—. Era un té de hierbas normal y corriente; mucho más efectivo que cualquier poción, en realidad. Está asustada, desde luego, pero se lo he explicado todo y no te guarda rencor. Vale la pena que la cuides —dijo, mirándola por encima de su afilada nariz.
— Es una chica lista y tiene los pies en la tierra.
Caxton asintió. Mucha gente no habría descrito a Clara de aquella forma, sin embargo, Vesta veía a las personas por lo que eran y no por lo que aparentaban.
—¿Y yo? ¿Estoy bien? —preguntó finalmente. Vesta Polder se levantó y se acercó a la cama.
—No te vendría nada mal descansar. Deberías alejarte de esta ciudad, tan lejos como puedas. No puedo decir que este lugar me guste: hay demasiadas vibraciones, buenas y malas. El éter está cargado de nubarrones. Pronto me iré a mi casa, donde puedo pensar mejor, y lo mismo deberías hacer tú.
Metió la mano en uno de los bolsillos del vestido y sacó algo. Abrió la palma, donde yacía un colgante en forma de espiral atado a una cinta hecha jirones.
—La policía lo encontró cerca de donde estabas. Intenta cuidar mejor de él a partir de ahora, ¿de acuerdo?
Caxton hizo una nueva promesa y cogió el amuleto; estaba frío como los anillos de Vesta Polder y tenía un efecto aún más tranquilizador. La anciana le dio una palmadita en el brazo y se marchó. Inmediatamente, la puerta de la habitación de Caxton se abrió y entró la siguiente visita. Clara se dejó caer pesadamente en la silla que había junto a la cama y le sonrió a Caxton sin decir palabra. Tenía unos cardenales rojos en el cuello; Caxton no podía mirarlos.
— ¡Menudo susto me has dado! — Exclamó Clara—. ¡No vuelvas a hacerlo! Cuando me llamaron para decirme que te habían encontrado, estaba segura de que el vampiro te había matado. Me contaron que se había cargado al otro tipo, el policía local. —Clara llevaba una camisa negra y vaqueros; debía de haberse tomado el día libre-. Su familia debe de estar hecha polvo, ¡pero yo me siento tan aliviada! ¿Crees que eso significa que soy mala persona? No me lo digas. Me alegro tanto de que estés viva...
Caxton abrió la boca para hablar pero sólo logró articular un gemido.
Clara abrió los ojos de par en par y negó con la cabeza. —Escucha, los perros están bien. Les he puesto agua y comida, tal como me enseñaste. Creo que a Fifí no le caigo bien, aunque eso sólo significa que todavía no me conoce lo suficiente, ¿no? En cuanto me conocen, le caigo bien a todo el mundo.
Laura cerró la boca, volvió la cabeza y asintió con un gesto.
-Los médicos dicen que te puedes ir cuando quieras. He puesto un edredón nuevo en nuestra cama; anoche hizo mucho frío, sobré todo porque estaba sola. Y viniendo hacia aquí he visto un lugar donde venden manzanas Macoun. ¡Son mis favoritas! He pensado que te haré una tarta, ¿qué te parece? No he hecho nunca ninguna, pero... pero...
Clara la miraba fijamente. Caxtón notó cómo algo húmedo le caía por la boca. Se llevó la mano a la mejilla y se dio cuenta de que estaba llorando a mares. Quiso disculparse, pero en lugar de palabras le salió tan sólo un sollozo.
- Oh, Laura -dijo Clara en voz baja. Entonces se levantó de la silla y se metió en la cama, con Laura—. No pasa nada, estoy aquí.
Su pequeño cuerpo se pegó al costado de Caxton, se acurrucó contra su pecho. Sus suaves labios rozaron la sudada frente de Caxton. Se estaba balanceando hacia delante y hacia atrás, acunando el cuerpo laxo de Caxton, cuando la puerta se abrió de nuevo.
— Ejem —dijo Arkeley.
Caxton no se movió. Clara se incorporó apenas lo justo para decirle que se marchara. Pero el viejo federal lisiado la ignoró, porque en lugar de marcharse entró en la habitación y se detuvo a los pies de la cama.
- ¡Fuera de aquí! -gritó Clara. Había rencillas entre ella y Arkeley, en una ocasión incluso lo había amenazado con golpearlo, aunque al final se había echado atrás al comprender que agredir a un U. S. Marshal le costaría el trabajo.
Caxton cerró los ojos. No sabía qué decir. No quería ver a Arkeley y, sin embargo, por lo menos le debía una disculpa. Tragó saliva y se incorporó ligeramente en la cama.
-Mi novia y yo estamos ocupadas ahora mismo -dijo Clara.
El rostro de Arkeley se contrajo, las cicatrices fruncidas y lívidas. Le brillaba la mirada. ¿Estaría sonriendo? Si era así, parecía que le resultaba doloroso.
—Agente Hsu, ¿por qué no espera en el vestíbulo? —preguntó.
—¿Y usted por qué no sube aquí y baila? —respondió ésta al tiempo que le dedicaba un gesto grosero, con un dedo extendido.
La sonrisa de Arkeley no vaciló.
Caxton se aclaró la garganta de forma ostensible. Los dos la miraron como si esperaran que fuera a resolver las diferencias entre ambos. Caxton no se creía capaz de tanto, pero por lo menos podía intentar tomar el mando de la situación.
-Usted llevaba razón y yo estaba equivocada -dijo por fin, mirando a Arkeley a los ojos. Su expresión no cambió; no había venido a regodearse—. Es verdad, había un vampiro en el último ataúd. Un vampiro activo.
—Ya lo sé. He leído el informe del superviviente del ataque de anoche. —La observó como para asegurarse de que no estaba herida—. El otro superviviente, quiero decir. Su prosa era algo emotiva para un trabajo policial, pero logré comprender lo esencial.
—¿Y qué piensa hacer ahora? —preguntó Caxton. —¿Quién? ¿Yo? —replicó Arkeley con expresión de sorpresa. Una vez más, sus cicatrices adoptaron un tono blanquecino—. _Yo no puedo enfrentarme a este vampiro. —¿Porque no?
El viejo federal hizo una mueca y apartó la mirada.
—¿En serio va a obligarme a decirlo? Estoy lisiado —dijo, y se le tensaron los hombros. «¿Cuánto le dolería admitir su propia debilidad? — se preguntó Caxton—. ¿Hasta qué punto lo había humillado tener que pedirle ayuda para anudarse la corbata?»—. Mi cuerpo ya no responde como antaño. Puedo asistirla, pero nada mas. El caso es suyo.
Caxton abrió la boca como si fuera a reírse, pero sabía que lo decía en serio.
—No puedo aceptarlo —dijo.
—Si no lo hace tendrán que asignárselo a otra persona —explicó él pausadamente—. Probablemente un policía local que como mucho habrá tenido que vérselas con un conductor borracho. Y sabe perfectamente qué le va a suceder a ese policía: morirá. No sabrá a qué se está enfrentando, subestimará al vampiro y ese monstruo lo hará papilla la primera vez que se acerque a él.
A Caxton se le ocurrían cien argumentos contra lo que Arkeley estaba diciendo, sin embargo, todos convergían en un mismo problema: que el federal tenía razón. Y lo sucedido la noche anterior era la prueba definitiva a la par que horrible de ello. Arkeley tenía razón. Aquél iba a ser su caso.
Demostró ser tan válido prediciendo acontecimientos futuros como disparando, apenas me hube escondido, oí un traqueteo de cascos que se acercaba. En menos de un minuto, una horda de caballerías secesionista se detuvo frente a la casa. Su líder, un oficial de bastante graduación a juzgar por el aspecto de su insignia, llevaba guantes de piel, un polvoriento sombrero flexible y una buena camisa de algodón gris hecha a medida. Sus hombres, en cambio, llevaban en su mayoría uniformes de color caqui hechos en casa. Habíamos visto a muchos en Chancellorsville, donde algunos hombres luchaban descalzos o incluso si fusiles.
En Chancellorsville habíamos sufrido una derrota, como siempre que nos hablamos enfrentado a Robbie Lee. Con aquello en mente, me dije que debía respirar de la manera más silenciosa posible.
«Marse Obadeiah», gritó el comandante de caballería como si se dirigiera a un viejo amigo. «¿Estás ahí? ¿Me oyes? He venido desde Richmond, eso son cuarenta y cinco kilómetros. ¿Me oyes? La causa requiere tus servicios una vez más. Los yanquis están por todas partes, hay que obligarlos a retroceder. ¡El general Lee comandará la carga!»
El oficial daba vueltas con su caballo, como si temiera ser atacado desde cualquier lugar.
La respuesta llegó después de unos momentos, pero lo hizo con una voz que helaba la sangre, aunque hablaba de forma gramaticalmente correcta, aquella voz tenía muy poco de humano. Sonaba más bien como si alguien raspara las cuerdas de un violín con el cuello de una botella rota y este, de algún modo, emitiera palabras.
«Os he escuchado», anunció la voz.
LA DECLARACIÓN DE ALVA GRIEST
Cuando salió de la cama, Caxton se sentía como si la noche anterior le hubieran pegado una paliza. Le dolían las articulaciones y su boca emanaba un olor hediondo. No podía hacer nada para remediarlo. Clara le había traído una muda limpia y Caxton se había cambiado con dolores en todo el cuerpo. No obstante, era agradable notar el tacto de la camisa limpia. Se puso el abrigo y guardó la libreta y el móvil en los bolsillos. La policía local había tenido la amabilidad de devolverle el teléfono tras encontrarlo en la calle, ante la funeraria.
—Acepta el caso —dijo Arkeley. Y no era una pregunta.
El día anterior sí lo había sido y su respuesta había sido que no. Pero ahora todo había cambiado. Había visto a un colega de la policía local morir por un momento de vacilación. Había salido a la caza de un vampiro que no tenía posibilidad alguna «le matar. Todo estaba clarísimo y tenía sentido, mucho más sentido de lo que hubiera tenido nada desde la última vez. La última vez que se había enfrentado a un vampiro.
—Sí —respondió.
Clara se volvió para mirarla, pero Caxton ni siquiera miró a su novia a los ojos. ¿Qué otra opción tenía? Arkeley ya no podía enfrentarse a vampiros activos, ¡si ni siquiera era capaz de anudarse la corbata! Y había muchos otros policías en el mundo, aunque ninguno con la misma experiencia que ella. De hecho, ninguno de ellos tenía ninguna experiencia con vampiros. Si dejaba que otro policía asumiera el trabajo, estaba segura de que acabaría muerto.
Por supuesto, no había garantías de que Caxton fuera a sobrevivir. Pero aquello formaba parte de su persona. Su padre había sido el único policía en unas minas de carbón del norte. Su padre había sido detective privado. «¿Qué diría su padre si aún estuviera vivo?», se preguntó. Sabía perfectamente lo que le diría. Que ya iba siendo hora.
-Ya he cometido muchos errores -dijo, y Arkeley se limitó a asentir; tranquilizar a los demás nunca había sido su fuerte. Aun así, el hecho de que hubiera acudido a ella buscando ayuda, que hubiera creído que era la persona más apropiada para encontrar y destruir al vampiro, significaba algo. Sólo esperaba poder convencer a sus superiores de Harrisburg-. Ya va siendo hora de que empecemos a hacer las cosas bien. Desde ya mismo.
El federal asintió de nuevo.
-Y para eso tenemos que saber a qué nos enfrentamos. Los vampiros envejecen bastante mal, hasta ahora ha sido la constante. Cuanto más viejo son, más sangre necesita para mantenerse, y al cabo de cincuenta o sesenta años apenas pueden salir del ataúd. Pero éste es distinto. Ojala supiéramos cómo es posible. Lo vi ayer por la noche y parecía que llevara mucho tiempo sin probar la sangre, tenía un aspecto lamentable. Y, sin embargo, corría tanto o más que un coche. Arkeley estaba de acuerdo.
-Ignoramos muchas cosas sobre este espécimen. Pero es posible que logre averiguar algo. -Caxton soltó un gruñido de aliento-. Es posible que al final no sea nada, pero tengo algo parecido a una pista. Tengo un contacto en el Colegio de Médicos de Filadelfia que...
Clara se rió.
-¿Se refiere al Museo Mütter? No sé por qué, pero no me extraña que un fósil como usted tenga un contacto en aquel lugar. Caxton frunció el ceño. Había oído hablar del Museo Mütter, desde luego. Lo había visitado con el colegio, de niña. Albergaba la colección de anomalías médicas más grande del mundo. Bebés bicéfalos metidos en tarros, el esqueleto del hombre más alto del mundo. En realidad, había muchísimos esqueletos. Pensó en los huesos de la cueva, los vampiros que no habían logrado llegar al siglo XXI.
-Un momento, Clara. Arkeley, dígame, ¿qué hay en el museo que pueda interesarnos?
El federal se encogió de hombros. Parecía algo molesto por la interrupción.
-Como iba diciendo, mi contacto me llamó hace poco. Me dijo que había encontrado algo en el almacén que sabía que querría ver. Entre los huesos de la colección tienen los de un vampiro. Los huesos datan de 1863.
Caxton abrió los ojos como platos.
—Y cree que hay una conexión.
-¿Usted no lo cree? -preguntó Arkeley-. De todos modos Iré a echarles un vistazo. Tal vez comprendamos mejor a quién nos enfrentamos.
Caxton asintió con entusiasmo. Sin embargo, le preocupaba menos la identidad del vampiro que lo que éste pudiera hacer.
De acuerdo, averigüe todo lo que pueda. Para mí, lo más Importante ahora mismo es atrapar al vampiro activo. Me acercare a las oficinas centrales e intentaré convencerlos de que me presten a unos cuantos hombres para empezar a buscar la guarida del vampiro.
Arkeley se marchó sin decir palabra. Caxton se metió las manos en los bolsillos y encontró las llaves del coche. Entonces se volvió hacia Clara y dijo:
Has venido en coche, ¿verdad? Puedes llevarme hasta donde está mi Mazda y entonces...
Vale -dijo Clara, que se levantó. Entonces abrazó a Caxton y hundió la cara en su cuello-. Haría lo que fuera para ayudarte -dijo-. Pero tienes que prometerme que no te matarán.
Caxton le devolvió el abrazo, la estrechó con fuerza y se lo prometió. Sin embargo, cuando se soltaron vio el cuello magullado de Clara y se prometió otra cosa.
La última vez que había luchado contra los vampiros más de uno salió mal parado, gente que le importaba. Se prometió que aquello no se repetiría.
Salió al aparcamiento del hospital, donde soplaba un viento fuerte que arremolinaba las hojas de los naranjos. Clara la llevo hasta el Mazda y se despidió de ella con un intenso beso. Le prometió que se ocuparía de los perros.
—No me esperes despierta —le dijo Caxton, que no pensaba regresar a casa hasta haber destruido al vampiro.
—Mantenme informada —insistió Clara. Luego se subió al coche y se marchó.
Caxton siguió el coche patrulla con la mirada y vio la nube de hojas que levantaba a su paso. Entonces abrió la puerta del Mazda, cogió la Beretta y el cargador, revisó el mecanismo y se guardó el arma en el bolsillo de la chaqueta. Llevar su arma encima la hacía sentirse mucho mejor.
Quería empezar inmediatamente, ponerse en contacto con la policía local y abrir el informe de la investigación. Pero no iba a ser fácil. Primero tenía que regresar a Harrisburg y rogarles a sus superiores de la Oficina de Investigaciones Criminales que la reasignaran y le dotaran de algún tipo de jurisdicción para Gettysburg.