Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Entonces ha llegado el momento de que te vayas —dijo Streen, poniéndose en pie—. Ahora que comprendo por qué te has estado alejando poco a poco de nosotros, incluso me parece que deberías haberte marchado hace tiempo. Y no te preguntaré adonde vas.
—Gracias —dijo Luke—. ¿Aceptas la carga que te he ofrecido?
—Sí —dijo Streen, ofreciéndole su mano extendida—. La acepto. Te libero de tus deberes sin imponerte ninguna condición a cambio. Yo cargaré con este peso a partir de ahora. —Los dos hombres unieron sus manos en un firme apretón lleno de sinceridad. Después Streen sonrió—. Aunque no me siento preparado para ello.
—Estupendo —dijo Luke, respondiendo a la sonrisa de Streen y soltándole la mano—. El que no te sientas preparado te ayudará a esforzarte todavía más.
—¿Se lo dirás a los aprendices, o se lo diré yo?
—Yo se lo diré. Es lo que esperan, y además quiero que sepan que cuentas con toda mi confianza. Ahora ven, y hagamos lo que debe hacerse.
Dando dos largas y rápidas zancadas, Luke se lanzó al vacío del viento caliente desde la cima del Templo de Atún, tal como hacían los halcones-corneta. Cayó dando tumbos por el aire durante unos momentos, y después extendió los miembros como si los pliegues de su túnica fueran unas alas. Mientras caía, meditó en el miedo durante largos segundos, y después imaginó que era una criatura del aire. Haciendo que su cuerpo fuese tan ligero como su corazón, se posó sobre el suelo cerca de la base del templo con tanta suavidad que los tallos de hierba apenas protestaron.
Streen tardó un poco más en llegar, descendiendo a lo largo de la fachada del templo bronceada por el sol como si estuviera dejándose caer mediante una cuerda invisible.
—Espero que ésta no haya sido mi última prueba —jadeó Streen mientras se reunía con Luke.
—No —respondió Luke—. Sólo era algo que quería hacer una vez más antes de irme.
Un rato más tarde, después de que hubiera anochecido, un caza ala-E creó una flecha de luz a través del cielo y subió como una exhalación hacia las estrellas desde la isla de ruinas perdida en el mar oscuro de la jungla.
Sólo un par de ojos lo vio marchar. Los ojos pertenecían a Streen, que se hallaba sentado en la cima del Gran Templo. Había estado meditando, y la luz y el sonido hicieron que levantase la mirada.
—Adiós, maestro mío —murmuró mientras la estela iónica se iba desvaneciendo—. Que la Fuerza te acompañe en tu viaje.
En algunos aspectos, Jacen Solo era como cualquier niño de siete años de edad. Le gustaba construir castillos con una baraja de cartas de sabacc, conducir deslizadores de juguete a través de charcos de barro y jugar con modelos de naves espaciales. El único problema, desde el punto de vista de Han, era que Jacen quería hacer todas esas cosas con su mente, en vez de con sus manos.
Hasta el momento, la capacidad para levitar objetos, incluso los más pequeños, seguía estando fuera del alcance de Jacen. El ala-E y el caza TIE que libraban un feroz duelo en el aire encima de su cama estaban suspendidos de un par de hilos, y no de sus pensamientos. Pero saber que era posible levitar objetos constituía una motivación más que suficiente para el hijo mayor de Han. Al igual que el padre que soporta el primer año de lecciones de clarinete de su hijo, Han había aprendido a ignorar el estrépito de las pequeñas catástrofes y los experimentos fracasados, y los ocasionales estallidos de impaciencia que tenían lugar en la habitación contigua y que, de otro modo, habrían hecho subir vertiginosamente su presión sanguínea. Además, y a diferencia de Leia, el ruido y el caos que acompañan a los juegos de un niño no le molestaban lo más mínimo.
Pero a Han le costaba bastante más digerir la innegable realidad de que Jacen se estaba volviendo un poco..., bueno, un poco regordete. Han recordaba la infancia como largos días de juegos movidos y enérgicos, como una época en la que poseía un cuerpo esbelto y fuerte que nunca estaba cansado durante demasiado tiempo. En el caso de Jacen, la infancia era algo muy distinto. Aunque los niños podían ir y venir libremente por todo el recinto, Han nunca veía entrar en el patio a su hijo mayor después de haber corrido hasta acabar en un estado de agotamiento sudoroso, o salir de los jardines tan sucio y feliz como un gusano. Y eso preocupaba considerablemente a Han.
Había algo que todavía le resultaba más difícil de aceptar, y era el ver a Jacen jugando siempre solo, sin amigos fuera de la familia y estando cada vez menos interesado en jugar con Jaina y Anakin. Han culpaba de la falta de amigos de Jacen a sí mismo y a Leia. Los niños habían sido trasladados continuamente de un lugar a otro, enviados lejos con guardaespaldas y escondidos con niñeras, todo con la idea de «protegerlos». Como resultado, el proceso había «protegido» a sus hijos de tener nada remotamente parecido a una infancia normal. Y a pesar de todo eso, aun así habían sido secuestrados por Hethrir, y habían estado a punto de perderlos.
Ya no se podía hacer nada al respecto salvo tratar de no agravar todavía más las consecuencias del error. La primera noche en que la familia estuvo reunida, con Leia derramando lágrimas de alivio mientras se abrazaban los unos a los otros, Han se había jurado en silencio que nunca volvería a permitir que los niños quedaran sin el cuidado y la protección de su padre o su madre.
Leia estaba irremediablemente atrapada por los asuntos gubernamentales, pero Han estaba convencido de que su posición era muy distinta a la de ella. Cuando volvieron a Coruscant, había intentado presentar su dimisión.
Como respuesta, el almirante Ackbar había observado que Han perdería sus autorizaciones y accesos de alta seguridad y su pase de Primera Clase, y que Leia perdería su consejo en las cuestiones más delicadas y el poder compartirlas con él.
—Considerándole indispensable para la defensa de la Nueva República, debo rechazar su dimisión —había dicho Ackbar.
—Eh, un momento, maldita sea...
—Sin embargo, también soy de la opinión de que las funciones que desempeña actualmente no están aprovechando al máximo su experiencia y capacidades —siguió diciendo Ackbar—. Con efectividad inmediata, ordeno la excedencia indefinida de su rango actual y que se le adscriba al servicio personal de la presidenta en calidad de agregado encargado de la defensa doméstica. Tendrá que prestarle su ayuda de la manera que ella considere más adecuada. ¿Lo ha entendido?
Si los enormes ojos del calamariano hubieran sido capaces de producir un guiño, Ackbar habría obsequiado a Han con un ejemplar soberbiamente malicioso en ese mismo momento.
Como consecuencia, y desde aquel momento, Han pasaba los días en la residencia presidencial, que compartía con Leia, e intentaba recuperar todo el tiempo perdido. Pero estaba descubriendo que los niños hacían que los hiperimpulsores del
Halcón Milenario
pareciesen altamente fiables y predecibles en comparación con ellos. El pequeño Anakin era el leal aliado de Han, pero los gemelos solían ponerle a prueba. Jacen y Jaina tenían sus propias ideas sobre cuál era el orden más adecuado para el universo, y sobre el lugar que debían ocupar en él.
—Pero papá, Winter nos deja...
—Pero papá, Chewie siempre...
—Pero papá, Cetrespeó nunca...
Las frases que empezaban con ese tipo de construcciones gramaticales quedaron totalmente prohibidas en la casa a finales del primer mes. «¡No es justo!» siguió el mismo camino poco tiempo después. Con Leia respaldando los edictos al final de la cadena de mando (y negociando discretamente sus discrepancias con Han en privado), los tres niños acabaron reconociendo a papá como el jefe de la casa.
Pero a Han le preocupaba mucho ese día, que creía debía llegar inevitablemente, en el que un desacuerdo terminaría convirtiéndose en una discusión que no lograría ganar. Han había llegado a la conclusión de que criar niños Jedi era algo muy parecido a criar tigres de Ralltiir: por monísimos que pudieran ser de pequeños y por mucho que pudieran quererte, aun así acababan creciéndoles unas garras tan largas como mortíferas. Han nunca olvidaría la tarde en la que Anakin tuvo una rabieta ayudada y alimentada por la Fuerza que había durado una hora entera. Todos los objetos de la habitación fueron empujados o lanzados contra la pared, dejando al pequeño solo en el centro de un suelo totalmente vacío para que lo golpeara con los puños y los talones.
Por suerte, los tres niños eran, básicamente y en el fondo, muy buenos.
Que el jugar con la Fuerza pareciese hacer que durmieran más rato y más profundamente también era algo por lo que podían dar gracias. Por desgracia, tanto Anakin como Jacen habían heredado la tozudez de su madre: obligar a cualquiera de los dos a que hiciese algo que no quería hacer exigía considerables esfuerzos. Y tanto Jacen como Jaina tenían una veta oculta de traviesa e incontenible picardía, de la que Leia culpaba a Han, y que hacía que se pudiese tener la seguridad de que tarde o temprano acabarían haciendo justo lo que no querías que hicieran.
Habían establecido un nuevo ritual familiar que parecía gustar mucho a todo el mundo: cuando Leia llegaba a casa, todos se metían en la piscina de vórtices del jardín y pasaban media hora o más dejándose llevar de un lado a otro por sus corrientes. Los niños podían jugar —de repente Anakin había empezado a sentir un amor tan intenso por el agua que Ackbar le llamaba orgullosamente «mi pececito»—, o limitarse a permanecer pegados a mamá y papá, mientras que para Leia y Han era como una terapia, un suspiro de alivio al final de un largo día.
Después, cuando los niños se iban con el androide mayordomo que los vestiría para la cena, Han y Leia se retiraban a su dormitorio para intercambiar lo que llamaban jocosamente «el parte diario». Aquello era tan parte del ritual como la piscina: les daba una ocasión de quejarse, gritar o, sencillamente, distraerse un rato mientras cada uno le contaba al otro cómo le había ido el día.
Esa noche Leia se dejó caer sobre la cama, cogió una almohada y la estrujó contra su pecho.
—¿Cuáles son las últimas noticias del frente de batalla, general? —preguntó.
Han se instaló en un sillón kesslerita colocado delante de los pies de la cama. El sillón se ablandó y se adaptó rápidamente a los contornos de su cuerpo, dejándole en una postura tan cómoda que le hizo tener la sensación de que todavía estaba flotando en la piscina de vórtices.
—No sé qué hacer con Jacen —dijo—. Esta mañana intenté persuadirle de que jugara un pequeño torneo amistoso de bolo-pelota conmigo. Rechazó la idea.
—Bueno... No es un deporte que se le dé demasiado bien, y los chicos quieren que sus padres estén orgullosos de ellos —dijo Leia, dándose la vuelta y clavando la mirada en el techo—. Quizá no se atreve a jugar contigo porque tú eres mucho mejor jugador que él y teme quedar en ridículo.
—No juega demasiado bien porque nunca lo practica. No hay ninguna razón por la que no pueda llegar a ser un buen jugador. Pero dijo que era un juego estúpido.
Leia mantuvo un diplomático silencio.
—Así que le dije que de acuerdo, que escogiera él —siguió explicando Han—. «¿Quieres ir a patinar en el velocídromo, quieres jugar a pelota mural en el patio, qué quieres hacer?» «No, papá, gracias», me dice él. Le dije que tenía que empezar a hacer algún tipo de esfuerzo físico, que tenía que robustecer su cuerpo..., o de lo contrario, tendría que obligarle a hacer unos cuantos circuitos diarios de la valla interior corriendo al lado del androide centinela.
—¿Y qué respondió a eso?
—«¿Por qué he de ser fuerte? Algún día seré capaz de ir adonde quiera, o de conseguir todo lo que quiera, sólo pensando en ello..., como el tío Luke.» Eso es lo que me respondió. —Han meneó la cabeza—. No parece haberse dado cuenta de que su tío Luke no se parece en nada a Jabba el Hutt.
—¡Y Jacen tampoco! —exclamó Leia, poniéndose a la defensiva.
—Dale tiempo.
—Estás exagerando.
—Eso espero —dijo Han, aunque empleó un tono bastante escéptico—. Pero me alegraría ver cómo Luke le recuerda a Jacen que el adiestramiento Jedi también tiene una faceta física... Ya sabes, todos esos rollos de que el cuerpo es el instrumento de la mente, y no sólo su recipiente, con los que solía matarnos de aburrimiento.
Leia volvió a rodar sobre la cama y se incorporó, apoyándose en los codos y con el rostro repentinamente tenso.
—¿Has tenido noticias de Luke, Han?
—¿Qué? No, hace algún tiempo que no sé nada de él. —Han frunció el ceño mientras pensaba—. La verdad es que hace mucho tiempo que no sé nada de él. ¿Por qué me lo preguntas?
—Tionne ha llamado hoy desde Yavin 4. Luke ha desaparecido.
—¿Ha desaparecido?
—Se ha ido a algún sitio. Dejó la Academia Jedi en manos de Streen.
—Ya ha hecho eso antes.
—Pero a juzgar por lo que me dijo Tionne, esta vez es distinto... Daba la impresión de que no iba a volver nunca.
—Hmmm. Altamente misterioso, estoy de acuerdo —convino Han—. No se me ocurre ni una sola razón por la que no pueda apetecerle pasar su vida en una isla desierta en el centro de la gran Nada rodeado por una pandilla de adeptos a la Fuerza.
Leia le arrojó una almohada, que fue diestramente interceptada por Han.
—Ojalá supiera dónde está —dijo—. Ninguno de los dos ha sabido nada de él desde hace meses, y ahora se ha ido de repente sin dejar ninguna clase de mensaje...
—¿Estás preocupada por Luke?
—Un poco. Y si no va a estar en la Academia Jedi, no cabe duda de que no nos iría nada mal que viniera aquí a echarnos una mano. He intentado enviar un mensaje al comunicador hiperespacial de su caza, pero no está recibiendo transmisiones. Si es que ese comunicador todavía existe, claro.
—¿Cuándo se fue?
—Ya hace varios días. ¿Podemos hacer algo desde aquí para localizarle?
Han soltó un bufido.
—¿Localizar a un Maestro Jedi que sabe todo lo que hay que saber sobre la geografía y tecnología de la Nueva República? No a menos que él quiera ser encontrado. Tienes más probabilidades de dar con Luke tú sólita, empleando tu no-sé-qué latente y ese no-sé-cuántos de gemelos que los dos parecéis poseer.
Leia pareció sentirse vagamente incómoda.
—Me he estado preguntando si podría pedirle al almirante Ackbar que incluyera el ala-E de Luke en la lista de naves desaparecidas… discretamente, ya sabes.
—Podrías hacerlo —replicó Han—, pero no discretamente. ¡Sólo harían falta unas dos horas para que toda la flota estuviera comentando la desaparición de Luke Skywalker! Vamos, Leia... No intentes engañarte a ti misma: todo lo relacionado con Luke es noticia. Y, en realidad, ésa podría ser la razón por la que se ha escabullido por la puerta trasera. ¿Qué dice Streen?