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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (7 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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¿Cuáles serían nuestros deseos al diseñar una nueva raza humana? ¿Qué existencia deseamos para nuestros descendientes en este mundo?

¿Una vida larga y feliz?

Muy bien. Sin embargo, a pesar de nuestros prodigios técnicos, esa simple mejora podría ser un logro difícil. Hace mucho tiempo, Darwin y Malthus señalaron la paradoja básica de la vida: que todas las especies tienen mecanismos internos para reproducirse al máximo. Para llenar incluso el Edén con tantos retoños que deje de seguir siendo el paraíso.

La Naturaleza, en su sabiduría, controló esta tendencia oportunista con comprobaciones y equilibrios.

Depredadores, parásitos y el puro azar eliminaron el exceso. Los supervivientes, los de cada nueva generación, se quedaron con el premio: la posibilidad de jugar otra ronda.

Entonces llegaron los humanos. Críticos natos, extinguimos a los carnívoros que hacían presa sobre nosotros, y combatimos la enfermedad. Con creciente fervor moral, las sociedades lucharon por suprimir la competencia asesina y garantizar para todos el «derecho a vivir y a prospera»..

En retrospectiva, sabemos cuántos errores fatales se cometieron con las mejores intenciones en la pobre Madre Tierra. Sin controles naturales, el boom demográfico de nuestros antepasados acabó con ella. ¿Pero la única alternativa es enmendar la ley con garras y dientes? ¿Podríamos hacerlo, aunque lo intentáramos?

La inteligencia anda suelta por la galaxia. El poder está en nuestras manos, para bien o para mal.

Podemos modificar las reglas de la Naturaleza si nos atrevemos, pero no podemos ignorar sus lecciones.

LYSOS,
.La apología

2

Un acre olor a humo. Una bruma oscura y cenicienta brotando de planchas ardientes. Banderas de peligro ondeando desde la chamuscada mesana de un barco herido que avanzaba torpemente en busca de asilo. Las impresiones eran más vívidas por ocurrir de noche, con la luna mayor, Durga, proyectando pálidos reflejos sobre las aguas revueltas de la bahía de Puerto Sanger.

Bajo los potentes reflectores de la fortaleza, un carguero de alimentos secos, el
.Próspero
, avanzaba a duras penas hacia sitio seguro, seguido de cerca por su enemigo. La mitad de la ciudad estaba allí observando, incluida la milicia de todos los grandes clanes, con sus hijas en edad de luchar vestidas con armaduras de cuero y armadas con porras de madera pulida. Las oficialas veteranas llevaban corazas de metal brillante, y gritaban órdenes a los grupos de retoños y sobrinas idénticas. El contingente de Lamatia llegó, corriendo, los cascos coronados por plumas de ave gaeo. Maia reconoció a la mayoría de las clones invernales, sus medio hermanas, a pesar de que eran todas iguales en casi todos los sentidos. Las compañías Lamai se desplegaron rápidamente a lo largo del tejado del almacén familiar antes de enviar un destacamento para que colaborara en la defensa de la ciudad.

Era todo un espectáculo. Maia y su hermana lo contemplaban fascinadas desde un parapeto en la pared del malecón. No habían visto una alerta como aquélla desde que tenían tres años. Las comandantes de las compañías tampoco parecían satisfechas al saber que una guardiana nerviosa había provocado aquella conmoción al pulsar el botón de alerta equivocado, lanzando cohetes a la plácida noche de otoño cuando unos cuantos toques de sirena habrían sido suficientes. Una avergonzada capitana Jounine se pasó una hora pidiendo disculpas a las enfadadas matronas, algunas de las cuales parecían aún más enervadas por el hecho de ir embutidas dentro de armaduras fabricadas, para versiones más jóvenes y esbeltas de sí mismas.

Mientras tanto, los remolcadores lanzaban cabos para ayudar a atraer al humeante y renqueante
.Próspero
hacia un lugar seguro. Maia vio que aún cogían cubos de agua para apagar las ascuas del fuego que casi había hundido el barco. Sus velas estaban rasgadas y chamuscadas. Docenas de cabos quemados festoneaban las jarcias, colgando de débiles aparejos.

.Ha debido de ser toda una batalla, pensó Maia,
.mientras ha durado
.

Leie observó el barco más pequeño que remolcaba al
.Próspero
, su diminuto motor auxiliar jadeando por el esfuerzo.

—El de las saqueadoras se llama
.Desgracia
—le dijo a Maia, leyendo las gruesas letras de la amura—. Probablemente escogieron ese nombre para infundir terror en el corazón de sus víctimas. —Se echó a reír—. Pero lo cambiarán después de esto.

Maia nunca había sido tan rápida como su hermana para pasar del nerviosismo al estado de simple espectadora. Sólo unos momentos antes, la ciudad se aprestaba para un ataque. Haría falta tiempo para adaptarse al hecho de que todo aquel pánico se debía a un simple caso de piratería cuasi-legal.

—Las saqueadoras no parecen demasiado felices —observó Maia, señalando a un montón de mujeres de aspecto rudo con pañuelos rojos en la cabeza y reunidas en el castillo de proa del
.Desgracia
. Su jefa discutía con una oficiala de la Guardia, que se mecía en su barca motora. Una escena similar tenía lugar cerca de la proa del
.Próspero
, donde mujeres de aspecto adinerado vestidas con ropajes chamuscados gesticulaban y se quejaban en voz alta. En la popa de ambos navíos, los oficiales varones y la tripulación se ocupaban del peligroso asunto de guiar sus barcos hacia puerto. Ningún hombre habló hasta que los barcos atracaron en los malecones cercanos; entonces el capitán de
.Próspero
recorrió el barco herido. Por su mandíbula prieta y la tensión de los músculos del cuello, el hombre parecía capaz de romper clavos a mordiscos. Pronto se le unió el capitán del
.Desgracia
, el cual, tras un momento de tensa vacilación, le ofreció su mano en silenciosa conmiseración.

Un rumor se extendió entre los curiosos congregados en el atracadero, difundiendo la noticia que habían oído quienes se encontraban más cerca. Leie se bajó del parapeto para poder escuchar, mientras que Maia permanecía en lo alto, prefiriendo descifrar lo que podía con sus propios ojos
.Debe de haber habido un accidente durante la lucha
, concluyó, viendo cómo el fuego se había extendido desde una zona chamuscada en el centro del navío. Tal vez una linterna se rompió mientras las saqueadoras luchaban con las propietarias por el cargamento. En ese punto, las tripulaciones masculinas habrían llegado a un acuerdo y puesto a ambas partes a trabajar para salvar el navío. Parecía algo difícil, de todas formas.

La presencia de saqueadoras no era habitual en el mar de Parthenia, tan cerca de la fortaleza de los poderosos clanes de Puerto Sanger. Pero aquél no era el único dato curioso del episodio.

.Parece una idea estúpida contratar una goleta para dedicarse a saquear tan a principios de otoño, pensó Maia. Justo al final de la estación de las tormentas, había multitud de cargamentos tentadores. Pero también era la época en que los machos rebosaban todavía de hormonas del celo veraniego, hormonas que podían reaccionar en momentos de tensión. Al ver a los nerviosos marineros, los puños cerrados de furia, Maia se preguntó qué podía impulsar a las jóvenes vars de un barco saqueador a correr aquel riesgo.

Uno de los hombres dio una furiosa patada a un mamparo, rompiendo la madera con un chasquido vibrante.

Una vez, al visitar un rancho Sheldon, Maia había visto a dos sementales luchar por una manada de caballos de tiro. Esa lucha sin cuartel había sido enervante, la lección clara. Las octavillas Perkinitas difundían terribles historias acerca de «incidente».: los temperamentos masculinos ardían y los instintos residuales de conducta animal en la Vieja Tierra salían a flote. «Cuidado, mujeres —decía una estrofa del poema citado a menudo por las perkinitas—. Pues un hombre que lucha puede matar».

A lo que Maia añadió para sí:
.Sobre todo, cuando sus preciosos barcos corren peligro
. Este desgraciado incidente podría haber degenerado rápidamente en algo mucho peor.

Las oficialas de la milicia se llevaron al grupo de saquedoras y a las pasajeras del
.Próspero
hacia el fuerte, donde se iniciaría un largo proceso de acusaciones. Maia captó un agudo grito de la jefa de las piratas:

—… ¡Prendieron fuego a propósito porque íbamos ganando!

La portavoz de las propietarias, una clon del rico clan comercial Vunrri, negó vehementemente la acusación.

Si tal cosa se demostraba, se arriesgaba a perder más que él cargamento y las multas para reparar e
.Próspero
.

Podría incluso producirse un boicot a los artículos de su familia por parte de
.todas
las cofradías de navegantes. En esos casos, la jerarquía normal de Stratos se invertía, y las poderosas matronas de las grandes casas tenían que suplicar clemencia a los inferiores hombres.

.Pero nunca a una var. Haría falta una auténtica revolución para invertir tanto la escala social. Para que las mujeres nacidas del verano se sentaran a juzgar a las clones.

Maia contempló la procesión pasar ante su puesto de observación; algunas de las figuras cojeaban, sujetándose las heridas ensangrentadas sufridas en la lucha que había desembocado en aquella derrota. Al fondo, unas cuantas enfermeras transportaban camillas. Una de ellas estaba completamente cubierta.

.Las Perkies tal vez tengan razón al decir que las mujeres tenemos un temperamento menos asesino, reflexionó Maia.
.Rara vez intentamos matar
. Era uno de los motivos por los que Lysos y las Fundadoras habían venido aquí, para crear un mundo mejor.
.Pero supongo que eso no le sirve de nada a la pobre mujer que hay bajo esa sábana
.

Leie regresó, sin aliento, para relatar todo lo que había aprendido de la multitud. Maia escuchó y emitió todos los sonidos de sorpresa convenientes. Había algunos nombres y detalles que no pudo captar desde su lugar de observación… y algunos que sin duda eran producto de los rumores.

¿Pero importaban los detalles? Lo que se le quedó grabado en la mente, mientras se unían a la multitud que se dispersaba, fue la expresión del rostro de la capitana Jounine cuando la comandante de la Guardia escoltó a sus retenidos hacia la fortaleza.

.Éstos no son los tiempos pacíficos en los que creció. Son días más duros.

Maia miró a su gemela mientras se dirigían hacia el lejano muelle donde los barcos carboneros
.Zeus
.Wotan
esperaban, ya listos, la corriente de la mañana. A pesar de sus habituales bravatas, Leie parecía de pronto tan joven e inexperta como la propia Maia se sentía.

.Éstos son nuestros días, reflexionó Maia sobriamente.
.Será mejor que estemos preparadas para ellos
.

El influjo de las lunas tenía poco efecto sobre los grandes mares de Stratos. Con todo, la tradición abogaba por zarpar durante la marea de Durga. Tras la excitación de la noche anterior, la partida antes del amanecer fue menos emocionante de lo que Maia esperaba. Durante muchos años se había imaginado contemplando los gastados edificios de piedra rosada de Puerto Sanger (casas de clanes similares a castillos adornando las colinas como nidos de águilas), y sintiendo un torrente de abrumadoras emociones al ver la tierra de su infancia perderse de vista, tal vez para siempre.

Sin embargo, no hubo tiempo para entretenerse con minucias. Jefes y contramaestres de voz bronca impartían órdenes a gritos mientras ellas y otras torpes habitantes de tierra se apresuraban a ayudar a tensar cabos e izar velas.

Complementando a la tripulación permanente había una docena de vars como ella misma, «pasajeras de segunda clas»., que debían trabajar para terminar de pagar su pasaje. A pesar de la dura preparación que Lamatia imponía a sus veraniegas, un severo régimen de trabajo y ejercicio, Maia pronto descubrió que le resultaba difícil mantener el ritmo.

Al menos el terrible frío remitió cuando el sol escaló el cielo. Los atuendos de cuero desaparecieron, y pronto estuvo trabajando con sólo taparrabos y una camisa. El aire denso y pesado la cubría de una película de transpiración, pero Maia prefería secarse el sudor a que se le helara encima.

Cuando por fin tuvo un momento libre para mirar atrás, los edificios de la bahía de Puerto Sanger desaparecían tras un banco de niebla. La antigua fortaleza del acantilado sur, actualmente cubierta por una envolvente mortaja de andamios de reparación, pronto quedó cubierta por la bruma y se perdió de vista. Al otro lado, la torre del santuario-faro continuó siendo durante un rato más un misterioso obelisco gris. Luego también desapareció tras las nubes bajas, dejando una infinita extensión de mar veteado de hielo rodeando su diminuto mundo de tablas de madera, cordajes de fibra y polvo de carbón.

Durante lo que parecieron horas, Maia hizo todo lo que los marineros le señalaron, aflojando, izando, y atando secciones de áspera cuerda según sus órdenes. Las palmas de las manos se le despellejaron pronto y los hombros le dolían, pero empezó a aprender un par de cosas, como a no intentar frenar un cabo simplemente agarrándolo.

Enfrentarse a un cable que se sacudía con simple fuerza bruta podía lanzarte contra un mamparo o incluso por la borda. Observando a los demás, Maia aprendió a liar un tramo de estacha alrededor de algún poste cercano con un nudo inverso y a dejar que la tensión del propio cabo lo pusiera en su sitio.

Eso dejaba el problema de
.soltar
el maldito cabo cada vez que la tripulación quería aflojarlo por algún motivo.

Después de que Maia casi fuera golpeada en el rostro en dos ocasiones, un marinero se entretuvo en decirle cómo se hacía.

—Se hace así y así —explicó un varón delgado, no mucho más alto que ella, con evidente impaciencia.

Maia trató de imitar con torpeza lo que en manos experimentadas parecía un movimiento fluido.

—Lo conseguirás —le aseguró él, y luego se marchó, gritando a otra muchacha para que no dejara que su pierna quedara atada por un nudo de cuerda y fuera arrastrada por la borda.

.Bueno, yo quería educación. Maia comprendió ahora por qué a más de uno de los hombres que había visto en su vida le faltaba un dedo o dos. Si no tenías cuidado, una ráfaga de viento podía sacudir una cuerda mientras tu mano estaba haciendo un nudo, tensándolo bruscamente con fuerza salvaje y llevándose una parte de ti volando.

Con esa mareante comprensión, Maia se obligó a frenar el ritmo y a pensar antes de hacer ningún movimiento brusco. Los gritos de los contramaestres eran aterradores, pero no más que aquella horrible imagen mental.

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