Todo por una chica (30 page)

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Authors: Nick Hornby

BOOK: Todo por una chica
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—¿Qué diablos es todo este escándalo? —dijo Andrea al abrirme la puerta.

—Necesito ver a Alicia —dije.

—Está dándose un baño —dijo Andrea—. Y acabamos de acostar a Roof.

No sabía si seguía estando autorizado a ver a Alicia en el baño. El día en que nació Roof, Andrea prácticamente me hizo entrar a verla al cuarto de baño. Desde entonces había vivido con ella, y me había marchado, pese a no habernos separado oficialmente, ni hablado de separarnos (aunque creo que los dos sabíamos lo que iba a suceder). ¿Qué significaba todo eso, entonces? ¿Era correcto ver a Alicia desnuda en el baño o no? Era el tipo de cosas de las que debería hablar el primer ministro en Internet. Con independencia de si te acordabas si lo habías hecho o no la noche anterior. La noche anterior pertenecía al pasado. Era demasiado tarde para la noche anterior. Queríamos saber lo de las noches de después, las noches en las que querías hablar con una novia o ex novia desnuda y no sabías si debía haber una puerta por medio o no.

—¿Qué debo hacer? —le dije a Andrea.

—Sube y llama a la puerta —me dijo ella.

—Salgo dentro de un segundo —dijo Alicia.

—Soy yo.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás mejor del resfriado?

—No —dije. Pero fui lo bastante rápido como para emitir un sonido más parecido a «Do», para darle a entender que seguía con la nariz tapada—. Necesito hablar contigo.

—¿De qué?

No quería hablarle de la posibilidad de no conocer a Roof dentro de quince años a través de la puerta de un cuarto de baño.

—¿No puedes salir? ¿Puedo entrar?

—Oh, maldita sea.

La oí salir del baño, y se abrió la puerta. Llevaba puesto un albornoz.

—¿Es que no voy a poder tener ni diez minutos para mí sola?

—Lo siento.

—¿Qué pasa?

—¿Quieres que hablemos aquí dentro?

—Roof está dormido en nuestro cuarto. En mi cuarto. Mis padres están abajo.

—Puedes volver a meterte en el baño si quieres.

—Oh, vaya, ¿para que así puedas echar una buena mirada?

Sólo llevaba allí dos minutos, y Alicia ya me estaba poniendo los nervios de punta. No tenía ganas de mirarla. Lo que quería era hablar de si iba a tener que perder el contacto con mi hijo. Le pregunté si quería volver a meterse en el baño porque tenía mala conciencia por haberla interrumpido.

—Tengo mejores cosas que hacer que mirarte —dije. No sé por qué elegí esas palabras concretas. Creo que incluso podría recordarlas mal, y haber cambiado algunas. Haber dicho, por ejemplo, «mejores cosas que mirar» en lugar de «mejores cosas que hacer que mirarte». Estaba furioso con ella, y ella se ponía gallito. Era mi forma de decirle..., ya sabéis: No eres para tanto.

Y entonces dije:

—Gente.

Dije «gente» porque Alicia no era una cosa.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que he dicho.

No creo que pudiera habérselo tomado en otro sentido.

—¿Así que ya estás saliendo con alguien? ¿Ya te estás acostando con otra?

No dije nada inmediatamente. No entendía cómo había llegado a eso.

—¿De qué estás hablando?

—Pequeño cabrón. Así que «estoy resfriado», ¿eh? Mentiroso. Te odio.

—¿De dónde te sacas eso?

Ahora nos estábamos chillando.

—Así que tienes «mejor gente» que mirar, ¿eh? Bien, pues vete y mírala.

—No, yo...

No me dejaba hablar. Se había puesto a empujarme fuera de la puerta del baño, y en ese momento Andrea subió corriendo por las escaleras.

—¿Qué diablos pasa aquí?

—Sam ha venido a decirme que está saliendo con otra.

—Encantador —dijo Andrea.

—Ya puedes ir olvidándote de ver a Roof —dijo Alicia—. No te voy a dejar acercarte a él.

No podía creerlo. Era de locos. Hacía media hora había estado preocupándome por no poder ver a Roof dentro de quince años, y había venido a casa de Alicia a hablar de ello, y había perdido el contacto con él en aquel mismo momento, el primer día de aquellos quince años. Tenía gañas de estrangularla, pero me limité a darme la vuelta y a empezar a bajar las escaleras.

—Sam —dijo Andrea—, no te vayas. Alicia, no me importa lo que Sam haya hecho. No se puede hacer amenazas de ese tipo a menos que haya sucedido algo extremadamente grave.

—¿Y no crees que eso es grave? —dijo Alicia.

—No —dijo Andrea—. No lo creo.

Todo quedó solucionado. Alicia se vistió, y Andrea nos hizo una taza de té, y nos sentamos en la cocina y charlamos. La forma en que lo digo hace pensar que fue más inteligente de lo que realmente fue. Me dejaron hablar, y al final se me permitió decirles que no estaba saliendo con nadie, y que no quería salir con nadie, y que todo aquello de una «gente mejor» a la que mirar y demás no tenía ni pies ni cabeza y no significaba nada de nada. Y luego expliqué que había venido muy furioso porque el primer ministro había dicho en su informe —o lo que fuera— que iba a perder el contacto con Roof, y yo no quería que me sucediera eso.

—Así que ha sido una especie de ironía que Alicia haya intentado que dejaras de verlo hoy mismo —dijo Andrea.

Alicia se rió. Pero yo no.

—¿Cómo es que pasa eso? —dije—. ¿Cómo es que todos esos padres pierden el contacto con sus hijos?

—Las cosas se ponen difíciles —dijo Andrea.

No podía imaginar lo difíciles que tendrían que ponerse las cosas para que yo dejara de ver a Roof. No me sentía capaz de dejar de verlo. Era como si no fuera físicamente posible. Sería como no poder verme los pies.

—¿Qué cosas?

—¿Cuántas de esas peleas crees que puedes aguantar antes de renunciar a ver a Roof? ¿Peleas como la de esta noche?

—Cientos —dije—. Cientos y cientos.

—Muy bien —dijo ella—. Pongamos que tenéis dos a la semana durante los próximos diez años. Eso hace un millar. Y aún os quedan otros cinco años antes de llegar a los quince. ¿Me seguís? La gente tira la toalla. No pueden soportarlo. Se cansan. Un día puede que odies al nuevo novio de Alicia. Puede que te manden a trabajar a la otra punta del país. O al extranjero. Y cuando vienes a casa de visita, puede que te deprima ver que Roof no te reconoce... Hay montones de razones.

Alicia y yo no dijimos nada.

—Gracias, mamá —dijo Alicia al cabo de unos instantes.

Como he dicho, no hay nada que puedas hacer en relación con el futuro real, ése al cual nadie puede proyectarte. No te queda más remedio que sentarte y esperar a que llegue. ¡Quince años! ¡No podía esperar quince años! Dentro de quince años yo tendría un año menos que los que tiene ahora David Beckham, y dos años menos que Robbie Williams, y seis años menos que Jennifer Aniston. Dentro de quince años, Roof podía cometer la misma equivocación que cometí yo y cometió mi madre, y convertirse en padre, y yo sería abuelo.

Pero no tenía más remedio que esperar. No tendría ningún sentido que me apresurara ahora. ¿Qué iba a ganar dándome prisa? No podía meter quince años de conocer a Roof en dos o tres, ¿no? De nada serviría. Porque nada me garantizaba que necesariamente fuera a conocerlo dentro de quince años reales.

Odio el tiempo. Nunca hace lo que quieres que haga.

Le pedí ver a Roof antes de irme a casa. Estaba profundamente dormido, con las manos más arriba del pecho, cerca de la boca, y emitía esos ruiditos como de ronquidos. Los tres nos quedamos mirándole durante unos minutos.

Que todo se detenga, pensé. Que todo el mundo se quede donde está. No tendremos problemas para pasar esos quince años si cada uno de nosotros nos quedamos quietos aquí, sin decir nada, contemplando en silencio cómo crece un niño.

19

Os estoy contando todo esto como si fuera una historia, con principio, mitad y fin. Y es una historia, supongo, porque la vida de toda persona es una historia, ¿no? Pero no es el tipo de historia que tiene final. No tiene final todavía, en cualquier caso. Tengo dieciocho años, los mismos que Alicia, y Roof tiene casi dos, y mi hermanita tiene uno, y ni mi madre ni mi padre son aún viejos. Va a seguir siendo la mitad de la historia durante mucho tiempo —hasta donde alcanza la vista, podríamos decir—, y supongo que nos esperan montones de giros y vueltas. Puede que tengáis algunas preguntas, y voy a tratar de responderlas.

¿Qué tal el bebé de tu madre? ¿Cómo salió al final todo?

El bebé de mi madre, Emily, nació en el mismo hospital que Roof, pero no en el mismo cuarto sino en el de al lado. Mark estaba con ella, por supuesto, y llevé a Roof a verla en el autobús, dos horas más tarde.

—Aquí tienes a tu abuela —dije al entrar en el cuarto—. Y aquí tienes a tu tía. Para entonces mi madre se había acostumbrado a ser abuela, pero no hay muchas mujeres a las que se les llame «abuela» mientras están dando de mamar a un bebé. Y no hay muchos seres a quienes se les llame «tía» cuando apenas tienen dos horas de vida.

—Maldita sea —dijo Mark— Qué caos.

Se estaba riendo, pero mi madre no estaba de acuerdo.

—¿Por qué es un caos? —dijo mi madre.

—Lleva cinco minutos de vida y tiene un sobrino que es mayor que ella, y dos medios hermanos de diferentes madres, y una madre que es abuela, y sólo Dios sabe qué más.

—¿Qué más?

—Bueno, nada más. Pero ya es bastante.

—No es más que una familia, ¿no?

—Una familia en la que todo el mundo tiene la edad equivocada.

—Oh, no seas retrógrado. No existe la edad correcta.

—Supongo que no —dijo Mark.

Estaba de acuerdo con ella porque ella se sentía feliz, y porque no tenía el menor sentido hablar de todo aquello en la habitación de un hospital, justo después del nacimiento de un bebé. Pero sí existe la edad correcta, ¿no? Y no son los dieciséis años, por mucho que trates de hacerlo lo mejor posible cuando te ves en una situación de este tipo. Mi madre me ha venido diciendo esto prácticamente desde que nací. Hemos tenido bebés a una edad equivocada, y con una gente equivocada. Mark se equivocó la primera vez, y también mi madre, y ¿quién tiene la seguridad de no haberse equivocado esta vez? No llevan tanto tiempo juntos. Por mucho que Alicia y yo quisiéramos a Roof, era estúpido hacer como que había sido una buena idea tenerlo, y era estúpido hacer como que íbamos a estar juntos a los treinta años, o incluso a los diecinueve.

Lo que no podía saber era si importaba o no que todos hubiéramos elegido parejas equivocadas para tener a nuestros hijos. Porque todo dependía de cómo resultaban las cosas al final, ¿no? Si pasaba por esto y luego iba a la universidad y llegaba a ser el mejor diseñador gráfico que había conocido el mundo, y era un padre estupendo para Roof, estaría contento de que mi madre y mi padre fueran mis padres. Si hubiera tenido otra madre y otro padre, todo habría sido diferente. Tal vez había sido mi padre el que me había legado el gen del diseño gráfico, por mucho que sea incapaz de dibujar nada aunque le vaya la vida en ello. En biología estudiamos lo de los genes recesivos, así que el gen del diseño gráfico puede haberme venido por esa vía.

Tiene que haber montones de gente famosa cuyos padres nunca deberían haber estado juntos. Bien, ¿habrían llegado a ser famosos si sus padres no se hubieran unido nunca? ¿El príncipe Guillermo, por ejemplo? De acuerdo, un mal ejemplo, porque si no hubiera tenido el mismo padre habría seguido siendo el príncipe Guillermo. O el príncipe Fulano, de todas formas. Lo de Guillermo quizás fue idea de la princesa Diana. Y puede que no quisiera ser príncipe. Aquí tengo un buen ejemplo: Christina Aguilera. Ha escrito canciones sobre los malos tratos a los que la sometió su padre y demás. Pero no sería Christina Aguilera sin él, ¿no? Y si su padre hubiera sido un buen padre no habría podido escribir todas esas canciones.

Todo es muy confuso.

Aquel día en el futuro, cuando llevaste a Roof a que le pusieran las inyecciones... ¿Existió realmente un día así?

Sí, claro que existió. Es inteligente, el futuro. Es inteligente de la misma forma en que es inteligente Tony Hawk, en cualquier caso. Cuando llego a esos retazos de mi vida —esos retazos que he visitado antes—, compruebo que en gran medida las cosas sucedieron de la misma forma que la primera vez, aunque por diferentes razones, y con diferentes sentimientos. Aquel día, por ejemplo, Alicia me llamó porque estaba resfriada, y tuve que llevar a Roof al médico. Pero cuando fuimos al centro de salud yo ya sabía su nombre, así que nadie podrá decir que no aprendí nada en todo ese tiempo, ja, ja—

Pero no le pusieron ninguna inyección, así que esa parte era cierta. Lo que sucedió fue que se puso a llorar en la sala de espera, cuando le estaba diciendo que no le iba a doler nada. Creo que adivinó que, como yo nunca le decía que algo no le iba a doler nada, ese algo debía de doler, porque si no, no me habría molestado en decírselo. Y me dije: Ya lo traerá ella. No quiero tener que vérmelas con esto.

Creo recordar que la señora Miller nos dijo una vez en clase de religión que hay gente que cree que tienes que vivir la vida una y otra vez —como en esos niveles en los juegos de ordenador, que hay que repetir y repetir para poder pasar al siguiente— hasta que llegues a vivirla como es debido. Bien, pues fuera cual fuese esa religión, creo que podría creer en ella. De hecho podría ser hindú o budista o algo sin saberlo. He vivido ese día del médico dos veces, y lo he vivido las dos veces mal, pero lo estoy haciendo cada vez mejor, poco a poco. La primera vez lo hice todo mal, porque ni siquiera sabía cómo se llamaba de veras Roof. Y la segunda vez sabía su nombre y sabía cómo cuidarlo, pero aún no era lo bastante buen padre como para conseguir que se dejara pinchar. No voy a tener una tercera oportunidad —es lo más probable—, porque ese día ya no está en el futuro, sino en el pasado. Y Tony Hawk no me ha proyectado nunca al pasado. Sólo me ha proyectado al futuro. Así que, camino de casa, iba pensando en si alguna vez —siendo más mayor— había tenido otro hijo. En caso afirmativo, quizás lo (o la) tendría que llevar al médico a que le pusieran las vacunas, y esta vez lo haría perfectamente: saberme bien el nombre del niño, decirle que no iba a dolerle y que, llorara lo que llorara, iban a ponérselas igualmente. Sería un día perfecto. Y así podría pasar a un estado superior, y dejaría de tener que vivir mi vida una y otra vez.

Ah, una cosa más. Luego no lo llevé a la tienda de juguetes para pasar el rato, así que me ahorré las 9,99 libras del helicóptero de marras. Aprendo. Aunque muy despacio.

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