Read Todo por una chica Online

Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (31 page)

BOOK: Todo por una chica
2.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

¿Sigues hablando con Tony Hawk? ¿ Te sigue él contestando?

Ya lo veréis.

¿La universidad, bien?

Muy bien, gracias. Quiero decir que sigo los estudios. Y los profesores son comprensivos y todo eso. Pero no estoy seguro de que pueda terminarlos (casi no tengo tiempo). ¿Os acordáis de lo que os he contado sobre mi madre y mi abuelo, de cómo no pasaron del primer escalón? Bien, pues yo he llegado a la mitad de la escalera. Pero no veo la forma de seguir subiendo mucho más. Y puede que hasta me vea obligado a bajar peldaños si no encuentro el modo de quedarme donde estoy.

Puede que Roof siga subiendo por la escalera. Eso es lo que tiene nuestra familia. Que sabes que si la has fastidiado no importa, porque enseguida vendrá otro retoño que podrá hacerlo mejor.

¿Y qué ha pasado con Alicia y contigo?

Sabía que me preguntaríais eso.

Tiempo atrás —justo después de que Alicia se curara de su resfriado— volvimos a tener sexo. Por primera vez desde el nacimiento de Roof. La verdad es que no me acuerdo muy bien de cómo sucedió, o por qué. Era una noche de domingo, y habíamos pasado el día con Roof, los tres juntos, porque habíamos decidido que a nuestro hijo le gustaba tenernos a los dos cerca. Normalmente nos turnábamos para los fines de semana. Yo iba a casa de Alicia y sacaba a Roof de paseo, o lo llevaba a mi casa para que pudiera pasar algo de tiempo con su pequeña tía. No estoy seguro de que a él le importara mucho que estuviéramos o no juntos. Creo que lo que pasaba era que nos sentíamos culpables por algo. Probablemente nos sentíamos culpables por hacerle vivir en el cuarto de una chica de dieciséis años, y por tenerlo varado en medio de una madre y un padre que no tenían ni idea de cómo cuidarlo. Pero podíamos llevarle juntos al parque o al zoo. Era difícil, pero era difícil en el sentido en que lo es aguantar la respiración durante cinco minutos, no en el sentido en que lo son los exámenes de matemáticas. Dicho de otro modo, cualquier idiota puede intentarlo alguna vez.

Lo llevamos a Finsbury Park, que lo han remodelado desde mi niñez, así que nadie debe pensar que hace apenas cuatro o cinco años podía uno balancearse en la estructura de barras. Andrea y Robert le habían dado a Alicia veinte libras, así que comimos en la cafetería, y Roof comió patatas fritas y un helado, y jugó cuatro veces en esas máquinas llenas de pelotas que rebotan dentro de huevos de plástico transparente. No hablamos de nada. Quiero decir que no hablamos de la vida ni de ese tipo de cosas. Hablamos de pelotas que rebotan, de patos, de barcas, de columpios, de chicos que tenían motitos Thomas Tank Engine. Y cuando Roof estaba en los columpios o en los parques de arena, uno de nosotros se sentaba a vigilarlo en los bancos.

Mi madre me preguntó una vez de qué hablábamos Alicia
y yo
cuando cuidábamos juntos a Roof, y le contesté que no hablábamos de nada, que yo siempre me mantenía un poco aparte. Entonces ella me dijo que eso era un signo de madurez, pero lo cierto es que yo tenía miedo de Alicia. Si quería pelearse, le daba igual dónde estaba, así que me parecía más sensato sentarme en un banco y ver cómo empujaba el columpio de Roof que estar allí de pie, a su lado. Si lo hacía, podía encontrarme de pronto en medio de un foso de juegos infantiles soportando toda clase de insultos mientras una pequeña multitud se agrupaba a nuestro alrededor para observarnos. No estoy diciendo que la mitad de las veces no fuera por mi culpa. Lo era. Se me olvidaban los planes, las cosas que había que llevar, la comida y la bebida. Hacía bromas estúpidas sobre cosas que a ella le molestaban, como su peso. Y las hacía porque había empezado a pensar en ella como una hermana, o una madre (mía, no de Roof), o una amiga que tuve en el colegio o algo parecido. Alicia no se reía con las bromas de ese tipo, porque ella no me veía de ese modo.

El día en que fuimos a Finsbury Park fue estupendo, la verdad. No nos peleamos, Roof estuvo contentísimo, brillaba el sol. Y lo quisimos prolongar. Volví con ellos a casa, para ayudar a Alicia a preparar el té de Roof, y para luego acostarlo, y Andrea me preguntó si quería quedarme a cenar. Después de la cena subimos al cuarto de Alicia para ver cómo dormía Roof antes de irme a casa, y Alicia me rodeó con sus brazos, y una cosa llevó a la otra, y acabamos yéndonos al cuarto de su hermano. Lo curioso del asunto fue que seguíamos sin tener ningún condón. Tuvo que ir a birlarles uno a sus padres.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que hice algo relacionado con el sexo. Me guardaba para mí mismo, si sabéis a lo que me refiero. Hasta aquella noche no había querido acostarme con Alicia, porque no quería que pensara que estábamos juntos. Pero no había podido acostarme con nadie más, ¿cómo iba a hacerlo? Habría sido la pelea final, la que hubiera acabado con todas las peleas (en caso de que Alicia llegara a enterarse). Y además seguía teniendo miedo. ¿Y si dejaba embarazada a otra chica? Habría sido mi final. Me habría visto embarcado en una rueda sin fin de un hijo a otro, con alguna que otra visita a la universidad, durante el resto de mi vida.

Así que me acosté con Alicia, y ¿qué sucedió? Que pensó que estábamos juntos. Seguimos allí echados, en la cama de su hermano, y al final dijo:

—Bueno, ¿y qué piensas?

Fueron sus primeras palabras sobre el asunto.

—¿De que lo intentemos otra vez? —dijo luego.

—¿Cuándo hemos hablado de ello?

—Ahora mismo.

Cuando digo que no estoy callándome nada estoy diciendo la verdad. Pero estoy diciendo la verdad en la medida en que recuerdo las cosas, lo cual, supongo, es algo un poco diferente, ¿no? Tuvimos sexo, y luego nos quedamos en silencio durante un rato, y luego Alicia dijo:

—Bueno, ¿y qué piensas?

¿Lo dijo cuando estábamos teniendo sexo? ¿O cuando estábamos en silencio? ¿Me dormí durante un rato? No tengo ni idea.

—Oh —dije, porque me sorprendió la pregunta.

—¿Eso es todo lo que se te ocurre decir: «Oh»?

—No. Por supuesto que no.

—¿Qué más puedes decir, entonces?

—¿No es un poco pronto?

Quería decir: ¿No es un poco pronto después del sexo?

Y no: ¿No es un poco pronto después de haberme ido de esta casa? Sabía que lo de haberme ido de su casa había sucedido hacía tiempo. No había perdido tanto el contacto con la realidad.

Alicia se rió.

—Sí —dijo—. Está bien. ¿Cuántos años quieres que tenga Roof cuando te decidas? ¿Quince? ¿Te parece una buena edad?

Y entonces me di cuenta de que se me había pasado por alto... Que se me había pasado por alto algo de no poca importancia. Que se me había pasado por alto todo, en realidad, todo lo que había estado sucediendo en el curso de los últimos meses. Alicia pensaba que había estado tratando de decidirme desde lo de mi resfriado, y yo pensaba que lo había hecho ya.

—Pero tú querías que me fuera cuando me fui, ¿no?

—Sí. Pero las cosas han cambiado desde entonces, ¿no?

Y ahora están bien. Eran difíciles cuando Roof era un bebé. Pero ahora las cosas están en orden, ¿no?

—¡Sí?

—Sí. Eso creo.

—Bueno —dije—. Pues qué bien, ¿no?

—¿Eso es un sí, entonces?

En los últimos dos años muchas cosas me habían parecido un sueño. Las cosas sucedían demasiado despacio, o demasiado rápidas, y la mitad de las veces no podía creer que estuvieran sucediendo. El sexo con Alicia, Roof, mi madre embarazada... Que me hubieran proyectado hacia el futuro era algo tan real como cualquiera de ellas.

Si tuviera que decir cuándo desperté diría que fue entonces, cuando la puerta del cuarto de Rich se abrió y entró en él la madre de Alicia.

Gritó. Gritó porque el cuarto estaba oscuro, y no esperaba ver a nadie. Y gritó porque las personas que encontró dentro no llevaban ropa alguna.

—Fuera —dijo, cuando dejó de gritar—. Fuera. Vestidos. Y abajo dentro de dos minutos.

—¿A qué viene ese escándalo? —dijo Alicia, pero lo dijo con una voz vacilante (lo cual me dio a entender que no se sentía tan valiente como pretendía aparentar)—: Hemos tenido un bebé juntos.

—Voy a decirte a qué viene este escándalo en cuanto bajes al salón —dijo Andrea, y salió del cuarto dando un portazo.

Nos vestimos sin hablar. Era muy extraño. Nos sentíamos como si estuviéramos metidos en un buen lío, y yo me sentí mucho más joven que cuando me enteré de que Alicia estaba embarazada. Ahora teníamos casi dieciocho años, nuestro hijo estaba dormido en el cuarto de al lado, y estábamos a punto de que nos echaran una bronca por habernos acostado. Una cosa que puedo deciros —una cosa que aprendí en esos dos años— es la siguiente. La edad no es algo fijo. Puedes decirte a ti mismo que tienes diecisiete o quince o los que sean, y puede ser verdad, y quizás sea verdad si hemos de hacer caso a tu certificado de nacimiento. Pero la verdad del certificado de nacimiento es sólo una parte de ella. Es fluctuante, según mi experiencia. Puedes tener diecisiete o quince o nueve o cien en el mismo día. Tener sexo con la madre de mi hijo después de mucho tiempo sin tenerlo me hacía sentirme como si tuviera veinticinco. Y acto seguido pasé de veinticinco a nueve en cuestión de dos segundos (nuevo récord mundial). No tenía ni idea de por qué me sentía un niño de nueve años al haberme pillado con una chica en la cama. El sexo se supone que te hace sentirte mayor, no menor. A menos que seas viejo, supongo. Pero parece funcionar también al revés. ¿Veis a lo que me refiero cuando digo que es fluctuante?

Cuando bajamos, Andrea y Robert estaban sentados en la mesa de la cocina. Andrea tenía un vaso de vino delante de ella, y estaba fumando, algo que nunca le había visto hacer.

—Sentaos, los dos —dijo.

Nos sentamos.

—¿Podemos tomar un vaso de vino? —dijo Alicia.

Andrea se limitó a hacer como si no la hubiera oído, y Alicia hizo una mueca.

—¿Me contestas a mi pregunta? —dijo Alicia.

—¿A qué pregunta? —dijo Robert.

—Le he preguntado a mamá a qué venía tanto escándalo —dijo Alicia.

Ninguno de los dos dijo nada. Robert miró a Andrea como diciéndole: Ahí tienes, todo tuyo.

—¿Es que no lo ves? —dijo Andrea.

—No. Ya nos hemos acostado antes, ¿sabes?

Dejé de sentir que tenía nueve años. Tenía unos catorce, pero a punto de cumplir mi edad real, y quizás incluso de dejarla atrás rápidamente. Estaba de parte de Alicia. Ahora que había dejado de sentirme un chico malo, era difícil ver cuál era el gran problema. De acuerdo, a nadie le gusta imaginar a miembros de su familia teniendo sexo, pero si yo pienso en ello alguna vez puedo sentir un poco de mareo. Pero jamás monto en cólera. Estábamos debajo de las mantas, y no se nos veía nada. Además, habíamos terminado. No estábamos en la mitad de nada. Y, como Alicia acababa de decir, Roof era la prueba viviente de que lo que hacíamos no era nada nuevo para nosotros. Tal vez fuera porque estábamos en un cuarto que no era el nuestro. Andrea nunca nos habría hecho pasar un rato tan malo si nos hubiera sorprendido en el cuarto de Alicia. Ni siquiera hubiera entrado. Pensé aventurar esa hipótesis, al ver que nadie más parecía tener ideas sobre lo que habíamos hecho de malo.

—¿Es porque estábamos en el cuarto de Rich? —dije.

—¿Qué diablos importa eso? —dijo Andrea. No era eso, por tanto—. Di algo, Robert —dijo—. ¿Por qué tengo que ser yo sola la que actúe con mano dura?

Robert parpadeó, y jugueteó con el arete del lóbulo de su oreja.

—Bien —dijo. Y se quedó callado.

—Oh, estás siéndome de gran ayuda —dijo Andrea.

—Bien —dijo Robert de nuevo—. Comparto la... la incomodidad de tu madre. Y...

—Es un poco más que jodida incomodidad —dijo ella.

—En tal caso, estoy un tanto perdido —dijo Robert—. Sabemos que Sam y Alicia tienen una... una relación sexual, así que...

¿La teníamos? Pensé en ello. No estaba muy seguro.

—¿La tenéis? —dijo Andrea.

—La verdad es que no —dije yo.

—Sí —dijo Alicia, justo al mismo tiempo.

—Bien, ¿y por qué? —dijo Andrea.

—¿Por qué? —dijo Alicia.

—Sí, ¿por qué?

Se estaba convirtiendo en la peor conversación de mi vida. Si hubiera tenido que elegir entre decirle a mi madre que Alicia estaba embarazada y hablar con los padres de Alicia de por qué teníamos relaciones sexuales, habría elegido sin dudarlo la charla con mi madre. Fue terrible para ella, pero lo superó. Yo no estoy seguro de que algún día llegue a superar esto.

—¿Lo amas? ¿Quieres estar con él? ¿Crees que esta relación tiene futuro? ¿No puedes imaginarte acostándote nunca con nadie más?

Yo no amaba a Alicia, la verdad. No como la amé cuando la conocí. Me gustaba, y era una buena madre, pero en realidad no quería estar con ella. Podía imaginarme a la perfección acostándome un día con alguien más. No sabía si eso significaba que no debíamos estar juntos, pero sabía que ya teníamos bastantes preocupaciones sin necesidad de todo aquello. Mientras escuchaba a Andrea, sentí náuseas, porque sabía que, si Alicia no lo hacía, tendría que ser yo quien pusiera punto final a aquella conversación.

—Mamá, es el padre de Roof.

—Eso no significa que tengas que follártelo —dijo Andrea. Ahora estaba realmente furiosa. No lo entendí.

—Bueno —dijo Robert—. Es obvio que antes o después. —¡Qué?

Andrea lo miró como si estuviera a punto de sacar el cuchillo del pan del cajón y cortarle la lengua.

—Perdón. Una broma tonta. Quería decir que... Ya sabes. Si Sam va a ser el padre del niño...

Alicia soltó una risita.

—¿Y crees que esa bromita es de buen gusto?

—Bueno, el buen gusto y el humor no siempre van juntos.

—Ahórranos tu jodida clase de teoría del humorismo. ¿Es que no ves lo que está pasando, Robert? —No.

—No voy a dejar que Alicia arruine su vida de la forma en que yo arruiné la mía.

—No estoy arruinando mi vida —dijo Alicia.

—Crees que no lo estás haciendo —dijo Andrea—. Crees que estás haciendo lo que debes, acostarte con el padre de tu hijo, porque quieres que la gente siga junta. Y luego pasa una década, y luego otra, y un día caes en la cuenta de que ya nadie te desea, y que has perdido todo ese tiempo empeñándote en algo de lo que cualquier persona sensata se habría librado hace siglos.

—Maldita sea, mamá —dijo Alicia—. Sólo estábamos pensando en darnos una oportunidad durante un tiempo.

BOOK: Todo por una chica
2.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fatal Exposure by Gail Barrett
Walk on Water by Laura Peyton Roberts
Second Chance Holiday by Aurora Rose Reynolds
As Good as New by Charlie Jane Anders
Sigma One by Hutchison, William
Job by Joseph Roth
The Playmaker (Fire on Ice) by Madison, Dakota