Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (5 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
12.05Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lamento estropearles este momento de celebración, y echar a perder los carísimos juegos artificiales tan amablemente organizados para nosotros por el almirante Ackbar y el general Ábaht. Lamento haberle hecho subir la tensión al senador Yar, y haber ofendido el impecable sentido de la corrección del senador Marook. Pero no puedo permanecer en silencio.

»Lo que he llegado a saber durante los meses transcurridos desde que pronuncié el juramento del Consejo, y lo que he visto y oído hoy, me alarman profundamente. Si pudiera, hablaría de esto en el pozo del Senado, delante de los ojos de toda la República. Esto no tiene nada que ver con nuestra seguridad o con la protección contra las amenazas exteriores: ustedes han construido una maquinaria de opresión, y ahora se disponen a entregársela a la progenie del opresor más brutal que recuerda la historia.

»Mantengo una rotunda e inalterable oposición a armar a la Nueva República contra sus propios miembros...

—Se equivoca si... —empezó a decir el almirante Ackbar.

—¡Pero eso es exactamente lo que han hecho! —exclamó el senador Peramis con irritación—. La Quinta Flota es nada más y nada menos que un arma de conquista y tiranía. Y en cuanto un arma ha sido forjada, fascina, tienta y obsesiona, y no deja de hacerlo hasta que alguien encuentra una razón para utilizarla. Han puesto en manos del hijo de Darth Vader una deslumbrante tentación para que siga el camino de su padre. Han entregado a la hija de Darth Vader una invitación envuelta en papel de regalo para que consolide su poder mediante la fuerza de las armas.

»Y a pesar de todo ello, ahora están sentados aquí, sonriendo y asintiendo y tragándose la mentira de que todo eso es por su propio bien y para su protección. Me avergüenzo de ustedes... Sí, me avergüenzo.

El senador Peramis meneó vigorosamente la cabeza, como si quisiera expulsar de ella unos pensamientos muy desagradables, y después salió de la sala de conferencias caminando a grandes zancadas.

Leia desvió rápidamente la mirada, haciendo un gran esfuerzo para tratar de controlar su expresión y ocultar lo mucho que le costaba. El silencio de perplejidad duró unos instantes, y después fue roto por toses nerviosas y los crujidos y suaves roces producidos por los altos oficiales y miembros del Consejo al removerse incómodos en sus asientos.

—¡Presidente! ¡Presidente Behn-kihl-nahm! —exclamó el senador Tolik Yar, recuperando la voz por fin—. ¡Exijo que ese hombre sea sometido a un proceso de reprimenda oficial! ¡Exijo que comparezca delante del Comité de Investigación! Esto es intolerable. La Séptima Zona debe enviar a otra persona para que se encargue de representarla. Es intolerable, ¿me ha oído?

—Todos le hemos oído, senador Yar —dijo Behn-kihl-nahm con su tono de voz más sedoso y tranquilizador mientras iba hacia Leia—. Presidenta Organa, permítame pedirle disculpas por la lamentable equivocación del senador Peramis cuando afirmó que... Tolik Yar soltó un bufido.

—Ya puestos, ¿por qué no pedir disculpas también por las lamentables equivocaciones del Emperador? Sería aproximadamente igual de efectivo. Behn-kihl-nahm ignoró el comentario.

—Princesa Leia, tal vez recuerde que Walalla estuvo a punto de perecer bajo el peso aplastante de la mano del Imperio —siguió diciendo—. Tig Peramis recuerda demasiado bien todo eso. Sólo era un muchacho cuando tuvo que presenciar la conquista de su mundo y cómo el espíritu de su pueblo era destruido. Los recuerdos le llenan de una pasión que inspira su diligencia, pero que nubla su sentido común. Hablaré con él. Estoy seguro de que ya lamenta esas palabras tan poco meditadas.

La salida de Behn-kihl-nahm fue la señal para que la sala se vaciara. Los otros miembros del Consejo estuvieron a punto de tropezar unos con otros en su prisa por marcharse, y la etiqueta ritual de saludos, felicitaciones y buenos deseos fue despachada con tal rapidez que adquirió el sabor de una farsa. Leia apenas tuvo tiempo de verlos marchar antes de quedarse a solas con el almirante Ackbar. Alzó su rostro cansado y tenso hacia la mirada llena de simpatía de Ackbar, e intentó curvar los labios en una sonrisa melancólica.

—Bueno, creo que todo ha ido estupendamente... ¿No opina lo mismo? Una imagen del general Ábaht llenó la pantalla principal en ese mismo instante.

—Etahn Ábaht informando a Operaciones de la Flota, Coruscant, con comunicación adicional a la presidencia del Senado —dijo la imagen—. El ejercicio Golpe de Martillo con fuego real ha concluido satisfactoriamente. Remitiré a la mayor brevedad posible un informe detallado sobre las bajas, deficiencias y comportamiento de los distintos mandos. Recomiendo que la Quinta Flota de las Fuerzas de Defensa pase a ser considerada como plenamente operativa a partir de esta fecha.

La pantalla se oscureció.

Ackbar asintió, y apretó suavemente el hombro de Leia con una de sus manos-aleta en un amistoso gesto de consuelo.

—No ha ido tan mal, señora presidenta —dijo—. Tener que enfrentarse a unas acusaciones injustas siempre es preferible a enfrentarse con la perspectiva de nuevos combates y más muertes. Creo que todos hemos tenido combates y muertes más que suficientes para toda nuestra vida.

Leia clavó los ojos en la puerta por la que había salido Peramis.

—¿Cómo ha podido ser tan estúpido? —preguntó con voz quejumbrosa—. Después de Palpatine, Hethrir, Durga, Daala, Thrawn; después de que cada uno llegara prácticamente pisándole los talones al anterior, casi sin darnos tiempo a curar las heridas y remendar los cascos de las naves... ¿Cómo ha podido pensar que nos gusta tanto hacer la guerra?

—He descubierto que la mayoría de las estupideces tienen su origen en el miedo —dijo Ackbar.

—No estoy acostumbrada a que me teman. —Leia meneó la cabeza—. Y especialmente sin que haya ninguna razón para ello... Eso me enfurece. Ackbar, que la entendía muy bien, emitió un gruñido de asentimiento.

—Bien, ahora tengo intención de ir a mis habitaciones, y una vez allí le arrancaré la cabeza de un mordisco a un ormachek congelado.

Le sugiero que vuelva a casa y encuentre algo lo más horrendo posible que pueda hacer pedazos.

Leia dejó escapar una risita llena de cansancio y le dio unas palmaditas en la mano.

—Tal vez lo haga —dijo—. Verá, creo que todavía conservo esa olla de bendición calamariana que nos regaló a Han y a mí cuando nos casamos...

2

Una brisa caliente y húmeda soplaba sobre la cima del Templo de Atún, el más alto de los templos medio en ruinas que los massassi habían construido en Yavin 4. Luke Skywalker volvió la cara hacia el viento y contempló la jungla llena de vida que se extendía ante él sin ninguna interrupción hasta confundirse en el horizonte. El enorme disco anaranjado de Yavin, el gigante gaseoso, dominaba el cielo, suspendido justo encima del límite del mundo mientras su cuarta luna iba girando hacia la noche.

Incluso después de cinco años, Luke seguía pensando que aquel panorama era tan imponente que casi resultaba abrumador. Había crecido en Tatooine, donde las únicas estrellas de la noche eran pálidos puntitos blancos esparcidos sobre un lienzo negro, y donde el terrible calor diurno procedía de dos discos que podía hacer desaparecer con sólo levantar su mano. «Echaré de menos todo esto», pensó.

Luke llevaba meses utilizando el Templo de Atún como su santuario. A diferencia del Gran Templo, que había adquirido una nueva vida como hogar del praxeum Jedi, el Templo de Atún había permanecido tal como se hallaba cuando fue descubierto, con sus mecanismos inertes y sus pasadizos sumidos en la oscuridad. Sus cámaras exteriores habían sido saqueadas, pero una trampa formada por dos enormes piedras deslizantes había sellado las cámaras de los niveles superiores hacía ya mucho tiempo. La trampa seguía aprisionando los cuerpos aplastados de los infortunados ladrones que la habían hecho funcionar.

Algo rozó con un suave cosquilleo la consciencia de Luke y se agitó en los nebulosos confines de su percepción. Cerró los ojos y bajó sus escudos interiores durante el tiempo suficiente para registrar el templo, leyendo las corrientes de la Fuerza a medida que fluían a su alrededor y por debajo de él.

Había vida por todas partes, pues ya hacía mucho tiempo que las criaturas de Yavin 4 habían reclamado lo que abandonaron los massassi. Las escaleras derrumbadas mantenían confinadas a la mayoría de las alimañas en los niveles inferiores. Pero los murciélagos de las rocas habían anidado en los diminutos conductos de ventilación de toda la fachada del templo, y Luke compartía la cima con los halcones-corneta de alas purpúreas, que remontaban el vuelo cada noche para inspeccionar las capas más altas del dosel selvático en busca de presas.

También detectó una presencia que nunca había estado allí antes..., pero no era una presencia inesperada. Streen se estaba aproximando, tal como le había pedido Luke.

Luke no le había dado ninguna instrucción salvo la de que se reuniera con él en la cima del Templo de Atún, con lo que había convertido el que Streen asistiera a la cita en una última prueba, y al templo en un enigma a descifrar y una casa de los horrores en potencia. Luke, que estaba ocultándose a sí mismo al no ejercer ni el más mínimo influjo sobre las corrientes de la Fuerza con su voluntad, fue siguiendo el avance de su protegido. Streen se había distinguido por su madurez incluso cuando era un simple aprendiz, y esa cualidad resultaba evidente en la decisión con que ascendía por la torre. Avanzaba con veloz agilidad a lo largo de las cornisas, y se movía por los oscuros pasajes sin ninguna vacilación.

Los últimos cincuenta metros del trayecto hasta la cima exigían llevar a cabo un vertiginoso ascenso mediante las puntas de las manos y los pies a lo largo de la empinada pendiente formada por las piedras a medio desmoronar de la cara del Templo de Atún que daba a poniente. Mientras Streen se iba aproximando a la cima, Luke empujó a los halcones-corneta con el pensamiento e hizo que se lanzaran al vacío. Los halcones-corneta pasaron por encima de la cabeza de Streen como sombras dotadas de garras, chillando y agitando el aire con sus alas. Pero Streen no se sobresaltó.

Se mantuvo totalmente inmóvil y pegó el cuerpo a la vieja piedra, volviéndose invisible hasta que los halcones-corneta se hubieron alejado, y después completó su ascensión.

—Me alegra mucho verte aquí —dijo Luke, abriendo los ojos mientras Streen se reunía con él—. Acabas de confirmarme la elección que había hecho. Ven, siéntate y ponte de cara al este conmigo.

Streen obedeció sin decir palabra. La curva de Yavin estaba empezando a rozar la línea del horizonte, formando la geometría del símbolo encontrado por doquier en las ruinas massassi.

—¿Has hecho nuevos progresos en tu lectura de los Libros de los massassi? —preguntó Luke en voz baja.

Se estaba refiriendo a una colección de tabletas sacadas de una cámara subterránea derrumbada que había sido descubierta dos años antes en la jungla, cerca del templo. Las tabletas estaban cubiertas con la compleja y arcana simbología del Sith, pero los signos no habían sido trazados por una consciencia Sith. Los Libros guardaban silencio sobre su autoría, pero Luke creía que eran la creación de un solo massassi, y que contenían la obra de toda una vida dedicada a escribir ensayos sobre la historia y la fe. Una opinión minoritaria sostenía que eran los textos sagrados originales de los massassi, una antigua tradición oral que había sido consignada allí por esclavos que aprendieron a leer y escribir.

—Pensaba que a estas alturas ya habría terminado, pero sólo he llegado al decimosexto Libro —dijo Streen—. Leerlos es más agotador de lo que nunca hubiese imaginado. Es como si fuera un proceso que ha de seguir su propio ritmo, y que no puede ser acelerado.

—¿Y qué has descubierto sobre lo que el panorama que se extiende ante nosotros significaba para los que construyeron este lugar?

—He descubierto que para los massassi Yavin era un dios hermoso y terrible al mismo tiempo —respondió Streen—. Alzaba sus ojos hacia el cielo, pero encogía sus corazones y los llenaba de miedo.

—Continúa.

Streen señaló el horizonte con un gesto de la mano.

—Si he comprendido bien lo que he leído, los massassi se midieron a sí mismos usando esta presencia que lo domina todo como patrón de medida y se sintieron espantosamente diminutos e insignificantes. Se hallaban sobre el pináculo de la vida en un mundo fecundo, y sin embargo les parecía que ellos y sus logros no eran nada..., y esa paradoja acabó oscureciendo toda su historia.

—Sí —dijo Luke—. No consiguieron aprender la lección de la humildad.

Cuanto más grandes eran sus obras, más anhelaban ese poder que seguía pareciendo estar tan lejos de su alcance. Erigieron estas piedras para el Sith en un vano esfuerzo que pretendía tocar el rostro de su dios, y persiguieron el poder oscuro del Sith en un vano esfuerzo para llegar a ser como dioses.

—Fue una especie de locura.

—Un atisbo de la verdad puede bastar para provocar la locura —murmuró Luke.

—¿Qué verdad es ésa?

—Mira a nuestro alrededor —dijo Luke, extendiendo las manos—. Los massassi han desaparecido y sus obras se están desmoronando, heridas por la guerra y violadas por los intrusos. Pero Yavin sigue gobernando su mundo.

—Sí. Sí, comprendo.

—Me iré por la mañana, Streen —dijo Luke en voz baja y suave—. Mi presencia aquí ya no es necesaria. Va siendo hora de que otro asuma la dirección de la Academia Jedi. Te he elegido a ti.

Aquellas palabras consiguieron lo que no habían logrado los halcones-corneta, pues Streen se sobresaltó visiblemente.

—¿Te marcharás mañana? No lo entiendo —dijo, volviéndose hacia Luke.

—Hubo un tiempo en el que la Fuerza era para mí como una voz que susurraba en el viento —dijo Luke, levantándose y volviendo la mirada hacia el Gran Templo—. Obi-Wan me enseñó a oírla, y Yoda me enseñó a entenderla. Después fui mi propio maestro, y aprendí a escucharla estuviera donde estuviese y, a mi vez, he enseñado a otros a oírla y entenderla. Pero últimamente no he estado oyendo muy bien esa voz, a pesar de que mi oído es más agudo que nunca. Hay demasiado ruido. Hay demasiadas interferencias que he de filtrar y eliminar. Hay demasiadas preguntas, demasiadas exigencias. Todos parecen estar gritándome. Es insoportable, y me agota.

Se volvió hacia Streen.

—No puedo seguir haciendo este trabajo. Y lo que he de hacer no puede hacerse aquí.

Other books

Kiss in the Dark by Jenna Mills
The Snow Empress: A Thriller by Laura Joh Rowland
Button in the Fabric of Time by Dicksion, William Wayne
Sarah's Secret by Catherine George
What He Desires by Violet Haze
Hearts and Crowns by Anna Markland
Man on a Mission by Carla Cassidy