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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (27 page)

BOOK: Todo por una chica
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Mi madre y Andrea salieron del cuarto, pues, y cerraron la puerta a su espalda.

—Bien —dijo Alicia—. Aquí estamos, Roof. Mami y papi. Toda tu familia.

Se echó a reír. Estaba excitada. La comida empezó a revolvérseme en el estómago, como si quisiera irse a casa con mi madre y Mark.

No me había llevado gran cosa, sólo un par de bolsas llenas de vaqueros y camisetas, y ropa interior. Pero me llevé también el póster de TH, y comprendí que había sido un error en cuanto lo puse encima de la cama.

—¿Qué es eso? —¿Qué?

—Eso de encima de la cama.

—¿Esto? —Sí.

—Oh, no es más que..., ya sabes... ¿Qué tal mama?

—Sí. Y no, no sé.

—No sabes ¿qué?

—No sé lo que es eso. El póster.

—Oh, sólo...

Ya le había preguntado qué tal mamaba Roof, así que no parecía haber mucho más que decir, aparte, claro, de lo que quería saber.

—Mi póster de Tony Hawk.

—¿Y quieres ponerlo aquí?

—Oh. ¿Aquí? No había pensado en ello.

—¿Entonces por qué lo has traído?

¿Qué podía decir? Nunca le había contado a Alicia que hablaba con Tony Hawk. Aún no lo sabe. Y aquel día, el día en que me fui a vivir con mi novia y mi hijo, tampoco era el día apropiado para decírselo.

—Mi madre dijo que lo tiraría si lo dejaba en casa. Lo pondré debajo de la cama.

Y ahí es donde ha estado desde entonces, cuando no lo he necesitado.

16

Me desperté en mitad de la noche. No estaba en mi cama, y había alguien conmigo, y había un bebé que lloraba.

—Oh, mierda. —Reconocí la voz. La persona que estaba conmigo en la cama era Alicia.

—Te toca a ti —dijo Alicia.

No dije nada. No sabía dónde estaba, ni
cuándo
, y no sabía lo que significaba «Te toca a ti». Había estado soñando que participaba en un torneo de skate en Hastings. Tenía que subir y bajar en tabla las escaleras del hotel en el que me alojaba.

—Sam —dijo Alicia—. Despierta. Se ha despertado. Te toca a ti.

—Está bien —dije. Ahora ya sabía lo que quería decir «Te toca a ti», y sabía dónde, y
cuándo
, estaba. Roof tenía unas tres semanas. Ni Alicia ni yo podíamos recordar ningún momento en el que no hubiera estado con nosotros. Noche tras noche, dormíamos como si lleváramos sin dormir varios meses; noche tras noche, nos despertábamos después de una o dos (o tres, con suerte) horas de sueño, y no sabíamos dónde estábamos o qué era lo que hacía aquel ruido, y teníamos que recordarlo todo una vez más. Era muy extraño.

—No puede ser que necesite mamar otra vez —dijo Alicia—. Le he dado el pecho hace una hora, y no me queda más. Así que o tiene gases o tiene sucio el pañal. Llevamos horas sin cambiárselo.

—Soy un desastre en lo de cambiarle —dije.

—Lo haces mejor que yo.

Era verdad. Las dos cosas eran verdad. Seguía siendo un desastre cambiándole el pañal, pero también seguía siendo mucho mejor que Alicia. Me gustaba ser mejor que Alicia. Había supuesto que ella sería mejor que yo, pero ni siquiera consigue apretarle bien el pañal, y la caca de Roof siempre se le sale un poco por la holgura y le mancha el pelele. Seguí acostado, muy contento conmigo mismo, y volví a dormirme enseguida.

—¿Estás despierto? —dijo.

—No mucho.

Me dio un codazo. Me dio justo en las costillas. —¡Ay!

—¿Y ahora estás despierto? —Sí.

El dolor en las costillas me era familiar, y durante un momento no conseguí adivinar por qué. Entonces recordé que me había dado un codazo semejante la noche en que fui proyectado al futuro. Esta noche era aquella noche. Me puse al día conmigo mismo. Todo era igual, pero todo era diferente.

Alicia encendió la luz de la mesilla y me miró para ver si estaba despierto. Recordaba que, cuando la vi la noche en que fui proyectado al futuro, pensé que tenía un aspecto horrible. Pero ahora no me pareció que estuviera horrible. Parecía cansada, y tenía la cara hinchada, y el pelo grasiento, pero llevaba así ya un tiempo, y me había acostumbrado a su aspecto. Estaba distinta, era evidente. Pero también estaba distinto todo lo demás. No creo que me hubiese gustado tanto si hubiera seguido estando como antes. Porque habría sido como si no se estuviera ocupando de Roof como es debido.

Me levanté de la cama. Llevaba una camiseta de Alicia y unos calzoncillos bóxer que me había puesto aquella mañana, o la mañana que fuera. El bebé estaba dormido en una cunita, a los pies de la cama. Tenía la cara roja de tanto llorar.

Me incliné y acerqué la cara a su pequeño cuerpo. La última vez que lo había hecho, cuando aún no sabía mucho del asunto, respiraba por la boca para no oler nada, porque aún no sabía que la caca de los bebés huele bien (casi).

—Sí, hay que cambiarle.

En el futuro había hecho como que no necesitaba que le cambiaran, a pesar de estar seguro de que había que cambiarle. Pero no tenía por qué saberlo. Lo puse en la mesita que utilizábamos para cambiarle, le desabroché el pelele, le subí los dos faldones por encima de las caderas, abrí el pañal y le limpié el culito. Luego doblé el pañal y lo metí en una bolsa, le puse un pañal limpio y volví a abrocharle el pelele. Fácil. Estaba llorando, así que lo cogí y me lo llevé al pecho, y lo acuné un poco, y se calmó. Sabía cómo tenerlo en brazos sin que la cabeza se le cayera hacia ningún lado. También le tarareé un poquito, una tonadilla inventada. Le gustó, creo. Volvía a dormirse más rápidamente si le cantaba algo (o esa impresión me daba, al menos).

Alicia volvió a dormirse también, y me quedé solo en la oscuridad, con mi hijo pegado al pecho. La última vez me sentía confuso, y seguí allí de pie, a oscuras, haciéndome unas cuantas preguntas. Aún me acordaba de ellas. Sí, ahora vivía allí, y más o menos sobrevivíamos. Nos poníamos los nervios de punta el uno al otro, pero el bebé nos distraía. ¿Qué tipo de padre era yo? No estaba mal, de momento. ¿Cómo nos llevábamos Alicia y yo? Bastante bien, aunque era un poco como si estuviéramos en el colegio, trabajando en pareja en un proyecto de biología que nos ocupaba día y noche. Apenas nos mirábamos. Nos sentábamos juntos, contemplando el experimento. Pero Roof no era una rana diseccionada ni nada parecido. Para empezar, era un ser vivo, y un ser que cambiaba minuto a minuto. Y también está el hecho de que con una rana diseccionada no puedes ponerte sentimental, a menos que seas un psicópata.

Dejé a Roof en su cunita y me metí en la cama, y Alicia me rodeó con sus brazos. Tenía el cuerpo cálido, y me pegué a ella. Roof, de pronto, empezó a emitir un sonido como de respiración entrecortada y se puso a roncar. Algo que había notado era que los ruidos de Roof hacían que el cuarto pareciera más apacible. Y nadie lo diría, ¿no? Uno diría que la única forma de que un cuarto parezca apacible en mitad de la noche es que nadie de los que están en él haga el menor ruido. Creo que lo que pasa es que tienes tanto miedo a que el bebé deje de pronto de respirar que todos sus resoplidos y ronquidos son algo parecido a tus propios latidos, algo que te dice que todo va bien en el mundo.

—Me quieres, Sam, ¿verdad? —dijo Alicia.

Recordé la última vez, en el futuro: recordé que no había dicho nada. Ahora sabía más.

—Sí —dije—. Claro que te quiero.

Seguía sin saber si eso era cierto. Pero sabía que era mucho más probable que llegara a serlo si lo decía, porque yo le gustaría más, y ella me gustaría más, y al final quizás llegáramos a amarnos como es debido, y la vida sería mucho más fácil si eso llegaba a ser cierto.

Hay algo extraño en todo esto. Viajas al futuro, y luego piensas: Bien, ahora sé lo que es. Pero, como he dicho antes, si no sabes cómo se «siente» algo, no sabes nada. El futuro parecía terrible cuando estuve proyectado en él. Pero una vez que estoy de veras en él, no está tan mal.

Y entonces, unas tres horas después de decidir lo que estoy diciendo, todo empezó a torcerse.

Aquella mañana fui al instituto, por tercera vez en tres semanas. La última vez que había ido, una semana o así después del nacimiento de Roof, me metí en una pelea. Nunca me meto en peleas. Nunca me han martirizado los matones, nunca he martirizado a nadie, y nunca me han interesado tanto las cosas del colegio como para que alguna vez me entraran ganas de partirle la cara a nadie.

Estaba hablando con un compañero de mi anterior colegio a la entrada de una clase, y de pronto se nos acercó un chico con el pelo todo tieso y se puso a escuchar lo que decíamos. Le hice una seña de saludo, pero su actitud no parecía nada amistosa.

—¿A quién cojones haces señas? —dijo, y se puso a imitarme, y lo cierto es que era más bien una imitación de un retrasado mental dándole un cabezazo a alguien—. ¿Qué quieres decirme con eso?

Supe, de inmediato, que nos íbamos a pelear. Sabía que iba a pegarme, al menos. No sabía si yo le iba a devolver el golpe, algo que debería hacer si iba a tener una pelea, en contraposición a dejarme pegar sin más. No sabía por qué me iba a pegar él, pero no había duda de adonde nos con ducía aquella charla. Podía olerse. El tío no se habría calmado aunque hubiera querido hacerlo (que no quería).

—Bueno —dijo—. Gracias por cuidar de mi chico. Me has ahorrado unas cuantas libras.

Me llevó unos segundos caer en la cuenta de qué estaba hablando. ¿Quién es «su chico»?, me pregunté. ¿Cuándo estaba yo cuidando del chico de nadie?

—Pero es mío, lo sabes, ¿no?

—Perdón. No sé de qué...

—Sí, no sabes una puta mierda, ¿eh?

Quería que me hiciera una pregunta normal, una a la que yo pudiera contestar sí o no. Me refiero a que podía haber contestado que no a su última pregunta, porque estaba claro que yo no entendía nada de lo que me estaba diciendo. Pero responder que no —no me cabía la menor duda— no iba a hacerme ningún bien.

—Ni siquiera sabe de lo que estoy hablando —le dijo a mi ex compañero de colegio—. Del bebé de Alicia, so idiota. Te ha dicho que es tuyo. Ah. Ya.

—¿Quién eres? —dije.

—No importa quién soy —dijo él.

—Bueno —dije—. Importa si tú eres el padre del bebé de Alicia. Para empezar, estoy seguro de que a Alicia le interesará saberlo. Y a mí. ¿Cómo te llamas?

—Mi nombre no le diría nada, seguramente. Es tan puta que ni siquiera se acordará de quién soy.

—Entonces, ¿cómo estás tan seguro de que eres el padre? Podría ser cualquiera.

Esto —quién sabe por qué— pareció enfurecerlo, por mucho que no le estuviera haciendo ver más que lo evidente. No había mucha lógica en lo que decía, y no había mucha lógica en lo que le sacaba de quicio.

—Venga, pues —dijo, y se vino hacia mí.

Teniendo en cuenta que no era muy brillante mentalmente, no me cabía duda de que sería bueno peleando, y de que me iba a llevar una auténtica paliza. Pensé que debía atizarle yo primero, para al menos poderle decir a Alicia que me había defendido. Levanté el pie, y cuando lo vi venirse encima le di una patada en las pelotas. En realidad no fue una patada. Fue más bien un toque a medio vuelo, porque le alcancé con la suela del zapato.

Y eso fue todo. Se vino abajo agarrándose la entrepierna y maldiciendo, y rodó por el suelo unos segundos, como un futbolista en el Mundial. No podía creerlo. ¿Por qué empieza alguien una pelea si es una birria peleando?

—Eres hombre muerto —dijo, pero al decirlo estaba en el suelo, así que no me dio ni pizca de miedo. Y para entonces se habían acercado unos cuantos chicos a ver lo que pasaba, y un par de ellos se reían de él.

Si he de decir la verdad, había otra razón por la que me había encantado pegarle un puntapié a aquel tipo. No era sólo que quisiera decirle a Alicia que le había devuelto el golpe. También había querido darle una buena patada porque creía todo lo que me había dicho. Comprendí que era el tío con el que había salido Alicia justo antes de conocernos, y cuando pensé en ello todo pareció cuadrar. No le había dejado porque la estaba presionando para que tuvieran sexo. Eso no tenía el menor sentido. ¿Por qué romper con alguien porque ese alguien quiere tener sexo contigo, y acceder a tener sexo con alguien que aparece justo a continuación? Y además... ¡Mierda! ¡Maldita sea! Qué imbécil había sido... Había sido idea suya hacer el amor sin antes ponerme un condón, ¿no? ¿Por qué? ¿A qué venía eso? Dijo que quería sentirme mejor, pero lo cierto era que ya estaba preocupada por haberse quedado embarazada. ¡Y el tío la había plantado! ¡Así que necesitaba cuanto antes a algún gilipollas que se comiese el marrón! Todo encajaba a la perfección. No podía creer lo ciego que había estado. Es algo que sucede continuamente: tíos y tíos que descubren que los hijos de sus novias no son suyos. Puede que sucediera
siempre
. No había más que ver
EastEnders
. No hay casi nadie que haya tenido un hijo en
EastEnders
que no haya tenido que cambiar de opinión respecto a quién es el padre.

Así que después de las clases fui directamente a casa a tener una bronca con ella.

—¿Qué tal el instituto? —me preguntó. Estaba echada en la cama, dando de mamar a Rufus y viendo la televisión. Era prácticamente todo lo que hacía, en aquellas primeras semanas.

—¿Qué te parece a ti? —dije.

Me miró. Vio claramente que estaba enfadado, pero no tenía ni idea de por qué.

—¿Qué quieres decir?

—He tenido una pelea —dije. —;TÚ?

—Sí, yo. ¿Por qué no?

—Tú no eres así.

—Hoy lo he sido.

—¿Qué tipo de pelea? ¿Estás bien?

—Sí. No la he empezado yo. El tío me ha atacado y le he dado una patada y... —Me encogí de hombros.

—¿Y qué?

—Y nada. Eso ha sido todo.

—¿Una patada? —Sí.

—¿Y quién es ese tío?

—No sé su nombre. Tú puede que lo sepas. Dice que es el padre de Roof.

—El cabrón de Jason Gerson.

—Entonces sabes de lo que te hablo.

Una parte de mí tenía ganas de vomitar. Era la parte de mí correspondiente al estómago, seguramente. Y otra parte de mí pensó: Ya está, para mí se ha acabado. El niño es de otro. Me puedo ir a casa. Esa parte, probablemente, estaba más relacionada con mi mente.

—¿Te importaría explicarme quién es el jodido Jason Gerson? —Lo dije con voz tranquila, pero no me sentía tranquilo en absoluto. Quería matarla.

—El tío con quien salía antes de salir contigo. El tío al que dejé porque no hacía más que darme la vara con que quería tener sexo conmigo.

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