Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Y no me importa lo que digan —añadió—. He notado esa onda expansiva.
—Me parece que yo también la he notado, Skids —dijo Tuketu.
—Nadie tenía una butaca mejor que nosotros para asistir al espectáculo, eso es indudable.
Siguieron vigilando atentamente la luna, empleando tanto los ojos como los sensores pasivos. Ningún nuevo enjambre de cazas emergió de la base escondida. Las baterías antinaves guardaron silencio. Pero los cazas robotizados que ya habían sido lanzados al espacio siguieron luchando, a pesar de que habían quedado privados de sus controladores de vuelo. Siguiendo los protocolos de combate internos, los cazas robotizados se lanzaron contra los objetivos más grandes, los cruceros. Eran unas naves muy maniobrables, pero sólo contaban con armamento ligero, y no duraron demasiado. Los cruceros acabaron con ellos como si fueran otros tantos insectos.
—¡Lo estáis haciendo estupendamente! —exclamó Tuketu.
Ninguna de las otras tripulaciones de la formación oyó sus palabras. La fuerza de ataque estaba observando todos los protocolos reglamentarios para evitar ser detectada, y eso incluía el más estricto silencio de comunicaciones, a pesar de lo cerrado de la formación y la necesidad de ir siguiendo el plan de ataque segundo por segundo.
—Esto va a salir bien, ¿verdad? —preguntó el técnico de armamento con voz esperanzada.
—Tiene que salir bien —respondió Tuketu, pensando en el objetivo que les aguardaba.
De todas las amenazas que habían estado esperando a la flota en Bessimir, ya sólo quedaba una que pudiera causarles daños realmente serios: el gran cañón de hipervelocidad instalado en el otro lado de la luna impulsada por las fuerzas gravitatorias. Como un centinela que hiciera su ronda con paso rápido y decidido, la luna alfa no tardaría en girar alrededor de Bessimir hasta llegar a un punto en el que el cañón de hipervelocidad podría elegir a placer sus blancos entre las naves de la flota.
Según los androides de vigilancia de la Nueva República, el emplazamiento del cañón estaba protegido por un escudo de rayos y por otro de partículas. Además, y dado que las plantas suministradoras de energía del arma y el generador del escudo estaban enterrados a gran profundidad en la roca, el cañón podría sobrevivir sin excesivas dificultades a la clase de ataque que había destruido la base de cazas. Si los navíos de combate de Etahn Ábaht acababan viéndose obligados a destruir el gran cañón de la luna alfa mediante un enfrentamiento abierto, podían estar seguros de que el Quinto Grupo de Combate perdería varias naves durante el proceso. Los dieciocho bombarderos de Tuketu eran la clave para evitar que eso llegara a ocurrir.
—Nos aproximamos al punto límite de la trayectoria —dijo Skids, echando un vistazo al cronómetro de la misión y alzando luego la vista hacia la escarpada superficie de la luna alfa, que venía a toda velocidad hacia ellos.
—Todo está controlado —dijo Tuketu.
—Más vale que así sea —fue la nerviosa réplica que le llegó por los auriculares—. Mi mamá confía en que mi vida servirá para algo más que para crear un agujero en el suelo de un sitio donde ya tienen suficientes agujeros en el suelo.
—Diez para el punto límite —dijo Tuketu—. Avisa a los demás. Cinco para el punto límite. —Una alarma de colisión empezó a sonar en la carlinga. La superficie de la luna parecía estar terriblemente próxima—. ¡Hemos llegado!
Toda la nave tembló cuando las toberas de frenado de emergencia rugieron y el morro del ala-K se alzó bruscamente hacia el horizonte. Tuketu y Skids quedaron incrustados en los respaldos de sus sillones de vuelo mientras la luna giraba vertiginosamente debajo de ellos. Los dos tuvieron que hacer un gran esfuerzo para seguir respirando durante los largos momentos de la maniobra de frenado y alteración del curso.
Cuando la nave dejó de estremecerse y fue posible volver a respirar normalmente, el bombardero de Tuketu ya había iniciado un velocísimo vuelo rasante sobre la superficie de la luna alfa, con sólo dos bombarderos más siguiéndole. Los alas-K se habían dispersado en seis grupos, y cada uno seguiría un vector distinto hacia el objetivo. Con un poco de suerte, volverían a encontrarse encima de la abertura del cañón electromagnético.
—Disculpe, señor, pero me estaba preguntando si alguien ha visto mis ojos —dijo Skids con voz temblorosa—. Hace un momento estaban dentro de mis órbitas, pero ahora...
Tuketu se echó a reír.
—Ha sido divertido, ¿verdad?
—¿Divertido? —Skids meneó la cabeza—. Ha sido tan divertido como que un Rancor se te siente en el regazo. Señor, me temo que debo relevarle del mando por obvia locura aguda, y con efecto inmediato. Tenga la bondad de pasarme los controles y acompáñeme sin ofrecer resistencia.
Tuketu, que aún estaba sonriendo, se inclinó hacia adelante e hizo un pequeño ajuste en los controles de las toberas.
—Llevamos un poco de retraso, y no quiero llegar tarde a la primera comprobación de trayectoria —dijo—. Voy a aumentar la velocidad un par de puntos. Echa un vistazo por ahí atrás y asegúrate de que los demás siguen con nosotros.
—Recibido, Tuke —respondió Skids, volviendo la cabeza primero hacia la izquierda y luego la derecha—. ¡Oh, por la joya de Haarkan! Esos motores nuevos que han instalado en los K son todavía mejores de lo que nos habían dicho: este bombardero se ha convertido en un gatito estelar con muy mal genio y muchas ganas de pelea. —Esperemos que no nos haga falta emplear toda esa potencia motriz —dijo Tuketu, en un tono de voz tan bajo que casi parecía estar hablando consigo mismo.
Según los informes que Inteligencia de la Flota había proporcionado a los planificadores del Quinto Grupo, el cañón de hipervelocidad de Bessimir disparaba ciento veinte proyectiles por minuto, aunque raramente lo hacía durante más de diez segundos seguidos. El escudo de partículas que protegía el cañón estaba sincronizado con el control de disparo, pues de lo contrario el mismo sistema de protección habría desviado los proyectiles superacelerados. El escudo se abriría para dejar pasar a cada proyectil cuando el cañón fuera disparado, mientras que el blindaje de rayos permanecería en posición y protegería el emplazamiento de cualquier fuego de represalia procedente de las baterías de largo alcance enemigas.
Abrir, cerrar, abrir, cerrar, como el iris de una compuerta-ojo circular, como una tentadora atracción de feria: adivina cuál va ser el momento de la apertura, y ganarás el premio. Ésa era la razón por la que dos de los tres alas-K que formaban cada grupo de ataque habían sido configurados como penetradores. Los aparatos no poseían ningún arma de energía, y sólo contaban con un cañón de proyectiles corriente y un número extraordinario de proyectiles del tipo flecha. Si un solo proyectil, una astilla explosiva, conseguía infiltrarse y encontrar su objetivo...
Pero si querían disponer aunque sólo fuese de esa pequeña probabilidad, tendrían que acercarse mucho..., y además algo tendría que convencer a los artilleros de que debían disparar.
Ese algo era el Destructor Estelar de la Nueva República
Decisión
. Especialmente equipado con escudos múltiples alimentados por toda la energía que podían llegar a generar sus motores, el Destructor Estelar surgió del hiperespacio prácticamente en el centro exacto de la zona de fuego del cañón. Los alas-K se estaban aproximando al perímetro del área protegida por el escudo, escondiéndose entre la confusión de ecos y señales y pegándose a cada accidente de la superficie a medida que se iban acercando.
Ábaht, con las espinas de sus hombros totalmente erizadas en una clara señal de nerviosismo, estaba contemplando la maniobra en sus pantallas. Unos instantes más y los bombarderos serían detectados, y la amenaza que suponían sería analizada inmediatamente.
—Disparad —murmuró—. Vamos, vamos... Morded el anzuelo.
Esege Tuketu, que estaba observando cómo sus penetradores avanzaban hacia la línea roja de su diagrama de combate, se preparó para la maniobra de frenado a muchas gravedades que esperaba tendrían que ejecutar.
El tiempo necesario para que su corazón latiera una sola vez se estiró hasta convertirse en toda una vida.
Tuketu se dejó llevar por un impulso repentino y movió el interruptor de su comunicador, rompiendo el silencio de comunicaciones.
—Líder Rojo a Rojo Dos y Rojo Tres: ¡seguid avanzando hacia la torre, y no alteréis la trayectoria!
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Skids.
Tuketu meneó la cabeza.
—Tenemos que capturar a nuestra presa antes de que empiece a llover. Rojo Tres se desvió repentinamente hacia la derecha, alejándose de su objetivo en un intento de escapar al muro invisible que se extendía delante de él. Pero Rojo Dos rebasó el punto de alejamiento y abrió fuego.
Chorros de proyectiles plateados salieron despedidos desde debajo de sus alas y avanzaron velozmente hacia la rechoncha torre del escudo centrada en sus miras.
—Lo siento, Tuke —dijo Rojo Tres—. Demasiado tarde. Voy a virar.
El gran cañón rugió en ese mismo instante, escupiendo un torrente de proyectiles sobre el
Decisión
.
Rojo Dos se desvió hacia la izquierda y empezó a subir, con su cañón resiguiendo los contornos de la torre del escudo y sin dejar de disparar ni un solo instante.
—Vamos, vamos, vamos... —jadeó Tuketu—. Haz un agujero para nosotros.
Los primeros proyectiles de la andanada lanzada por Rojo Dos llegaron a la periferia del escudo cuando el cañón todavía estaba disparando. La mayoría se hicieron añicos sin estallar, quedando tan aplastados como insectos que hubieran sido arrojados contra el blindaje de un caza. Unos cuantos estallaron contra la nada cuando sus detonadores sucumbieron a una potente corriente de inducción provocada por el ciclo de conexión y desconexión del escudo. Pero dos de las minúsculas flechas lograron pasar. La cúpula hemisférica de la torre del escudo desapareció en una pequeña pero deslumbrante explosión que dejó los restos metálicos envueltos en llamas.
—¿Cómo has sabido que lo conseguirían? —preguntó Skids.
Tuketu meneó la cabeza.
—No lo sabía —dijo, dando plena potencia a los motores.
La apertura del gran cañón estaba justo delante de ellos.
Como un animal enfurecido que luchara desesperadamente por su vida, el hipercañón siguió disparando incesantemente contra el
Decisión
después de que el escudo de partículas se hubiera desvanecido. El gran crucero no era lo suficientemente maniobrable como para que pudiera esquivar el diluvio de proyectiles que estaban siendo lanzados contra él desde la luna alfa, y el comandante Syub Snunb se preguntó si su estructura sería lo bastante sólida para poder aguantar los impactos que estaban recibiendo. Los proyectiles chocaban contra sus escudos invisibles con tanta fuerza que toda la nave vibraba y se estremecía.
—El Ala Roja está dentro del perímetro —anunció un teniente.
Snunb, que había tenido que apoyarse en un mamparo para no perder el equilibrio, asintió para indicar que había recibido el informe.
—Entonces hemos hecho nuestro trabajo —dijo—. Que todos los sensores sigan centrados en la trayectoria de las ráfagas del cañón. Navegante, dé la vuelta y enséñeles nuestra popa. Manténganos en un curso de huida. Si nos dan algún respiro, por pequeño que sea, desconecten los escudos auxiliares y sáquennos de aquí con la propulsión hiperespacial.
—Sí, comandante.
Y en ese mismo instante el primer escudo cedió bajo una salva de proyectiles cuando los impactos absorbieron la energía de la burbuja protectora más deprisa de lo que ésta podía ser restaurada por los generadores del escudo. Las vibraciones empeoraron de repente, y una alarma empezó a sonar en el puente.
—El escudo D ha caído. ¡Los generadores se están sobrecargando!
Snunb meneó la cabeza.
—He de acordarme de decirle al general Ábaht que no me gusta nada ser el cebo atado delante de la guarida del depredador. ¿Cuánto falta para que podamos salir de aquí?
Su primer oficial señaló la pantalla táctica.
—Tuketu debería estar encima del objetivo dentro de unos segundos.
Otra alarma empezó a sonar en el puente del
Decisión
.
—Espero que podamos proporcionarle esos segundos.
La apertura del hipercañón brillaba con un potente resplandor en la imagen infrarroja del ordenador de puntería de Tuketu.
—Terminemos con este trabajo en la primera pasada.
—Armando la Número Uno —canturreó Skids—. Armando la Número Dos. Asumo el control de dirección.
Tuketu levantó las manos de la palanca de vuelo.
—Es todo tuyo.
El morro del ala-K subió hacia el cielo, y el bombardero empezó a ascender.
—Distancia de lanzamiento... comprobada y aceptada. Número Uno fuera. Número Dos fuera. Sería preferible que no nos quedáramos mucho rato por aquí, Tuke.
Mientras las bombas empezaban a describir un limpio y elegante arco balístico que las haría pasar sobre la cima de una colina gravitacional, Tuketu alzó el morro del bombardero y lo desvió hacia la izquierda con tanta brusquedad que durante unos momentos se sintió un poco mareado. La parte inferior del casco acababa de quedar encarada hacia el objetivo cuando de repente hubo una especie de rugido ahogado y un destello muy brillante que proyectó largas sombras sobre la superficie de la luna alfa, a las que siguió una traducción vertical de la explosión lo bastante potente para hacer que les crujiera el cuello, como si la mano de un coloso invisible hubiera empujado al ala-K desde abajo.
—¡Demasiado pronto, demasiado pronto! —gritó Skids, muy alarmado—. No han sido nuestras bombas.
Negro Uno pasó como una exhalación por encima de ellos en ese momento, y el altavoz del comunicador cobró vida con un chisporroteo de alegres exclamaciones.
—El universo acaba de perder un arma de gran calibre —dijo el Líder Negro—. Todavía estaba disparando cuando atacamos, y debemos de haberle metido un par de bombas justo dentro del cañón. ¿Lo has visto, Líder Rojo?
—Negativo, Líder Negro. —Un doble fogonazo que era un pálido eco del primero volvió a iluminar el paisaje—. Parece que no has dejado gran cosa para nosotros, Hodo —dijo Tuketu, y sonrió.
—Así aprenderán ustedes a no entretenerse por el camino la próxima vez..., señor.
—Aquí Líder Verde —dijo una nueva voz—. He hecho una pasada de verificación, y confirmo que el objetivo ha sido destruido.