—¿Qué es esto? —preguntó Wittberg con los ojos rojos y una resaca evidente. Su larga melena rubia estaba muy despeinada y sostenía en la mano una coca-cola. Después de haber sido durante muchos años el donjuán de la comisaría, Wittberg se había tranquilizado y desde hacía cosa de un año vivía en pareja. Pero al inicio del verano se rompió la relación, y se notaba. Había vuelto a su ritmo de juerga habitual.
—Sí, ¿qué celebramos? —preguntó Karin.
Kihlgård dio un suspiro profundo y miró con seriedad a sus colegas.
—¿Qué grupo de incultos es este? ¿No sabéis qué día es hoy?
Todos en la sala se quedaron mudos, sin saber qué decir.
—Es la fiesta nacional de Francia. ¡Por Dios! —exclamó Kihlgård con entusiasmo—. ¡El 14 de julio! La Revolución, ¿habéis oído hablar de ella?
—¡Santo cielo! —Karin se echó a reír—. Si apenas sabemos por qué celebramos la fiesta nacional de Suecia. No sabía yo que fueras un ferviente admirador de Francia.
—Pero por favor, ¿cómo se te ha podido escapar una cosa así? La comida, el vino, sus gentes, el tiempo… Adoro Francia. Y esto —dijo señalando las tartas de chocolate con ansiedad— son tartas de chocolate francesas hechas en casa siguiendo la receta que me ha dado Laurent, mi novio francés.
Todos en la sala se quedaron tan callados como en misa. Kihlgård nunca había mencionado que era homosexual, ni que tenía novio. Knutas parecía no comprender nada, y Wittberg, en un principio, puso cara de perplejidad, pero enseguida se dibujó una sonrisa en su rostro. Sohlman parecía como si hubiera visto un fantasma. Karin no se inmutó. Ella ya conocía la inclinación de Kihlgård desde hacía mucho tiempo, saltaba a la vista.
Era interesante comprobar cómo sus compañeros, por lo demás tan perspicaces, podían permanecer completamente ciegos cuando se trataba de la orientación sexual de las personas. Algunos incluso habían llegado a pensar que había algo entre ella y Kihlgård. Knutas había dado muestras de celos varias veces, cosa que a Karin le parecía de lo más divertido.
Lógicamente, Kihlgård se dio cuenta de que había desvelado algo que sus colegas de Gotland no sabían, pero que era de sobra conocido entre sus compañeros de trabajo de la Jefatura Superior de la Policía Criminal en Estocolmo.
—Pero, por favor —dijo para poner fin a aquella situación embarazosa—, coged un trozo de tarta. ¡Está buenísima!
Kihlgård alargó el brazo para hacerse con un cuchillo y empezó a partir la tarta. Todos se sirvieron un trozo.
—Ahora, si nos disculpa,
monsieur
Kihlgård, quizá deberíamos empezar la reunión.
Knutas le dedicó una sonrisa sardónica a su colega, que en ese momento se estaba zampando su segundo buen pedazo de tarta de chocolate.
—Wittberg, tú tenías unas cuantas novedades, ¿no?
—Sí, hemos interrogado otra vez a Linda Johansson; trabaja en Construcciones Slite. Continúa afirmando que no sabía nada ni de las amenazas ni de la contratación ilegal de mano de obra. Ella se ocupaba básicamente de contestar al teléfono y de las tareas normales de oficina, y hacía lo que le mandaban. En cuanto a la contabilidad, era Peter quien tenía el control, mientras que ella se dedicaba más bien a mantener los papeles en orden. Al menos, eso es lo que dice. La verdad, creo que no era precisamente la más lista de la clase.
—¿Qué sabemos de ella? —preguntó Karin.
—Es de Slite. Veinticinco años. Casada, dos hijos. De lo más normal.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando en la empresa?
—Medio año, al parecer. La contrataron a la vez que a dos de los tres albañiles fijos que tienen.
—¿Y es creíble que no tuviera ni idea de que la empresa contrataba mano de obra ilegal? —quiso saber Karin.
—Si es cierto que Peter se ocupaba de la contabilidad, puede que los demás no supieran realmente cómo iban las cosas —añadió Wittberg—. Tal vez tenían algunos contratos con permiso de trabajo y sujetos al convenio colectivo, y otros no.
—Pronto recibiremos el informe de la inspección realizada por Delitos Económicos. Será interesante ver sus resultados —dijo Knutas—. Otra cosa: ¿has investigado a los que llegaron a Fårö en el primer ferry de la mañana?
—Sí, y resulta que todos tienen coartada para el momento en que se cometió el asesinato. La pareja de Gotemburgo viajó directamente a la casita que tienen alquilada y tomaron café con la dueña, con quien estuvieron hasta los ocho, la hora en que se va a trabajar. Al parecer, la mujer embarazada se reunió en Fårö con su marido y pasaron juntos toda la mañana. Y al hombre que venía con el remolque de caballos, cuando llegó a casa lo estaba esperando su hijo. Ninguno de ellos observó nada raro.
—Está bien, podemos aparcar ese asunto, entonces. ¿Cómo va la identificación de las personas que pasaron la noche alojadas en la colonia de veraneo de Fårö? ¿Tenemos la lista completa?
—De momento no hay nada que nos llame la atención, pero aún no hemos terminado todos los interrogatorios. Ya sabes, tenemos que localizar a la gente que se ha marchado de la isla.
—Sí, claro. Lo comprendo.
K
nutas se despertó solo en la amplia cama de matrimonio de su casa de la calle Bokströmsgatan, justo a las afueras de la muralla de Visby. Los rayos de sol lo cegaban. Siempre dormía con la ventana abierta, tanto en invierno como en verano, pero en ese momento le servía de bien poco. Fuera hacía más calor que dentro. Se levantó y salió a la terraza. El césped estaba alto y necesitaba una siega, los muebles de la terraza parecían desgastados, la pintura blanca estaba desconchada y se había prometido que haría algo con eso a lo largo del verano. De momento no había hecho nada. No quería ni pensar en todas las cosas que se debían reparar en la casa de veraneo de Lickershamn.
De todos modos, hasta que se resolviera el asesinato de Peter Bovide, probablemente no tendría tiempo de ir por allí.
Se duchó, se vistió, puso a hacer el café en la cocina y luego salió a recoger el periódico del buzón.
No estaba acostumbrado a estar solo en casa, no ocurría casi nunca. Line tenía dos semanas más de vacaciones y se había ido a la casa de veraneo con los niños. Aunque ya no eran niños, en otoño iban a empezar en el instituto. A Knutas le costaba comprender que el tiempo hubiera pasado tan deprisa.
Nisse, como su hijo exigía que lo llamaran ahora, tenía novia desde hacía medio año y parecía enamorado y de lo más estable. Knutas anduvo angustiado ante la conversación que él creía que debía mantener con su hijo. Tanto él como Line, claro está, habían hablado antes con los niños de las flores y las abejitas y más concretamente de cómo llegaban los niños al mundo, pero cuando Nisse empezó a quedarse a dormir en casa de Gabriella se sintió obligado a mantener una conversación más seria con él. A pesar de sus temores, la conversación discurrió mejor de lo esperado. Nisse prometió ser prudente y utilizar siempre preservativo; después, le dio un abrazo a su padre. Knutas se había quedado tanto sorprendido como satisfecho ante la reacción de su hijo. Era como si agradeciera el detalle que suponía el torpe esfuerzo de su padre para mantener con él una conversación de hombre a hombre.
A diferencia de su hermano, Petra cambiaba constantemente de pareja, lo cual, como es de suponer, no tranquilizaba a sus padres. Knutas intentaba no preocuparse demasiado. Por suerte, Line y Petra tenían una buena relación, y Line hablaba de todo con su hija de la misma forma abierta y clara de siempre.
Se preparó una rebanada para el desayuno y se sentó a la mesa de la cocina con la taza de café y el periódico
Gotlands Allehanda
. No eran más que las seis y media, Knutas era madrugador. No necesitaba dormir mucho y disfrutaba tanto de veladas prolongadas como de las madrugadas.
El asesinato ya no era noticia de portada. Los últimos días no había salido a la luz nada nuevo. La cara de Karin se le vino a la mente. Se preguntaba cómo había dirigido la investigación mientras él estaba fuera. No había observado que se hubiera cometido ningún error propiamente dicho, pero Karin era nueva y esta, la primera investigación por asesinato que había abierto ella. Knutas estaba absolutamente convencido de la importancia que tenían en una investigación de ese tipo las medidas que se tomaran al comienzo, el que todo se hiciera correctamente desde el principio. A menudo el factor tiempo era decisivo para la detención o no del culpable. En ese momento, había pasado ya una semana y no habían llegado a nada; les sacaba una enorme ventaja y si no ocurría pronto algo nuevo, el riesgo de fuga era mayor. Probablemente, el asesino ya ni siquiera se encontrara en la isla.
Knutas hojeó distraído el periódico y terminó el café. Pensaba ir al trabajo inmediatamente y repasar todo el material con tranquilidad.
Vivía cerca, apenas un paseo de cuarto de hora, pero después de unos pocos metros empezó a sudar. Aunque era tan temprano, hacía ya mucho calor. Llamó a Line pero no obtuvo respuesta. Lógicamente, estarían durmiendo. A veces se le olvidaba que no todos eran tan madrugadores como él.
Knutas estaba absorto en el informe del médico forense cuando Karin asomó la cabeza.
—Buenos días, ¿qué tal?
—Buenos días, bien, gracias —respondió—. ¿Y tú?
—Regular. He dormido mal esta noche.
—¿Y eso?
—No hago más que darle vueltas al caso.
Karin lanzó un suspiro, se pasó los dedos por el pelo corto y se dejó caer en la silla de las visitas de Knutas.
—¿Te ha dado tiempo a verlo todo? —le preguntó echando una mirada a los papeles que había encima de la mesa.
—Sí, ya he terminado.
Knutas sacó la pipa del cajón superior del escritorio y empezó a llenarla de tabaco.
—¿Y qué te parece? ¿He metido la pata hasta el fondo?
Karin le sonrió burlona. Vestía una ropa muy veraniega: una camiseta blanca y una falda de lunares.
—Pero ¡si llevas falda! Menuda novedad.
—Hoy me apetecía, hace mucho calor. ¿Te parece bien? ¿Vas a empezar a hablar del aspecto que tengo cuando intento hablar contigo de la investigación? Vaya manera de evitar el tema…
—No era mi intención.
—Pero, hablando en serio, ¿te parece que cometí algún fallo el primer día cuando tú estabas fuera?
—No, en absoluto, al contrario. Parece que has llevado todo de una forma ejemplar.
—¿Te ha sorprendido?
—No, sé que eres perfectamente capaz de dirigir una investigación por asesinato tú sola.
—Entonces, ¿por qué volviste tan pronto?
A Knutas le molestó aquella pregunta. Toqueteó la pipa y la siguió llenando de tabaco.
—Lo siento, ¿te sentó mal? En cualquier caso, no fue esa mi intención. Fue una tontería, debería haberte llamado antes.
—Anders, por favor, evidentemente tú no tienes que pedirme permiso para interrumpir tus vacaciones. Aunque me gustaría saber por qué lo has hecho.
Le habían aparecido en el cuello unas manchas rojas. Señal inequívoca de que estaba alterada.
—No tiene nada que ver contigo ni con tu capacidad. No pude evitarlo. Es un asesinato muy extraño.
Karin suspiro y miró resignada a su jefe.
—¿Serás capaz de alejarte alguna vez del trabajo?
—Sí, por supuesto, claro que sí. Lo sabes bien. Quizá me llevará un poco de tiempo.
—Miedo me da cuando te jubiles. Seguro que llamarás aquí todos los días y querrás estar al tanto de todo.
—Sin prisas, que aún no he cumplido los cincuenta y tres.
—Perdón —dijo ella esbozando una sonrisa—. Me alegro de que hayas vuelto. Únicamente te pido que dejes que lleve algunas cosas yo sola.
—Por supuesto.
Lo último que deseaba Knutas era ponerse a mal con Karin.
—Y volviendo a la investigación, ayer me entrevisté con los padres de Peter Bovide.
—Sí, ya, ¿qué tal fue?
—Bien, me proporcionaron un montón de información muy valiosa.
Le resumió a grandes rasgos que Peter padecía epilepsia y que sufría depresiones.
—Si tomaba antidepresivos, entonces tenía que tener un médico que se los recetara…
—Así es. Se llama Torsten Ahlberg, pero ahora se encuentra fuera, de vacaciones en Italia. Vuelve la próxima semana. Quiero hablar con él personalmente.
—A propósito, ¿qué tal estaban los padres?
—El padre, muy desquiciado. El interrogatorio terminó cuando le dio un ataque de nervios y me echó de su casa.
—No me digas. ¿Qué hizo?
Knutas desechó la pregunta con un gesto de la mano.
—Bah, no fue nada en realidad. La típica reacción de alguien que está conmocionado.
Sonó el teléfono en el despacho de Karin. Antes de irse le puso la mano en el hombro y le dijo en voz baja:
—La verdad es que me alegro de que hayas vuelto, Anders. A la vez que me irrita un montón, claro.
Knutas se levantó y se colocó al lado de la ventana. Contempló el paraíso estival exterior, es decir, las vistas que había a ambos lados del aparcamiento de Coop Forum, en el centro comercial Östercemtrum.
Estaba pensando en la empresa de construcción de Peter Bovide. Él no había estado ni en la empresa ni en la casa, otros se habían ocupado de ello. Una visita quizá le diera alguna idea, alguna sugerencia que le permitiese avanzar. No habría nadie trabajando un sábado, pero podía acercarse al menos a echar un vistazo a la oficina. Knutas miró el reloj. Las nueve y cuarto. ¿Podía uno llamar tan temprano a una mujer que acababa de perder a su marido? Sí, claro, si tenía niños pequeños, seguro que Vendela Bovide ya estaba levantada. Marcó el número. Sonaron varios tonos y cuando iba a colgar cogieron el auricular. Al principio, no se oía nada, luego se escuchó una voz clara de niño.
—Hola.
—Sí, hola, soy Anders Knutas, de la policía. ¿Con quién hablo?
—Soy William.
—¿Está ahí tu mamá?
—No. Mamá no puede hablar. Está dormida.
—¿Está dormida? ¿Y tú estás solo?
—No. Mikaela también está aquí. Tenemos hambre. Pero mamá solo duerme. No quiere despertar.
—¿Se mueve?
—No. Está totalmente quieta. Y tiene una cara muy rara.
K
nutas llamó inmediatamente a la central de emergencias. —Salid hacia allá enseguida con una ambulancia. Una mujer permanece inerte y sus hijos pequeños están solos con ella.
Después de ordenar también la salida de un coche de policía de orden público, que estaban más acostumbrados a intervenciones rápidas, colgó el auricular, cogió el arma reglamentaria y llamó a Karin. Dos minutos después estaban sentados en el coche en dirección a Slite y con la sirena conectada. Ojalá lleguemos a tiempo, pensó Knutas en el coche mientras se dirigían hacia el norte. Ojalá no esté muerta.