Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Me recuerda un poquito a un Foss —dijo Lando—. ¿Qué opinas de esas protuberancias?
—No tengo forma alguna de saber si son meramente simbólicas o funcionales —dijo Lobot—. No existe ninguna pauta repetitiva que pueda percibir.
—Quizá sean alguna clase de sistema transmisor de energía para sus armas —dijo Lando—. No veo ninguna otra cosa que tenga aspecto de ser un arma.
—Es posible que su armamento utilice la capacitación de carga superficial —dijo Lobot—. La CCS está considerada como no muy segura para las operaciones militares espaciales, pero un navío que no forme parte de una flota puede llegar a acumular cargas superficiales muy grandes sin que eso afecte a sus sistemas internos. El espacio profundo es un buen aislante.
—¿Y entonces toda la superficie de la nave podría ser un acumulador para esa arma que vimos?
—Sí. Las protuberancias, para utilizar la misma palabra que has empleado tú, incrementan considerablemente el área total de la superficie. Las aberturas de las armas propiamente dichas podrían ser muy pequeñas.
—Quizá deberíamos enviarles un mensaje de salutación —dijo Cetrespeó—. Me encantaría ofrecerles mis servicios para ello.
—Todavía no, Cetrespeó —dijo Lando—. Mira, ahí está el punto de atraque primario que Bijo planeaba utilizar... Justo delante de nosotros, un poco arriba y a la derecha.
—Eso no es una escotilla —dijo Lobot después de unos momentos de inspección—. Es una mera marca superficial. No hay ninguna línea que indique que puede abrirse.
—El punto de atraque secundario queda un poco más lejos. Vamos a echarle un buen vistazo.
—General Calrissian... —dijo Pakkpekatt.
—¿Sí, coronel?
—He pensado que tal vez le gustaría saber que el IX-26 ha abandonado su ruta de patrulla en Nouane para recoger a un equipo arqueológico del Instituto Obroano —dijo Pakkpekatt—. Ya van hacia Qella.
—Gracias, coronel.
—Mi jefe de adquisición de datos me ha pedido que les transmita una petición de su parte —siguió diciendo Pakkpekatt—. Querría que adhiriesen una lapa de seguimiento y registro al objetivo a la primera oportunidad de hacerlo que se les presente. En el plan de acción del equipo de incursión, eso estaba considerado como una forma de aumentar las probabilidades de éxito de la misión.
—Coronel, tengo intención de adherir todo este yate al
Vagabundo
tan pronto como consiga averiguar en qué sitio puedo hacerlo. Si todo sigue tranquilo, entonces cogeremos una lapa de seguimiento y registro y la colocaremos manualmente. Si puedo evitarlo, no voy a disparar nada contra esta nave.
—Lando —dijo Lobot de repente—. Mira.
La superficie del
Vagabundo
había adquirido una súbita vida y se había llenado de pequeñas manchas luminosas. Las tenues lucecitas aparecían y desaparecían siguiendo pautas regulares a lo largo de la parte superior de las protuberancias que cubrían el casco, formando secuencias que atraían a la mirada hacia adelante primero y hacia el límite de la curvatura del casco después, donde desaparecían.
—¡Oh, no! ¡Ten cuidado, Erredós! ¡Se está preparando para atacar! —exclamó Cetrespeó.
—Eso no es lo que ocurrió la última vez que dispararon —dijo Lando.
—La última vez que dispararon nos encontrábamos a dos kilómetros de distancia del
Vagabundo
—le recordó Lobot—. No podíamos ver esta fase desde allí.
—Algunos de nuestros técnicos opinan que eso indica una nueva actividad de los motores, y que el objetivo se está preparando para saltar al hiperespacio —dijo Pakkpekatt por el comunicador—. Les sugiero que retrocedan y lancen esa lapa ahora mismo. Tal vez no tengan otra oportunidad de hacerlo.
—También existe otra posibilidad —dijo Lobot—. Ésta podría ser la segunda pregunta a la que debemos responder. Si se trata de eso, entonces es una pregunta a la que no estamos preparados para contestar.
—General, debo insistir en sugerirle que lance la lapa y que saque de ahí a su gente —dijo Pakkpekatt, subiendo un poco la voz.
—¡No! —rechazó Lando—. Quiero saber qué está ocurriendo en el resto del casco, en la parte que no podemos ver... ¿Adónde van las luces? ¿Hay un comienzo, un final? ¿Dónde están las imágenes de los otros registros de vídeo, Lobot?
—Los estoy examinando —dijo Lobot—. Las corrientes de luz se originan en un punto situado a popa de nuestra posición y divergen de repente, formando dos líneas que después van avanzando a lo largo del casco y que siguen los contornos de la superficie. Las dos líneas terminan en puntos separados que se encuentran al otro lado de la nave.
—¿Puedes sacar alguna clase de conclusión de todo esto, Cetrespeó? Volvemos a tener dos corrientes independientes. ¿Es otro dúo Para dos voces?
—Estas luces no tienen nada que ver con ninguna de las distintas formas de lenguaje que conozco, amo Lando. Pero quizá no se trate de una comunicación lingüística, sino simbólica.
—¿De qué estás hablando?
—Quizá sean indicadores en vez de corrientes, señor.
—Indicadores... ¿Y a cuál seguimos?
—Amo Lando, ¿me permite sugerir que siga a las dos hasta llegar al punto de divergencia?
—¡Pero entonces iríamos en sentido contrario al que indica la señal!
—Las convenciones de la comunicación simbólica no son universales, señor. Las costumbres de su cultura le han condicionado a extrapolar en la dirección del movimiento, en vez de a buscar su punto de origen.
—Cetrespeó tiene razón —dijo Lobot—. Puedes seguir una corriente hasta su origen o hasta su destino. Quizá hemos tardado tanto en actuar desde el momento de nuestra primera transmisión que han decidido que no hemos logrado ver la entrada, o que no sabemos cómo encontrarla.
Lando alzó las manos en un gesto de rendición.
—De acuerdo, iremos hacia atrás —dijo, y alargó la mano hacia los controles de impulsión.
Mientras contemplaba el parpadeo de las luces que desfilaban por debajo de ellos y desaparecían en la dirección de la popa, Lando no pudo evitar tener la sensación de que estaban yendo por el camino equivocado. Pero cuando llegaron al punto del que parecía surgir la luz, el agujero oscuro de un acceso en forma de iris se abrió de repente ante ellos, y las dos corrientes de luces desaparecieron al instante.
—Nos están invitando a entrar —dijo Lobot.
—Que me cuelguen en el centro de una tormenta de iones si no es justamente eso lo que están haciendo... —jadeó Lando con una mezcla de asombro y deleite—. Sí, Lobot, nos están invitando a entrar. ¿Con qué clase de atmósfera se encontró la nave de exploración cuando fue a Qella?
—Setenta y cinco por ciento de nitrógeno, trece por ciento de dióxido de carbono, nueve por ciento de oxígeno, uno por ciento de vapor de agua, uno por ciento de argón, rastros de helio, neón...
—Es suficiente —dijo Lando, conectando el piloto automático que mantendría la posición actual del
Dama Afortunada
—. A los androides no les molestará, pero me parece que es un poquito demasiado espesa para mis pulmones. Tendremos que usar los trajes, compañero. Vamos a prepararnos.
La escotilla exterior del yate y la abertura en el casco del
Vagabundo
diferían tanto en la forma como en el tamaño. La solución a ese problema la ofrecía un viejo invento, muy elegante en su simplicidad, que Lando había convertido en equipamiento estándar de todas sus naves espaciales: un pasillo extensible. Flexible pero capaz de aprisionar los gases sin que escaparan al espacio, el pasillo telescópico podía extenderse gradualmente desde el casco del
Dama Afortunada
hasta adherirse a la otra nave, formando un túnel hermético entre las dos escotillas.
Lando aseguró el casco de su traje con una última vuelta que lo dejó encajado en los cierres y se volvió hacia Lobot, que estaba inmóvil al otro extremo del compartimiento.
—¿Va todo bien? —preguntó.
Sin darse cuenta, Lando empleó un tono de voz un poco más alto de lo que habría sido necesario. Siempre había procurado pasar el menor tiempo posible dentro de un traje espacial, y todavía conservaba el reflejo del neófito que le impulsaba a tratar de gritar para hacerse oír a través de la placa visora.
—Todo va perfectamente —dijo Lobot—. Tengo presión y temperatura nominales, y la interferencia es mínima.
—Muy bien. Empiezo a extender el pasillo.
Lando movió el interruptor y activó un piloto automático especializado que no sólo controlaría el movimiento del túnel de anillos, sino que también se encargaría de asumir el control de los impulsores del
Dama Afortunada
.
El piloto automático fue informando de sus progresos con una implacable atención a los detalles, que Lando ignoró hasta un instante antes de que se produjera el contacto.
«Iniciando secuencia de colocación final y aseguramiento del pasillo. Fase de conexión magnética —anunció el piloto automático—. Probando. La conexión magnética no ha dado resultado. Fase de conexión mediante presión negativa. Probando. La conexión de presión negativa no ha dado resultado. Fase de Conexión Química Número Uno. Probando. La Conexión Química Número Uno no ha dado...»
—¿De qué cuernos está hecho ese casco? —preguntó Lando.
—Quizá tengamos que ir hasta allí en vuelo libre por el espacio —dijo Lobot.
—Casi parece como si tuvieras ganas de hacerlo.
—He oído comentar que muchas personas prueban ese pasatiempo durante sus vacaciones.
«... de Conexión Química Número Tres. Probando. La Conexión Química Número Tres no ha dado resultado. Fase de Conexión Mecánica Número Uno. Probando. La Conexión Mecánica Número Uno ha establecido contacto y se mantiene en posición.»
La Conexión Mecánica Número Uno consistía en miles de diminutos espinos compuestos unidos a hebras monomoleculares. Los espinos eran introducidos en el casco como si fueran otras tantas anclas, y después el pasillo iba siendo tensado muy suavemente hasta dejarlo completamente recto, con lo que el sello del último anillo quedaba pegado a la superficie.
—¿Algún cambio, coronel?
—Ninguno, general.
—Bueno, el
Vagabundo
no parece haberlo notado —le dijo Lando a sus compañeros—. Presurizando el pasillo. —No pudieron oír el silbido, pero las bombas de transferencia hicieron que la cubierta vibrara debajo de sus pies—. Creo que ha quedado bastante hermético. La presión se mantiene.
—Buena suerte, general —dijo Pakkpekatt, reducido al papel de espectador—. Le envidio.
Lando respiró hondo y permitió que sus labios se curvaran en una sonrisa burlona.
—Si pudiera hacerlo, coronel, quizá le ofrecería que cambiáramos de sitio —dijo—. Lobot, si pierdes contacto conmigo, saca la nave de aquí. No vayas a buscarme.
Lobot respondió con un enarcamiento de ceja claramente interrogativo.
—¿Realmente esperas que obedezca esa orden?
—Bueno... —dijo Lando, y la sonrisa volvió a sus labios—. Por lo menos espera hasta que me hayas oído chillar dos veces.
—Buena suerte, Lando —dijo Lobot, y abrió los sellos de la compuerta interior.
—¡Tenga mucho cuidado, amo Lando! —le gritó Cetrespeó mientras Lando entraba en el pasillo.
Los anillos rígidos del pasillo disponían de asideros colocados a intervalos regulares que Lando fue utilizando para avanzar por los cinco metros de túnel que unía las dos naves. Después se detuvo delante de la entrada del
Vagabundo
para conectar los sistemas de su traje y los reflectores del casco, ya que el compartimiento que tenía delante sólo estaba iluminado por la claridad residual de las lámparas de la escotilla del
Dama Afortunada
.
En cuanto hubo encendido sus focos, la sombra de Lando dejó de abrirle paso. Pero las luces revelaron muy pocos detalles del interior de la nave de los qellas, y sólo le mostraron un espacio vacío delimitado por muros desnudos que tenían el mismo color oscuro salpicado de manchitas del casco.
Agarrándose al borde superior de la abertura, Lando levantó los pies y, dejando que su cuerpo flotara en el vacío, se metió por ella mientras se retorcía para poder mirar en todas direcciones. Casi esperaba ver encenderse luces cuando entrara, pero eso no ocurrió. Aun así, los focos de su traje bastaron para asegurarle que se encontraba solo.
—Bueno, ya estoy dentro —dijo Lando—. Este compartimiento tiene aproximadamente dos veces mi altura en todas las dimensiones, y hay sitio más que suficiente para los cuatro. Todavía no ha habido ninguna respuesta a mi presencia. No hay luz, y no parece haber ninguna otra entrada. Pero después de todo tampoco puedo ver ningún mecanismo que sirva para controlar la apertura y el cierre de la escotilla por la que he entrado, así que quizá lo que ocurre es sencillamente que no consigo identificar la salida.
—Procure no dar por supuestas demasiadas cosas —dijo una nueva voz, que pertenecía a Bijo Hammax—. El mero hecho de que haya pasado por una escotilla doble no quiere decir que la utilicen tanto para entrar como para salir.
—¡Eh, Bijo! Pensaba que estaría enfadado conmigo por haberme adelantado a su cita y robarle la chica.
—He decidido esperar y ver qué ocurre —dijo Hammax—. Si la chica le mata, planeo perdonarle.
—Gracias, amigo —dijo Lando, girando lentamente sobre sus talones—. Un momento. Aquí hay algo que... Qué raro...
Lando volvió la mirada hacia el casco exterior y creyó poder ver el anillo de conexión a través del muro del compartimiento, rodeando la abertura como una tenue sombra grisácea. Apagó los focos de su traje, y el anillo adquirió más nitidez.
—¿Por qué ha apagado sus luces, general?
—¿Pueden ver esto? —preguntó Lando—. No sé cómo o por qué, pero puedo ver el anillo de conexión a través del mamparo. Hay un anillo gris, una sombra, exactamente del tamaño del anillo, visible desde el interior.
—No es visible en la transmisión. ¿Me estás diciendo que el casco es traslúcido, Lando? —preguntó Lobot.
—Bueno... Pues sí, eso es lo que te estoy diciendo. ¿Hacia dónde están apuntando los focos de la nave? ¿Puedes deslizar los haces por encima del casco?
—Ahora mismo.
Con los potentes haces luminosos de los reflectores del
Dama Afortunada
dirigidos hacia el casco, Lando ya no pudo tener ninguna clase de dudas sobre lo que estaba contemplando: todo el mamparo empezó a relucir con una débil claridad, y el anillo se oscureció hasta convertirse en una sombra nítidamente marcada. Cuando Lando deslizó las puntas de los dedos de su guante sobre la superficie, pudo sentir la casi imperceptible protuberancia de la sombra.