Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Leia dejó que se fuera.
Después volvió a inclinarse sobre su cuaderno de datos, y vio la grabación una segunda vez y a continuación una tercera. Las imágenes eran muy nítidas, y no contenían la más mínima ambigüedad. El diseño de las naves era inconfundible, y constituía una acusación irrebatible. Colonos yevethanos se estaban instalando en un mundo que sólo un día antes había pertenecido a los kubazianos.
Leia sacó su comunicador del cajón dentro del que lo había arrojado la noche anterior y seleccionó un canal que utilizaba con mucha frecuencia.
—Han —dijo—. Ya puedes dejar de esconderte de mí. ¿Dónde estás? Por favor, Han... Ven y hablaremos.
—Asesinos —masculló Han mientras contemplaba la grabación de lo ocurrido en Doornik-319 y meneaba la cabeza con incredulidad—. Llevo en circulación el tiempo suficiente para haber visto cosas bastante horribles, pero el matar a una familia un día y mudarse a su casa al día siguiente no tiene nada que envidiar a las peores barbaridades que llegaron a surgir de la mente de nuestro viejo amigo Palpatine.
Leia asintió.
—Estoy empezando a preguntarme si la mayor indignidad que el Imperio infligió a los yevethanos no sería quizá la de haberles demostrado que existían unos patrones de conducta superiores a los suyos —dijo.
—Bueno, eso sí que sería un espectáculo realmente inolvidable, ¿verdad? —dijo Han—. Los soldados de las tropas de asalto del Emperador dando un ejemplo de buenos modales... Sería como armar a los androides de protocolo con desintegradores.
Han estaba intentando arrancarle una sonrisa, pero Leia ya había vuelto la mirada hacia el mapa del Cúmulo de Koornacht que estaba mostrando la pantalla principal, y Han también concentró su atención en él.
—Mira lo que han hecho... No tiene ningún sentido —dijo—. Después de todo, no se puede decir que esos asentamientos estuvieran dejando sin espacio vital a los mundos de la Liga, o que haya escasez de propiedades inmobiliarias por esa zona.
—Me temo que todo encaja con una lógica impecable —dijo Leia, apoyando el mentón en las manos—. Ahora una gran parte de lo que me dijo Nil Spaar ha adquirido un sentido totalmente distinto al que yo le atribuí entonces... Casi parece como si me hubiera mentido empleando la verdad. «Lo que queremos por encima de todo es que nos dejen en paz.» Lo recuerdo con claridad, y recuerdo que pronunció exactamente esas mismas palabras durante nuestra primera reunión. También me explicó lo extraño que le resultaba ver tantas especies. Me dijo que los yevethanos no necesitaban nuestra protección.
—No —dijo Han—. Eran los kubazianos los que necesitaban protección.
—Sí, la verdad es que me lo dio a entender bastante claramente aunque no lo dijese de una manera abierta —murmuró Leia—. Dijo que tenía la misión de proteger a su pueblo..., y lo ha hecho. Los mantuvo dentro de esa nave para que estuvieran a salvo de nosotros. En cuanto a Nil Spaar, redujo al máximo su exposición a nuestra presencia..., como si temiera contaminarse. Por eso fueron destruidos esos asentamientos, Han. Esto no ha sido una guerra de fronteras, o un asunto de reclamaciones territoriales enfrentadas: ha sido un acto motivado por la repugnancia.
Han no parecía muy convencido.
—Tal vez. Pero hay otro problema. Fíjate en los resultados. Doornik-319 se encuentra prácticamente entre Coruscant y N'zoth, justo donde tú querrías tener una base avanzada. En cuanto a esos otros objetivos... Es como si hubieran creado un cortafuegos entre ellos y todos nosotros.
Leia extendió el brazo y rozó el punto de luz que era Doornik-319.
—O como si hubieran cavado un foso. Con puerta y puente levadizo incluidos, quizá.
—Sí —dijo Han—. ¿Y qué vas a hacer al respecto?
Leia apartó el dedo de la imagen y movió la cabeza en una lenta sacudida.
—Parece como si todo hubiera terminado ya. Lo único que se me ocurre que podemos hacer es tratar de asegurarnos de que Nil Spaar se queda en su lado del foso. Proteger los asentamientos que aún no han sido destruidos: Calatos, Wehttam, los mundos de los marais... —Alzó la mirada hacia Han—. Tendré que volver a enviar la Quinta Flota a Farlax.
—Pensé que tal vez hubiera que hacerlo —dijo Han—. Dejé a la Flota en condiciones de operar y lo mejor preparada posible: nada de permisos, y con los trabajos de mantenimiento reducidos al mínimo imprescindible... Deberían poder zarpar media hora después de haber recibido la orden.
Leia le rozó la mano.
—Lo siento. Ya sé que no quieres tener que cargar con este peso, pero...
—Eh, espera un momento —dijo Han, apartando la mano y retrocediendo un poco—. No voy a ir a ningún sitio.
—No puedo imponerles otro cambio de comandante..., no dos veces en una semana, no bajo estas circunstancias. Has pasado casi dos meses navegando por el espacio con ellos. Por lo menos, eso les proporcionará una cierta continuidad.
—Buena idea, pero te equivocas de hombre —dijo Han—. Si yo estuviera en tu lugar, lo primero que haría sería volver a poner la Quinta Flota en manos del general Ábaht.
—¿Cómo puedo hacer eso? Su deslealtad hacia mí...
—¿Hablas en serio? Ábaht desobedeció tus órdenes, pero ¿realmente consideras que eso es lo mismo que ser desleal? ¿Acaso hizo lo que hizo por motivos personales o en beneficio propio? ¿Obró de esa manera para hacer carrera, o para ayudar al enemigo? No. Estaba intentando proteger a toda esa gente que había ido a Koornacht con él, y a toda la gente de aquí. Y Leia, qué demonios... Tenía razón. Deberíamos reconocerlo, ¿verdad?
—Tú mismo lo has dicho —replicó Leia en un tono bastante seco—. Desobedeció mis órdenes.
—Desobedeció una orden que nunca deberías haber dado —dijo Han—. Y si ésa es tu razón, entonces ya puedes ir olvidando esa idea tuya de ponerme al frente de la Quinta Flota, porque... Bueno, hablemos de ese navío de exploración que recogió a Plat Mallar. ¿Qué crees que estaba haciendo aquel navío en ese rincón perdido del espacio?
Leia cayó en la cuenta de que nunca se había formulado esa pregunta.
—Supongo que me limité a dar por sentado que era cosa de Drayson.
—Pues tendrías que haber prestado un poco más de atención a los hechos —dijo Han—. Era un navío de exploración de la Quinta Flota, y yo lo envié allí.
—¿Tú? —exclamó Leia, y un destello de ira iluminó sus ojos—. No lo entiendo. ¿Es porque soy una mujer? ¿Es ésa la razón por la que últimamente todo el mundo parece considerar que mis órdenes son simples sugerencias?
—Oh, vamos... No, Leia, demonios, no. No paro de repetirte que el uniforme no me sienta nada bien —dijo Han—. Soy un desastre obedeciendo órdenes, y tanto da que vengan de mujeres como de hombres. Siempre lo he sido... Ya lo sabes, ¿no? Oye, yo estaba allí y tú no. Tuve una corazonada y me dejé llevar por ella.
—¿Y cómo se lo vas a explicar al general Ábaht?
—¿Por qué no se lo preguntas a él? —sugirió Han—. Pero recuerda una cosa: antes de venir a Coruscant, el general Ábaht era el primer comandante militar de los dorneanos. Estaba acostumbrado a disfrutar de un grado de autonomía bastante mayor del que nosotros concedemos a los comandantes de nuestra Flota. Actuó siguiendo los dictados de su conciencia. Verás, en realidad pienso que Ábaht ha sido tremendamente leal a ti..., y especialmente por la manera en que aceptó que lo destituyeras. Podrías cometer errores mucho peores que pedirle que volviera a mandar la Quinta Flota.
—¿Cómo puedo hacer eso? Le humillé delante de su tripulación, delante de sus oficiales...
—Si piensas que lo que hiciste cambió sus sentimientos hacia él, entonces es que has olvidado las reglas del juego —dijo Han—. Lo que hiciste cambió lo que sienten hacia ti, no hacia Ábaht. Devuélveles a su comandante. Lo peor que dirán de ti será justo lo que ya están diciendo ahora. Incluso es posible que eso sirva para que te aprecien un poco más en el futuro.
—¿Qué debería decir?
—No tienes que decir nada..., no a ellos, por lo menos —replicó Han—. Vuelve a enviar la Quinta Flota a Farlax al mando del general Ábaht, y ya captarán el mensaje. Leia, sólo los líderes débiles se niegan a admitir sus errores. Los líderes realmente fuertes no necesitan fingir que son infalibles. Limítate a arreglar este lío, ¿de acuerdo? Ahora tenemos problemas mucho más grandes a los que enfrentarnos.
Leia alzó la mirada hacia el mapa de Koornacht, y después clavó los ojos en el dorso de sus manos.
—He heredado el tozudo orgullo de Bail Organa —dijo en voz baja y suave—. Me resulta muy difícil admitir que otra persona tenía razón cuando yo estaba equivocada.
—Si no fueras tan tozuda, no serías mi Leia —dijo Han con una sonrisa torcida que estaba llena de afecto—. ¿Seguirás en el cargo, entonces? ¿Nada de dimisiones?
—No puedo dar la espalda a todo este desastre y dejar que otro se encargue de arreglarlo, ¿verdad? —dijo Leia—. Tendré que asumir la responsabilidad de lo ocurrido. Nil Spaar nunca habría hecho lo que hizo si no hubiera estado seguro de que le permitiríamos salirse con la suya... O, mejor dicho, si no hubiera estado seguro de que yo le permitiría salirse con la suya.
—No eres responsable de sus errores de cálculo.
—¿Qué quieres decir?
—Que no vamos a permitir que se salga con la suya.
—Oh —dijo Leia—. ¿Sabes dónde está el general Ábaht?
—Volvió conmigo en la lanzadera. Probablemente estará en los dormitorios de la Flota, esperando ser sometido a un consejo de guerra. El Departamento de la Flota lo sabrá.
—Será mejor que vaya a verle —dijo Leia, poniéndose en pie—. Te llamaré por el camino.
—Estás haciendo lo correcto —dijo Han—. Yo me ocuparé de los chicos hasta que hayas vuelto.
—Gracias. —Leia le dio un rápido beso y se dispuso a marcharse, pero después se detuvo y se volvió hacia él—. Han...
—¿Qué?
—¿Cómo puedo haber estado tan equivocada acerca de Nil Spaar? ¿Cómo he podido permanecer sentada en esa sala durante tanto tiempo mientras me soltaban un montón de mentiras acompañadas de sonrisas, y no haberme dado cuenta en ningún momento de lo que estaba ocurriendo? Soy una Jedi... Se supone que somos un poco más perceptivos, ¿no?
—Lo que ocurre es que tú no confías demasiado en ese talento —dijo Han—. Por lo que he podido ver, en realidad no quieres confiar en él.
—Sí, me imagino que hay algo de verdad en eso —admitió Leia—. Aun así, no puedo dejar de pensar que debería haberme dado cuenta de cómo era realmente Nil Spaar.
—Me parece que quizá viste lo que querías ver —le dijo Han con dulzura—. Sigues creyendo que todas las personas con las que te vas encontrando en la vida son básicamente buenas y racionales. No todo el mundo tiene que cargar con esa desventaja inicial.
Aunque probablemente le habría bastado con pedirlo para obtener una de las suites reservadas para los altos oficiales y sus invitados, el general Ábaht estaba alojado en una habitación doble de uno de los dormitorios corrientes. Y aunque estaba sobradamente en su derecho de mantenerla cerrada, la puerta de su habitación se hallaba abierta, respetando una tradición que había redibujado las fronteras de la intimidad desde el primer día del adiestramiento militar.
Ábaht estaba acostado de bruces en el suelo, medio dando la espalda a la puerta y llevando a cabo una enérgica serie de flexiones de brazos sin que ese considerable esfuerzo le obligara a emitir ni siquiera un gruñido.
—¿Puedo entrar, general? —preguntó Leia.
El oficial dorneano se incorporó con un movimiento tan rápido como fluido y la saludó marcialmente.
—Princesa —dijo—. Me... Me sorprende verla.
Leia cerró la puerta detrás de ella.
—Me parece que debemos hablar. He recibido sus disculpas y su oferta de presentar su dimisión mientras venía hacia aquí, y...
—Princesa, espero que entienda que no estoy intentando hacer ninguna clase de trato para escapar a las consecuencias de mis acciones —dijo Ábaht—. Estoy dispuesto a ser juzgado en un consejo de guerra, o a dimitir, o a aceptar el ser degradado hasta el rango que usted considere conveniente... En resumen, que estoy dispuesto a aceptar el curso de acción que considere será más beneficioso para la Flota y la Nueva República. No quiero ser la causa de nuevas situaciones embarazosas para usted, la Flota o Chandrila.
Leia cogió una silla de respaldo recto de delante del pequeño escritorio y se sentó en ella.
—¿Sabe una cosa, general? Yo también he estado pensando en dimitir. Últimamente he cometido varios... errores que me ha costado bastante aceptar.
—Comprendo, princesa. Si me permite preguntárselo... ¿Han elegido ya la fecha en que me juzgarán?
—¿Juzgarle? —Leia meneó la cabeza—. No dispone de tiempo para un juicio, general. Usted y yo todavía tenemos mucho trabajo que hacer.
—¿Qué quiere decir, princesa?
Leia suspiró.
—General... Estaba equivocada. No puedo decirlo con más claridad, ¿no le parece? ¿Aceptará mis disculpas, y volverá al
Intrépido
como comandante de la Quinta Flota?
La sorpresa era una expresión que parecía estar totalmente fuera de lugar en los rasgos del dorneano.
—Princesa, ¿cómo puedo contar con su confianza después de lo que ha ocurrido?
—Lo que ha ocurrido no hubiese debido ocurrir. Pero la culpa es mía, no suya —dijo Leia—. Tanto su conducta como sus decisiones han sido totalmente impecables. Le aseguro que mientras sea capaz de seguir sirviendo a la Nueva República de una manera tan eficiente y concienzuda, contará con toda mi confianza.
Ábaht se sentía visiblemente incómodo.
—En ese caso... Princesa, le agradezco sus disculpas, que no tenía ninguna obligación de presentarme. Y estoy a su disposición, para ponerme a su servicio de cualquier manera en la que le parezca que puedo resultarle útil.
—Excelente —dijo Leia, poniéndose en pie y abarcando cuanto les rodeaba con un gesto de la mano—. Porque, realmente, éste no es sitio para usted. ¿Puedo llevarle hasta Puerto del Este, general?
La ayuda de los hombres insignificantes puede ser comprada a un precio muy bajo, porque la codicia carece de orgullo.
Unos minutos después de que el general Etahn Ábaht hubiera vuelto a la Quinta Flota, la armada saltó al hiperespacio con rumbo hacia Farlax y el Cúmulo de Koornacht. Unos minutos después de que ese acontecimiento tuviera lugar, Belezaboth Ourn, cónsul extraordinario de los paqwepori, se puso en contacto con el virrey Nil Spaar a través del comunicador hiperespacial para informarle.