proyectiles del otro lado, Maia comprendió horrorizada que un conjunto de deslizadoras rebotaría en el borde-espejo y vendría en diagonal hacia la misma esquina que tanto habían trabajado y planeado para defender.

Renna se rascó la barba cuando ella le señaló el inminente desastre.

—Parece que estamos fritos —dijo, con el ceño fruncido. Entonces dio un respingo cuando las uñas de Maia se clavaron en su brazo.

—¡No, mira! —dijo ella, apresuradamente—. ¿Y si construimos nuestro propio cañón deslizador… ahí?

Podríamos hacer que disparara hacia
.nuestro
propio territorio, interceptando su…

—¿Qué? —interrumpió Renna, y Maia temió por un instante haberse excedido, inyectando sus propias ideas en lo que era básicamente el diseño de él. Pero el hombre asintió, con creciente excitación.

—¡S-s-sí, creo que podría… funcionar! —Extendió la mano y le apretó los hombros, dejándoselos doloridos—. Funcionará si calculamos bien el momento. Naturalmente, queda el problema de los escombros; después de que las deslizadoras choquen…

Apenas quedaba espacio en las últimas filas para introducir las improvisadas modificaciones. Por fortuna, sus oponentes no situaron otro ciclón cerca del límite. El nuevo cañón deslizador de Maia se encontraba justo a lo largo del borde, sin espacio que malgastar. Cuando colocaron la última pieza, estaba agotada.
.Y yo que pensaba que esto era un juego para hombres perezosos. Supongo que las espectadoras nunca saben de un deporte hasta que lo prueban por sí mismas
.

Ya había oscurecido hacía rato. Se encendieron las lámparas. Thalla llegó con un par de abrigos. Mientras se ponía el suyo, Maia advirtió que todos los demás se habían vestido ya para afrontar el frío de la noche. Debía de haber estado produciendo demasiada energía nerviosa para darse cuenta.

El capitán Poulandres se acercó; llevaba una capa con capucha y un bastón de dos puntas para ejercer su papel de maestro y árbitro. Tras él, todos los tripulantes del barco menos el timonel, el vigía y el piloto habían encontrado un sitio desde donde mirar. Esperaban indiferentes, muchos con expresión divertida. Maia vio que nadie hacía las habituales apuestas.

Probablemente nadie las acepta a nuestro favor, no importa a cuánto estén.

Se hizo el silencio cuando el capitán avanzó hasta el borde del tablero, donde el reloj marcador estaba preparado para enviar señales sincronizadas a todas las piezas. En un momento dado, cada una de las mil seiscientas diminutas unidades se darían la vuelta o permanecerían quietas, dependiendo de lo que le dijeran sus sensores del estado de sus vecinas. La misma decisión se haría unos segundos después, cuando llegara la siguiente señal. Y así sucesivamente.

—La Vida es la continuación de la existencia —entonó el capitán. Quizá fuese la capucha lo que daba a su voz un aire grave y profético. O tal vez era parte del oficio de capitán.

—La Vida es la continuación de la existencia —respondió la tripulación, repitiendo sus palabras, con el fondo de los mástiles crujiendo y las velas restallando.

—La Vida es la continuación de la existencia, pero nada perdura. Todos somos pautas, buscando propagarnos.

Pautas que dan vida a otras pautas, y luego desaparecen, como si nunca hubieran existido.

Maia había oído la invocación muchas veces, recitada con incontables acentos en los muelles de Puerto Sanger y en todas partes. Sin embargo, era la primera vez que lo hacía como contendiente. Se preguntó cuántas otras mujeres lo habrían hecho. Sólo algunos millares, estaba segura. Tal vez sólo algunos centenares.

Renna escuchaba las antiguas palabras, claramente embobado.

—… no podemos controlar nuestra progenie. Ni dirigir nuestras invenciones. Ni gobernar consecuencias lejanas, excepto con la previsión de actuar bien, y luego partir.

El capitán alzó su bastón, haciéndolo oscilar sobre el reloj marcador.

—Dos equipos se han preparado. Que el acto tenga lugar. Ahora… observad la posteridad.

El bastón golpeó. El reloj empezó a entonar su familiar cuenta de ocho. Aunque estaba preparada, Maia dio un respingo cuando las mil seiscientas piezas blancas y negras parecieron explotar al unísono.

No, al unísono no. De hecho, menos de la mitad se dio la vuelta, cambiando de estado en respuesta a lo que sucedía a su alrededor. Pero la impresión de un súbito y frenético claqueteo hizo que el corazón de Maia se desbocara antes de que una segunda oleada de sonido y movimiento cruzara el tablero. Y otra más.

Por fortuna, no tenía que pensar. Todas las partidas del Juego de la Vida habían acabado ya en el momento de empezar. A partir de ahora, sólo podían contemplar cómo se desarrollaban las consecuencias.

Cuaderno de Bitácora del Peripatético

Misión Stratos

Llegada + 43.277 Ms

Durante mi primera visita a un hogar stratoiano, me resultó difícil superar los prejuicios.

No fue el concepto de matriarcado, que he visto de otras formas en Florentina y Nueva Terra. Ni la costumbre de que los hombres son otra especie, a veces necesitada, a menudo irritante, y afortunadamente rara. Estaba preparado para todo eso. Mi problema surge de haber crecido en una época obsesionada con el individualismo.

La variedad era nuestra religión, la diversidad nuestra fijación. Todo aquello que fuera diferente o atípico tenía ventaja por encima de lo familiar. Lo ajeno siempre se anteponía a lo propio. «Una época insan»., dicen los psicohistoriadores… aunque su breve gloria produjera viajeros estelares ideales.

En mis viajes he encontrado muchas sociedades estabilizadas, pero ninguna más contraria a mi educación que la de Stratos. La enervante ironía de la fascinante singularidad de este mundo es que se basa en la ausencia de cambio. Las generaciones no se dividen por valores cambiantes. La igualdad no es ninguna maldición, la variedad no es un amigo automático.

Menos mal que nunca nos conocimos. Lysos y yo no nos habríamos llevado bien.

Sin embargo, me sentí complacido cuando la Sabia Iolanthe me pidió que pasara algunos días en el castillo de su familia, en los montañosos barrios residenciales de Caria. La invitación, un raro honor para un varón en verano, era sin duda una declaración política. Su facción es la menos hostil hacia la restauración del contacto. Incluso así, se me advirtió de que mi visita tendría que ser «cast».. Mi habitación no tendría ventanas que dieran a la Estrella Wengel.

Le dije a Iolanthe que no esperara problemas en ese aspecto. Evitaré mirar, aunque no al cielo.

La Casa Nitocri es antigua. El linaje clónico de Iolanthe ha ocupado el extenso compuesto de altos muros, chimeneas y tejados y buhardillas desde hace casi seiscientos años. Linajes emparentados habitaron el lugar remontándose casi hasta la fundación de Caria.

Nuestro coche atravesó una verja impresionante, recorrió un camino flanqueado de jardines, y se detuvo ante una entrada de mármol bellamente esculpido. Fuimos formalmente recibidos por un trío de bellas Nitocri que, como Iolanthe, eran de edad mediana, vestidas con deslumbrantes túnicas de seda amarilla y cuello alto. Una hermana joven del clan recogió mi maleta. Más hermanas con claros rasgos Nitocri (ojos suaves y narices estrechas) se apresuraron silenciosas a llevarse el coche, cerrar la verja, y conducirnos al interior.

Así, por primera vez, entré en el santuario de un clan partenogenético, unidad principal de la vida humana en Stratos. No son abejas ni hormigas, pensé en silencio, reprimiendo comparaciones fáciles.

Interiormente, repetía el lema de mi vocación: Olvida los prejuicios.

La sabia me mostró alegremente patios y jardines y grandes salones, impertérrita ante la multitud de niñas que susurraban y reían a nuestro paso. Las Nitocri no tienen empleadas domésticas, ni contratan a ninguna var para que se encargue de las tareas desagradables e indignas de las clones adineradas.

Ninguna Nitocri lamenta hacer trabajos duros o sucios, como limpiar los hornos, o fregar lavabos, o reparar tejas. Todo está bien repartido por edades; cada niña o mujer alterna las tareas onerosas con las interesantes. Cada una sabe cuánto durará cada fase. Tras el intervalo fijado, una hermana más joven se encargará de lo que estás haciendo, mientras que tú te dedicarás a otra cosa.

BOOK: Tiempos de gloria
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