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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (18 page)

BOOK: Todo por una chica
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—¿Qué tenéis en mente? —dijo el padre de Alicia.

Alicia me miró. Me aclaré la garganta. Nadie dijo nada.

—Voy a tener un bebé —dije.

No creo que tenga que explicar que no estaba tratando de ser gracioso. Sólo que lo dije mal. Creo que fue porque Alicia me había dado toda aquella charla de que debía hablar de «nosotros» a partir de entonces. Me lo había tomado demasiado en serio. Sabía que el bebé no era sólo de ella, pero ahora me había pasado y había parecido que afirmaba que el bebé era sólo mío.

Sea como fuere, no pudimos tener un peor comienzo. Porque Alicia emitió una especie de resoplido, que no eran sino sus esfuerzos por no soltar la carcajada. Yo había dicho algo estúpido porque estaba nervioso, y Alicia había estado a punto de soltar la carcajada porque estaba nerviosa. Pero su padre no se hizo cargo de nuestros nervios. Se puso directamente furioso.

—¿Te parece GRACIOSO? —gritó, y yo caí en la cuenta de que ya lo habían adivinado. En las pelis, y supongo que también en la vida, la gente se queda callada cuando oye malas noticias. O repiten la última palabra, ya sabéis: «¿Un
bebé
?» Pero él no hizo nada de eso. Él se puso a chillar. La madre de Alicia no gritó. Lo que hizo fue echarse a llorar, y desplomarse sobre la mesa de la cocina con los brazos sobre la cabeza.

—Y vamos a tenerlo —dijo Alicia—. No me voy a librar de él.

—No seas ridicula —dijo su padre—. No puedes ocuparte de un bebé con la edad que tienes. Ninguno de los dos podéis.

—Muchas chicas de mi edad lo hacen —dijo Alicia.

—No chicas como tú —dijo su padre—. Suelen tener más juicio.

—¿Nos odias? —dijo la madre de Alicia de pronto—. ¿Es eso lo que pasa?

—Mamá, sabes que no os odio —dijo Alicia.

—Estoy hablando con él —dijo su madre. Y entonces, cuando la miré, todo confundido, ella añadió—: Sí. Contigo.

Yo negué con la cabeza. No sabía qué otra cosa podía hacer.

—Porque esto le impide dejarte, ¿no es eso?

No tenía ni idea de qué estaba hablando.

—¿Qué quiere decir? —dije.

—¿Qué quiere decir? —repitió ella, con una vocecita estúpida con la que (creo) quería llamarme obtuso.

—Él no tiene nada que ver en esto —dijo Alicia. Y a continuación, antes de que sus padres pudieran decir nada—: Bueno, algo sí ha tenido que ver. Pero lo de tener el bebé ha sido decisión mía. Él no quería, me da la sensación. Y, sobre lo otro, yo ya me había librado de él. Sam no quería seguir conmigo.

—¿Cómo ha sucedido? —dijo su madre—. Ya suponía que estabais teniendo relaciones sexuales. Lo que no pensaba era que fuerais tan estúpidos como para hacerlo sin protección.

—Utilizamos protección.

—Y, entonces, ¿cómo ha sucedido?

—No lo sabemos.

Yo sí lo sabía, pero la verdad es que no tenía ningunas ganas de entrar en ello: en esas cosas que suceden a medias y a destiempo. Y además ahora ya no importaba.

—¿Y qué te hace pensar que quieres tener el bebé? Si ni siquiera fuiste capaz de cuidar un pez de colores.

—Eso fue hace años.

—Sí. Hace tres años. Eras una chiquilla entonces, y eres una chiquilla ahora. Dios. No puedo creer que estemos teniendo esta conversación.

—¿Qué le pasó al pez de colores? —dije. Pero nadie me hizo el menor caso. Era una pregunta estúpida. Lo que le pasó a su pez de colores fue probablemente lo mismo que le pasó a mi pez de colores, y al pez de colores de todo el mundo. No los vendemos, ni los damos en adopción, ¿no? Todos acaban yéndose por el retrete después de tirar de la cadena.

—¿Qué me dices de tu madre, Sam? ¿Qué piensa ella de esto?

—No lo sabe aún.

—Muy bien. Vamos a hablar con ella. Ahora mismo. Todos.

—Eso no es justo, mamá —dijo Alicia.

Yo también pensaba que no era justo, pero no se me ocurría ninguna razón que apoyara esta opinión.

—¿Por qué «no es justo»? —dijo su madre. Puso otra vocecita tonta, esta vez para dar a entender que Alicia era una quejica.

—Porque deberíamos tener la oportunidad de decírselo nosotros sin que vosotros estéis presentes. Ella no estaba aquí ahora, ¿no? Cuando os lo hemos dicho.

—¿Puedo preguntarte algo, Sam? —dijo el padre de Alicia. Llevaba un buen rato sin hablar.

—Sí, claro.

—Recuerdo a tu madre en la fiesta en la que conociste a Alicia. Es una mujer muy guapa, ¿no es cierto?

—No lo sé. Supongo que sí.

—Joven y guapa. —Sí.

—¿Cuántos años tiene?

—Tiene... Bueno, sí, tiene treinta y dos años. —Treinta y dos. Así que tenía dieciséis cuando te tuvo. No dije nada.

—Santo Dios —dijo—. ¿Es que no aprendéis nunca nada?

Al final vinieron con nosotros. Se habían calmado, y la madre de Alicia reprendió a su marido por lo que me había dicho, y el hombre se disculpó. Pero yo sabía que no se me iba a olvidar nunca («... no aprendéis». ¿A quiénes se refería? ¿A la gente que tiene bebés con dieciséis años? ¿Qué clase de gente es?). Estuve de acuerdo en que fuéramos todos juntos. Tenía miedo. No a que mi madre fuera a hacerme algo. Me daba miedo lo desdichada que iba a sentirse. De todas las cosas que mi madre temía, ésta era posiblemente la que más temía. Habría sido mejor que hubiera tenido pánico a que me enganchara a las drogas y que un día yo hubiera aparecido con una jeringuilla clavada en el brazo. Al menos habría podido quitármela. Habría sido mucho mejor que hubiera tenido pavor a que me decapitaran y que un día yo hubiera aparecido con la cabeza debajo del brazo. Al menos estaría muerto. Así que confiaba en que si aparecíamos los cuatro en la puerta tendría que comportarse con corrección, al menos hasta que ellos se hubieran ido. Dios, todo era a corto plazo. Era de la única forma en que podía pensar. Si me fui a Hastings, no pude más que posponer las cosas un día. Si la madre y el padre de Alicia venían conmigo a mi casa a contarle a mi madre que había dejado embarazada a su hija, la cosa no iba a ser tan terrible durante una hora o así. Pero no podía soportar pensar en el futuro, así que me limitaba a hacer que las cosas no fueran demasiado malas durante los veinte minutos siguientes, y así una y otra vez.

Le había dicho a mi madre que me iría por ahí después del colegio, así que no sabía si estaría en casa o no. Le había dicho que iría a casa de un amigo a tomar el té, y que volvería a eso de las ocho. Cuando sabía que yo no iba a volver a casa nada más salir del colegio, a veces se iba a tomar una copa con alguien del trabajo, o a casa de alguna amiga a tomar un té. Les advertí de ello, pero los padres de Alicia dijeron que, como se trataba de un asunto grave, si mi madre no estaba en casa no les importaba esperar hasta que llegara.

Algo me hizo tocar el timbre en lugar de sacar la llave y abrir y dejar que todos entraran. Supongo que pensé que no estaba bien hacer pasar a los padres de Alicia sin antes advertir a mi madre de que venían conmigo. El caso es que al principio nadie contestó, pero justo cuando estaba sacando las llaves del bolsillo mi madre salió a la puerta en bata.

Supo al instante que algo pasaba. Creo que seguramente supo también qué era ese algo. Alicia, su madre, su padre, cuatro caras muy serias... Digamos que para adivinarlo no habría necesitado ni tres intentos. Tenía que ser sexo o drogas, ¿no?

—Oh, hola. Estaba a medias de—

Pero no se le ocurrió a medias de qué estaba, lo que a mí me pareció una mala señal. De repente me inquietó la bata. ¿Por qué no podía habernos dicho que estaba tomando un baño, si era eso lo que estaba haciendo? Tomar un baño no es nada de lo que uno haya de avergonzarse, ¿no?

—Bueno, pasad, pasad. Sentaos. Yo voy a ponerme algo encima. Sam, pon el hervidor. A menos que vosotros queráis algo más fuerte —dijo, refiriéndose a los padres de Alicia—. Tenemos una botella de vino abierta, creo. Normalmente no..., pero... Y puede que tengamos cerveza. ¿Hay cerveza, Sam?

Estaba balbuceando. También ella quería diferir las cosas.

—Estamos bien, gracias, Annie —dijo la madre de Alicia—. Por favor, ¿podemos decir algo antes de que te vistas?

—Preferiría...

—Alicia está embarazada. De Sam, por supuesto. Y quiere tener el bebé.

Mi madre no dijo nada. Se limitó a mirarme durante largo rato, y luego fue como si su cara fuera un trozo de papel que alguien estuviera arrugando a conciencia. Tenía líneas y pliegues y arrugas en todas partes, en sitios en los que normalmente nunca había nada. Ya sabéis: siempre puede saberse si un trozo de papel ha sido arrugado o no, por mucho que se haya tratado luego de alisarlo. Bien, pues cuando vi que estaba poniendo aquella cara supe que aquellas arrugas jamás llegarían a quitársele, por feliz que pudiera llegar a ser. Y luego se oyó aquel ruido horrible. Jamás vería a mi madre en el momento de enterarse de mi muerte, por ejemplo, pero no puedo imaginar que llegara a hacer un ruido diferente.

Se quedó allí llorando durante un rato, y luego Mark, su nuevo novio, bajó al salón a ver lo que pasaba. Así pues, Mark explicaba lo de la bata. No se necesitan poderes especiales para leer en la mente de los padres de Alicia. Era una mente muy fácil de leer, porque la llevaban escrita en la cara y en los ojos. «... no aprendéis...», oí que me decía el padre, aunque no estuviera diciendo nada en aquel momento, aunque no hiciera nada más que mirar. «... no aprendéis...

¿Hacéis algo más en la vida? ¿Aparte de practicar el sexo?» Y sentí ganas de matar a mi madre, lo cual era una coincidencia, porque ella sentía ganas de matarme a mí.

—De todas las cosas, Sam... —dijo mi madre después de lo que me pareció un siglo—. De todas las cosas que podías haber hecho... De todas las formas en que podías haberme hecho daño...

—No quería hacerte daño —dije—. De verdad. No quería que Alicia se quedara embarazada. Era la última cosa que quería hacer.

—Hay un medio de no dejar embarazada a una chica —dijo mi madre—. No teniendo sexo con ella.

No dije nada. Quiero decir que no se puede discutir lo que acababa de decir, ¿no? Pero su afirmación significaba que no podría tener sexo más que dos o tres veces en mi vida, y ni siquiera tantas si decidía que no quería tener hijos. Pero era una decisión que tampoco podía tomar ya. Iba a tener hijos lo quisiera o no. Uno, al menos, a menos que Alicia tuviera gemelos.

—Voy a ser abuela —dijo mi madre—. Soy cinco años menor que Jennifer Aniston y voy a ser abuela. Y dos años menor que Cameron Diaz.

Cameron Diaz era una novedad. Nunca le había oído mencionarla antes.

—Sí —dijo el padre de Alicia—. Bien. Hay una gran cantidad de cosas desafortunadas en este asunto. Pero a nosotros, de momento, nos preocupa más el futuro de Alicia.

—¿Y el de Sam no? —dijo mi madre—. Porque él también tenía un futuro.

La miré. ¿Tenía? ¿Yo
tenía
un futuro? ¿Y ese futuro dónde estaba ahora? Quería que mi madre me dijera que todo iba a salir bien. Quería que me dijera que ella iba a sobrevivir, de forma que también yo sobreviviría. Pero no me estaba diciendo eso. Me estaba diciendo que yo ya no tenía futuro.

—Por supuesto. Pero estamos más preocupados por Alicia porque es nuestra hija.

Aquello sonaba justo a mis oídos. Cuando mi madre empezó a lanzar alaridos, no era porque estuviera enfadada con Alicia.

—Alicia, cariño —dijo mi madre—. Acabas de enterarte, ¿verdad?

Alicia asintió con la cabeza.

—Así que aún no sabes qué pensar, ¿verdad? Es imposible que sepas si en realidad quieres tenerlo o no.

—Oh, eso lo sé perfectamente —dijo Alicia—. No voy a matar a mi bebé.

—No vas a matar a tu bebé. Lo que vas a...

—He estado leyendo sobre ello en Internet. Es un bebé.

La madre de Alicia suspiró.

—Me preguntaba qué cosas has estado leyendo sobre este asunto —dijo después—. Escúchame. La gente que cuelga cosas sobre el aborto en Internet son todos cristianos evangélicos y...

—No importa lo que sean, ¿no? Los hechos son los hechos —dijo Alicia.

La conversación toda era un batiburrillo. Tocaba de todo un poco. Cameron Diaz, los cristianos evangélicos... No tenía ganas de seguir escuchando nada de lo que se estaba hablando. Pero tampoco sabía lo que quería oír. ¿Qué me habría podido convenir oír en aquella situación?

—Será mejor que me vaya —dijo Mark.

Todos nos habíamos olvidado de que estaba presente, y todos lo miramos como si aún no estuviéramos muy seguros de que lo estuviera.

—A casa —dijo Mark.

—Sí —dijo mi madre—. Claro.

Le hizo adiós con la mano con desgana, pero Mark no tenía puestos los zapatos, así que tuvo que volver a buscarlos al dormitorio de mi madre.

—Bien, ¿y esto dónde nos sitúa? —dijo el padre de Alicia.

Nadie dijo nada durante un rato, aparte del momento en que Mark cruzó la sala y dijo adiós otra vez. No entendía en absoluto cómo alguien podía esperar que lo que estábamos hablando pudiera situarnos en alguna parte, aparte del sitio donde ya estábamos. Alicia estaba embarazada, y quería tener el bebé. Si las cosas seguían como estaban, podíamos seguir hablando y hablando hasta cansarnos sin que cambiara nada de nada.

—Necesito hablar con mi hijo a solas —dijo mi madre.

—Aquí ya no hay más a solas que valga —dijo el padre de Alicia—. Todo lo que quieras decirle a él nos incumbe a nosotros. Ahora todos somos de la familia.

Me entraron ganas de decirle que vaya estupidez. Mi madre se puso furiosa.

—Lo siento, pero seguiré hablando con mi hijo a solas durante el resto de mi vida tantas veces como a él y a mí nos apetezca. Y no somos de la familia. Ni lo somos ahora, ni puede que lo seamos nunca. Sam hará siempre lo que deba hacer, y yo también, pero si piensas que eso te autoriza a venir a mi casa y a exigir el derecho a oír mis conversaciones privadas, vas listo.

El padre de Alicia estaba a punto de responder, pero Alicia lo detuvo.

—No vais a creer lo que voy a deciros —dijo—, pero papá es muy inteligente la mayoría de las veces. Pero no ha sido muy inteligente en lo que acaba de decir. Papá, ¿crees que alguna vez querrás hablar conmigo a solas, sin que ni Sam ni su madre nos estén escuchando? ¿Sí? Pues entonces cállate. Dios. En serio.

Su padre se quedó mirándola, y luego sonrió; esbozó una especie de sonrisa, y también mi madre, y la cosa quedó zanjada.

Lo primero que mi madre dijo cuando Alicia y sus padres se fueron fue:

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