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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (19 page)

BOOK: Todo por una chica
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—¿Crees que sólo es mala suerte? ¿O que somos imbéciles?

Yo fui concebido porque mi madre y mi padre no utilizaban ningún método anticonceptivo. Así que lo que tenía ganas de decir era: Vosotros fuisteis imbéciles, y yo tuve mala suerte. Pero pensé que era preferible no decirlo. Y, de todas formas, no podía realmente saber si yo había sido o no imbécil. Probablemente lo había sido. Una cosa que los paquetes de condones no dicen en uno de sus extremos es: ¡ATENCIÓN! ¡TIENE QUE TENER UN COCIENTE DE INTELIGENCIA DE MIL MILLONES PARA PONERSE ESTO COMO ES DEBIDO!

—Un poco de las dos cosas —dije.

—No tiene por qué arruinar tu vida —dijo ella.

—Yo te arruiné la tuya.

—Temporalmente.

—Sí. Cuando tenga tu edad, todo me irá perfecto.

—Mierda.

—Y mi bebé tenga un bebé.

—Y yo sea bisabuela a los cuarenta y ocho años.

Estábamos haciéndonos bromas, pero no bromas alegres. Los dos mirábamos fijamente el techo mientras intentábamos no llorar.

—¿Crees que va a cambiar de opinión en lo de tenerlo?

—No lo sé —dije—. Pero no lo creo.

—No vas a dejar el colegio —dijo.

—No quiero dejarlo. De todas formas, no va a tener el bebé hasta noviembre o algo así. Podré sacar el bachillerato, al menos.

—¿Y luego?

—No lo sé.

No me había pasado montones y montones de horas pensando en lo que iba a hacer con mi vida. Había pensado en la universidad, eso era todo. Y Alicia, que yo supiera, jamás había pensado en su futuro. Quizás ése era el secreto. Quizás la gente que lo tenía todo pensado... nunca se quedaba preñada, o dejaba preñada a nadie. Quizás ninguno de nosotros, ni mi madre ni mi padre ni Alicia ni yo, habíamos deseado el futuro con la suficiente intensidad. Si Tony Blair sabía que quería ser primer ministro cuando tenía mi edad, apuesto lo que sea a que no dejaba nunca de ponerse los condones.

—Tu padre tenía razón, ¿verdad?

—Sí —dije. Sabía a qué se refería. Se refería a lo que había pasado en el consultorio de Consuela.

—¿Por eso te fuiste a Hastings?

—Sí. Iba a quedarme allí para no volver jamás.

—Pero al final hiciste lo que debías.

—Supongo que sí.

—¿Quieres que se lo diga yo?

—¿A papá? ¿Lo harás?

—Sí. Pero me lo debes.

—De acuerdo.

No me importaba debérselo. No iba a tener ocasión de pagarle por todo lo demás, así que aquello no sería sino una pizca más en todo lo que le debería (una pizca de la que andando el tiempo ni siquiera se iba a acordar).

10

He aquí unas cuantas cosas que sucedieron en las semanas siguientes:

• Mi madre se lo contó a mi padre, y él se echó a reír. De veras. Bueno, no fue lo primero que hizo. Primero me llamó unas cuantas cosas, pero estaba claro que lo hacía porque se suponía que era lo que tenía que hacer. Y luego se echó a reír, y luego dijo: «Maldita sea, mi nieto va a poder verme jugar en la Liga Dominical. ¿Has pensado en eso?» Y yo iba a decir: «Sí, ésa fue la primera cosa que Alicia y yo nos dijimos el uno al otro», pero, siendo como es mi padre, es muy posible que pensara que lo estaba diciendo en serio. «Ahora voy a cuidarme de verdad», dijo. «Olvídate de verme jugar. Podrá jugar conmigo. Dos de nuestros jugadores tienen cincuenta años. Y tenemos ese portero realmente bueno de quince años. Así que si tu chaval es bueno, podrá jugar codo con codo conmigo. Sólo tendré cuarenta y nueve años cuando él tenga quince. Aunque quizás tenga que venirse a vivir a Barnet. Y beber en el Queens Head.» Todo sonaba bastante idiota, pero era mejor que una reprimenda. Y luego dijo que nos ayudaría en lo que necesitáramos.

• Se enteraron en el colegio. Estaba en el váter, y un chico se acercó y me preguntó si era cierto, y yo puse cara de estúpido mientras trataba de pensar qué decir, y al final dije: «No lo sé.» Y él dijo: «Bueno, pues será mejor que te enteres, chaval, porque eso es lo que ella está diciendo a la gente. Mi amigo sale con una chica de su colegio, y allí todo el mundo lo sabe.» Y cuando le pregunté si lo estaba contando a todo el mundo, me dijo que se lo había contado a una persona, y que esa persona había muerto desde ese mismo minuto. En fin, en cuanto lo supo ese chico lo supo todo el mundo. Así que fui a casa y se lo dije a mi madre, y ella llamó al colegio, y fuimos los dos a hablar con ellos. Si me pidieran que escribiera una palabra que describiera las reacciones que vi en el director y en los profesores, la palabra sería «interesados». O puede que «excitados». Nadie se metió conmigo. Tal vez pensaron que no era su trabajo. Sea como sea, resultó que el colegio acababa de aprobar una estrategia para los embarazos de adolescentes, que nunca habían podido poner en práctica por falta de casos, así que en realidad les complació lo que les contamos. La estrategia consistía en decirme que si quería podía seguir yendo al colegio, y en preguntarme si teníamos suficiente dinero. Luego me pidieron que rellenase un formulario en el que debía decir si me había gustado su estrategia.

• Alicia y yo fuimos al hospital a que le hicieran una ecografía, con ese aparato con el que miran al bebé por rayos X y te dicen que todo es normal (si tienes suerte). Nos dijeron que todo era normal. Y también nos preguntaron si queríamos saber el sexo del bebé, y yo dije que no y ella dijo que sí, y luego yo dije que no me importaba saberlo o no, la verdad, y entonces nos dijeron que era un varón. Y a mí no me sorprendió lo más mínimo.

• Alicia y yo nos besamos cuando volvíamos de la ecografía.

Supongo que esto último es todo un titular de primera plana. Me refiero a que podríamos decir que, en cierto modo, todo merecería ser titular de primera plana. Hace un año, si me hubieran dicho que los profesores del colegio no iban a preocuparse por que yo dejara embarazada a una chica, yo habría dicho que había unos diez titulares en una sola frase. Y habría dicho que era uno de esos días en que hay que hacer los telediarios más largos, y el programa que viene después llega con retraso, y los locutores dicen: «Y ahora, un poco más tarde de lo programado...» Pero nada de eso parecía gran cosa ahora. Alicia y yo besándonos, sin embargo, sí era algo nuevo. O, mejor dicho, era algo otra vez nuevo, porque había habido un tiempo en que era viejo. (Y, antes de eso, un tiempo en que había sido nuevo por vez primera.) Ya sabéis a lo que me refiero. Era un nuevo giro. Y bueno, además. En líneas generales, si vas a tener un bebé con alguien, es mejor que estés dispuesto a besarte con ese alguien.

Ahora, con Alicia, todo era diferente. Cambió cuando dio la cara por mi madre y por mí en nuestra casa. Vi que no era solamente una chica mala que quería arruinar mi vida. Ni siquiera me había dado cuenta de que pensaba eso de ella hasta que le dijo a su padre que se callara, pero debió de ser una parte de mí, porque fue como si saliera de una sombra, y me puse a decir: ¡No es ninguna chica terrible! ¡La culpa fue mía tanto como suya! ¡Probablemente más mía que suya! (Mucho después, alguien me habló de algo llamado la «pildora del día siguiente», que consigues de tu médico si te preocupa, por ejemplo, que el condón se te haya podido haber salido o algo parecido. Así que si aquella noche —la noche en que algo sucedió a medias y luego volvió a suceder de nuevo a medias— hubiera reconocido que algo había pasado, nada de esto habría llegado a suceder. Por lo que, mirado así, fue un ciento cincuenta por ciento culpa mía y quizás un veinte por ciento culpa de ella.) Y aun así ella seguía siendo amable y buena. Y, además, el aire tan enfermo que tenía hacía que me dieran ganas de cuidarla mucho mejor. Y, también, que todo aquello era como un drama, y no me apetecía en absoluto pasar ni un minuto con alguien que no estuviera conmigo en escena.

Y entonces, cuando salimos del hospital después de la ecografía, me puso una mano en la mía, y yo me sentí contento. No era que estuviera enamorado de ella o algo parecido. Pero es una cosa extraña, ver a tu hijo dentro de alguien; algo que quizás pedía algo de..., no sé, una celebración o algo. Y no hay muchas maneras de celebrar algo cuando vas por la calle después de salir del hospital, así que cogerse de la mano y demás era lo más cercano a hacer de aquel momento algo especial.

—¿Estás bien? —dijo Alicia.

—Sí. ¿Y tú?

—Sí.

—Estupendo.

—¿Está bien si hago esto? —¿Qué?

Me apretó la mano para hacerme saber qué era «esto». —Oh, sí.

Y le apreté la mano yo también. Antes nunca había vuelto con nadie. Cuando rompía con alguien, seguía separado de ella para siempre, y nunca tenía ganas de volver a verla. En el colegio había una pareja que siempre andaba rompiendo y reconciliándose. Yo nunca lo había entendido, pero ahora veía cómo era. Era como volver a casa despues de haber estado de vacaciones. No es que nada hubiera sido como estar de vacaciones desde que nos habíamos separado. Yo había estado en una ciudad costera, pero no me había divertido gran cosa.

—Te hartaste de mí, ¿verdad? —dijo Alicia.

—¿No te hartaste tú también de mí?

—Sí. Supongo que sí. Un poco. Nos veíamos demasiado. Y no veíamos a nadie más. No me refiero a..., ya sabes, a chicos. O a chicas. Me refiero a amigos.

—Sí. Bueno, sé una cosa. Tengamos un bebé. Es una forma estupenda de, ya sabes, de vernos menos —dije.

Se echó a reír.

—Eso es lo que dicen mis padres. Bueno, no exactamente eso. Pero cuando estaban intentando convencerme de que abortara, decían: Tendrás que seguir viendo a Sam durante toda la vida. Si es que él quiere seguir en contacto con su hijo. Yo no había pensado en ello. Si eres un padre como es debido, seguiré viéndote siempre. —Sí.

—¿Y qué te parece?

—No lo sé —dije. Y, nada más decirlo, lo supe—: La verdad es que me gusta. Me gusta la idea.

—¿Por qué?

—No sé —dije. Y, nada más decirlo, lo supe también. Quizás no debería decir nada, pensé. Lo que tendría que hacer era tomar nota de las preguntas y responder por sms o e-mail al llegar a casa—. Bueno, porque nunca había pensado tanto en el futuro. Y me gusta saber algo de él. No sé si me gusta la razón por la que te seguiré viendo toda la vida. El bebé y demás. Pero aunque sólo siguiéramos siendo amigos...

—¿Crees que podrías querer ser más que amigos?

Y fue en ese momento cuando me paré y la besé, y ella me besó, y lloró un poco.

Así que aquel día sucedieron dos cosas que hicieron más creíble lo que había visto aquella noche en el futuro. Supimos que iba a ser un varón. Y volvimos a estar juntos.

Pero no era ningún idiota. Las posibilidades de que fuéramos a seguir juntos no eran muy altas, la verdad. Aún nos faltaba mucho para llegar a ser adultos. Mi madre se separó de mi padre cuando tenía veinticinco años, lo que significaba que habían estado juntos unos diez años, y yo ni siquiera había aguantado diez meses. Puede que ni siquiera diez semanas. Y lo que sentía era que nos esperaba como un enorme montículo en el camino: el bebé. Y que necesitábamos un fuerte empujón para superar ese montículo. Y que quizás volver a estar juntos podría ser ese empujón. Pero lo que sucede con los montículos en el camino es que primero los subes y luego los bajas, y puedes deslizarte hasta el otro lado. ¿He dicho antes que no soy idiota? —Ja! Lo que no sabía entonces era que no había otro lado. Que tenías que seguir empujando y empujando siempre. O hasta que te quedaras sin fuelle.

Nos veíamos un montón, después de la ecografía. Hacíamos los deberes en casa de uno y otro, o veíamos la tele con mi madre o con sus padres. Pero nunca desaparecíamos en el piso de arriba para tener sexo. Antes, cuando salíamos, teníamos sexo a discreción. Pero ahora a Alicia no le apetecía. Y a mí sólo a veces. Pero lo de no volver a tener sexo nunca más lo decía muy en serio, y aunque algunas partes de mi cuerpo estuvieran interesadas en tenerlo, mi cabeza no. El sexo te metía en líos. Alicia decía que una no se puede quedar embarazada cuando ya está embarazada, que es por lo que la gente nunca es tres o cuatro meses mayor que sus hermanos y hermanas, lo que se supone que yo ya sabría si me hubiera dado por pensar en ello. Pero no me lo decía porque estuviera tratando de convencerme.

Sino porque me lo estaba leyendo de un libro. Leía montones de libros sobre este tema.

Quería saber más sobre... Bueno, sobre todo, más o menos. No sabíamos mucho de nada. Así que la madre de Alicia nos apuntó a unas clases llamadas NCT, que quiere decir No-sé-qué Parto No-sé-qué. La madre de Alicia nos dijo que a ella le habían servido de mucho cuando estuvo embarazada. Se suponía que te enseñaban cómo respirar y lo que había que llevar al hospital y cómo saber cuándo estás teniendo de verdad el bebé y todo eso...

Quedamos en la entrada del sitio de las clases, una de esas casas grandes y viejas de Highbury New Park. Llegué pronto porque Alicia me dijo que tenía que llegar antes que ella, porque no quería tener que esperar allí sola, pero yo no sabía a qué hora iba a llegar ella, así que llegué tres cuartos de hora antes para no pillarme los dedos. Estuve jugando al Tetris que venía en mi nuevo móvil hasta que empezó a llegar la gente, y me puse a observarla.

Eran diferentes de nosotros. Todos llegaban en coche, y todos —todos— eran mayores que mi madre. O a mí me lo parecían, al menos. Todos vestían de forma que no les favorecía nada. Algunos de los hombres llevaban traje, supongo que porque venían del trabajo, pero los que no llevaban traje iban con pantalones militares viejos y chaquetas de pana. Las mujeres todas llevaban holgados jerséis de mucho pelo y anoraks inflados. Muchas de ellas tenían el pelo gris. Me miraban como si pensaran que les iba a vender crack, o las iba a atracar. Yo era el que tenía un teléfono móvil. Y a ellos no me parecía que mereciera la pena atracarlos.

—Yo no entro ahí —le dije a Alicia en cuanto la vi aparecer. Se le notaba ya que estaba embarazada, y se movía con mucha más lentitud de lo que solía hacerlo. Aunque podría haberles ganado en una carrera a todas aquellas mujeres.

—¿Por qué?

—Hay como todo un claustro de profesores ahí dentro —dije.

Y en cuanto lo dije, una de las profesoras del colegio apareció con su marido. Nunca me había dado clase, y ni siquiera estaba seguro de qué asignatura enseñaba. No la había visto en el colegio desde hacía siglos. Lengua, pensé. Pero la reconocí, y ella me reconoció a mí, y creo que había oído hablar de mi caso, porque me miró primero con sorpresa y luego sin sorpresa alguna, como si se hubiera acordado de pronto.

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