Un estrato de nubes se cernía sobre la autopista 15, por la que conducía en dirección norte. Puso la radio e intentó no pensar en nada hasta que por fin vio aparecer el acueducto de la capital del estado entre dos montañas. La cúpula del Capitolio tenía un aspecto verdoso bajo el cielo encapotado, pero se alegraba de verla. Unos kilómetros más adelante, entró en aparcamiento de las oficinas centrales de la policía estatal, un edificio de ladrillo con una enorme bandera en la fachada Aparcó el Mazda y accedió corriendo al vestíbulo.
Había pensado hablar con su capitán; sin embargo, cuando llegó le indicaron que subiera directamente al despacho del comisario. Al llegar ante la puerta, se presentó a la secretaria. Creía que tendría que esperar mientras su superior terminaba lo qué estuviera haciendo en aquel momento, pero la hicieron pasar al instante.
—Agente Caxton —dijo el comisario, levantándose del escritorio. Las paredes de la oficina estaban llenas de cabezas de ciervo de doce puntas y detrás de la mesa del escritorio había un estante de escopetas antiguas, como si el comisario estuviera preparado para pegarle un tiro a cualquiera que le trajera malas noticias.
—Señor —dijo la agente.
—¿Sabe por qué le he pedido que subiera a verme? —le preguntó.
Caxton se pasó la lengua por los labios y comenzó. —Hay indicios de actividad vampírica en Gettysburg —dijo— Quiero decir que hay un vampiro. Lo he visto personalmente. - Se maldijo por no haber ensayado lo que iba a decir. Había tenido tiempo de sobra en el coche—. Me gustaría que me asignara este caso, con atribuciones especiales. Si le parece bien.
—Sí —respondió el comisario.
Caxton no entendió qué quería decir.
—Señor, lo que...
- Lo que me está pidiendo es que le conceda una jurisdicción especial para este caso. Que la releve de sus obligaciones actuales. Estoy de acuerdo: eso es exactamente lo que ha de suceder. No soy el único —añadió con un centelleo en la mirada—. Los comedonuts han hablado. Esta mañana ha llamado el jefe de policía de Gettysburg y ha solicitado hablar personalmente conmigo. He escuchado sus explicaciones y le he prometido ayudarle en todo aquello que Gettysburg necesitara. ¿Y sabe que me ha pedido?
-No, señor.
—Ha pedido que le mandáramos a Laura Caxton, la famosa cazadora de vampiros. La estrella de la película Colmillos. La ha pedido a usted, con nombre y apellido.
A Caxton le temblaban las manos. ¿Así de fácil? ¿Era posible que fuera tan fácil? El comisario salió de detrás del escritorio, le dio un apretón en el bíceps y a continuación se dirigió hacia la puerta del despacho. Caxton seguía en posición de firmes cuando se dio cuenta de que su superior quería que se retirara.
—Señor —dijo—, quisiera agradecerle...
—¿A mí? No hay de qué —dijo el comisario con una sonrisa de oreja a oreja—. Como ya he dicho, he leído el informe de su trabajo en la investigación Godwin. Hizo que le dispararan y dos agentes tuvieron que arriesgar sus vidas para salvarla. —Caxton le dedicó una sonrisa, pero el comisario ya tenía los ojos fijos en sus papeles—. No sabe cuánto me alegra asignarle este caso y alejarla de mis hombres.
Entonces Caxton hizo lo que sabía, que era la única reacción apropiada ante un cumplido tan dudoso como aquél: hizo chocar los talones, saludó, dio media vuelta y se marchó.
Subimos a la caravana cubierta encajamos las rodillas y los codos alrededor del dial. Nos iluminaba tan sólo la luz de tina vela, pero el me aseguró que bastaba. Pasaban unos minutos de la medianoche y yo estaba ansioso por dar las malas noticias.
El telegrafista, sin embargo, tardó un buen rato en prepararse, e incluso con el aparato en funcionamiento iba muy retrasado. Sin dejar un instante de maldecir y de quejarse, hacía virar el indicador hacia delante y hacia atrás por la esfera del dial, que con dos hileras de letra y números, y varias órdenes como «ESPERE» y «DETENGASE». No lograba dar con una buena señal de salida, pues los mensajes entraban sin parar. Me aseguró que eso era normal y volvió a ponerse manos a la obra de nuevo con escaso éxito. Yo saque una petaca del interior de la chaqueta y le ofrecí un trago, y si bien eso resultó tener un gran efecto en su predisposición, no sirvió para que la máquina funcionara mejor.
Es por estos electroimanes, se supone que funcionan mejor que el telégrafo de toda la vida, pero a mí no me lo parece. No hay líquidos ni ácidos que puedan quemarme, y tampoco tengo que estar pendiente de la sal, y eso está bien. Pero este aparato detecta demasiados fantasmas.»
Debí de levantar una ceja.
«Lo digo en serio —dijo—, aparecen después de cada batalla y ocupan las ondas, fíjese: muertos que exhalan su último suspiro.»
Observe con asombro cómo el indicador se movía por el dial. Los mensajes llegaban letra por letra, de modo que incluso yo podía leerlos. Las frases no eran nunca largas ni demasiado complejas. La más corriente era «M-A-D-R-E», y también «D-I-O-S» o «J-E-S-Ú-S», pero también «S-O-S» y «A-G-U-A». Todos los gritos de un campo de batalla pulsados por una mano invisible.
Finalmente logramos transmitir mi mensaje urgente, aunque ya se habían hecho las dos. Iba ya a salir de la caravana, aliviado de poder abandonar aquel vehículo inquietante y atestado, cuando el telegrafista me llamó. «Otro mensaje, señor.»
« ¿De que se trata ahora? ¿Malas noticias del otro lado?»
«No, señor: este lleva su nombre. "Recibido por completo", dice, y a continuación: "Nuevas órdenes. Gum Spring de inmediato. " ¿Dónde está eso ?»
«No tengo ni idea », dije yo. Era la primera vez que oía aquel nombre.
ARCHIVO DEL CORONEL WILLIAM PITTENGER
Cuando Caxton regresó a Gettysburg caía una ligera llovizna. La tarde estaba muriendo y pronto anochecería. Entró con el coche en el aparcamiento de la única estación de policía de la ciudad, situada en la calle High, al sur de la plaza Lincoln. Se terminó la comida para llevar que se amontonaba en el asiento del acompañante del Mazda: necesitaba mantenerse fuerte, especialmente teniendo en cuenta lo exhausta que había terminado tras los esfuerzos de la noche anterior. Después salió del coche y cruzó las puertas de cristal de la comisaría. El sargento de la recepción se levantó al verla entrar y le indicó que se dirigiera hacia unas puertas batientes. Era la zona de despachos, llena de cubículos con un ordenador y un par de sillas de oficina en cada uno. Al entrar vio que en la sala de reuniones había varios policías vestidos de uniforme gris y negro. Caxton vaciló un instante cuando todos se volvieron a mirarla.
No eran detectives, sino policías de patrulla, agentes que se pasaban el día en la calle, manteniendo el orden. Eran hombres altos y, en general, con cierto sobrepeso. Llevaban bigotes hirsutos y el pelo corto y bien cuidado. En otras palabras, su aspecto recordaba mucho al de su padre de joven. Conocía a suficientes policías como para saber interpretar sus miradas: tenían los ojos vacíos, como cuando interrogaban a un sospechoso y no querían revelar nada gratuitamente.
Uno de ellos la reconoció. Era un tipo grandullón con los hombros anchos y la cabeza agachada, como si temiera golpearse con el techo. Era uno de los policías que había respondido a la alarma de robo en la funeraria, el que había sobrevivido. El que se había quedado con su compañero muerto mientras ella salía a la caza del vampiro con su coche patrulla prestado. En su placa ponía «GLAUER». El tipo se acercó y se situó frente a ella, bloqueándole el paso con su corpachón. Caxton no estaba segura de qué quería, pero estaba preparada para defenderse si el hombre quería echarle la bronca.
—Agente —dijo Caxton a modo de saludo.
—Agente —respondió él. Apenas movía los labios para hablar-. Todos los hombres de esta oficina eran amigos de Brad Garrity, el hombre que...
—El hombre que murió anoche en acto de servicio. Lo recuerdo —dijo Caxton.
Hizo un esfuerzo por mantener la mirada tan vacía como él. ¿Estaba a punto de echarle la caballería por encima y decirle cómo le molestaba que entrara en la oficina de aquella forma, con la intención de quitarles el caso? A lo mejor iba a acusarla de cómplice en la muerte de Garrity. La culpa la tenía el vampiro, eso lo sabía todo el mundo, sin embargo, ella era un objetivo mucho más asequible para descargar la rabia y el dolor. Si quería desahogarse con ella, Caxton creía que sería capaz de soportarlo.
-Usted no lo conocía —dijo Glauer-. Nosotros sí. Tenía una esposa y dos hijos, dos chavales. No era un tipo listo, pero a la gente le gustaba. Era honesto y trabajaba duro. Le gustaba su trabajo y esta ciudad. Había crecido aquí.
—Lo siento —dijo ella, frunciendo el ceño con gesto de comí pasión.
Pero Glauer negó con la cabeza; no quería oír sus disculpas.
—Cuando Garrity murió, yo seguí el procedimiento estándar; aunque sabía que había muerto, me quedé con él hasta que llegó la ambulancia. Fui yo quien llamó. A continuación vine aquí y me encargué del papeleo. Usted, en cambio, salió tras el criminal que lo mató.
Caxton asintió. Aquel trabajo tenía sus reglas e iba a seguirlas.
—Luego nos enteramos de lo que le sucedió a usted. Y vi también lo que le había sucedido a mi coche cuando la grúa lo sacó del aparcamiento del Estadio Musselman. Yo y mis compañeros —dijo con un gesto hacia los hombres que tenía detrás— queríamos decirle algo.
«Aquí viene», pensó Caxton. Fuera lo que fuera, iba a cargar con ello.
—Queríamos darle las gracias. Usted no conocía a Brad y, sin embargo, puso su vida en peligro para cazar a su asesino. Y esa clase de valentía es algo que respetamos.
Un hombre que había en uno de los rincones empezó a aplaudir y los demás lo imitaron de inmediato. No era una ovación ensordecedora, pero sí genuina.
—Pídanos todo lo que necesite para cazar a esa cosa, lo que sea: estamos con usted —dijo Glauer, levantando la voz para que se le oyera por encima de los aplausos. Le tendió la mano y le dio un largo apretón—. Eso sí, la próxima vez intente cargarse el coche de Finster. Es un verdadero trasto.
— ¡Pero bueno! —exclamó otro hombre, que debía de ser Finster, y todos se rieron. También Caxton, que apartó la mano. Entonces Glauer señaló hacia una oficina con paredes de cristal que había al otro extremo de la sala.
Allí, el jefe de la policía local la estaba esperando. Encima de su escritorio había varias decenas de sobres de papel manila cuidadosamente amontonados. El jefe de policía se levantó, le tendió la mano y volvió a sentarse.
—Agente Caxton, no sé cómo expresar la satisfacción que me produce tenerla aquí; lo afortunado que es el municipio de Gettysburg de poder contar con su ayuda. En el letrero impoluto de su escritorio podía leerse CAPITAN VINCENT. En la pared que había a sus espaldas colgaban varias fotografías enmarcadas de policías de otra época; algunas de esas fotografías tendrían sesenta o incluso ochenta años.
Vincent destacaba por comparación: era joven, tal vez diez años mayor que Caxton, y aunque llevaba bigote, era delgado y muy cuidado. Era un hombre relativamente bajo y tenía una mirada brillante, clara y llena de optimismo. Hablaba con un ligero acento puertorriqueño. No se parecía en nada a los policías que trabajaban en los cubículos. Tenía aspecto de político.
Caxton lo estudió con una mirada profesional. Debía de haber trabajado duro para llegar a ser lo que era, el jefe de los hombres que había fuera de su oficina; seguro que había tenido que soportar mucha mierda.
Caxton conocía esa historia porque era la misma que había vivido ella. Aquél era un hombre con quien iba a poder trabajar, se dijo. Alguien a quien podía comprender.
—Quiero darle las gracias por invitarme a trabajar con ustedes —dijo para romper el hielo.
—¿Bromea? Creo que haber contado con su presencia anoche es lo mejor que le ha pasado a Gettysburg.
Abrió uno de los sobres y sacó un mapa de la ciudad. Algunas áreas de la ciudad estaban resaltadas con fosforescente amarillo y los márgenes estaban repletos de notas a mano.
—Esta ciudad tiene una población de setenta y cinco mil habitantes y, en esta época del año, el número de turistas duplica el de habitantes. Tengo a veinte policías que se ocupan de esa gente, además de dos docenas de agentes auxiliares a los que llamo durante las celebraciones de inauguración del año académico o en casos de grandes recreaciones. Y generalmente con eso es suficiente. Sólo tenemos problemas si alguna fiesta universitaria se desmadra, o con los turistas que no saben conducir y convierten el tráfico urbano en un caos. —Levantó la mirada del mapa y le dedicó una sonrisa-. El año pasado se registraron cuarenta y tres crímenes violentos. Ninguno de ellos terminó en muerte.
-¿Ninguno? -repitió Caxton, algo asombrada-. ¿No tuvieron ni un solo asesinato en todo el año?
Incluso en las ciudades más aletargadas había alguna mujer maltratada que mataba a su marido, o unos niños que jugaban con pistolas y se volaban la tapa de los sesos. Y luego había que tener en cuenta las víctimas en accidente de tráfico. En la era de la conducción agresiva, cada vez eran más las personas que constataban que un todo terreno de tres toneladas puede convertirse en un arma letal.
Pero Vincent negó con la cabeza.
—Ésta es una de las ciudades más seguras de Pensilvania. Estamos orgullosos de ello y nos gustaría que siguiera siendo así. Mis hombres no están preparados para responder a lo que sucedió anoche. Tuvimos que descargar de Internet los formularios de notificación de muerte en acto de servicio porque no teníamos ninguno a mano. Agente Caxton, díganos qué debemos hacer, ¿de acuerdo? Díganos cómo proteger a la población y la escucharemos.
Caxton se recostó en la silla y respiró profundamente.
-No he tenido tiempo de elaborar un plan de acción formal dijo.
Vincent levantó las manos unos centímetros de su escritorio v las volvió a bajar.
—Estoy dispuesto a escuchar sus sugerencias improvisadas.
Caxton asintió y pensó un momento. Estaba entrenada para situaciones como aquélla, llevaba un año preparándose para trabajar en investigaciones criminales.
—De acuerdo. Bueno, en primer lugar intentaremos descubrir dónde duerme. No es sólo que a los vampiros les desagrade la luz del día, sino que no pueden salir del ataúd hasta que el sol se pone, literalmente. Y éste ni siquiera tiene ataúd: intentó robar uno anoche, pero yo le jodí el plan. Si no tiene más remedio, puede dormir en un barril, o incluso en un contenedor, pero necesitará un lugar oscuro y cerrado. Si logramos averiguar dónde pernocta, podemos arrancarle el corazón y cerrar el caso sin más episodios violentos.