Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (47 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—Comprendo cómo se siente —dijo Ackbar—. Yo también hubiese preferido no tener que salir del agua tan pronto. Aun así, hay algo que debemos hacer.

—¿Por qué no me cuenta algo más sobre este asunto tan misterioso y deja que sea yo quien tome esa decisión?

—Me temo que no puedo hacerlo —replicó Ackbar, alargándole su bata—. Todavía no tiene la cabeza lo suficientemente despejada. Tendrá que confiar en mí..., si es que puede confiar en mí, naturalmente.

Leia frunció el ceño mientras le contemplaba en silencio durante unos momentos, pero acabó irguiéndose y aceptó la bata que le estaba ofreciendo Ackbar.

—Gracias, princesa. —Los enormes ojos del calamariano se volvieron hacia Han—. General Solo, me parece que usted también debería venir.

—¿Qué es esto, la táctica del divide y vencerás?

—Por favor... Este asunto también le afecta a usted.

—Deje que encuentre mis pantalones —dijo Han, poniendo cara de resignación—. Leia, vuelve a explicarme por qué demonios le dimos el código de la puerta principal al cara de pez...

Leia se acercó al ventanal de la Unidad de Cuidados Intensivos Número 5 de la enfermería de la Flota y contempló al joven de rostro muy pálido que acababa de ser transferido de un capullo médico al tanque bacta. Un médico de la Flota y dos androides médicos AM-7 permanecían inclinados sobre los biomonitores.

—¿Quién es?

—Por raza es grananno, y por nacimiento es de Polneye —dijo Ackbar—. Se llama Plat Mallar. Sufre de una grave alteración metabólica provocada por haber estado respirando sus propios gases residuales. Tal vez no sobreviva. Pensé que debía verle ahora, sólo por si acaso.

—¿Por qué? —preguntó Leia—. Siento lo que le ha ocurrido, naturalmente, pero...

No llegó a concluir la frase.

—¿Polneye? Nunca había oído hablar de ese mundo —dijo Han—. ¿Qué le ha ocurrido a ese chico?

—Según la tripulación del navío de exploración que lo encontró, estaba intentando hacer una travesía interestelar a bordo de un interceptor TIE...

—¿Y qué razón puede tener nadie para cometer semejante estupidez? —le interrumpió Han en un tono bastante despectivo—. Eso es un suicidio.

—O un acto de auto sacrificio —dijo Ackbar—. A veces resultan bastante difíciles de distinguir.

—¿De qué está hablando?

—Parece ser que Plat Mallar estaba intentando difundir un mensaje fuera del Cúmulo de Koornacht..., aparentemente de la única manera en que podía hacerlo.

Un destello de interés iluminó los ojos de Leia.

—¿Qué mensaje?

—Se lo enseñaré —dijo Ackbar—. Pero antes quedémonos aquí un rato más. No sé a qué puede deberse, pero el oficial de bajas de la Flota me ha dicho que los pacientes que cuentan con una familia y amistades que desean que se recuperen parecen obtener nuevas fuerzas de su presencia. Y me temo que ahora este joven piloto necesita toda la ayuda que pueda encontrar...

En la intimidad celosamente protegida del despacho del almirante Ackbar en los Cuarteles Generales de la Flota, y sumidos en un sombrío silencio, Han y Leia vieron las holograbaciones obtenidas por el interceptor TIE de Plat Mallar.

Volver a ver las familiares e impresionantes siluetas de los navíos de guerra nuevamente enfrascados en su labor de sembrar la destrucción era un espectáculo inquietante, y contemplar cómo las ciudades de Polneye quedaban reducidas a quemaduras humeantes sobre las llanuras desérticas del planeta era una visión horripilante. Pero la palidez cadavérica del rostro de Mallar quizá fuese lo más impresionante de todo, y era lo que hacía que nadie pudiera permanecer impasible ante lo que estaba diciendo.

—Ayudadnos, por favor. Por favor... Si alguien sigue vivo..., tratad de salvarle. Quienquiera que vea estas imágenes... Debéis encontrar a esos monstruos y castigarlos. Esto nunca..., nunca hubiera tenido que ocurrir. Suplico... Suplico justicia para los muertos. Para mis padres. Para mis amigos. Para mí.

Cuando la grabación hubo terminado, Leia apartó su asiento de la mesa sin decir ni una sola palabra y le dio la espalda a Han y al almirante.

Después se rodeó el cuerpo con los brazos y permaneció inmóvil delante del holomapa galáctico que cubría casi toda una pared del despacho de Ackbar, y alzó la mirada hacia él para contemplarlo con ojos llenos de horrorizada incredulidad.

—¿Ha preparado todo esto para humillarme, Ackbar? —preguntó por fin, todavía de cara al mapa.

—No, Leia —protestó Ackbar, muy sorprendido—. No entiendo por qué dice eso.

—Pues ya somos dos —dijo Han, poniéndose en pie—. ¿De qué estás hablando, cariño? Esto no tiene nada que ver contigo.

Leia giró sobre sus talones para encararse con ellos.

—¿No? Mírale... Está sentado ahí y espera a que llegue a la misma conclusión a la que ha llegado él. Si quiere convencerme de que dimita, almirante, no podría haber escogido mejor manera de conseguirlo.

—Eh, aquí hay algo que se me escapa —dijo Han, volviendo la mirada hacia Ackbar en busca de ayuda.

—Se equivoca, princesa —dijo Ackbar—. No puede estar más equivocada... Usted es la jefe de Estado de la Nueva República. No quiero ver a ninguna otra persona sentada en ese sillón. Necesitamos su fuerza y su dedicación a la causa de la Nueva República..., y ahora las necesitamos todavía más de lo que las necesitábamos ayer, porque debemos responder a este desafío.

Los elogios de Ackbar parecieron rebotar en la súbita actitud defensiva que había adoptado Leia, y no produjeron ninguna reacción en ella.

—¿De quién son esas naves? —preguntó, señalando el monitor.

—Usted lo sabe tan bien como yo, princesa.

—Diseño imperial. Cazas imperiales. ¿Qué demuestra eso?

—Plat Mallar se acercó lo suficiente a la primera nave como para poder interrogarla con su sistema de seguimiento de blancos. La nave respondió diciendo que era el Destructor Estelar de la clase Imperial Valeroso.

—¿Está discutiendo conmigo, almirante?

—El Valeroso era una de las naves del Mando Espada Negra que figuraban en la lista de Nylykerka.

—Ya lo sé —dijo Leia—. Y si estaba en Polneye y tomaba parte en una operación militar yevethana, entonces tiene delante a la mayor imbécil de toda la Nueva República. Pero no podemos estar seguros de ello, ¿verdad?

—¿Acaso importa?

—¿No es ésa la razón por la que me ha traído aquí? ¿No es su manera de decirme, con mucha sutileza, que estaba equivocada?

Ackbar meneó la cabeza en una lenta negativa.

—Pensé que antes de tomar la decisión de si debía renunciar a la labor que ha estado haciendo necesitaba saber que aún nos queda mucho trabajo por delante. Quienquiera que haya enviado esas naves a Polneye es el enemigo de la paz que usted tanto se ha esforzado por imponer.

—¿No hay un pasaje de los apócrifos en el que se dice que conocer tus limitaciones es el primer paso en el camino que lleva a la sabiduría? —replicó Leia—. La paz era una meta, no una garantía. Y además... He sido una ingenua. Sí, decir que he sido una ingenua sería una excelente manera de resumir mi breve carrera —añadió con amargura.

—El almirante Ackbar tiene razón —dijo Han, meneando la cabeza—. Todo lo demás... Bueno, el saber quién quemó la tostada, quién tomó prestada la camisa de quién y quién se dejó las luces encendidas carece de importancia. Lo que importa es qué vamos a hacer ahora.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó Leia con voz quejumbrosa—. Nada. Polneye ni siquiera era miembro de la Nueva República. Ni siquiera habían presentado una solicitud de ingreso.

—Tú estás hablando de obligaciones —replicó Han—. Yo estoy hablando de lo que es correcto y de lo que se debe hacer.

—Pero es precisamente ahí donde está el problema, ¿no? Es imposible conseguir que tres personas se pongan de acuerdo sobre qué es lo correcto —dijo Leia—. La paz es imposible. Por mucho que intentes impedirlo, parece que siempre hay alguien que está intentando matar a otra persona. No puedes proporcionarles razones suficientes para que no lo hagan. Por lo menos, yo no puedo.

—Leia...

—Lamento muchísimo lo que ha ocurrido en Polneye. De veras, Han... Pero ya es demasiado tarde para ayudarles. Además, si enviara fuerzas a cualquier punto de los alrededores de Koornacht, entonces ya no tendría que dimitir..., porque el Senado me colgaría primero y me juzgaría después. —Leia meneó la cabeza—. Espero que Mallar viva..., aunque no estoy segura de que eso no sea una muestra de crueldad, si luego acaba resultando que es el único superviviente. ¿Quién más sabe que está aquí? ¿Quien más ha visto la grabación?

—La lista es muy corta —dijo Ackbar.

—Asegúrese de que no se vaya alargando en el futuro —dijo Leia, y fue hacia la puerta—. Me voy a casa, Han. ¿Vienes conmigo?

Han estaba mirándola como si su esposa fuera una desconocida.

—Creo que me quedaré un rato —dijo por fin.

Leia se encogió de hombros.

—Como quieras.

En cuanto la puerta se hubo cerrado detrás de Leia, Han ladeó la cabeza y le lanzó una mirada interrogativa a Ackbar.

—Sólo tengo una pregunta que hacer: ¿quién era esa persona, y qué le ha hecho usted a Leia?

—Está sufriendo mucho —dijo Ackbar—. Está dudando de sí misma, y de sus ideales.

—Dígame algo que no sepa —murmuró Han—. ¿Qué demonios ha ocurrido mientras yo estaba fuera?

—Le contaré todo lo que sé —dijo Ackbar—. Pero me temo que algunas de las respuestas tendrán que venir de ella.

Un desconocido estaba sentado en la calle delante del acceso familiar, con el rostro vuelto hacia la casa, cuando Leia llegó a la residencia en un deslizador que había tomado prestado de los hangares de la Flota. El desconocido vestía una túnica de color azafrán cuyos pliegues se extendían a su alrededor para formar un círculo sobre el pavimento. Leia no reconoció ni su perfil ni su especie, y redujo la velocidad sólo lo suficiente para pasar por encima de la verja sin que el deslizador fuese tan deprisa como para alarmar a las defensas de la casa.

Pero cuando hubo desembarcado y acabó de programar el piloto automático para que el deslizador volviera al hangar por sí solo, la curiosidad pudo más que ella. Leia fue hasta la verja y, con el androide de seguridad manteniéndose protectoramente cerca de ella, interpeló al desconocido.

—¿Quién es usted?

—Soy Jobath, el consejero de los fias, de Galantes —dijo el desconocido, y después su rostro se iluminó—. Pero yo la conozco. Usted es la princesa Leia, la reina guerrera que unió a los oprimidos para que se alzaran contra el Emperador. Usted salvó a mi pueblo de la esclavitud.

—Bueno... Muchas gracias, pero ya hace algún tiempo de eso —dijo Leia—. Y de todas maneras, no sé qué versión de la historia habrá estado escuchando. No recuerdo haber sido jamás reina ni una guerrera.

—Oh, sí, conozco todas las historias. Usted es una gran mujer. Es un honor conocerla.

—¿Qué está haciendo aquí?

—La estaba esperando —dijo el fia—. Su sirviente de metal dijo que usted no recibía visitantes, pero mi necesidad es urgente. Y ahora veo que usted ha regresado. ¿Puedo alzarme y aproximarme sin alarmar a su leal protector?

—¿Qué? Oh, el androide... Sí, no le gusta nada que haya gente rondando por las entradas. ¿Cómo me ha dicho que se llamaba?

—Jobath, de los fias.

—¿Teníamos una cita, Jobath de los fias?

—No, princesa.

—Muy bien. Por un momento temía haberlo olvidado —dijo Leia—. Voy a explicarle cómo están las cosas, Jobath de los fias: tengo intención de entrar en casa y dormir durante unos tres días. Si continúo siendo presidenta de la Nueva República cuando me levante de la cama, entonces podrá concertar una cita con el centro de programación, en el departamento de protocolo.

Leia le dio la espalda a la verja y echó a andar hacia la casa.

—¡Princesa! ¡Espere, por favor! He venido por lo que está ocurriendo en La Multitud. ¡Debe hablar conmigo ahora!

—¿Debo? —preguntó Leia, volviendo la cabeza para mirarle—. La Multitud... ¿Qué es eso?

—La Gran Multitud del Círculo de los Cielos —se apresuró a decir Jobath—. Existe otro nombre, un nombre muy feo...

—¿Me está hablando de Koornacht?

—¡Sí! —exclamó Jobath con visible alegría—. Hablo de Koornacht.

Leia frunció el ceño.

—Esto ya es demasiado. Dígale a Ackbar que estoy harta de que me manipulen.

—¿El almirante Ackbar?

—Exacto. Dígale que si tanto lo desea, puede quedarse con este puesto en cualquier momento. Bastará con que me lo diga y será suyo.

—Oh, sí, Ackbar. También conozco su nombre. Él también fue un gran guerrero en la Rebelión. Pero se equivoca. No he tenido el honor de recibir los consejos de Ackbar —dijo Jobath.

—¿No?

—He venido aquí directamente desde su Puerto del Este, y antes de eso vine de Galantes, para hablar con usted sobre un asunto de gran urgencia. Un mal terrible merodea por La Multitud. Muchos han muerto ya. Mi pueblo teme por su futuro.

Mientras le oía hablar, Leia se fue sintiendo lentamente atraída hacia la verja. Curvó los dedos alrededor del delicado trabajo de los barrotes y acabó tensándolos hasta convertirlos en puños.

—¿Cómo se ha enterado de todo esto?

—Hubo una advertencia enviada a nosotros desde una nave que salió de La Multitud —respondió Jobath—. Un carguero que iba hacia Woqua interceptó el haz de esa señal, o de lo contrario no habríamos oído la advertencia hasta dentro de mucho tiempo..., suponiendo que hubiéramos llegado a oírla jamás. Enviamos uno de nuestros navíos en busca de esa nave. También encontró la señal, pero la nave se ha esfumado.

Leia comprendió que Plat Mallar, al enfrentarse a la perspectiva de la inconsciencia, debía de haber utilizado el comunicador de combate del interceptor para transmitir sus grabaciones a su destino. Obrar de tal manera haría que su desaparición, e incluso la de su nave, careciesen de importancia, dado que en la galaxia no existía ninguna fuerza que pudiera capturar o destruir su señal de comunicaciones.

—Tenemos la nave —dijo, apoyando la frente en la verja—. Y al piloto.

—Me alegra saber esto. Me gustaría ofrecerle refugio en Galantos y, si lo desea, la ciudadanía entre los fias.

—Me temo que eso tendrá que esperar —dijo Leia—. ¿Qué quiere de mí?

—He venido a solicitar la protección de la Nueva República y de la gran princesa Leia para mi planeta y mi gente —dijo Jobath, agarrándose a la verja con sus manos de largos dedos justo por debajo de donde Leia se aferraba a ella—. Le suplico que acepte una petición para convertirnos en miembros de la Nueva República, y que nos fortifique contra esos asesinos.

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