Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (36 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—¡Lo ha conseguido! —exclamó Cetrespeó con voz exultante.

—Aquí atrás hay una especie de asa —dijo Lando, metiendo la cabeza dentro de la abertura para echar un vistazo—. Por lo menos, eso me parece que es. Erredós, ven aquí y graba algunas imágenes para los chicos que nos están viendo desde casa.

—General, le sugiero que vuelva a ponerse el guante —dijo Hammax mientras Erredós obedecía las instrucciones de Lando—. El asa podría estar controlada por algún tipo de código de sincronización basado en la biología de los qellas.

—Supongo que no tardaremos mucho en averiguarlo, ¿verdad? —replicó Lando—. Ya es suficiente, Erredós. ¿Alguien quiere volver al
Dama Afortunada
antes de que llame a la puerta? Empiezo a contar. Uno, dos, tres...

—Estamos preparados, Lando —dijo Lobot.

—De acuerdo. Pues entonces..., vamos allá.

Lando respiró hondo y extendió la mano desnuda hacia el asa oculta en las profundidades del agujero. Su hombro quedó pegado a la abertura antes de que las yemas de sus dedos rozaran el asa. Lando tuvo que deslizar el hombro dentro del agujero y pegar el casco al mamparo para conseguir que sus dedos pudieran cerrarse alrededor del asa.

—Ya la tengo —dijo—. ¿Qué opinas, Lobot? Empujar, tirar, levantar, hacer girar...

Pero Lobot nunca llegó a tener ocasión de responder. Un fogonazo de intensa claridad azulada iluminó el exterior de la entrada, y cuando se hubo esfumado, el túnel que conducía hasta la escotilla del
Dama Afortunada
había desaparecido junto con él. Un instante después la atmósfera de la cámara empezó a salir despedida al espacio, arrastrando consigo a todo y a todos en su frenética carrera hacia la entrada abierta.

Lando se aferró desesperadamente al asa oculta en el interior del agujero, aunque no consiguió seguir sujetando el guante y vio como éste se le escapaba y se alejaba a la deriva, quedando rápidamente fuera de su alcance. Pero tanto Erredós como Lobot estaban siendo arrastrados hacia la abertura después de que sus toberas hubieran demostrado ser incapaces de competir con el repentino vendaval. El trineo del equipo, con Cetrespeó acurrucado encima de él, también giraba locamente sobre sí mismo y se estaba dirigiendo hacia la abertura.

El guante, que era mucho menos pesado y se movía más deprisa que ninguno de los miembros del grupo, chocó con el mamparo exterior, rebotó y salió al espacio. Pero unos instantes antes de que Erredós llegase a la abertura, de repente ya no había ninguna abertura.

Con la misma limpieza con que el agujero de menores dimensiones se había abierto bajo el roce de los dedos de Lando, la entrada se cerró a sí misma en una veloz ondulación que empezó en los bordes y siguió hasta el centro.

Erredós, Cetrespeó, Lobot y el trineo chocaron con un muro de la cámara..., y después empezaron a resbalar sobre él en un veloz deslizamiento hacia la popa.

—¡La nave se está moviendo! —gritó Lando, sintiendo cómo la aceleración le incrustaba con creciente firmeza contra el mamparo de popa—. ¡Hammax! ¡Coronel! ¿Qué está pasando? —No hubo ninguna respuesta..., ni siquiera estática—. ¡Si alguien del
Glorioso
puede oírme, que responda de inmediato!

—¡Lando! —gritó Lobot—. Todas mis conexiones han quedado cortadas de repente. No sólo nos estamos moviendo, sino que esta nave acaba de saltar al hiperespacio.

Todo ocurrió tan deprisa que ningún testigo pudo estar muy seguro de los detalles.

Sin ningún aviso previo, una de las armas de rayos de los qellas entró en acción y separó al
Dama Afortunada
del
Vagabundo
. Otra atravesó el casco del Kauri, una de las naves que estaban generando el campo de interdicción, y lo dejó envuelto en llamas.

Mientras el campo de interdicción se colapsaba, el
Vagabundo
giró sobre sí mismo con una sorprendente celeridad y empezó a acelerar vertiginosamente, alejándose de la trayectoria que había estado siguiendo hasta aquel momento.

El capitán del Merodeador pidió a gritos permiso para abrir fuego..., en el mismo instante en que la nave de los qellas parecía estirarse de repente hasta el doble de su verdadera longitud y, una fracción de segundo después, desaparecía en un cegador pellizco blanco de espacio tiempo.

El
Dama Afortunada
quedó flotando a la deriva en el espacio, con los restos del pasillo de abordaje sobresaliendo de su escotilla.

—¿Hemos conseguido detectar la trayectoria que están siguiendo? —preguntó Pakkpekatt.

—Sí, señor.

—Bien, por lo menos tenemos algo con lo que trabajar —dijo Pakkpekatt.

—Ha saltado hacia el Núcleo, señor.

La expresión de Pakkpekatt no sufrió el más mínimo cambio.

—Envíen un equipo de abordaje para que se encargue de recuperar el yate —ordenó—. Que el Rayo dirija su proa hacia el último vector seguido por el objetivo y que dé un salto de índice diez. Nosotros daremos un salto de índice veinte y el Merodeador dará uno de treinta, y después seguiremos avanzando a intervalos de un año luz hasta que hayamos llegado a la frontera. El
Vagabundo
tiene que estar en algún lugar de esa zona.

—Sí, señor, pero... ¿A qué distancia de nosotros? Por lo que sabemos, podría haber saltado hasta Byss.

La mera mención del antiguo mundo-trono del Emperador, perdido en las profundidades del Núcleo, bastó para ensombrecer todavía más el estado de ánimo colectivo del puente.

—Esperemos que no hayan ido tan lejos, marinero —dijo Pakkpekatt—. Sí, esperemos que no hayan ido tan lejos...

12

Mucho antes de que llegaran a Lucazec, Luke Skywalker decidió bautizar a la hasta entonces anónima Aventurera Verpine de Akanah con el nombre de
Babosa del Fango
.

Luke era consciente de que largos años de utilizar naves militares de la tecnología más avanzada disponible y de volar bajo condiciones bélicas o en una misión militar habían hecho que adquiriese ciertas malas costumbres como piloto. Pero ser consciente de ello no hacía que le resultara más fácil adaptarse a las reglas de la navegación civil. La
Babosa del Fango
no sólo se desplazaba por el espacio real a unas velocidades muy reducidas, sino que además su motivador hiperespacial se negaba a entrar o salir del hiperespacio dentro de una Zona de Control de Vuelo planetaria.

En principio, Luke no tenía nada que objetar a los reglamentos de las ZCV.

Ayudaban a asegurar que los pilotos menos experimentados que viajaban en naves menos capaces fueran despacio cuando se aproximaban a los mundos muy poblados y a las rutas espaciales de mayor tráfico. Pero nunca había tenido que soportar un lento arrastrarse de cuatro días a través del espacio real sólo para salir de Coruscant. Luke estaba acostumbrado a alargar las manos hacia los controles del sistema de hiperimpulsión unos instantes después de que su nave hubiera salido de la atmósfera, mientras que la
Babosa del Fango
insistió en esperar hasta que hubieran salido del sistema estelar.

Pero no se podía hacer nada al respecto. La Aventurera no aceptaría sus autorizaciones militares, y los circuitos de su cabina ni siquiera poseían una opción de Configuración de Sistemas. Aquella nave había sido diseñada para evitar ese tipo de manipulaciones.

Espoleado por la impaciencia, Luke hasta llegó a pensar en desconectar las tomas del hiperimpulsor y abrir el panel de acceso para ver qué podía hacer con los sistemas. Pero no tardó en convencerse a sí mismo de que no debía hacerlo, pues enseguida comprendió que reprogramar un motivador quedaba mucho más allá de sus limitadas capacidades de mecánico aficionado. Incluso una nave estelar tan sencilla como la Aventurera era mucho más complicada que los Incom T-16 y los deslizadores de superficie en los que había invertido tantos de sus días de juventud en Tatooine, cuando siempre estaba viajando en ellos y reconstruyéndolos.

No: cuando tenías que tratar con el hiperespacio, siempre resultaba demasiado fácil que un pequeño descuido se acabara convirtiendo en un último error definitivo. Cualquier piloto que llevara algún tiempo volando había oído las historias y respetaba el peligro. De todos los riesgos inherentes a recorrer distancias inimaginables a velocidades incalculables, el más presente en las pesadillas de los pilotos era el salto en un solo sentido que nunca llegaba a salir del hiperespacio.

Incluso Han y Chewie confiaban la delicada labor de recalibrar un motivador a los profesionales, y nunca les habían discutido los elevados honorarios que cobraban.

Pero eso había dejado atrapado a Luke con Akanah en un espacio muy reducido por más de once días durante el viaje a Lucazec..., y Luke no se hallaba preparado para eso. Después de meses viviendo aislado, no se hallaba preparado para establecer un contacto tan estrecho con ninguna persona. Luke se preguntó cómo se las hubiese arreglado para soportarlo si Akanah no hubiera estado tan dispuesta a facilitarle las cosas al máximo.

No le obligó a mantener conversaciones de ningún tipo, ni las que meramente servían para pasar el rato ni las realmente serias. Tampoco le hizo tener la sensación de que estuviera siendo vigilado o de que ella estuviera esperando que Luke hiciera algo. Sin que él jamás llegara a pedírselo, Akanah le concedió la única clase de intimidad de la que podía disponer en aquellas circunstancias: la intimidad de la mente y del corazón. Akanah nunca se permitía la más mínima intromisión si no contaba con la invitación previa de Luke, y ocultaba sus necesidades y su curiosidad de una manera tan perfecta que más parecían dos viejos amigos que un par de desconocidos.

A sugerencia de Akanah, adoptaron un programa de turnos que hacía que durmieran en extremos opuestos del día, con sus períodos de sueño separados de tal manera que ninguno de ellos tenía que acostarse en una litera caliente. Akanah parecía agradecer la reconfortante seguridad que le daba el saber que alguien estaba despierto mientras ella descansaba, y no parecía importarle que aquel horario redujera el tiempo que pasaban juntos a unas cuantas horas al día.

Luke pensó que Akanah debía de estar acostumbrada a la soledad, pues parecía haber dominado el arte de conseguir que el tiempo avanzara sin necesidad de recurrir a removerse inquietamente. La joven se dedicó a leer un viejo y maltrecho cuaderno de datos, meditó en el asiento del copiloto y estudió con gran atención los controles de pilotaje y los sistemas de ayuda de la Aventurera.

De vez en cuando incluso buscaba un poco de intimidad. Akanah practicaba en silencio los ejercicios de los fallanassis detrás de la cortina corrida de la litera, y se quitaba la ropa hasta quedar cubierta únicamente por una monopiel ceñida a su cuerpo para hacer un poco de gimnasia únicamente cuando le tocaba el turno a Luke de dormir en la bolsa de reposo que se cerraba mediante una cremallera. Akanah llegó al extremo de ignorar cortésmente a Luke cuando éste hizo ambos descubrimientos, haciendo innecesario que Luke le pidiera disculpas o que ella tuviera que darle explicaciones al respecto.

Comían juntos, recurriendo dos veces al día al modesto almacén de provisiones estabilizadas de Akanah: una gran parte de las provisiones consistían en paquetes de expedición imperial caducados hacía ya mucho tiempo, lo cual constituía una señal delatora de una situación financiera desesperadamente apurada. Pero ni siquiera esas comidas se convirtieron en una ocasión de mantener conversaciones realmente serias hasta que faltaba muy poco para que llegaran a su meta, cuando Lucazec ya era visible delante de ellos y la razón de su viaje se hallaba demasiado presente en sus pensamientos para que pudiera seguir siendo ignorada.

—Dieciséis horas más —dijo Luke, rompiendo el cierre de una bolsa de carne panificada noryathana—. No aguanto la espera. Ahora lo único que me apetece es volver a la litera y dormir hasta que el piloto automático empiece a preguntarnos si queremos ponernos en órbita o descender.

—Si creyera que esto era el final de nuestro viaje, en vez de meramente el final del principio, tal vez sentiría lo mismo que tú —replicó Akanah, y tomó un sorbo de su recipiente de ácido zumo pawei.

—¿Piensas que hay alguna posibilidad de que los fallanassis volvieran a su antiguo hogar después de la guerra?

—No —dijo Akanah—. Verás, Luke, el Imperio no sólo codiciaba nuestro poder, sino que también nos temía. No bajaron con las armas desenfundadas para reunir a nuestra gente igual que si fuéramos un rebaño inofensivo, tal como hicieron con otras tantas poblaciones a las que esclavizaron...

—Sí, ya conozco sus métodos. Pero ¿cómo llegaron a saber que existíais? Creía que erais una secta secreta. ¿O acaso soy el único que nunca había oído hablar de los fallanassis?

—Tienes razón —dijo Akanah—. Hay una contradicción, ¿verdad? La explicación es simple, pero también es un motivo de vergüenza para nosotros. Estábamos divididos en cuanto a qué había que hacer respecto a la guerra que se avecinaba y cuál era nuestro deber moral ante ella. Una mujer de nuestra comunidad que no estaba de acuerdo con las razones expuestas por los demás fue a ver al gobernador imperial y le reveló nuestra existencia.

—Fuisteis traicionados.

—No... No, «traición» es una palabra demasiado terrible. Aunque su nombre ya no es pronunciado, aquella mujer obró impulsada por un propósito muy noble y elevado. Creía que, aliándonos con el Imperio, podríamos llegar a ser el agua que extinguiría la llama. —Una inmensa tristeza nubló los ojos de Akanah—. Pero estaba equivocada. Ya era demasiado tarde para eso... El incendio ya era totalmente incontrolable.

—Bueno, no sé por qué has dicho que era algo de lo que debierais avergonzaros —murmuró Luke—. Las únicas comunidades que piensan con una sola mente son aquellas en las que sólo hay una mente, y todavía no he conocido a nadie que no se haya equivocado por completo respecto a algo en alguna ocasión.

—Eres generoso —dijo Akanah—. Sí, eres más generoso de lo que fue capaz de serlo el círculo...

—A mí me resulta más fácil ser generoso —replicó Luke—. No fui traicionado.

Akanah inclinó la cabeza, admitiendo su razonamiento.

—El Imperio envió a Wialu al general Tagge, quien por aquel entonces tenía derecho a empuñar el bastón del privilegio, para que nos ofreciese la protección del Emperador. Dijo que era muy importante para nosotros que demostráramos nuestra lealtad, y que ésa era la única forma en que podríamos escapar al destino sufrido por los Jedi. Sabíamos lo que quería decir. Los Jedi estaban siendo perseguidos implacablemente como traidores y hechiceros, y nadie se atrevía a hablar abiertamente en su favor o a ponerse de su lado.

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