Read Todo por una chica Online

Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (29 page)

BOOK: Todo por una chica
5.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No me malinterpretes. Es una chica encantadora. Alicia. Y su familia parece muy maja. Y todo lo que quieras. Pero...

—Pero ¿qué? —Me estaba hartando.

—No tenéis la más mínima posibilidad, ¿lo sabes?

Di con el vaso de cerveza contra la mesa, porque estaba furioso con él, y una de las chicas —la que yo elegiría, de grandes ojos castaños y pelo largo y ondulado y oscuro— se volvió para ver qué estaba pasando.

—¿Pero qué sentido tiene sacarme de casa para decirme esto? —dije—. Ya es bastante duro todo como es...

—No es sólo duro, hijo —dijo él—. Es imposible.

—¿Cómo lo sabes?

—Oh, me limito a adivinarlo. En realidad no tengo mucha idea de este asunto. Ya...

—Sí, pero ¿cómo vas a saber eso de mí y de Alicia? Somos dos personas diferentes.

—No importa quiénes seáis —dijo él—. No se puede estar en un cuarto con un bebé sin poneros el uno al otro la cabeza como un bombo.

No respondí nada a esto. Aquella tarde habíamos empezado a sacarnos de quicio.

—Tu madre y yo acabamos como hermano y hermana. Y ni siquiera en el buen sentido. No hubo incesto ni nada parecido.

Hice una mueca. Sus bromas eran horribles, la mayoría de las veces. Incesto, adopción gay. Le daba igual cualquier cosa.

—Perdona. Pero ya sabes a lo que me refiero. Estábamos continuamente mirando al bebé. A ti. Y no decíamos más que: ¿Respira? ¿Ha hecho caca? ¿Hay que cambiarle? Es lo único que nos decíamos en todo el día. No nos mirábamos nunca. Cuando eres mayor, está bien, porque normalmente ha habido un tiempo antes de todo esto, y puedes ver que también hay un tiempo después. Pero cuando tienes dieciséis años... Hacía cinco minutos que había conocido a tu madre. Fue una locura.

—¿Dónde vivías?

Nunca se lo había preguntado antes a ninguno de los dos. Sabía, por supuesto, que no habíamos vivido en nuestra casa desde siempre, y nunca había sentido interés por lo que había acontecido antes de que tuviera uso de razón. Ahora sentía que merecía la pena saberlo.

—Con su madre. Con la abuela. Probablemente acabamos con ella. Tanto lloro...

—Mamá dijo el otro día que fui un niño bueno. Como Roof.

—Oh, más bueno que el pan. No, la que lloraba era ella. Nosotros nos casamos en cuanto supimos que ella estaba embarazada, así que era diferente a lo vuestro. Había más presión, como si dijéramos. Y la casa de tu abuela era muy pequeña. ¿Te acuerdas de ella?

Asentí con la cabeza. Mi abuela murió cuando yo tenía cuatro años.

—Pero ¿sabes? No era tan diferente, en realidad. Un cuarto es un cuarto, ¿no? Lo único que estoy diciendo es que nadie espera de ti que te quedes para siempre. Tendrás que ser siempre un padre, si no tendrás que responder ante mí... —Traté de no echarme a reír: mi inútil padre diciéndome que tenía que ser un buen padre, porque si no...—. Pero lo otro... No dejes que te hunda. Las relaciones no duran ni cinco minutos, a vuestra edad. Cuando además tienes un hijo, la cosa se reduce a tres minutos. No intentes que dure el resto de tu vida cuando ni siquiera sabes cómo vas a llegar a la hora del té.

Mi padre es probablemente el adulto menos sensato que conozco. Es probablemente la
persona
menos sensata que conozco, aparte de Conejo, que en realidad ni siquiera cuenta como persona. Así que ¿cómo es posible que fuera el único que me había dicho algo con sentido en todo el año? De pronto entendí por qué TH me había contado la historia de las cenizas de su padre. Estaba intentando conseguir que tratara a mi padre como si fuera un padre como es debido, alguien que pudiera tener algo interesante que decirme, alguien que podía serme incluso útil. Si TH hubiera intentado hacerlo en cualquier otro día de mi vida, habría sido una completa pérdida de tiempo. Pero, en fin, por eso TH es un genio, ¿no?

Por otra parte, puede que si mi padre no me hubiera dicho todo aquello, Alicia y yo habríamos tenido otra discusión al llegar a casa. Nada más vernos quiso saber dónde habíamos puesto a Roof en el coche, y yo le dije que habíamos puesto su capazo en la trasera del coche, y que habíamos ido muy, muy despacio, pero ella se puso hecha una fiera. Dijo cosas sobre mi padre, que normalmente no me habrían importado, pero mi padre me había sido de gran ayuda con sus palabras, así que lo defendí. Y defenderlo supuso decir montones de cosas en contra de su padre y de su madre que seguramente no debería haber dicho.

Pero no creo que mi padre tuviera nada que ver con la pelea que tuvimos dos días después. Empezó porque me había sentado encima del mando a distancia, sin moverme, y los canales no hacían más que cambiar uno tras otro. No me acuerdo por qué lo hice. Probablemente porque me di cuenta de que la sacaba de quicio. Y mi padre, sin duda, no tuvo nada que ver con la pelea que tuvimos al día siguiente de esto, que fue por una camiseta que llevaba como una semana en el suelo del cuarto. En esto tuve yo toda la culpa. Lo de la camiseta, al menos. Era una camiseta de Alicia, pero se la había cogido prestada y la había tirado al suelo después de usarla. Pero, como era una camiseta suya, la dejé allí tirada. No pensé: Oh, ésta no es mía. Y tampoco pensé: Oh, no voy a recogerla, aunque la haya usado, porque no es mía. Sencillamente no la vi, porque no era mía, de la misma forma que uno nunca ve tiendas que no le interesan, o tintorerías o agencias inmobiliarias y demás. No te fijas. En mi opinión, sin embargo, no hacía falta acabar en lo que acabó, con todas y cada una de las prendas de ropa que había en el cuarto esparcidas por el suelo y pisoteadas.

Todo se nos estaba yendo de las manos. Era como cuando un profesor pierde el control de una clase. Estaba bien durante un tiempo, y un día sucedió una cosa, y otro otra, y luego empezaron a suceder cosas todos los días, porque nada impedía que sucedieran. Sucedían con toda facilidad.

Mi vuelta a casa no tuvo que ver nada con las peleas. Eso fue lo que nos dijimos a nosotros mismos, al menos. Cogí un fuerte resfriado, y me pasaba media noche tosiendo y estornudando, y no hacía más que despertar a Alicia, cuando lo que ella necesitaba era dormir todo lo posible. Y tampoco le hacía ninguna gracia que yo cogiera en brazos a Roof y le contagiara todos los microbios, por mucho que su madre dijera que era bueno para su sistema inmunológico.

—Me iré a dormir al sofá del salón, si quieres —dije.

—No tienes por qué hacer eso.

—Estaré bien.

—¿No prefieres una cama? ¿Por qué no te vas al cuarto de Rich?

—Vale —dije—. Quizás sea mejor —dije, sabiendo que no sonaba demasiado entusiasta—. Pero está ahí al lado, ¿no? —dije.

—Ah, quieres decir que voy a seguir oyéndote.

—Seguramente.

Los dos hicimos como que reflexionábamos sobre el asunto.

—Siempre puedes volver a tu cuarto de siempre —dijo Alicia. Y se echó a reír, para dar a entender que acababa de decir una estupidez.

También yo me reí, y luego hice como que había caído en algo (algo en lo que ella no había reparado).

—Por una noche no va a pasarnos nada —dije.

—Entiendo.

—Sólo hasta que deje de pasarme media noche tosiendo.

—¿Seguro que no te importa?

—Creo que estaría bien.

Me fui aquel día, y ya no volví. Siempre que voy a ver a Roof, su familia me pregunta cómo voy del resfriado. Aún hoy, después de tanto tiempo. ¿Os acordáis de cuando me proyectaron al futuro la segunda vez? ¿Cuando llevé a Roof a que le pusieran las inyecciones? Y Alicia dijo: Yo sí que he cogido un resfriado de verdad, y se echó a reír. Pues se reía de eso.

La primera noche de mi vuelta a casa fue triste. No podía dormirme, porque había demasiado silencio en mi cuarto. Necesitaba los ruidos de la respiración de Roof. Lo cual no tenía mucho sentido, dado que él no estaba allí, aunque la ausencia de Roof hacía que hasta mi cuarto, el cuarto donde había dormido toda la vida, me pareciera diferente. Estaba en mi casa, y quería estar en mi casa. Pero «el hogar» también era otro sitio ahora, y no podía estar al mismo tiempo en los dos sitios. Estaba con mi madre, pero no podía estar con mi hijo. Y eso me hacía sentirme raro. Y sigo sintiéndome raro desde entonces.

—¿Te dijo algo tu padre cuando te llevó a tomar una pizza? —me preguntó mi madre cuando llevaba en casa un par de noches.

—¿Algo de qué?

—No sé —dijo—. Es que me da la sensación de que se está dando una pequeña coincidencia. Sales con él y de pronto vuelves a casa.

—Tuvimos una charla.

—Oh, Dios —dijo.

—¿Qué?

—No quiero que le hagas ningún caso.

—Tenía razón. Me dijo que no tenía por qué vivir en casa de Alicia si no me apetecía.

—Tenía que decirte eso, ¿no? Mira su curriculum.

—Pero es exactamente lo que tú dijiste.

Se quedó callada un momento.

—Pero yo lo decía desde el punto de vista de una madre.

La miré, para ver si estaba bromeando. Pero hablaba en serio.

—¿Y desde qué punto de vista lo decía él?

—No desde el de una madre, de eso no hay duda. Como es lógico, además. Pero tampoco desde el de un padre. Desde el de un tío, supongo.

De repente pensé en Roof y en Alicia y en mí, los tres discutiendo un día como discutíamos ella y yo en aquel momento. Quizás todo fuera un caos que continuaba eternamente. Quizás Alicia iba a seguir eternamente furiosa conmigo por aquel resfriado mío, de forma que ni siquiera cuando estuviéramos de acuerdo —como mi madre y mi padre estaban de acuerdo en lo que ahora discutíamos— estaría de acuerdo en que lo estábamos.

—De todas formas —dijo mi madre—, estás aquí por tu resfriado, nada más.

—Ya lo sé.

—Así que no tiene nada que ver con lo que te decía tu padre.

—Ya lo sé.

—Así que... —Sí.

La noche que volví a casa con un resfriado a cuestas me fui directamente a mi cuarto para hablar con Tony Hawk. Sé que suena estúpido, pero lo había echado de menos tanto como a mi madre. Mi madre me quería y se preocupaba por mí y todo lo demás, pero Tony Hawk me hacía pensar más, quizás porque tenía que esforzarme en descifrar lo que me decía.

—He cogido un resfriado —le dije—. Así que he venido a casa a pasar unos días.

—Aunque seguía amando a Cindy, sabía que vivíamos en dos mundos aparte que nunca llegaban a unirse —dijo Tony—. En septiembre de 1994 nos separamos. Por desgracia, hizo falta este hecho desafortunado para que nos diéramos cuenta de lo importante que era ser padres.

Lo miré. Había entendido enseguida todo lo que implicaba mi resfriado. Pero no necesitaba que me explicara la importancia de ser padre. ¿Qué más había en mi vida aparte de Roof? Iba al instituto una vez en todo un maldito mes; nunca tenía tiempo para patinar; y de lo único que hablaba siempre era del bebé. Roof me estaba decepcionando. No me estaba haciendo pensar todo lo que se suponía que tenía que hacerme pensar.

—No fue en ningún momento una separación desagradable —dijo TH—. Los dos vivíamos dedicados a hacer de la vida de Riley la mejor de las vidas posibles.

—Gracias por nada —dije.

Pero lo bueno de TH es que en lo que dice siempre hay más de lo que parece a simple vista.

18

En Internet hay montones de cosas sobre adolescentes que tienen bebés. En Internet hay montones de cosas sobre cualquier cosa, ¿no? Es lo genial de Internet. Sea cual sea tu problema, lo encontrarás en alguna parte en la red, y eso hace que te sientas menos solo. Si de pronto los brazos se te vuelven verdes, y quieres dar con otra gente de tu edad con brazos verdes, puedes encontrar la página web donde se hable de ello. Si yo decidiera tener sexo sólo con profesoras de matemáticas suecas, estoy seguro de que sería posible encontrar una página web en la que unas profesoras de matemáticas suecas quieren tener sexo sólo con varones ingleses de dieciocho años. Así que no me resultó demasiado sorprendente que se pudiera encontrar toda la información que te viniera en gana sobre quinceañeros y embarazos. Tener un hijo cuando eres adolescente no es como tener los brazos verdes. Hay más adolescentes en nuestro caso que adolescentes con brazos verdes.

La mayor parte de la información que encontré la proporcionaban jovencitos como yo que se quejaban, y no puedo culparlos, ya que tenemos mucho de qué quejarnos. Se quejaban de que no tenían ningún sitio donde vivir, ni di ñero, ni trabajo, ni forma de encontrarlo sin tener que pagar a alguien más de lo que podrían ganar jamás por cuidar a sus retoños. No me sentía afortunado muy a menudo, pero sí cuando leía este tipo de cosas. Nuestros padres nunca nos echarían de casa.

Y entonces encontré ese pequeño libro lleno de datos reseñados por el primer ministro. La mayoría de ellos eran bastante absurdos, por ejemplo: la mayoría de las adolescentes se quedaban embarazadas por accidente, ¡¡¡¡¡QUÉ NOVEDAD!!!!!, y algunos eran divertidos: uno de cada diez adolescentes no podía recordar si había tenido sexo o no la noche anterior, lo cual es bastante increíble, si te pones a pensarlo. Creo que lo que quería decir es que uno de cada diez adolescentes se había pasado tanto la noche anterior que no podía recordar cómo habían acabado las cosas. No creo que quisiera decir que fueran tan olvidadizos, como cuando no puedes acordarte si recogiste los juegos de mesa. Me entraron ganas de correr a contárselo a mi madre: Ya sabéis: Mamá, sé que no debí hacer eso, ¡pero al menos al día siguiente me acuerdo de que lo he hecho!

Me enteré de que el Reino Unido arroja la peor tasa de embarazo adolescente de toda Europa, lo que, dicho sea de paso, quiere decir «el más alto». Me llevó unos instantes entender esto. Por espacio de unos segundos pensé que podía significar lo contrario, que nuestra tasa de embarazo adolescente era baja y el primer ministro deseaba que la mejorásemos. Y me enteré de que al cabo de unos quince años el ochenta por ciento de los padres adolescentes pierden por completo el contacto con sus vástagos. ¡El ochenta por ciento! ¡Ocho de cada diez! ¡Cuatro de cada cinco! Ello significaba que, al cabo de quince años, lo más probable era que yo no tuviera nada que ver con Roof. No podía aceptarlo.

Cuando salí de casa estaba furioso, y seguía furioso al llegar a casa de Alicia. Aporreé la puerta, y Andrea y Rob estaban enfadados ya antes de dejarme entrar. Seguramente no debí ir, pero eran ya casi las nueve y ella se dormía a eso de las diez, así que no tenía tiempo para calmarme. Si de mí dependía, no sería yo quien dejara de ver a Roof. La única forma de que pudiera perder el contacto con él era que Alicia me impidiera verlo y se mudara a otro sitio y no me dijera adonde. Así que todo sería culpa suya.

BOOK: Todo por una chica
5.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Enchanted Rose by Konstanz Silverbow
Blindsided by Emma Hart
Skinner's Ghosts by Jardine, Quintin
Lorik (The Lorik Trilogy) by Neighbors, Toby
Kept by Him by Red Garnier
Black Sun Rising by Friedman, C.S.
Given by Riley, Lisa G., Holcomb, Roslyn Hardy
The Quantro Story by Chris Scott Wilson