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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

99 ataúdes (13 page)

BOOK: 99 ataúdes
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El jefe de policía quería dar una rueda de prensa. Había media docena de periodistas del Gettysburg Times y de otros periódicos del condado de Adams sentados en unas sillas de aspecto francamente incómodo, y un solitario equipo de televisión que había montado sus aparatos en un rincón, donde los cables y las baterías se amontonaban en el suelo. Había varios focos apuntando al podio, donde debía de hacer bastante calor. Caxton se quedó al fondo de la sala. Los periodistas la miraron y dejaron de prestar atención al jefe de policía, que estaba le yendo un discurso que llevaba preparado.

—La policía estatal de Harrisburg ha tenido la bondad de mandar a una experta en este tipo de crímenes —dijo Vincent señalándola. Caxton se dio cuenta de que quería que subiera al podio y dijera unas palabras—. Permítanme que les presente a Laura Caxton. Gracias —dijo con otro gesto dirigido hacia ella. Caxton no sabía si debía esperar a que aplaudieran, pero al ver que nadie lo hacía se dirigió precipitadamente hacia el podio.

Las luces eran tan brillantes que la cegaban. Se cubrió los ojos con una mano y miró a los periodistas.

—No he preparado ningún discurso —confesó—. ¿Tienen alguna pregunta?

Uno de los periodistas se levantó. Llevaba una chaqueta azul, pero no lograba verle la cara.

—¿Tiene alguna pista sobre la identidad del vampiro? — preguntó.

Caxton negó con la cabeza, pero no pareció ser suficiente, de modo que se acercó un poco más al micrófono y dijo:

—No, de momento no. Pero lo estamos investigando.

—¿Puede hablarnos del policía que falleció anoche? — preguntó otro periodista sin ni siquiera levantarse—. ¿Sufrió mucho o murió plácidamente?

Caxton tuvo la sensación de estar de nuevo en el colegio, haciendo un examen. Aquélla parecía una pregunta con trampa.

—Sin comentarios, lo siento —dijo.

Entonces fue un periodista que había junto a la cámara de televisión quien preguntó:

—Agente Caxton, ¿puede decirnos qué es lo que debemos esperar? ¿Cuál es su plan para atrapar a esa criatura y cómo piensa proteger Gettysburg?

—Acabo de llegar como quien dice y aún no he tenido tiempo de elaborar un plan de actuación. Aún estamos trabajando en ello...

El periodista levantó las manos con un gesto de disgusto.

—¿No puede darnos ningún detalle de su investigación? ¿Cuál es su previsión más optimista? ¿Qué le recomendaría a la población que hiciera?

Caxton miró a Vincent. Su expresión era relajada, aunque parecía estar haciendo un gran esfuerzo para mantener el control. Sus hombros, en cambio, estaban crispados. No le estaba gustando la actuación de Caxton.

«Bueno, me da igual», se dijo Caxton. Sin duda tenía mejores cosas que hacer. Aunque a lo mejor podía lanzarle un hueso.

—En primer lugar, yo les diría que no abandonen sus casas esta noche. Que no salgan a la calle por ningún motivo, a menos que se trate de una verdadera emergencia. Quien pueda marcharse a pasar la noche fuera de la ciudad, que lo haga antes de que se ponga el sol. E invitaría a todos los turistas a que cancelaran sus vacaciones y regresaran a sus casas.

Vincent esbozó una amplia sonrisa y empezó a caminar hacia el podio con las manos muy juntas, como si estuviera a punto de romper a aplaudir.

Pero el periodista aún no había terminado.

—¿Está sugiriendo que Gettysburg debe paralizar su industria turística?

—Desde luego —respondió Caxton—. Estamos ante un vampiro. Los vampiros se alimentan de sangre y matan a quienquiera que se interponga en su camino. Si de mí dependiera, mandaría evacuar toda la ciudad.

A pesar de la luz de los focos, vio cómo a los presentes se les ponían los ojos como platos.

Capítulo 28

Yo estaba que echaba humo de la impaciencia. La última vez que había visto a Bill estaba gravemente herida, tal vez al borde de la muerte. Cada minuto que se retrasaba mi rescate, se reducían sus posibilidades de supervivencia.

«Pare el carro Griest; esa es una virtud que he aprendido y que siempre me ha dado buenos resultados. Llevo mucho tiempo persiguiendo a ese rebelde, desde el día en que sorprendió a mi compañía en la península. Masacró a muchos hombres mientras dormían. Yo estaba de guardia aquella noche, de otro modo habría sido uno de ellos. Cuando usted llegó corriendo estaba esperando a que pasara por aquí para volarle la tapa de los sesos en su querido territorio a modo de agradecimiento. Y lo habría cazado si no hubiera gastado mi pólvora para avisarle a usted. »

«¿Quien es el asesino?», pregunte.

«El ranger Simonon, una de las peores víboras confederadas que jamás haya asomado a la superficie. ES un asesino silencioso un ladrón de caballos como sólo los hay en Kansas. E1 padre Abraham lo quiere muerto lo mismo que yo, y por Dios que he de salirme con la mía. Si puedo ayudarle a usted, amigo, lo haré, pero no si eso significa malgastar otro disparo.»

«Tengo intención de entrar sin más demora», dije yo una vez más.

Storrow me puso una mano en el hombro y me dio un apretón.

«Penetrar en ese lugar entraña peligro, ya lo sabe. Un peligro mortal. »

«Hasta ahora no me había parecido un cobarde», dije.

El tipo habría estado en su derecho de golpearme en aquel momento, pero se limitó a escupir al suelo y dijo: «Anoche vi salir algo de la casa que preferiría no volver a ver jamás. ¿Sabe de que le hablo?»

«Del vampiro», le espetó Germán Pete.

Storrow le dirigió una mirada prolongada e intensa, y finalmente asintió. «Eso fue lo que me pareció.»

«¿Entonces sabe de vampiros?», le pregunte.

Él se encogió de hombros. «Muy poco, aunque, ¿quien sabe? Son tan escasos como los políticos honestos, gracias a Dios. Ví a uno que habían atrapado y matado en Angola Tawn en el año 53 cuando yo era niño. Expusieron su cuerpo en un almacén para instruir al público. Mi padre nos llevó para que echáramos un vistazo y pagó a gusto los cinco centavos de entrada. El bicho más feo que haya visto en mi vida; estaba muerto y, sin embargo, casi me desmayo del susto. Pues este es peor.»

Capítulo 29

—¡Qué prisa tenía por hacerme bajar del podio! —dijo Caxton. Se reclinó en el asiento de su Mazda y se frotó los ojos. Hablar con Arkeley le había sentado extrañamente bien. Nunca habría pensado que un día diría algo así.

Había tenido que hacer acopio de valentía para llamarle. Al finalizar la rueda de prensa, Glauer la había acompañado de nuevo a la comisaría de policía y la había dejado en el aparcamiento, donde las hojas se arremolinaban. No tenía ni idea de qué debía hacer; o, mejor dicho, sabía perfectamente lo que había que hacer pero no tenía tiempo para hacerlo. Debería haber estado rastreando las calles con los demás policías, buscando al vampiro, sin embargo, sólo tenía diez minutos antes de su reunión con el profesor Geistdoerfer. Había pensado en comer algo, iba a ser una noche muy larga, aunque tampoco tenía tiempo para eso, de modo que había cogido el móvil y había llamado a Clara; no obstante, se había encontrado con el contestador automático.

La había cagado y de qué forma. Lo sabía. Primero había traumatizado a la pobre viuda de Garrity y luego había escandalizado a los medios de comunicación locales. Vincent se había mostrado furioso con ella tras la conferencia de prensa. Caxton aún no había entendido por qué, no obstante, sabía que aquello iba a suponer un problema. Organizar la caza del vampiro iba a ser más difícil que nunca.

«En el teléfono que tenía en la mano estaba el número de Arkeley», pensó. Si había alguien en el mundo que pudiera aconsejarla, ése era el viejo federal. Él ya había pasado por aquello, había vivido la misma situación en la que se encontraba ella en aquel momento y había tomado las decisiones que ella se veía obligada a tomar. Sería una gran fuente de consejos, aunque nunca de aliento. De hecho, no esperaba otra cosa que desdén por su forma de proceder hasta el momento.

Abrió la lista de contactos del móvil y allí estaba, la primera entrada. Era la única persona que conocía cuyo nombre empezara por «A». Pulsó el botón de llamar sin darse tiempo a frenarse. El federal se encontraba en el camión con el que trasladaba a Malvern a Filadelfia y la conexión era muy mala, pero en cuanto descolgó, Caxton empezó a hablar y le puso al día de todo lo que había sucedido. Cuando terminó se hizo un silencio.

—¿Hola? ¿Arkeley? ¿Sigue ahí? —preguntó—. ¿Usted qué cree?

—Creo —respondió— que si hubieras planeado la forma de hacerlo mal todavía lo habrías hecho algo mejor.

Caxton renegó en silencio: lo que acababa de oír era más o menos lo que esperaba.

—Pero ¿qué querían? Yo me limité a decirles lo que pensaba...

—Eso, desde luego, era lo último que deseaban. Las conferencias de prensa son una lata muy específica. Tienen dos funciones: decirle a la gente que, por apurada que parezca una situación, no es culpa suya, y que no tienen necesidad de actuar.

—¡Pero nos enfrentamos a un vampiro! —dijo ella con voz I quejumbrosa.

—Sí, y la buena gente de Gettysburg lo sabe. Están aterrorizados. Lo que querían era que usted subiera ahí y que les dijera j que no corren ningún peligro y que usted va a arreglarles el estropicio —le explicó. Su voz había cambiado y ahora sonaba más cansada—. Sólo querían que alguien los tranquilizara un poco. Por eso le dieron una bienvenida tan calurosa. El jefe de policía no sabe qué hacer y la llamó a usted para pasarle la patata caliente.

—Y yo que creía que me habían llamado por mi experiencia y mis aptitudes.

Arkeley soltó un gruñido que sonó casi como una carcajada.

—Bueno, pues ahora ya les ha demostrado de qué sirven sus aptitudes.

Caxton frunció el ceño. Su interlocutor no lo veía, aunque en realidad le hubiera importado bien poco.

—No recuerdo que usted tuviera que dar ninguna rueda de prensa la última vez.

—Eso fue tan sólo porque me escaqueé. Escuche, agente, me rengo que ir. Ya casi estamos en el museo. A lo mejor la llamo más tarde: si los huesos que almacenan aquí realmente se remontan a 1863, es probable que tengan algún tipo de relación con su sospechoso. Tendré el móvil conectado, o sea que manténgame informado, por favor.

El federal interrumpió la conexión sin añadir palabra. Caxton cerró la tapa del teléfono y se guardó el aparato en el bolsillo. Arkeley se había comportado como un capullo, como de costumbre, pero, por extraño que fuera, hablar con él la había hecho sentirse mejor. No la había apartado del caso, ni le había dicho que dejara que los policías locales se encargaran de todo. En cierto modo, seguía pensando que era la persona adecuada para el caso.

¡El caso! Miró el reloj y vio que faltaba poco para su cita con Geistdoerfer. Echó un vistazo al mapa anotado de la ciudad v puso el motor del Mazda en marcha. El campus de la universidad quedaba cerca, en realidad en Gettysburg quedaba todo cerca, pero el tráfico era intenso. Era tarde, estaba a punto de anochecer, y Caxton maldijo a los turistas que se amontonaban en los semáforos y bloqueaban los cruces.

Se dirigía hacia la calle Carlisle cuando de repente cayó en la cuenta de que los coches de los turistas se alejaban del centro de la ciudad. Anteriormente, el tráfico se había dirigido siempre hacia la plaza Lincoln. Estaban abandonando la ciudad, se marchaban en tropel. ¿Habrían emitido la conferencia de prensa en directo? Tal vez la gente era lo bastante lista como para querer sacar a sus hijos de una ciudad amenazada por un vampiro. Al menos eso esperaba.

Dejó el coche en un aparcamiento cercano al edificio donde estaban las aulas y se encaminó al interior. El Departamento de Estudios del Periodo de la Guerra Civil Estadounidense estaba situado en el tercer piso, delante de una zona para estudiantes con una fuente. A través de la ventana veía el campus, iluminado y de color dorado por la puesta de sol. Caxton se acordó del año y medio que pasó en la universidad, una época que dedicó a descubrir quién era, si bien es cierto que le sirvió de poco más. Encontró la puerta que buscaba, llamó educadamente y entró. El aula no estaba ni mucho menos vacía. Había varias filas de sillas metálicas de color negro orientadas hacia la pizarra blanca y una mesa llena de libros y bolsas. Tres estudiantes, que a Caxton le parecieron jovencísimas, estaban reunidas alrededor de un hombre muy alto y llamativo que tan sólo podía ser Geistdoerfer.

Lo llamaban Lobo Veloz y Caxton por fin comprendió por qué. Tenía una constitución normal, pero era tan alto que parecía delgado. Tenía la nariz afilada, una mirada penetrante y la cabeza cubierta por una mata de pelo canoso que se volvía más oscuro en la parte posterior. Llevaba un bigote espeso e hirsuto, pero no se parecía a los policías de Pensilvania que había visto en la comisaría; su aspecto era mucho más distinguido, tal vez como el de un aristócrata europeo, aunque tenía un fondo salvaje. Cuando hablaba con las chicas inclinaba la cabeza ligeramente hacia atrás y las miraba por encima de su larga nariz. Sin embargo, aquél no era un gesto altanero sino de complicidad; parecía que estuviera confesándoles algún oscuro secreto aunque, en realidad, discutían los temas de los trabajos de semestre.

—Profesor —dijo Caxton—. Odio tener que interrumpirle, pero...

—Agente... esto... Caxton— dijo con displicencia—. Ah, sí, llamaron de la policía para avisarme de que vendría. Jovencitas, será mejor que nos dejen a solas. —Les dedicó una sonrisa a las alumnas y una de ellas soltó una risita—. Y extremen las precauciones esta noche, ¿de acuerdo? Cierren la puerta para que los monstruos no puedan entrar.

Las estudiantes prometieron ser buenas, se colgaron los bolsos del hombro y se marcharon, mirando a Caxton de reojo. Esta se dio cuenta en aquel momento de que Geistdoerfer llevaba el brazo en cabestrillo.

—¿Quiere acompañarme a mi despacho? Así podremos sentirnos.

—Sí, cómo no— dijo Caxton.

El profesor empezó a meter libros y papeles en una cartera con la mano libre. Caxton decidió ayudarlo un poco y terminó llevándole la bolsa. Él la guió por un largo pasillo de aspecto lúgubre a la luz del crepúsculo. Su oficina, una acogedora habitación llena de libros, se encontraba en el extremo opuesto. El profesor se sentó detrás de un enorme escritorio hasta arriba de trabajos de alumnos y Caxton hizo lo propio en una silla acolchada que había al otro lado de la mesa. La agente echó un vistazo alrededor, como haría cualquier policía, pero a primera vista el despacho ofrecía pocos misterios. Había un sable de caballería colgado en una pared, con la vaina montada debajo. I e habían sacado brillo a la hoja, que relucía, aunque consérvala restos de herrumbre.

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