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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

99 ataúdes (9 page)

BOOK: 99 ataúdes
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Pasó entre ellos a toda velocidad, y aunque intentó aguzar la vista, no descubrió ni rastro del vampiro. Había un puñado de estudiantes de aspecto aterrorizado pululando por las aceras, pero no le prestaron ninguna atención. La sirena antitornados resonaba con una cadencia cada vez más rápida.

Más adelante la calle se ensanchaba. En las señales podía leerse: «AVENIDA CONSTITUTION», aunque a Caxton el nombre no le decía demasiado. Apretó el acelerador y el coche patrulla salió propulsado, lanzándola contra el asiento. El vampiro podría haber tomado cualquier calle adyacente, pero lo único que Caxton podía hacer era confiar en su buena estrella y conservar la esperanza de que iba a dar con él. Estaba empezando a desesperarse cuando vio fugazmente algo blanquecino que trotaba en la oscuridad, frente a ella. Sí, ahí estaba. El vampiro seguía arrastrando el ataúd y corría por el centro de la calle, mucho más rápido de lo que cualquier ser humano sería capaz.

Caxton pisó el gas a fondo y, lentamente, empezó a recortar distancia. ¿Cómo era posible que fuera tan rápido? Debía de tener por lo menos ciento cincuenta años. A esa edad, los vampiros deberían yacer en sus ataúdes, incapaces de levantarse, como Justinia Malvern. Era imposible que un vampiro tan viejo pudiera correr tan de prisa y, sin embargo, eso era exactamente lo que estaba sucediendo.

Capítulo 18

Bill me había pedido que no lo siguiera. Pero ¿qué otra cosa podía hacer yo, que era su amigo? A través de la oscuridad, siguiendo su rastro, aparecimos tras el en una estrecha pista. Al poco, ésta desembocaba en un claro en el que había una casa y varias construcciones adyacentes. Sobre la casa podrían decirse muchas cosas, pero de momento hablaré tan sólo del resto de edificios. Se trataba de chozas en ruinas y varios cobertizos que flanqueaban la casa tan de cerca que casi se apoyaban en ella. Eran de la peor factura imaginable y estaban tan destartalados que le conferían un aspecto aún peor a la casa.

Ah, sí, ¡la casa! En su día estuvo pintada de blanco y tal vez fue una casa espléndida. En la fachada habla seis imponentes columnas y estaba rematada por una generosa cúpula. Los ventanales eran del cristal más transparente y tras estos pude ver los retazos de unas cortinas blancas. Restos, tan sólo, pues la casa había muerto y se había rendido ya a la decadencia.

¿Es correcto o siquiera posible decir que una Casa ha MUERTO? Esa fue mi primera impresión. La pintura de la fachada estaba agrietada y descascarillada, y dejaba a la vista tramos de madera carcomida, algunos ventanales estaban rotos y alguien había cegado apresuradamente los del primer piso con tablas. Parte de la cúpula se había hundido y un extremo de la casa era más bajo que el otro, como si los cimientos hubieran cedido y la edificación estuviera a punto de derrumbarse.

La puerta principal estaba abierta, o tal vez la habían arrancado. Se trataba apenas de un rectángulo oscuro que conducía al misterio; los orificios de bala astillados que había en el marco tampoco ofrecían demasiadas pistas. Estaba seguro de que Bill había entrado a través de aquel portal y me dispuse a seguirlo, con el mosquete y el morral al hombro y el aliento entrecortado.

LA DECLARACIÓN DE ALVA GRIEST

Capítulo 19

La espalda blanquecina del vampiro brillaba a la luz de los faros. De vez en cuando volvía la mirada, pero en ningún momento ralentizaba el paso. Caxton pisaba el acelerador a fondo, y a pesar de que dejaba atrás aparcamientos y patios llenos de árboles a gran velocidad, el vampiro mantenía su ventaja.

Se dijo que su mejor opción era arrollarlo con el coche. Si lograba colocarse encima, atraparlo bajo las ruedas, tal vez podría retenerlo el tiempo necesario para pedir refuerzos. La idea de capturarlo a solas era un suicidio, más teniendo en cuenta que se había olvidado el arma en su coche. Echó un rápido vistazo al interior del coche que le había prestado el policía y vio que había una escopeta antidisturbios sujeta al salpicadero. Algo era algo, aunque las escopetas servían de más bien poco contra un vampiro que acababa de comer. A lo mejor lograría frenarlo; ésa era su esperanza.

Continuaba persiguiendo al vampiro a toda velocidad. La avenida Constitution recorría el margen externo del campus en dirección norte y el coche perdió algo de velocidad al tomar una curva. A través del parabrisas, Caxton vio cómo el vampiro levantaba el ataúd robado con ambas manos, cogía impulso y lo arrojaba contra ella. La agente intentó desviarse para evitar aquel misil de madera que ocupaba toda su visión. Pisó el freno con un grito en el preciso instante en que la luna delantera se agrietaba y se combaba por el impacto. El coche se bamboleó y derrapó; estaba a punto de volcar. Primero una rueda y luego otra, empezaron a hacer un ruido como de disparos: las llantas estaban percutiendo el suelo, el coche estaba perdiendo la verticalidad. El airbag se disparó con un silbido, pero se deshinchó al instante a pesar de que el coche seguía en marcha. Caxton salió disparada hacia un lado y se golpeó dolorosamente contra la puerta. El cinturón de seguridad la arrojó contra el asiento justo en el momento en que al fin el coche se detenía.

A través del parabrisas vio un estadio de fútbol americano. Había terminado en el aparcamiento, lo cual no estaba nada mal, pues esa noche el coche no iba a ir a ninguna parte.

Hizo un esfuerzo por centrarse. No había tiempo para comprobar si estaba herida o tenía algún traumatismo cervical: era imperativo moverse. El vampiro seguía cerca y ella aún tenía posibilidades, aunque fueran remotas, de atraparlo. Agarró la escopeta del salpicadero, se cercioró de que estuviera cargada, abrió la puerta y salió del coche. Aun tambaleándose, miró a su alrededor, pero no vio al vampiro.

La forma de actuar de aquel monstruo la tenía algo intrigado. Nunca antes había visto a un vampiro que huyera de una pelea, especialmente cuando acababa de comer. Un vampiro normal le habría dado algo más que guerra a la escasa fuerza policial del lugar y, sin embargo, nunca antes había visto a un vampiro con un aspecto tan precario, por lo menos ninguno que caminara por su propio pie.

Echó a correr hacia la calle con la escopeta en brazos. Entonces atisbó un ligero movimiento y se volvió. Sí, allí estaba. Vio una pálida sombra que se escabullía entre los árboles, en el extremo opuesto del estadio. No lograría darle caza en la vida si él corría tan rápido como cuando lo perseguía en coche, pero tampoco podía rendirse. Los pulmones le ardían mientras se dirigía hacia el lateral del estadio. Fue a coger el móvil pero no lo encontró. Entonces recordó que lo había soltado mientras estaba hipnotizada y que luego no se había acordado de recogerlo. Estaba sola.

Al otro lado del estadio había un campo de entrenamiento. Vio al vampiro correr por el césped recién cortado. Frente al campo había árboles y unas colinas verdes apenas iluminados por la luz de las estrellas. Aquellos montes formaban parte del parque militar nacional, pensó, un antiguo campo de batalla en el que no había más que obeliscos de mármol y enormes monumentos en memoria de los soldados caídos. Sabía que entre los árboles la oscuridad la envolvería rápidamente y que no llevaba linterna.

Pero continuó corriendo.

Se detuvo en lo alto de la colina e intentó recuperar el aliento. Sabía que debía dar media vuelta, no había discusión. Tenía que dejar huir al vampiro, permitir que se escapara. Arkeley se sentiría decepcionado. En su día aquello habría significado mucho, pero ahora Caxton tenía una vida. Tenía que pensar en Clara y en los perros. Si la mataban allí...

No tuvo tiempo de concluir el pensamiento, pues al dar media vuelta para regresar al campus, se encontró cara a cara con el vampiro. El monstruo estaba inmóvil, como si hubiera estado allí observándola desde hacía un rato. Los ojos le ardían en las cuencas como dos brasas de cigarrillo.

Caxton apartó la mirada de aquellos ojos y asió el amuleto que le colgaba del cuello. Hizo el gesto de levantar la escopeta, decidida a arrancarle los ojos de la cabeza. Sin embargo, el vampiro salvó la distancia que los separaba con un movimiento rapidísimo y le arrancó el arma de las manos. Ésta cayó dando tumbos por la falda de la colina y resbaló sobre el césped húmedo.

Entonces el vampiro agarró la cabeza de Caxton con las dos manos y tiró de ella hasta que la cara de la agente estuvo a apenas unos centímetros de la suya. Caxton olió la sangre del policía muerto en el aliento del vampiro. Éste abrió mucho los ojos y le clavó la mirada, pero como la agente aún sujetaba el amuleto con la mano, no logró conectar con ella. La soltó con un gruñido de asco.

—Yo soy un caballero, señorita; y me enseñaron a no levantar la mano a una dama. —Tenía una voz dura bajo el gruñido que distorsionaba el habla de todos los vampiros. Dura y crispada. Frunció los labios y a la vista quedaron sus afilados dientes—. Aunque desconozco qué dirán los libros de etiqueta acerca de una mujer vestida con atuendos masculinos.

A lo mejor no iba a matarla o, por lo menos, no de inmediato. Caxton estaba tan aturdida que no comprendió a qué se refería. Bajó la mirada y vio su camisa blanca y su corbata.

—Éste es mi uniforme —dijo—. Trabajo para la policía estatal.

—Ya he matado una vez esta noche y eso es cuanto quiero —dijo—. Pero le advierto que debe dejarme en paz. Si nuestros caminos vuelven a cruzarse no me mostraré tan compasivo.

Y entonces la lanzó por los aires, a través de la oscuridad. Caxton notó el impacto contra la hierba, dura como un muro de hormigón, pero eso fue todo lo que sintió.

La oscuridad la envolvió como si de un enorme puño cerrado se tratara. Pero, de repente, la luz regresó a su mundo y Caxton se sacudió, presa de unas violentas convulsiones.

—¡No! — gritó al tiempo que abría los ojos.

La luz había cambiado, el aire era más cálido. ¿Dónde estaba? ¿Dónde había...? ¿Quién había frente a ella? ¿Era el vampiro? Extendió los brazos y agarró aquella figura que apenas lograba vislumbrar. Apuntó a la garganta, aunque sabía que estaría dura como la piedra. Sus manos se cerraron en torno a la tráquea: notó la carne sólida, sólida y caliente...

—¡Oh no, Dios mío! —gritó Laura, soltando la presa al instante. Frente a ella había una mujer con un flequillo de pelo negro de lo más mono. Tenía los ojos castaño oscuro, unos ojos húmedos en los que se reflejaba el rostro asustado de Laura.

Acababa de atacar a Clara, que tosía e intentaba volver a respirar.

Capítulo 20

Pero antes de que pudiéramos entrar en la casa se oyó un disparo y una bala se incrustó entre mis pies. Me quedé petrificado, como paralizado, y pensé que había llegado mi hora. Sin embargo, el tirador, que me hizo un gesto desde lo alto de un árbol cercano, resultó no ser ningún rebelde. Iba vestido de color verde oscuro y con botones de caucho negro. Su arma colocada encima de una gruesa rama del árbol, parecía una pitón mecánica. Era un fusil hecho a medida, un arma que tan sólo había visto en una ocasión, en un rodeo, antes del comienzo de las hostilidades. Tenía un largo cañón octagonal y un catalejo montado encima por si acaso. Sabía que con aquel fusil podría haberme atravesado de parte a parte, especialmente a aquella distancia, pero sabía también que el extraño había disparado con intención de advertirme y no de derribarme. Aquel peculiar atuendo le permitía camuflarse entre el follaje y de repente me percaté de que se trataba del uniforme de los francotiradores del ejército. Así pues, y por fortuna para mí, era un unionista, pues de otro modo yo ya estaría muerto. Llevaba unas largas patillas y tenía la piel bien curtida. En aquel momento no me atreví a aventurar qué podía estar haciendo en los árboles.

«¡Mi amigo está ahí dentro!», le respondí, si bien ante su gesto para que me callara se me entrecortó la voz.

Con la mano libre me indicó que me acercara hacia su posición y entonces hizo que me tendiera entre la hierba alta. «Se acercan los rebeldes», susurró.

A pesar de mi confusión, yo seguía siendo un soldado y entendí rápidamente a qué se refería. Me oculté con toda la discreción de la que fui capaz.

LA DECLARACIÓN DE ALVA GRIEST

Capítulo 21

Caxton estaba tendida boca arriba en la cama del hospital, incapaz de encontrar una postura que le resultara cómoda. La habían encontrado al alba, arrastrándose por el parque militar. Inicialmente, los guardias forestales del parque habían creído que se encontraba en aquel estado a causa de las drogas y la habían trasladado al modernísimo hospital de Gettysburg. Los médicos le hicieron las pruebas pertinentes y, a pesar de no encontrar rastro de drogas en su organismo, insistieron en que debía descansar. Lo iba a tener difícil.

—Creía que era el vampiro. Dios mío, ¡he estado a punto de matar a Clara porque creía que era el vampiro!

—Sí. — Vesta Polder colocó sus manos sobre las mejillas de Caxton. La anciana llevaba varias decenas de anillos de oro en los dedos; Laura notó el frío metal sobre su ardiente piel. La mujer dejó las manos allí al tiempo que estudiaba los ojos de Laura.

— Es cierto. Pero no tienes por qué exaltarte tanto.

Laura se pasó la lengua por los labios resecos. Se sentía febril y exhausta, como si acabara de pasar una fuerte gripe.

— ¡Podría haberla matado!

Vesta Polder se encogió de hombros y retiró las manos.

— Pero no lo hiciste y la vida es demasiado corta como para pensar en el daño que podríamos haber causado.

La anciana tenía el pelo rubio y encrespado, y llevaba un largo vestido negro con el cuello abotonado. Era amiga de Arkeley, aunque tal vez sería más apropiado calificarla de aliada, y era una especie de médium o algo por el estilo. Caxton no sabía de donde provenía el poder de Vesta, pero sí que era considerable. Había sido idea de Arkeley llevar a Vesta Polder al hospital, un gesto extrañamente afectuoso viniendo de él. No obstante, optó por no mirarle el dentado a aquel caballo regalado y decidió no preguntarse cuáles serían sus verdaderas motivaciones.

—¿Necesitas un sedante o crees que podrás calmarte?

Caxton tragó saliva. Tenía la garganta irritada y áspera, como si llevara horas gritando.

—Lo intentaré — prometió; se sentía como si la profesora del colegio acabara de regañarla.

— Pero ¿está bien?

— Se recuperará. Le he dado un té para calmar el dolor. —Vesta Polder vio la mirada aterrorizada de Caxton y negó con la cabeza.

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