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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (25 page)

BOOK: Todo por una chica
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—No me has dicho cuándo ha sido la última —dije—. Así que no he podido cronometrarte.

Se echó a reír.

—Lo siento —dijo—. Tienes razón.

Y alargó el brazo y me cogió la mano y me la apretó, y dijo:

—Estoy contenta de verte. —Y se puso a llorar un poco—. Estoy asustada de verdad —dijo.

Y sé que suena estúpido, pero una de las cosas de las que me siento más orgulloso es de que no dije: Y yo también. Sentí ganas de decirlo, por supuesto. Todo era terrorífico, y ni siquiera había empezado. Dije:

—Todo va a ir bien. —Y le apreté la mano yo también. No servía de mucho, lo que le había dicho, pero era mejor que decirle: Yo también, y estallar en sollozos y/o salir disparado hacia Hastings. Eso sí que no le habría servido de nada.

Su madre nos llevó al hospital, y Alicia no tuvo el bebé en el coche. Quería que su madre fuera a ciento cuarenta por hora, y a cero kilómetros por hora al pasar por encima de los badenes. Si alguna vez habéis ido en coche por Londres —o en cualquier otro sitio— sabréis que no se puede ir a ciento cuarenta por hora ni a las tres de la madrugada, en parte por el tráfico, y en parte porque hay badenes cada quince centímetros. Y tampoco eran las tres de la madrugada. Eran las tres de la tarde. Dicho de otra forma, íbamos a unos cinco kilómetros por hora, lo cual era demasiado lento cuando no pasábamos por encima de los badenes y demasiado rápido cuando sí pasábamos por encima de los badenes. Yo tenía unas ganas enormes de decirle a Alicia que dejara de soltar aquellos ruidos de burro, porque estaban poniéndome nerviosísimo. Pero sabía que no debía decírselo.

No tenía que haberme preocupado por la sed. Había un baño en nuestro cuarto del hospital, y, de todas formas, tuvimos muchísimo tiempo. En un momento dado había tan poco movimiento en lo del parto que hasta salí del hospital y me fui a comprar una Coca-Cola y una chocolatina. Esperaba que todo iba a ser, ya sabéis, «¡Empuja, empuja..., ya le veo la cabeza!», y yo dando vueltas y vueltas a... En realidad no sé de dónde adonde. De un lado de Alicia a otro, supongo. En cualquier caso, no tenía por qué haberme preocupado tanto por no tener tiempo para ir al baño a beber agua y demás, y tampoco por haber tenido que parar el coche para que Alicia diera a luz a las puertas de una oficina de Correos o algo parecido. ¿Cuántos bebés nacen al año en este país? Unos seiscientos mil, es la respuesta correcta. Acababa de mirarlo en Internet. Y ¿cuántos de esos bebés nacen en un autobús, o al lado de la carretera? Unos dos o tres. (Esto es una suposición. Intenté mirarlo también. Puse «Bebés nacidos en autobuses en el Reino Unido» en Google, pero la búsqueda no dio ningún resultado.) Por eso a veces ves ese tipo de noticias en los periódicos: porque son casos muy raros. Los partos son lentos. Lentos y luego rápidos. A menos que seas uno de los casos de bebés nacidos en el autobús.

En fin, la enfermera salió a recibirnos a la puerta de la Maternidad, y nos llevó hasta nuestro cubículo, y Alicia se acostó en la cama. Su madre le dio un masaje, y yo deshice la bolsa que teníamos lista desde hacía siglos. En las clases nos habían dicho que preparáramos una bolsa. Yo me había puesto una muda y una camiseta, y Alicia algo de ropa. Y habíamos metido montones de patatas fritas y galletas y agua. Y un reproductor de CD y algo de música. La mujer de las clases de preparación al parto nos había dicho que la música era buena para relajarse, y nos habíamos pasado montones de tiempo escogiendo canciones y copiando CD. Hasta la madre de Alicia nos copió uno, que a nosotros nos pareció muy raro pero que ella dijo que seguramente íbamos a agradecérselo. Enchufé mi reproductor de CD y lo encendí y puse un disco mío, lo cual quizás pueda parecer un poco egoísta. Pero pensé que a nadie le importaría que pusiese mi música al principio, así que sería mejor que me la quitara de encima cuanto antes. Y como era una música fuerte y rápida, de la de patinar, puede que le diera a Alicia algo de energía. La primera canción era
American Idiot
de Green Day.

—Quita eso antes de que te mate —dijo Alicia—. No quiero oír nada de idiotas norteamericanos.

Así pues, fin de mi música. Puse un CD suyo.

—¿Qué es esa mierda? —dijo—. Es horrible.

Su CD era básicamente R&B, con una pizca de hip— hop de vez en cuando. Y la primera canción resulta que fue de Justin Timberlake,
Sexy Back
, que solía escuchar cuando iba a esas clases de preparación al parto. Nadie quiere oír la palabra «sexo» mientras está teniendo un bebé, lo mismo que no quieres ver un anuncio de McDonald's cuando estás vomitando, y le dije que no la grabara en el CD. Y hasta discutimos por ello.

—Ya te dije que ésta no iba a irte bien. —No pude contenerme. Sabía que no era el momento adecuado, pero sabía también que hacía bien diciéndoselo.

—Esa canción no es mía —dijo Alicia—. Has debido de ponerla tú.

—Eso es una mentira como una catedral —dije yo. Estaba furioso de verdad. No me gustaba Justin Timberlake (y me sigue sin gustar), así que no me gustaba nada oírle decir que la había elegido yo. Y era la injusticia lo que más me ponía los nervios de punta. ¡Le había dicho yo que era una mierda! ¡Le había dicho yo que no era en absoluto apropiada para el parto! Y ahora me estaba diciendo que la había elegido yo.

—Olvídalo —dijo Andrea.

—¡Pero si fue ella la que la eligió!

—Déjalo.

—No fui yo —dijo Alicia—. Fuiste tú.

—Es ella la que no lo deja —dije—. No quiere dejarlo.

Andrea se acercó a mí y me pasó el brazo por encima del hombro y me susurró al oído:

—Lo sé, pero tienes que hacerlo. Durante las quizás muchas horas que nos quedan de estar aquí todos vamos a hacer lo que ella diga, y a estar de acuerdo con lo que diga, y a darle lo que nos pida. ¿Entendido?

—Entendido.

—Es un buen ejercicio.

—¿Para qué?

—Para tener un bebé. Tienes que dejar pasar las cosas unas cincuenta veces al día.

Algo hizo clic en mi cerebro cuando la madre de Alicia dijo eso. Sabía que Alicia estaba a punto de tener un bebé. Incluso había conocido a mi hijo, más o menos. Pero, allí en el hospital, tener el bebé parecía ser el centro de todo, y que una vez que hubiera nacido nuestra tarea habría terminado, y que podríamos comernos todas las patatas fritas que nos quedaban de golpe y volvernos a casa. Pero aquello sólo era el principio, ¿no? Sí, nos iríamos a casa. Pero nos iríamos a casa con el bebé, y discutiendo entre nosotros a propósito de Justin Timberlake, y, una vez con el bebé en casa, sobre cualquier cosa, todo el tiempo, siempre. Fue fácil dejarlo cuando se trataba de Justin Timberlake, ahora que lo pienso.

—¿Pongo mi CD? —dijo Andrea.

Nadie dijo nada, así que lo puso y fue perfecto, por supuesto. No conocíamos ninguna de las piezas, pero era una música dulce, y apacible, y a veces había un poco de lo que llamaríamos música clásica, y si algo de lo que estábamos oyendo era sobre sexo y cosas picantes y demás, lo estábamos oyendo sin entenderlo, lo cual estaba bien. Ninguno de los dos habíamos pensado en tener a la madre de Alicia cerca cuando llegara el momento, pero nos habríamos visto en más de un aprieto sin ella. Yo habría salido disparado del hospital en un ataque de furia antes de que Roof hubiera nacido, dejando a Alicia con aquella música estúpida que ella había elegido y que la estaría volviendo loca mientras trataba de tener el bebé. Lo cierto es que necesitábamos un padre, no un hijo.

Las contracciones siguieron igual durante un rato, y luego se espaciaron, y luego pararon por completo durante un par de horas. La enfermera se enfadó con nosotros por haber ido demasiado pronto, y nos dijo que nos fuéramos a casa, pero la madre de Alicia no lo aceptó de ningún modo y le gritó a la enfermera. Nosotros nos habríamos vuelto a casa, y Alicia habría acabado teniendo a Roof en el autobús. Cuando las contracciones pararon, Alicia se quedó dormida, y fue entonces cuando me fui a dar un paseo y a comprar una Coca-Cola.

Cuando volví seguía dormida. En el cuarto había una silla, y la madre de Alicia estaba sentada en ella. Leía un libro titulado
Qué esperar cuando estás esperando un niño
. Me senté en el suelo y jugué al juego de los ladrillos en el móvil. Oíamos lo mal que lo estaba pasando una mujer en la habitación de al lado, y el ruido hizo que lo que tenía en el estómago se me volviera una papilla pastosa. A veces sabes que recordarás ciertos momentos toda tu vida, aunque en tales momentos no suceda gran cosa.

—Está bien —dijo la madre de Alicia al cabo de un rato.

—¿Qué?

—Todo. La espera. El ruido de ahí al lado. Es la vida.

—Supongo que sí.

Estaba tratando de ser agradable, así que no le dije que eso era precisamente lo que me estaba molestando. Que no quería especialmente que la vida fuera así. No quería que la mujer de la habitación de al lado hiciera semejantes ruidos. No quería que Alicia tuviera que hacer aquellos ruidos cuando empezara otra vez. En cuanto a mí, ni siquiera sabía si realmente quería tener a Roof.

—Es extraño —dijo Andrea—. La última cosa que quieres cuando tienes una hija de dieciséis años es un nieto. Pero ahora que está sucediendo, es bueno de verdad...

—Sí —dije, porque no sabía qué otra cosa podía decir, aparte de: Bueno, me alegro que sea bueno para ti. Pero no se me ocurrió ninguna forma de decirlo que no pareciera sarcástica.

—Tengo cincuenta años —dijo ella—. Y si Alicia hubiera tenido el bebé a la edad en que yo la tuve a ella, ahora tendría sesenta y ocho. Y sería vieja. Ya, ya sé que tú piensas que soy vieja ahora. Pero puedo correr, y jugar partidos, y... Bien, será divertido. Así que hay una parte de mí que está contenta de que esto haya sucedido.

—Qué bien.

—¿Hay una parte de ti que sienta lo mismo?

Pensé en ello. No es que no supiera lo que me habría gustado decir. Lo que me habría gustado decir era: No, la verdad es que no. Aunque ya hubiera conocido a mi hijo cuando fui proyectado al futuro, y aunque mi hijo pareciera un crío muy majo y demás, y aunque me hiciera sentirme fatal el hecho de decir que no lo quería. Pero no me siento padre, y soy demasiado joven para serlo, y no sé cómo voy a arreglármelas las próximas horas, así que para qué hablar de los próximos —muchos— años. Pero no podía decir eso, ¿no? Porque ¿cómo explicar lo del futuro y lo de TH y todo lo demás?

Puede que por eso me proyectaran al futuro. Puede que Tony Hawk no estuviera sino impidiendo que dijera algo de lo que un día tuviera que arrepentirme. Sé por qué quería hablar Andrea. La espera hizo que tuviéramos la impresión de que nos quedaba poco tiempo para decirnos lo que teníamos en mente, como si estuviéramos a punto de morir en aquella habitación. Y si aquello hubiera sido una película, le habría dicho lo mucho que amaba a Alicia, y lo mucho que amaba a nuestro bebé, y lo mucho que la amaba a ella, y habríamos llorado y nos habríamos abrazado, y Alicia se habría despertado, y el bebé habría venido al mundo, sin más. Pero no estábamos en ninguna película, y yo apenas amaba a ninguna de esas personas.

No sé qué más puedo decir. Alicia despertó poco después, y las contracciones volvieron a empezar, y esta vez fueron las de verdad. Tienes que contar montones de veces, cuando tienes un hijo. Cuentas el tiempo entre las contracciones, y luego cuentas los centímetros. El cuello del útero de la madre se dilata, lo que significa que el agujero se hace más grande, y la enfermera dice cuánto mide en cada momento, y luego viene el parto. Sigo sin estar muy seguro de lo que es el cuello del útero. No parece ser algo que salga mucho en la vida normal.

En fin. Alicia llegó a los diez centímetros sin dificultades, y luego dejó de hacer ruidos de burro y empezó a sonar como un león al que le están dando con la punta de un palo en el ojo. Y no es que pareciera que estaba furiosa. Es que estaba furiosa. Me llamó de todo, y le llamó de todo a su madre, y le llamó de todo a mi madre, y le llamó de todo a la enfermera. A mí me dio la impresión de que las cosas que me llamaba a mí eran mucho peor que las cosas que les llamaba a las demás, así que Andrea tuvo que impedir que me fuera con viento fresco, pero, si he de ser sincero, lo más seguro es que estaba buscando una buena excusa para largarme. No parecía un sitio en el que pudiera estar teniendo lugar un feliz evento. Más bien parecía un sitio donde explotaban bombas y se desprendían piernas del tronco y unas viejas damas de negro gritaban como posesas.

Durante un largo rato se vio la cabeza del bebé. Yo no, porque no quise mirar, pero allí estaba, decía Andrea, lo que significaba que el bebé estaría fuera dentro de nada. Pero no salió enseguida, porque se atascó, así que la enfermera tuvo que cortar algo. Parece que lo estoy contando como si la cosa se hubiera desarrollado con rapidez, pero no fue así, al menos hasta aquel momento. Pero en cuanto la enfermera cortó algo, fuera lo que fuera, el bebé se deslizó hasta el exterior. Qué horror. Estaba cubierto de fluidos, sangre y baba, y creo que hasta un poco de caca de Alicia, y salió con la cara toda aplastada. Si no lo hubiera visto ya en el futuro, habría pensado que algo malo pasaba con él. Pero Alicia estaba riéndose, y Andrea estaba llorando, y la enfermera estaba sonriendo. Y, durante unos segundos, no sentí nada.

Pero entonces Alicia dijo:

—Mamá, mamá, ¿qué música es ésta?

Hasta aquel momento no me había dado cuenta de que estaba sonando una música. Habíamos dejado puesto el CD de Andrea, y se había estado repitiendo durante horas, y yo lo había acabado apartando de mi cabeza. Tuve que mirar el reproductor de CD para volver a oír al hombre que cantaba una canción lenta mientras tocaba el piano. No era el tipo de canción que yo escucharía normalmente. Pero, claro, la música que yo escuchaba normalmente era una música buena para patinar, e inservible por completo para tener un bebé.

—No sé el título de la canción —dijo la madre de Alicia—. Pero el nombre del cantante es Rufus Wainwright.

—Rufus —dijo Alicia.

No sé por qué aquello me emocionó mucho más que la parte en la que el bebé salió entre montones de fluidos, pero lo hizo. Y perdí la presencia de ánimo.

—¿Por qué lloras? —dijo Alicia.

—Porque acabamos de tener un hijo —dije yo.

—¿Sí? —dijo ella—. ¿Y acabas de darte cuenta?

Y la verdad es que sí, que me había dado cuenta en aquel momento.

Mi madre vino como una hora después de que hubiera nacido Roof. Debió de llamarla Andrea, porque yo no. Se me olvidó. Llegó resoplando y jadeando porque estaba demasiado emocionada para esperar al ascensor.

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