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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga

Un espia perfecto (19 page)

BOOK: Un espia perfecto
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–Naturalmente.

–Esos dos hombres siguen ahí -dice Tom desde la puerta, que ha participado en la conversación de sus padres durante todo este rato.

–¿Qué hombres? -pregunta Mary.

Pero tiene erizada la piel de la nuca y en el cuerpo el sudor frío del pánico. ¿Cuánto ha oído Tom? ¿Cuánto ha visto?

–Los que están reparando su moto junto al río. Tienen sacos de dormir especiales del ejército y una linterna y una tienda especial.

–Hay gente haciendo camping por toda la isla -dice Mary-. Vuelve a la cama.

–Venían en nuestro barco -dice Tom-. Jugando a las cartas detrás del bote salvavidas. Vigilándonos. Hablaban en alemán.

–En el barco había cantidad de gente -dice Mary. ¿Por qué no dices nada, bastardo?, grita mentalmente a Magnus. ¿Por qué te quedas tumbado como un muerto en lugar de ayudarme cuando todavía estoy mojada de ti?

Con Tom a un lado y Magnus al otro, Mary escucha las campanas de Plomari tocando las horas. Cuatro días más, se dice a sí misma. El domingo, Tom vuela a Londres para el nuevo curso. Y el lunes lo haré, maldita sea.

Brotherhood la estaba sacudiendo. Nigel le había dicho algo: pregúntale por el comienzo; que sea precisa.

–Queremos que retrocedas una etapa, Mary. ¿Puedes hacerlo? Te estás adelantando.

Oyó murmullos y luego el sonido de Georgie cambiando una cinta en su magnetofón. El murmullo era el suyo propio.

–Dinos en primer lugar cómo se decidieron esas vacaciones, ¿quieres, querida? ¿Quién las propuso? Oh, Magnus, ¿verdad? Ya. ¿Y eso fue aquí, en esta casa? Fue. ¿Y a qué hora sería? Incorpórate, ¿quieres?

Entonces Mary se incorporó y empezó de nuevo por donde Jack le había pedido: un dulce atardecer de principios de verano en Viena, cuando todo marchaba perfectamente y ni Lesbos ni las islas que le precedieron eran un centelleo en la mirada de Magnus. Mary estaba en el sótano con su bata de trabajo, encuadernando una primera edición de
«Die letzten Tage der Menschheit»,
de Karl Kraus, que Magnus había encontrado en Leoben durante una cita con un agente y Mary…

–¿Era un lugar habitual, Leoben?

–Sí, Jack, era habitual.

–¿Con qué frecuencia iba?

–Dos veces al mes. Tres veces. Era un viejo agente húngaro, nadie especial.

–¿Él te dijo eso? Creí que era reservado respecto a sus agentes.

–Un viejo húngaro comerciante de vinos desde tiempo atrás, con oficinas en Leoben y Budapest. Por lo general Magnus se guardaba sus secretos, y a veces me los decía. ¿Puedo continuar?

Tom estaba en el colegio, Frau Bauer estaba en la iglesia, dijo Mary. Era una especie de comilona católica, la Asunción, la Ascensión, Rezo y Contrición, Mary no se acordaba. Magnus estaba supuestamente en la embajada norteamericana. El nuevo comité acababa de iniciar sus reuniones y ella no le esperaba hasta tarde. Estaba justo en mitad del encolado cuando de repente, sin que ella oyera nada, le vio en la puerta, Dios sabe cuánto tiempo llevaba allí plantado, con aspecto satisfecho y observándola del modo que a él le gustaba.

–¿Qué modo, querida? ¿Te observaba cómo? -le interrumpió Brotherhood.

La misma Mary estaba sorprendida. Titubeó.

–Como alguien superior. Una superioridad apenada. Jack, no me hagas odiarle, por favor.

–Muy bien, te está observando -dijo Brotherhood.

Magnus la está observando y cuando ella le descubre él lanza una carcajada y le cierra la boca con besos apasionados, haciendo su número de Fred Astaire, y luego van arriba para un cambio de opiniones completo y sincero, como él lo llama. Hacen el amor, él la arrastra al baño, la lava, la arrastra fuera y la seca, y veinte minutos más tarde Mary y Magnus atraviesan brincando el parquecito en lo alto de Dobling como la feliz pareja que casi componen, pasan la zona de juegos infantiles, la estructura metálica para la que Tom es demasiado grande, la jaula del elefante donde chuta su balón de fútbol, y bajan la cuesta hacia el restaurante Teherán, que es su
pub
increíble, porque Magnus adora los vídeos en blanco y negro de idilios árabes que ponen con el volumen bajo mientras comes cuscús y bebes
Kalterer.
En la mesa él le coge del brazo ardientemente y ella nota la excitación de Magnus circulando por el cuerpo de Mary como una descarga, como si haberla poseído le hiciera desearla más.

–Vámonos, Mabs. Vámonos de verdad. Vamos a vivir la vida en vez de representarla. Cogemos a Tom y el permiso de medio turno de servicio y que le den a todo por el saco durante el verano entero. Tú pintas, yo escribo mi libro y haremos el amor hasta reventar.

Mary pregunta que adonde, Magnus dice qué más da, iré mañana a la agencia de viajes que hay en el Ring. Magnus dice qué pasa con el nuevo comité. Él tiene su mano dentro de la suya y la toca con los dedos convertidos en piquitos, y ella enloquece por él otra vez, que es lo que él quiere.

–El nuevo comité, Mary -declara Magnus-, es la payasada más puñeteramente estúpida en la que me he visto envuelto, y créeme que he visto unas cuantas. No es más que pura cháchara para halagar el ego de la Casa y para que puedan contar a quien quiera escucharles que nos acostamos a hurtadillas con los americanos. Es imposible que Lederer se imagine que vamos a revelarle nuestras redes, y él, por su parte, no me diría ni el nombre de su sastre, y no digamos el de sus agentes… en el supuesto de que tenga alguna de las dos cosas, cosa que dudo.

Brotherhood de nuevo.

–¿Te dijo
por qué
Lederer no estaría dispuesto a hablar con él?

–No -dijo Mary.

Nigel, para variar:

–¿Y no facilitó ninguna otra razón respecto al porqué o al cómo el comité podría ser una payasada?

–Era una payasada, era una farsa. Fue lo único que dijo. Le pregunté por sus agentes y él dijo que ellos sabían cuidarse solos, y que si Jack se preocupaba por ellos podía enviarles un suplente. Le pregunté qué pensaría Jack…

–¿Y
qué
pensaría Jack? -preguntó Nigel, con franca curiosidad.

–Dijo que Jack también es una farsa: «No estoy casado con Jack, estoy casado contigo. La Casa debería haberle jubilado hace diez años. El cabrón de Jack.» Perdón. Eso es lo que dijo.

Con las manos hundidas en los bolsillos, Brotherhood dio un paseo por la pequeña habitación, curioseando las fotos que tenía Frau Bauer de su hija ilegítima, examinando atentamente su estantería de folletines en edición rústica.

–¿Alguna otra cosa sobre mí? -preguntó.

–«Jack tiene demasiadas millas en sus botas. La era del
boy scout
ha terminado. El escenario es distinto y él está desfasado.»

–¿Nada más? -dijo Brotherhood.

Nigel había apoyado la barbilla en una mano y estaba estudiando la forma perfecta de su zapato.

–No -respondió Mary.

–¿Salió de paseo esa noche? ¿A encontrarse con P?

–Le había visto la noche anterior.

–He dicho esa noche. ¡Responde a la puta pregunta!

–¡Y yo he dicho que la noche antes!

–Con un periódico. ¿Toda esa historia?

–Sí.

Con las manos todavía en los bolsillos y la cabeza levantada contra los hombros, Brotherhood se volvió rígidamente hacia Nigel.

–Voy a decírselo -dijo-. ¿Vas a cabrearte?

–¿Es una pregunta formal? -contestó Nigel.

–No especialmente.

–Porque de ser así tengo que comunicárselo a Bo -dijo Nigel, y consultó respetuosamente su reloj de oro, como si recibiera órdenes de él.

–Lederer sabe y nosotros sabemos. Si Pym lo sabe también, ¿quién queda? -insistió Brotherhood.

Nigel lo pensó.

–Es cosa tuya. Tu hombre, tu decisión, tu epílogo. Sinceramente.

Brotherhood se inclinó sobre Mary y acercó la cabeza a su oído. Ella recordó su olor: paternal, a
tweed.

–¿Me escuchas?

Ella movió la cabeza. No, nunca escucharé, ojalá no lo hubiera hecho nunca.

–El nuevo comité del que tu Magnus se estaba burlando tenía previsto ser un organismo de gran eficacia. Quizá la mejor relación laboral en potencia que hemos tenido en la práctica con los americanos durante años. La regla del juego era confianza mutua. Hoy día no es tan fácil de crear como antiguamente, pero nos apañamos. ¿Te vas a dormir?

Ella asintió.

–Tu Magnus no sólo lo sabía, sino que fue uno de los motores principales para que el comité despegara. Si no
el
principal. Incluso llegó al extremo de quejarse a mí, cuando estábamos negociando el acuerdo, de que Londres estaba siendo cicatero en su interpretación de los términos del trueque. Pensaba que debíamos conceder más a los americanos. A cambio de más. Eso en primer lugar.

No tengo absolutamente nada más que decir. Puedes conocer las señas de mí casa, mis parientes más próximos y es todo. Me lo enseñaste tú mismo, Jack, por si acaso me pillaban.

–En segundo lugar, por razones que entonces consideré engañosas e insultantes, los americanos pusieron reparos a la presencia de tu marido en el comité menos de tres semanas después de haberse reunido, y me pidieron que lo sustituyera por alguien más de su gusto. Puesto que Magnus era la piedra angular de la operación checa y de algunos otros pequeños montajes en el este de Europa, la exigencia era totalmente descabellada. Habían alegado las mismas objeciones sobre él el año anterior en Washington y Bo había cedido, en mi opinión equivocadamente. Yo no estaba dispuesto a permitir que volvieran a salirse con la suya. Resulta que no me gusta un pelo que los caballeros americanos o cualquier otro me digan cómo tengo que dirigir mi tinglado. Les dije que no y ordené a Magnus que se tomara un permiso y que se largara de Viena hasta que yo le dijera que volviese. Ésa es la verdad, y creo que ya es hora de que sepas una parte.

–Y es también muy secreta -dijo Nigel.

Ella esperó en vano a ver si se sentía asombrada. Ningún arranque de protesta, ningún fogonazo del famoso temperamento familiar. Brotherhood se había aproximado a la ventana y estaba mirando fuera. La mañana había llegado pronto por causa de la nieve. Parecía viejo y agotado. Su pelo blanco se mostraba esponjoso a contraluz y Mary veía la piel rosa de su cuero cabelludo.

–Tú le defendiste -dijo ella-. Tú fuiste leal.

–Da la impresión de que también fui un maldito estúpido.

La casa estaba patas arriba. De abajo llegó el ruido sordo de muebles que se desplazan, y después del salón. El lugar más seguro era aquella alcoba. Arriba, con Jack.

–Oh, no seas tan duro contigo, Jack -dijo Nigel.

Brotherhood había sentado a Mary en la silla y le entregó un whisky. Sólo vas a tomar uno, había dicho él, hazlo durar. Nigel había tomado posesión de la cama y estaba repantigado encima, con una piernecita estirada como si se la hubiera torcido intentando subir las escaleras de su club. Brotherhood les daba la espalda a los dos. Prefería la vista desde la ventana.

–Así que primero vais a Corfú. Tu tía tiene una casa allí. Os la ha prestado. Cuéntanos eso. Detalladamente.

–La tía Tab -dijo Magnus.

–El nombre completo, creo -dijo Nigel.

–Señora Tabitha Grey. Hermana de papá.

–En un tiempo miembro de la Casa -murmuró Brotherhood-. Puestos a pensarlo, apenas hay un miembro de su familia que no haya estado en nuestros libros en un momento u otro.

Ella había telefoneado a la tía Tab en cuanto volvieron de tomar unas copas esa noche, y por milagro hubo una cancelación y la casa estaba libre. La cogieron, telefonearon al colegio de Tom y concertaron que volase allí directamente en cuanto terminara el curso. Nada más enterarse, los Lederer también quisieron ir, por supuesto, y Grant dijo que lo dejaría todo empantanado, pero Magnus no quiso saber nada. Los Lederer son exactamente la clase de hélice social que necesito para marcharme lejos, había dicho. ¿Por qué demonios iba a llevarme el trabajo durante las vacaciones? Cinco días más tarde estaban instalados en la casa de Tab y todo iba de maravilla. Tom recibía lecciones de tenis en el hotel que había calle arriba, nadaba, daba de comer a las cabras de la casera y paseaba en la barca con Costas, que la cuidaba y regaba el jardín. Pero lo más divertido eran los locos partidos de cricket que Magnus le llevaba a ver por las tardes en las afueras de la ciudad. Magnus dijo que los ingleses habían introducido el juego en la isla cuando la estaban defendiendo contra Napoleón. Magnus sabía esas cosas. O fingía saberlas.

En el cricket de Corfú, Magnus estaba más próximo a Tom que nunca. Se tumbaban en la hierba, mascaban helados, animaban a sus jugadores favoritos y mantenían las charlas masculinas que eran tan vitales para la felicidad de Tom: porque Tom amaba a Magnus con locura, estaba apegado a su padre y siempre lo había estado. En cuanto a Mary, había llevado sus pinturas al pastel porque en Corfú en verano hacía demasiado calor para acuarelas, la pintura acababa de secarse en la página antes de que tuvieras tiempo de acercarte. Pero estaba dibujando bien, logrando bonitas formas y retratos, y se había convertido en la anfitriona de la mitad de los perros de la isla porque los griegos no los alimentaban ni los cuidaban ni
nada.
De modo que todos estaban contentos, los tres estaban maravillosamente, y Magnus tenía un invernadero fresco para escribir y daba paseos tierra adentro para su desasosiego, que le asaltaba al instante por la mañana y a última hora de la tarde, después de haberlo contenido todo el día. Almorzaban tarde, normalmente en una taberna, y muchas veces, a decir verdad, era un refrigerio líquido, pero por qué no, estaban de vacaciones. Seguían largas siestas sexy mientras Mary y Magnus hacían el amor en el balcón y Tom, tumbado en la playa, contemplaba los desnudos del otro lado de la bahía con los prismáticos de Magnus, de modo que, como éste decía, toda la familia disfrutaba de su ración carnal. Hasta que un día el reloj se paró en seco y Magnus volvió de un paseo tardío y confesó que su escrito se había estancado. Nada más entrar, se sirvió un
ouzo
cargado, se dejó caer sobre una silla y lo dijo a bocajarro:

–Lo siento, Mabs. Lo siento, Tom, compadre. Pero este sitio es demasiado idílico. Necesito un poco más de ajetreo. Necesito
gente,
Cristo bendito. Humo, suciedad y un poco de sufrimiento alrededor. Esto es como estar en la luna, Mabs. Peor que Viena. En serio.

Lo dijo con dulzura, pero fue inflexible. Había estado bebiendo, evidentemente, pero era porque estaba decaído.

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