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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (17 page)

BOOK: Todo por una chica
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—¿Cuándo ha dicho ella eso? —dijo mi madre—. ¿Ve? Así es Dave. No se puede hablar con él. No es extraño que Sam se fuera de casa.

—Así que yo tengo la culpa... —dijo mi padre.

—¿Puedo decir algo? —dije—. ¿Tengo permiso?

Todos callaron, con cara de culpabilidad. Todo aquello era por mí, se suponía, y nadie me prestaba la menor atención. El único problema era que no tenía nada que decir que tuviera un mínimo de fuste. Lo único que podía tener sentido era decir que Alicia estaba embarazada, y para eso no era el lugar ni el momento.

—Oh, no importa —añadí—. ¿Para qué?

Crucé los brazos y me miré los zapatos, como si no tuviera intención de volver a hablar en toda la sesión.

—¿Eso es lo que sientes? —dijo Consuela—. ¿Que no sirve para nada que hables? —Sí —dije.

—No se siente así en casa —dijo mi madre—. Sólo aquí.

—Sólo que sus sentimientos sobre su divorcio y demás le resultan a usted un poco sorprendentes. Así que puede que en casa no hable tanto como usted piensa.

—¿Cómo una española acaba trabajando para el ayuntamiento? —dijo mi padre.

Si hubiera atendido a lo que estaba diciendo, en lugar de a los errores que cometía al hablar, podría haber respondido lanzándole una pulla a mi madre. Consuela acababa de decir que mi madre no parecía saber mucho sobre mi persona. Pero así es mi padre en todo. A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si me hubiera ido a Barnet a vivir con él en lugar de haberme quedado con mi madre. ¿Habría acabado odiando a los españoles, como él? Seguramente no habría patinado, porque donde él vive no hay tanto cemento como aquí. Y no habría tenido interés en que estuviera todo el tiempo dibujando. Así que seguramente habría estado mucho peor. Pero por otra parte tampoco habría conocido a Alicia. Y no haber conocido a Alicia habría sido bueno. No haber conocido a Alicia era lo mejor de todo en la hipótesis de haberme ido a vivir con mi padre.

—¿Le supone algún problema que sea española?

—No, no —dijo mi padre—. Sólo me estaba preguntando.

—Me casé con un inglés hace mucho tiempo. Y llevo viviendo aquí muchos, muchos años.

Mi padre me hizo una mueca sin que ella lo notara, y por poco me echo a reír. Era una mueca estupenda, la verdad, porque era una mueca que quería decir: ¿Cómo su inglés es tan desastroso, entonces? Y ésa es una mueca muy difícil de poner.

—Pero, por favor... Sam tiene muchos problemas, al parecer. Necesitamos hablar de ellos en el tiempo de que disponemos.

Muchos, muchos problemas.

—Sam, también dices que el colegio es para ti un problema. —Sí.

—¿Puedes explicárnoslo?

—En realidad no —dije. Y volví a mirarme fijamente los zapatos. Iba a ser mucho más fácil de lo que pensaba, pasar aquella hora de consulta.

Luego, tuvimos que ir a comer los tres juntos y charlar un poco más. Fuimos a un indio, y cuando trajeron los
popadoms
mi madre volvió a la carga:

—¿Te parece que sirve de algo?

—Sí —dije. Y era verdad, más o menos.

Si hubiera habido algún problema en el colegio o con el divorcio de mi madre y mi padre aquél era el tipo de sitio donde tendríamos que hablarlo. El caso es que yo no tenía ningún problema de esa clase, aunque no podía culpar a Consuela por eso (ni yo ni nadie).

—¿Qué tal Alicia? —dijo mi madre.

—¿Quién es Alicia? —dijo mi padre.

—Esa chica con la que estaba saliendo Sam. Tu primera novia seria, diría yo. ¿No, Sam?

—Supongo...

—¿Y ya no sales con ella? —preguntó mi padre.

—No.

—¿Por qué no?

—No sé. Es que...

—¿Entonces es sólo una coincidencia? —dijo mi madre.

—¿Qué coincidencia?

—Primero rompes con Alicia y luego te largas a Hastings. —Sí.

—¿Seguro?

—Bueno, ya sabes.

—¡Ah! ¡Por fin! —dijo mi padre. Y entonces le lanzó la pulla a mi madre—: ¿Ves? ¿Por qué no has sacado eso donde la psicóloga?

—Sam no ha dicho que una cosa tenga que ver con la otra.

—¡Sí lo ha dicho! ¡Acaba de decir: Bueno, ya sabes...! ¡Eso es lo más cerca de decir algo que Sam haya estado en toda su vida! En el idioma de Sam, eso es decir: Esa chica me ha jodido de veras y no he podido soportarlo y me he largado.

—¿Es eso lo que acabas de decir? —me preguntó mi madre—. ¿Es eso lo que quiere decir: Bueno, ya sabes... en el idioma de Sam?

—Sí, supongo que sí...

No me dio la sensación de estar mintiendo. Al menos estábamos hablando de la persona que importaba, y no de cosas sin la menor importancia, como el colegio y su divorcio. Así que sentí una especie de alivio. Y era verdad que Alicia me había estado jodiendo, en cierto modo. Y que yo no había podido soportarlo.

—¿Qué bien iba a hacerte fugarte de casa? —dijo mi padre. Una pregunta que venía a cuento, sí señor.

—No quería seguir viviendo en Londres.

—¿O sea que te fuiste a Hastings para siempre?

—Bueno. No exactamente. Porque he vuelto. Pero sí, pensé que me iba para siempre.

—No puedes irte de una ciudad cada vez que alguien te deja —dijo mi padre—. Ese tipo de cosas pasan siempre. Te pasarías la vida viviendo en ciudades distintas.

—Me siento mal porque yo les presenté —dijo mi madre—. No creí que fuera a causar tantos problemas.

—Pero ¿cómo se te ocurrió pensar que eso iba a servirte de algo? —dijo mi padre—. ¿Irte a Hastings?

—Sabía que allí no la vería.

—¿Es de aquí, entonces?

—¿De dónde te crees que es, pues? ¿De Nueva York? ¿Cuándo han salido los chicos con chicas que no son de aquí? —dijo mi madre.

—Todo esto no tiene ni pies ni cabeza —dijo mi padre—. Lo entendería si la hubieras dejado preñada o algo. Pero...

—Oh, qué encantador... —dijo mi madre—. Eso es enseñar responsabilidad a tu hijo...

—No he dicho que sea eso lo que hay que hacer, ¿o sí? Lo único que he dicho es que lo entendería. O sea, que en cierto modo explicaría su comportamiento.

De nuevo tenía razón. Sería una explicación. Quizás la mejor de todas las explicaciones.

—La gente hace cosas extrañas cuando se le rompe el corazón. Pero tú no quieres enterarte.

—Oh, ya empezamos.

—Tú no te sentiste morir ni se te partió el corazón cuando rompimos, ¿verdad? No te largaste a ninguna parte. Aparte de a la casa de tu novia.

Y se enzarzaron de nuevo.

A veces, oír hablar a mi padre y a mi madre es como ser un espectador en un estadio donde se están corriendo los diez mil metros olímpicos. Los atletas van dando vueltas y vueltas y vueltas, y en cada una de ellas hay un pequeño trecho en el que pasan justo por delante de ti y los ves desde muy cerca. Pero luego llegan a la curva y desaparecen. Cuando mi padre empezó a hablar de que había dejado preñada a Alicia fue como si hubiera saltado la valla de la pista y viniera a toda velocidad hacia mí. Pero luego se distrajo y siguió disputando la prueba.

Volví al colegio al día siguiente, pero no hablé con nadie ni escuché nada, y no cogí un bolígrafo en todo el día. Estuve sentado en mi sitio, pensando cosas que me daban vueltas y vueltas a la cabeza y el estómago. Algunas de estas cosas eran las siguientes:

• Me vuelvo a Hastings.

• Poco importaba que la vez anterior me hubiera ido a Hastings. Ahora me podía ir a cualquier parte. A cualquier ciudad costera.

• ¿Qué nombre está bien para un bebé? (Y un buen montón de nombres, como Bucky, Sandro, Ruñe, Pierre-Luc... Lo que hice fue seguir una lista de buenos skaters que tenía en la cabeza.) Una cosa sí sabía, una cosa que había aprendido en el futuro: Roof era una mierda de nombre. Nada me haría cambiar de opinión sobre eso. ¿Os acordáis de cómo en
Terminator
intentan proteger al bebé que aún no ha nacido y qué un día salvará al mundo? Bueno, pues mi misión era impedir que a mi futuro bebé le llamaran Roof.

• ¿Tratarán de pegarme de verdad los padres de Alicia? ¿Físicamente? La culpa no era sólo mía.

• Mi madre. Yo en realidad no tenía pensamientos o preguntas sobre ella. Lo que hacía era seguir pensando en cómo se pondría cuando se lo contara. Cuando dijo lo de su corazón roto la noche anterior me puse muy triste, porque sabía que también yo le iba a romper el corazón. Significaba que toda nuestra familia tendría roto el corazón.

• ¿Tendría que ir a ver cómo nacía el bebé, por ser el padre? Yo no quería. Vi nacer a un bebé en la tele, y fue terrible. ¿Haría Alicia aquellos ruidos? ¿Podría pedirle que no los hiciera?

• ¿Qué iba a hacer yo para ganar dinero? ¿Pagarían nuestros padres todo?

• Y cuando fui proyectado hacia el futuro, ¿era realmente el futuro? ¿Iba a vivir con Alicia en casa de sus padres? ¿Iba a dormir con ella en la cama?

Nada de esto conducía a nada, pero tampoco podía librarme de ello. Seguía y seguía en mí. Me sentía como uno de esos tipos que trabajan en los parques de atracciones: saltaba de un cubilete y me metía de un salto en el siguiente, hacía dar vueltas a la barraca y asustaba a todo el mundo (es decir, también a mí), y así sucesivamente. A la hora del almuerzo fui con unos compañeros de clase al local de
fish and chips
, pero no comí nada. No pude. Tuve la sensación de que no volvería a comer nada en toda mi vida. O hasta que hubiera nacido Pierre-Luc y Alicia hubiera dejado de hacer aquellos ruidos.

Al salir del colegio vi a Alicia en la acera de enfrente. Me empezó a entrar el mal genio al ver que no confiaba en mí, pero teniendo en cuenta que había desaparecido ya una vez no podía reprochárselo demasiado. Y además se la veía contenta de verme, y sonreía, y me acordé de por qué habíamos salido juntos. Pero aquello parecía ahora muy lejano. Ella parecía mucho mayor, para empezar. Mayor y más pálida. Estaba muy blanca.

—Hola —dijo.

—Hola. ¿Estás bien?

—No mucho —dijo—. Me he pasado la mañana vomitando, y estoy muerta de miedo.

—¿Quieres que vayamos a tomar algo? ¿A Starbucks o a donde sea?

—Seguramente vomitaré otra vez. Podría beber un poco de agua. El agua podría sentarme bien.

Diréis que era mucho peor para ella que para mí. Yo estaba muerto de miedo, y ella también. Pero no podría decir que estuviera más asustado que ella. De hecho, teniendo en cuenta que yo tenía más miedo de decírselo a mi madre que a sus padres, entendía perfectamente que ella estuviera pasando un calvario ante lo que estábamos a punto de hacer. Y, por si fuera poco, tenía náuseas. Podríamos haber ido a Starbucks a tomarnos un frappuccino de caramelo, con nata encima, pero me daba cuenta de que si Alicia intentaba tomar uno le vendrían las arcadas en cuestión de segundos. Y cuando pensé en ello, a mí también se me quitaron las ganas de tomarme uno.

Fuimos en autobús hasta su casa, y nada más entrar subimos a su cuarto, porque no había nadie en casa. Se sentó en la butaca, y acabé sentándome entre sus pies. No había estado en su cuarto desde que estuve en el futuro, y en el futuro era diferente. (Suena extraño, ¿no? Decirlo así. Debería ser: «En el futuro
será
diferente», ¿no? Pero si lo digo así, significaría que lo que vi cuando fui proyectado era ciertamente el futuro, y no estoy ciento por ciento seguro de que eso sea cierto. Así que seguiré hablando del futuro como si fuera el pasado.) En fin, el póster de Donnie Darko que no estaba en el futuro volvía a estar allí, no lo habían quitado aún. Y me alegró verlo.

—¿Cómo sabes que van a volver directamente a casa? —dije.

—Se lo he pedido. Saben que no he estado muy alegre últimamente, y les he dicho que quería hablar con ellos.

Puso una música triste, lenta (tanto que me pareció que el reloj se me estaba parando). Era una mujer que cantaba una canción sobre alguien que la había dejado, y recordaba todas esas cosas de él, como su olor y sus zapatos y lo que llevaba en los bolsillos de la chaqueta cuando te metes la mano y palpas. No había nada que no recordara —al parecer— y la canción duraba eternamente.

—¿Te gusta? —dijo Alicia— La he estado poniendo mucho.

—Está bien —dije—. Un poco lenta.

—Se supone que tiene que ser lenta. Es una canción lenta.

Y volvimos a quedarnos callados, y empecé a pensar en vivir en aquella habitación con ella y con un bebé, escuchando música lenta, triste. No estaría tan mal. Hay cosas peores. No me pasaría todo el día allí metido, ¿no?

Oímos cómo se cerraba la puerta abajo. Y me levanté.

—Nos quedaremos aquí hasta que estén los dos —dijo Alicia—. Porque si no, sé lo que va a pasar. Mi madre nos hará hablar antes de que mi padre llegue a casa. Y luego tendremos que volver a pasar por todo otra vez.

El corazón me latía con tanta fuerza que si me hubiera levantado la camiseta y me hubiera mirado el pecho, seguramente lo habría visto inflándose y deshinchándose, como si tuviera un hombrecito atrapado allí dentro.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Alicia.

Lo que estaba haciendo era lo siguiente: me estaba mirando debajo de la camiseta para ver si tenía un hombrecito atrapado en el pecho. La verdad es que no sabía ya lo que estaba haciendo.

—Nada —dije.

—Va a ser duro —dijo Alicia, como si el hecho de mirarme debajo de la camiseta fuera a hacerlo aún más duro.

—No voy a estar mirándome ahí abajo mientras se lo diga —dije, y se echó a reír. Me gustó oírla.

—¡Alicia! —gritó su madre.

—No le hagas caso —me susurró Alicia, como si me viera dispuesto a salir del cuarto a decir algo.

—¿Alicia? ¿Estás ahí arriba?

—Ha entrado con alguien hace una media hora —gritó su padre. ¡Había estado en casa todo el tiempo, dándose un baño o leyendo en su dormitorio o haciendo quién sabe qué!

Alicia salió del cuarto, y la seguí.

—Estamos aquí —dijo.

—¿Con quién estás? —dijo su madre, toda contenta. Y luego, no tan contenta al vernos bajar las escaleras—: Oh, Sam. Hola.

Nos sentamos en la mesa de la cocina. Y empezaron con el ajetreo del té y la leche y el azúcar y las galletas, y yo ya empezaba a preguntarme si los padres de Alicia se olían algo, y todo aquello del hervidor de agua y demás no era más que un modo de apegarse a su vida de antes un ratito más. Era como cuando yo había tirado el móvil al mar. Cuanto más tiempo tarde alguien en contarte lo que no quieres oír, mejor que mejor. No tenía que ser muy difícil de adivinar, la verdad. ¿Qué es lo que nosotros dos podíamos querer contar? Habíamos roto poco tiempo atrás, así que no podíamos querer decirles que queríamos casarnos. Y Alicia no había estado en ninguna parte, así que no íbamos a decirles que nos habíamos fugado a alguna parte para casarnos. ¿Qué quedaba, pues?

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