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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (20 page)

BOOK: Todo por una chica
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—Hola. ¿Eres Dean? —dijo.

—No —dije yo. Y no dije más.

—Oh —dijo ella, y entró por la puerta.

—¿Quién era? —dijo Alicia.

—Una profesora del colegio —dije yo.

—Oh, Dios —dijo Alicia—. Pues no entramos, si no quieres. Podemos intentarlo en otro sitio.

—No, tienes razón —dije— Vamos a entrar. A ver cómo es.

Entramos por la puerta principal y subimos las escaleras, y luego pasamos a una gran sala con alfombras y montones de asientos blandos rellenos de bolas. Nadie hablaba mucho, pero cuando entramos nosotros todos se quedaron mudos. Tampoco nosotros dijimos nada. Nos sentamos en el suelo y miramos a la pared.

Al cabo de un rato entró una mujer. Era menuda y un poco gorda, y tenía muchísimo, muchísimo pelo, y parecía uno de esos perritos a los que la gente suele poner ropita y demás.

Reparó en nosotros de inmediato.

—Hola —dijo—. ¿Con quién vienes?

—Con ella —dije yo, y señalé a Alicia.

—Ah —dijo la mujer—. Oh, perdón. Pensé que venías— Bueno. Estupendo. Me alegro de verte.

Me ruboricé y no dije nada. Quería morirme.

—Será mejor que nos presentemos —dijo la mujer—. Yo soy Theresa. Terry. —Y me apuntó con el dedo, y por poco no soy capaz de decir: «Sam.» Y debió de sonar algo como «Se». O quizás «em». A continuación le tocó a Alicia, y se lo tomó a broma, y habló como si estuviera en
Balamory
[6]
o algo parecido.

—Hola a todo el mundo. Soy Alicia —dijo, con voz cantarína.

Nadie se rió. Me dio la sensación de que necesitábamos montones de clases de otras cosas antes que clases de cómo llevar el embarazo. Necesitábamos una clase sobre cómo comportarnos cuando vas a una clase de embarazo, para empezar a hablar. Ni Alicia ni yo habíamos estado jamás en una sala llena de adultos que no conocíamos. Hasta entrar en ella y sentarse era algo extraño. ¿Qué se supone que tienes que hacer cuando todo el mundo se calla y te mira fijamente?

Cuando todos dijeron su nombre, Terry nos dividió en grupos: chicos y chicas, u hombres y mujeres. Sacó una cartulina grande y nos dijo que teníamos que explicar qué esperábamos de la paternidad; uno de nosotros tenía que hacerse cargo de la cartulina y tomar nota de lo que decíamos con un rotulador.

—De acuerdo —dijo uno de los hombres trajeados. Y me tendió el rotulador—. ¿Quieres hacer los honores?

Seguramente no intentaba más que ser amable, pero yo no estaba por la labor. No tengo la mejor ortografía del mundo, y no iba a dejar que todos se rieran de mí.

Me negué con la cabeza y volví a mirar la pared. En el trozo de pared que estaba mirando había un póster de una mujer embarazada y desnuda, así que tuve que mirar hacia otra parte, porque si no todos habrían pensado que le estaba mirando las tetas, y no era cierto.

—Bien. ¿Qué esperamos de la paternidad? Por cierto, me llamo Giles —dijo el hombre del traje. Entonces lo reconocí. Era el hombre que había visto en el futuro, cuando me estaba dando un paseo con Roof por el parque. Tenía un aspecto diferente con aquel traje. Me dio un poco de tristeza. Aquí estaba todo entusiasmado y feliz. Y, a juzgar por cómo lo vi en el futuro, todo le habría de ir mal. Miré a las mujeres y traté de adivinar quién era su mujer. Había una que parecía nerviosa y neurótica. No paraba de hablar y de mordisquearse el pelo. Decidí que era ésa.

Al cabo de un rato salieron de boca de los hombres las palabras siguientes:

—Satisfacción.

—¡Falta de sueño! («Ja, ja.» «Exacto.»)

—Amor.

—Reto.

—Ansiedad.

—¡Pobreza! («Ja, ja.» «Exacto.»)

—Punto fijo.

Y montones de palabras más. No entendía nada de lo que decía ninguno de los presentes. Cuando terminamos, Giles le devolvió la cartulina a Terry, que empezó a leer las palabras en alto, y todos se pusieron a hablar sobre ellas. Me distraía el rotulador. Sé que no debería haberlo hecho, y no sé por qué lo hice, pero al ver que estaba allí tirado en la moqueta y que todo el mundo estaba absorto en la conversación, lo cogí y me lo metí en el bolsillo. Luego vi que Alicia había hecho lo mismo con el suyo.

—No vamos a volver —le dije a Alicia luego.

—A mí no tienes que convencerme —dijo ella—. Todos son tan viejos. Bueno, sé que nosotros somos muy jóvenes. Pero algunos tienen el pelo gris.

—¿Por qué nos ha mandado aquí?

—Dijo que conoceríamos a gente maja. Dijo que había conocido a montones de amigos en ese sitio, y que solían irse juntos al Starbucks con sus bebés. Sólo que no creo que entonces hubiera Starbucks. A algún café, entonces.

—Yo no voy a Starbucks con profesores. O con ninguna de esa gente.

—Tendremos que ir a clases donde haya gente como nosotros. Quinceañeros —dijo Alicia.

Pensé en la chica con la que había salido una vez, que decía que quería tener un bebé muy pronto, y me pregunté si estaría en una clase de ésas.

—Lo malo es que... —dije— la gente, en ese tipo de clases... Tiene que ser estúpida, ¿no te parece?

Alicia me miró y se echó a reír, pero con ese tipo de risa con que te ríes cuando algo no tiene gracia.

—Con lo inteligentes que somos nosotros, ¿no crees?

Cuando volví a casa de aquella clase, mi madre estaba viendo la tele con Mark. Ahora Mark pasaba mucho tiempo en casa, así que no es que me sorprendiera verle ni nada, pero en cuanto entré mi madre se levantó y apagó la tele y dijo que había algo de lo que quería hablar conmigo. Sabía qué era, por supuesto. Yo ya había estado haciendo cuentas. Si de verdad había visto el futuro aquella noche, calculo que TH me había proyectado un año hacia delante. Así que sólo podría haber cinco o seis meses de diferencia entre el bebé de Alicia y el bebé de mi madre. Roof tenía cuatro meses en el futuro, y me había parecido que mi madre tenía el vientre muy abombado, así que tal vez llevaba encinta unos ocho meses. Lo que significaba que su bebé nacería cuando Roof tuviera cinco meses. Y Alicia llevaba ahora cinco meses embarazada, así que...

—¿Quieres hablar con él a solas? —dijo Mark.

—No, no —dijo mi madre—. Tendremos mucho tiempo a solas para charlar de todo esto. Sam, ya sabes que últimamente Mark y yo hemos estado mucho juntos...

—Tú también estás embarazada —dije.

Mi madre se quedó de piedra, y luego estalló en carcajadas.

—¿Dónde has oído semejante cosa?

No creí que tuviera ningún sentido tratar de explicárselo, así que me limité a sacudir la cabeza.

—¿Es eso lo que te preocupa?

—No. No estoy preocupado. Sólo... En los tiempos que corren, cuando alguien tiene alguna noticia que dar, parece que siempre se trata de eso.

—He pensado —dijo mi madre— que si tuviera otro hijo, él o ella sería más joven que el vuestro. Mi hijo sería menor que mi nieto.

Se echó a reír, y lo mismo hizo Mark.

—En fin, no —dijo—. No es ésa la noticia. La noticia es: ¿que te parecería que Mark se viniera a vivir a casa? Bueno, ya ves, es una pregunta, no una noticia. No te estamos diciendo que se vaya a mudar ni nada parecido. Te lo estamos preguntando. ¿Qué te parecería si Mark se viniera a vivir con nosotros? Signo de interrogación.

—Y si eso supone algún problema para ti nos olvidamos del asunto —dijo Mark.

—Pero como últimamente pasa tanto tiempo en casa, y...

No sabía qué decir. No conocía a Mark, y no tenía ningún interés especial en compartir la casa con él, pero no estaba seguro de que fuera a vivir en aquella casa mucho tiempo más. Si el futuro no se equivocaba, quiero decir.

—Está bien —dije.

—Tienes que pensártelo con más detenimiento —dijo mi madre.

Y, por supuesto, tenía razón. Y lo hice. Pensé un buen montón de cosas. Por ejemplo:

• ¿Por qué iba a querer vivir con alguien a quien no conozco?

• Y así sucesivamente.

Dicho de otro modo, tenía una gran pregunta y un montón de pequeñas preguntas que tenían que ver con televisores, cuartos de baño y albornoces, si sabéis a lo que me refiero... Y su hijo. No quería tenerlo pegado a mí todo el tiempo.

—No quiero tener a su hijo pegado a mí todo el tiempo —dije.

—¡Sam!

—Me has preguntado qué pensaba. Y lo que pensaba era eso.

—Me parece muy bien —dijo Mark.

—Pero ha sonado descortés —dijo mi madre.

—Lo único que he querido decir es que voy a hacer de canguro hasta hartarme —dije.

—Si es tu hijo no es hacer de canguro —dijo mi madre—. Cuando es tu hijo se llama «ser padre».

—Vive con su madre —dijo Mark—. No vas a tener que cuidarle.

—Entonces muy bien. De acuerdo.

—Así que dices que muy bien siempre que no tengas que molestarte por él lo más mínimo... —dijo mi madre.

—Sí. Más o menos.

No veía por qué tenía que molestarme en absoluto. El que Mark viniera a vivir a nuestra casa no era idea mía. Lo cierto era que iba a venir a vivir con nosotros dijera lo que dijera yo, eso estaba claro. Y, de todas formas, si no era él sería otro, tarde o temprano. Y la cosa podría ser peor, porque podríamos acabar yendo a vivir con alguien y con, pongamos, sus tres chicos y su rottweiler.

Un momento. Tengo que decir que no tengo nada en contra de que la gente se divorcie. Si no puedes soportar a alguien, no tendrías que estar casado con ese alguien. Es obvio. Y no me habría gustado crecer con mi madre y mi padre discutiendo todo el tiempo. Para ser sincero, no me habría gustado crecer viviendo con mi padre, y punto. Pero el problema es que el divorcio te deja expuesto a este tipo de cosas. Es como salir a la lluvia sólo con una camiseta encima, ¿no? Aumentas las probabilidades de coger algo. En el momento en que un padre se va de casa, se abre la posibilidad de que el padre de alguien se mude a ella. Y entonces las cosas pueden empezar a ponerse raras. Había un chico en el colegio que apenas conocía a nadie de la gente con la que vivía. Su padre dejó el hogar, un tipo con dos hijas se fue a vivir a su casa, su madre no se llevaba bien con las dos hijas. Conoció a otro tipo, se fue de casa, no se llevó con ella a su hijo, y el pobre chico se vio viviendo con tres personas a las que ni siquiera conocía un año atrás. A él parecía no importarle, pero a mí no creo que me hubiera gustado mucho esa situación. Un hogar se supone que es un hogar, ¿no? Un sitio donde conoces a la gente que vive en él.

Y entonces me acordé de que, según mi experiencia en el futuro, iba a acabar viviendo con un montón de gente que no conocía.

11

Ya nunca volví a llamar señor Burns al padre de Alicia. Lo llamaba Robert, lo cual estaba mucho mejor, porque cada vez que decía señor Burns pensaba en un vejestorio calvo que era dueño del reactor nuclear de Springfield. Y ya no volví a llamar señora Burns a la madre de Alicia. La llamaba Andrea. Nos llamábamos por el nombre de pila.

Era obvio que habían decidido Hacer un Esfuerzo conmigo. Hacer un Esfuerzo conmigo significaba preguntarme cómo me sentía respecto a todo cada dos días, y qué era lo que me preocupaba. Hacer un Esfuerzo conmigo significaba reírse durante una hora cada vez que decía algo que no fuera mortalmente serio. Y Hacer un Esfuerzo conmigo significaba Hablar del Futuro.

Empezaron a Hacer un Esfuerzo conmigo más o menos por las fechas en que dejaron de tratar de convencer a Alicia de que abortara. Trataron de hablar con los dos, y luego trataron de hablar conmigo, y luego trataron de hablar con ella. Y todo resultó una pérdida de tiempo. Alicia quería el bebé. Dijo que era la única cosa que había deseado en toda su vida, lo cual, para mí, no tenía mucho sentido, pero al menos sonaba a serio. Cada vez que Robert y Andrea intentaban hablar conmigo, yo decía: «Entiendo lo que queréis decir. Pero no va a hacerlo.» Y luego llegó la fase en la que se le veía claramente el bombo, muy cercana al momento en el que ya no se permite abortar, y dejaron de intentarlo.

Sabía lo que pensaban de mí. Pensaban que no era más que un gamberro con sudadera que había arruinado el futuro de su hija, y casi me odiaban por ello. Sé que suena extraño, pero podía comprenderles. Bueno, la verdad es que no había hecho mucho en favor de su futuro, ¿no? Y lo de que fuera un gamberro con sudadera se debía sólo a su ignorancia. Lo importante era que sus planes para Alicia se habían ido al traste. No sé si tenían algún plan para ella, la verdad, pero entre sus posible planes, fueran cuales fueran, no figuraba el tener un bebé. La gente como ellos no tenía una hija preñada, y no podían entenderlo. Lo veías a simple vista. Pero se estaban esforzando, y parte de su esfuerzo consistía en intentar tratarme como a uno más de la familia. Por eso me pidieron que me fuera a vivir con ellos.

Yo iba a cenar con ellos, y Alicia estaba hablando de un libro que estaba leyendo sobre cómo un bebé podía aprender diez lenguas si empezabas a enseñarle cuando era muy pequeño. Y Andrea apenas la escuchaba, y al final dijo:

—¿Dónde vais a vivir cuando nazca el bebé?

Alicia y yo nos miramos. Ya lo teníamos decidido. Pero no lo habíamos dicho.

—Aquí —dijo Alicia.

—Aquí. —Sí.

—¿Los dos? —dijo Robert.

—¿Qué dos? —dijo Alicia—. ¿Sam y yo? ¿O el bebé y yo?

—Los tres. —Sí.

—Vaya —dijo Andrea—. Muy bien. De acuerdo.

—¿Qué pensabais que iba a suceder? —dijo Alicia.

—Pensé que ibas a vivir aquí con nosotros, y que Sam iba a venir de visita —dijo Andrea.

—Estamos juntos —dijo Alicia—. Así que si no vivimos aquí tendremos que vivir en alguna otra parte.

—No, no, querida. Por supuesto que Sam puede quedarse.

—Eso parece.

—Es cierto. De veras. Pero sois demasiado jóvenes para vivir como marido y mujer bajo el techo de tus padres.

Expuesta de ese modo, la idea de Alicia parecía una locura. ¿Marido y mujer? ¿Marido? ¿Mujer? ¿Iba a ser yo un marido? ¿Alicia iba a ser mi mujer? No sé si habéis jugado alguna vez a las asociaciones de ideas, en las que uno dice «pescado» y tú dices «parrillada», o «mar», o «sopa». Pero si alguien me dice a mí «hombre» yo habría dicho enseguida «cerveza», o «traje», o «afeitarse». Yo no me afeitaba ni llevaba traje, aunque había bebido cerveza. Y ahora iba a tener una mujer.

—No seas melodramática, Andrea —dijo Robert— Alicia quiere decir que compartirá una habitación con Sam y con el bebé. Al menos de momento.

Eso no sonaba mucho mejor, la verdad. Yo nunca había compartido una habitación con nadie desde que tenía nueve años, cuando de vez en cuando iba a dormir a casa de alguien. Dejé de hacerlo porque no era capaz de conciliar el sueño con alguien que no paraba de moverse en la cama de al lado. Ahora todo aquello empezaba a sonar a algo real. Real y terrible.

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