Read Todo por una chica Online

Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (16 page)

BOOK: Todo por una chica
3.95Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Lo siento —dije.

—¿Me odias?

—No —dije—. No. Nada de eso. ¿Por qué iba a odiarte?

—¿Adonde fuiste?

—A Hastings.

—¿Por qué no me llamaste?

—Tiré el móvil al mar.

—¿Quieres saber el resultado de la prueba de embarazo?

—Creo que puedo adivinarlo.

E incluso entonces, aún cuando lo estaba diciendo, con ella allí llorando, después de haber venido a mi casa en pleno día y todos los millones de demás cosas que me decían a gritos que me esperaban malas noticias, mi corazón se puso a latir más deprisa. Porque seguía existiendo una posibilidad entre un trillón de que Alicia fuera a decir: «Apuesto a que no lo adivinas», o «No, no es eso». La suerte aún no estaba echada del todo. ¿Cómo iba yo a saber si estaba disgustada porque estuviéramos rompiendo, o porque sus padres se estuvieran divorciando, o porque su nuevo novio estuviera siendo horrible con ella? Podía ser cualquier cosa.

Pero lo que hizo fue asentir con la cabeza.

—¿Tu padre y tu madre no quieren matarme?

—Dios, no se lo he dicho —dijo—. Esperaba que lo hicieras conmigo.

No dije nada. Bien, no había estado en Hastings más que una noche, y mientras tanto no había pasado nada en absoluto, y el principal propósito de mi huida era precisamente que las cosas sucedieran. Que mi madre se enterara por los padres de Alicia, y que se pusiera furiosa. Pero lo que la había preocupado había sido mi desaparición en sí, y me perdonaba. Me entraron ganas de volver a Hastings.

Me había equivocado al pensar que el empleo con el señor Brady era igual de malo o incluso peor que tener un bebé. No lo era. Tener un bebé iba a matar a mi madre y a la madre y al padre de Alicia y probablemente a Alicia y a mí mismo, y no había nada que pudiera palpar allá en el suelo, junto a la cama del señor Brady, que pudiera causar tanto daño como aquello.

—¿Qué vas a hacer? —dije.

Alicia se quedó callada unos segundos.

—¿Puedes hacerme un favor? —dijo—. Cuando hablemos de esto, ¿podrías hablar en plural?

No lo entendí, e hice una mueca para darle a entender que no lo había entendido.

—Has dicho «¿Qué vas a hacer?» y tendrías que haber dicho «¿Qué vamos a hacer?».

—Oh, sí. Perdona.

—Porque... Bueno, he estado pensando en todo esto. Lo de que hayamos roto no importa, porque también es tu bebé, ¿no?

—Supongo. Si tú lo dices.

En casi todos los telefilmes o programas que había visto en la tele en toda mi vida, el tipo, en esta situación, dice eso en algún momento. Yo ni siquiera quería decir nada, en realidad. Me limitaba a decir lo que dice el guión.

—Sabía que dirías eso —dijo ella.

—¿Qué?

—Sabía que intentarías escaquearte. Los chicos siempre lo hacéis.

—¿Los chicos siempre lo hacéis? ¿Cuántas veces te has visto en esta situación, pues?

—Vete a tomar por el culo.

—Vete a tomar por el culo —repetí yo, con voz tonta.

El hervidor pitó. Tardé muchísimo en sacar las tazas y meter las bolsitas de té y echar la leche y sacar las bolsitas y tirarlas a la basura.

Antes de seguir con esta conversación, tengo que parar un momento para decir lo siguiente: ahora tengo dieciocho años. Cuando tuvo lugar esta conversación tenía sólo dieciséis. Así que fue hace dos años, pero a mí me parece que fue hace diez. Y no sólo porque hayan pasado montones de cosas desde entonces, sino también porque el chico que estaba hablando con Alicia aquella tarde... no tenía dieciséis años. No era sólo un par de años más joven que la persona que ahora os habla. Ahora tengo la sensación —y también la tenía entonces— de que aquel chico no tenía más que ocho o nueve años. Y se sentía enfermo y tenía ganas de llorar. Y la voz le temblaba casi cada vez que trataba de decir algo. Quería estar con su mamá, y no quería que su mamá se enterara.

—Lo siento —dije. Alicia había dejado de llorar durante unos segundos, pero ahora volvía a la carga, así que sentí que tenía que decir algo.

—No ha sido un buen comienzo, ¿eh?

Sacudí la cabeza, pero la palabra «comienzo» me hizo sentirme aún peor. Alicia tenía razón, por supuesto. Aquello no era sino un comienzo. Pero yo no quería que fuera un comienzo. Quería que fuera la peor parte de todo ello, y el final —pero no iba a ser así.

—Voy a tener el bebé —dijo.

Yo ya lo sabía, por la noche y el día que había pasado en el futuro, así que me resultó muy extraño oírlo como si fuera una noticia. A decir verdad, había olvidado que existiera alguna otra alternativa.

—Oh —dije—. ¿Qué ha pasado con el plural?

—¿A qué te refieres?

—Me acabas de decir que tendría que hablar de lo que «nosotros» íbamos a hacer. Y ahora me hablas de lo que

vas a hacer.

—Es diferente, ¿no?

—¿Por qué?

—Porque mientras el bebé está aquí dentro, es mi cuerpo. Y cuando salga será
nuestro
bebé.

Había algo que no sonaba bien en lo que decía, pero no podía identificar lo que era.

—Pero ¿qué vamos a hacer nosotros con un bebé?

—¿Que qué vamos a hacer? Cuidarlo. ¿Qué otra cosa podríamos hacer con él?

—Pero...

Con un poco de reflexión, alguien más inteligente que yo habría podido dar con ciertos argumentos en contra. Pero en aquel momento no se me ocurrió ninguno. Era su cuerpo, y quería el bebé. Luego, cuando tuviéramos el bebé, lo cuidaríamos. Al parecer no había mucho más que decir al respecto.

—¿Cuándo vas a decírselo a tus padres?

—Vamos. ¿Cuándo vamos a decírselo a mis padres?

«Vamos.» Iba a quedarme sentado mientras Alicia les contaba a sus padres algo que haría que quisieran matarme. O quizás ella iba a quedarse sentada mientras yo les contaba a sus padres algo que haría que quisieran matarme. Cuando me fui a Hastings, ya me había hecho una idea de que las cosas iban a ir mal. Pero no había llegado a imaginar todo lo mal que podrían ir.

—Muy bien. Vamos.

—Algunas chicas tardan un montón de tiempo en decírselo a sus padres —dijo—. Aguantan hasta que ya no lo pueden esconder más. He leído sobre ello en Internet.

—Parece sensato —dije. Un error.

—¿Tú crees? —Soltó como un resoplido—. Te parece sensato a ti, porque tú lo que quieres es retrasarlo todo lo que puedas.

—No. No es cierto.

—¿Qué haces esta noche? —me preguntó.

—Esta noche no es buen momento —dije, no con demasiada rapidez, pero tampoco con demasiada lentitud.

—¿Por qué?

—Porque he dicho... —(¿Qué he dicho? ¿Qué he dicho?)— ... que iría con... —(¿Con quién? ¿Con quién? ¿Con quién?)— ... mi madre... —(¿Adonde? ¿Adonde? ¡Mierda!)— ... a esa cosa del trabajo que tiene entre manos. Todo el mundo va siempre con alguien y ella siempre va sola, así que le he dicho hace siglos que...

—Muy bien. ¿Mañana por la noche?

—¿Mañana por la noche?

—No querías retrasarlo, ¿recuerdas?

Oh, pero el caso es que sí quería. Quería posponerlo para siempre. Sólo que sabía que no me estaba permitido decirlo.

—Mañana por la noche —dije, y en el momento mismo en que lo estaba diciendo me entraron ganas de ir al baño. No podía ni imaginar lo que iban a sentir mis tripas veinticuatro horas después.

—¿Me lo prometes? ¿Vendrás a casa después del colegio?

—Después del colegio. Prometido.

El día siguiente por la noche estaba a un centenar de años de distancia. Algo habría cambiado para entonces.

—¿Estás saliendo con alguien? —dijo Alicia.

—No. Dios. No.

—Yo tampoco. Y eso hace las cosas más fáciles, ¿no te parece?

—Supongo que sí.

—Escucha —dijo luego—. Sé que te hartaste de mí...

—No, no. No era eso —dije—. Era... —Pero no se me ocurría nada que decir, así que me callé.

—En fin —dijo—. Pero sé que eres un tío guay. Así que si ha tenido que suceder con alguien me alegro de que haya sido contigo.

—¿A pesar de que me haya ido de casa?

—No sabía que te hubieras ido de casa. De lo único que me enteré fue de que no habías ido al colegio.

—Era algo que me superaba —dije.

—Sí, bueno... Y a mí. Y me sigue superando.

Nos tomamos el té y tratamos de hablar de otras cosas, y luego Alicia se fue a casa. Y en cuanto se fue vomité en la pila de la cocina. Demasiados desayunos, supongo. Y aunque no estaba hablando con TH, de pronto oí su voz: «Me senté en el retrete con un cubo de basura entre las manos temblorosas, enfrente de la cara, y eché todo lo que tenía dentro por boca y narices (con fuerza impresionante e idéntica).» Curioso lo que uno piensa en momentos como éstos, ¿no?

Echaba de menos mis charlas con TH, pero lo que estaba sucediendo en el presente ya era bastante malo, así que no tenía ningunas ganas de saber nada de lo que podría pasarme en el futuro. En lugar de hablar con él, me leí su libro otra vez. Aunque me lo había leído cientos de veces, siempre encontraba cosas que se me habían olvidado. Había olvidado cómo le había pedido a Erin que se casase con él, por ejemplo, aquello de los coyotes y la linterna. Puede que no fuera exactamente que lo hubiera olvidado; puede que fuera más bien que nunca me había parecido demasiado interesante. Nunca había tenido tanto sentido para mí. Su primer matrimonio me resultaba soportable cuando tenía catorce o quince años porque de vez en cuando conocías a una chica con la que querías casarte. Durante las dos primeras semanas de estar con Alicia yo estaba seguro de que iba a casarme con ella, por ejemplo. Pero, en mi opinión, a esa edad jamás piensas en un segundo matrimonio. Ahora, sin embargo, era como si mi primer matrimonio —que de hecho aún no había empezado— se hubiera ido al traste, y tuviéramos un hijo, y todo fuera un auténtico desastre. Así que leer lo de TH y Erin me resultaba de ayuda, porque TH se había casado con Cindy y habían tenido a Riley y los dos lo habían superado. Y TH y Erin eran el futuro. Si alguna vez sobrevivía a aquel desastre, no volvería a casarme nunca. Estaba absolutamente seguro de ello. Pero puede que hubiera algo «al otro lado». Algo que anhelar. Algo como Erin, pero no Erin, ni ninguna otra chica o mujer.

Y por eso
Hawk — Occupation: Skateboarder
es un libro tan estupendo. Cuando lo coges para echarle una ojeada, siempre hay algo que puede servirte de ayuda en tu propia vida.

Cuando mi madre volvió del trabajo me dijo que íbamos a salir enseguida porque alguien del ayuntamiento le había puesto en contacto con una consejera familiar, y como esta consejera era amiga de una amiga iba a hacernos el favor de pasarnos delante de otros pacientes y teníamos una cita con ella a las seis y media de la tarde.

—¿Qué tal si nos tomamos un té? —dije. Era lo único que se me ocurrió decir, pero hasta yo me daba cuenta de que el té no iba a ser suficiente para librarme de ir a ver a esa consejera.

—Luego comemos un curry. Los tres salimos y charlamos.

—¿Los tres? ¿Cómo podemos siquiera saber que vamos a llevarnos bien con esa consejera?

—No con la consejera, so bobo. Con tu padre. Lo he convencido para que nos lleve en el coche. Hasta él ha entendido que es serio. Lo de que te hayas ido de casa.

Bueno, la cosa no podía ser más desastrosa, ¿no? Toda la familia yendo a ver a una señora para contarle problemas que en realidad no teníamos. De los problemas que sí teníamos, sin embargo, no tenían ni idea, y tampoco se iban a enterar de ellos. Iba a tener gracia, si es que algo podría llegar a tener gracia en mi vida otra vez.

El nombre de la dama era Consuela, lo que bastó para poner a mi padre de un humor de perros desde el primer minuto. No sé si a mi padre podría llamársele racista, porque yo jamás le he oído decir nada en contra de los negros o los asiáticos o los musulmanes. Pero odia a casi todo el que venga de Europa. Odia a los franceses, a los españoles, a los portugueses y a los italianos... No sé por qué, pero odia a casi todos los nacidos en lugares adonde te puede apetecer ir de vacaciones. Ha ido a todos esos sitios, y siempre dice que él no empezó la cosa, que fueron ellos los que le odiaron primero. Pero lo que dice no es cierto, porque yo he ido con él a un par de sitios de ésos. Y en cuanto se bajaba del avión empezaba a enfurruñarse. Mi madre y yo hemos intentado hablar con él del asunto, pero no hemos tenido ningún éxito. Él se lo pierde, de todas formas. El año pasado fuimos a Bulgaria, pero no fue mejor que los otros sitios, según él. Lo cierto es que odia ir al extranjero, así que es una suerte que África y esos países en los que viven negros estén tan lejos, porque si no sería un racista de tomo y lomo, y todos tendríamos que dejar de hablarle.

Ni siquiera podríamos haber fingido que Consuela no era española, porque Consuela tenía acento español. Cada vez que decía «yust» en lugar de «just» o algo parecido, casi podías ver cómo a mi padre le salía humo por la orejas.

—Así que te fuiste de casa, ¿eh, Sam? —dijo Consuela.

—Se fugó de casa —dijo mi padre.

—Gracias —dijo Consuela—. A veces cometo errores al hablar en inglés. Soy de Madrid.

—No lo habría imaginado nunca —dijo mi padre, con todo su sarcasmo.

—Gracias —dijo Consuela—. Bien —añadió luego—. ¿Podrías explicar por qué, Sam?

—Sí, bueno... —dije—. Se lo he contado a mi madre. El colegio me estaba agobiando y entonces..., no sé... Empecé a sentirme mal por que mamá y papá se hubieran divorciado.

—¿Y cuándo se divorciaron?

—Sólo hace diez años —dijo mi padre—. Ayer mismo.

—Sí, tú sigue, sigue... —dijo mi madre—. Un poco de cachondeo amable no nos vendrá nada mal.

—A Sam le tiene sin cuidado que nos hayamos divorciado —dijo mi padre—. No se la hargado a Hastings por eso. Hay algo que no nos cuenta. Ha robado algo. Ha empezado a tomar drogas. Algo.

Tenía razón, por supuesto. Pero tenía razón de una forma muy, muy desagradable. Daba por sentado que estaba mintiendo porque es un cabrón con mal genio que siempre piensa lo peor de todo el mundo.

—Bien, ¿qué es lo que piensa usted, Dave? —dijo Consuela.

—No lo sé. Pregúntele a él.

—Le estoy preguntando a usted.

—¿Y de qué sirve que me pregunte a mí? Yo no sé en qué ha podido meterse Sam.

—Le estoy preguntando a usted porque estas sesiones dan a cada cual la oportunidad de expresarse —dijo Consuela.

—Oh, ya lo pillo —dijo mi padre—. Ya se ha decidido que toda la culpa es mía.

BOOK: Todo por una chica
3.95Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Double Fault by Sheila Claydon
Incriminated by Maria Delaurentis
The Corrections by Jonathan Franzen
Señores del Olimpo by Javier Negrete
Gallant Waif by Anne Gracie