Canciones para Paula (22 page)

Read Canciones para Paula Online

Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

BOOK: Canciones para Paula
2.05Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Gracias. —la enfermera entrega la bandeja a la chica y abre el tarrito con los analgésicos, del que saca uno que pone en una servilleta junto a uno de los vasos.

—Mientras comes, me voy un rato fuera. Ahora vengo, hermana. ¿Ángel, me haces compañía?

—¿Os vais?

—Solo un momento, me ponen nerviosa los hospitales. Necesito una tila, un té, algo. ¿Vienes, Ángel?

El chico se extraña con la propuesta, pero no se opone. Se encoge de hombros ante la mirada suplicante de Katia y sale de la habitación detrás de Alexia.

La hermana de la cantante camina de manera elegante, recta, haciendo sonar con suficiencia sus altos tacones en el suelo del hospital. Ángel la sigue detrás a pocos pasos.

—¿Vamos a la cafetería? —le pregunta Alexia, deteniéndose para que su acompañante le alcance.

—Muy bien.

Andan por el pasillo, uno al lado del otro, hacia el ascensor. Al entrar, la chica pulsa el botón que les lleva a la planta baja.

Apenas se miran. Es una de esas situaciones incómodas de ascensor, hasta que Alexia habla.

—Y ¿cómo es que, siendo de la prensa, te han dejado entrar?

La pregunta sorprende a Ángel, que improvisa la respuesta tras un instante.

—No me han preguntado si era periodista —contesta dubitativo.

—Claro. Si hubieras dicho que lo eras, no te habrían permitido subir.

—No he venido en misión informativa —insiste, sonriendo.

Planta baja. La puerta del ascensor se abre. La cafetería está a pocos metros. El olor del café recién hecho se confunde con el de algún tipo de guiso preparado para el almuerzo de los enfermos.

La pareja entra en aquel lugar lleno de batas blancas.

—Creo que hay que pedir en la barra —señala Alexia.

Así es. Café con leche para él y una tila para ella.

El camarero, un señor bajito con bigote canoso, los sirve en pequeños vasitos blancos de plástico.

—¿Nos sentamos? —pregunta la joven.

El periodista asiente. Se deciden por una mesa esquinada del fondo. No hay nadie a su alrededor. El chico deja que ella elija silla y él ocupa el lugar de enfrente.

Ángel da un sorbo a su café caliente. Demasiado amargo.

—¿Has dicho que eras de la familia? —pregunta Alexia, retomando la conversación del ascensor.

De nuevo desprevenido.

—Algo así.

—¿Algo así?

—Sí. Me han preguntado si era su novio… Temí que no me dejaran pasar si lo negaba.

La chica sonríe maliciosa.

—¿Y lo eres?

—¿Su novio? ¡No! Solo somos amigos.

Ángel se sorprende a sí mismo cuando pronuncia la palabra amigos. ¿Desde cuándo lo eran? Parecía como si se conocieran de toda la vida y tan solo hacía tres días que se vieron por primera vez en la redacción de la revista.

—¿Sabes?, Katia me ha hablado de ti.

El joven empieza a sentirse incómodo. La conversación se parece cada vez más a un interrogatorio.

—¿Y qué te ha contado?

—No demasiado: que la entrevistaste y quedó muy satisfecha, por cierto. También que fuiste a una sesión de fotos porque ella te lo pidió. ¡Ah!, y que casi os liáis el otro día —responde irónica Alexia.

El rostro de Ángel se torna pálido. Afortunadamente, está en un hospital. ¿Qué mejor sitio para sufrir un colapso?

—No fue así, exactamente. Lo que pasó fue que…

—No te justifiques, no necesito explicaciones.

La sonrisa de la joven toma otro cariz. Ahora es serena, tranquilizadora.

—Quiero dártelas.

—No hace falta, sé lo que pasó. Todos podemos cometer un error. En todo caso, es asunto vuestro.

—Pero entre tu hermana y yo no hubo…

—Tranquilo, lo sé. Katia me cuenta todo. O casi todo. Soy su hermana mayor y una de las pocas personas en las que confía desde que está metida en el mundo de la música.

—Tiene que ser complicado para ella distinguir en quién confiar ahora que es una estrella.

—Mucho. Era desconfiada antes, y ahora, mucho más. Constantemente se le acerca gente, casi toda por interés. Pero contigo…

—¿Conmigo?

—Pues que hace poco tiempo que os conocéis y, sin embargo, te ha cogido cariño.

Ángel vuelve a beber un poco de café. Se pregunta hasta dónde llegaría el "cariño" que le tiene la chica del pelo rosa.

—A mí también me cae bien.

—Lo sé. Se nota que le tienes aprecio. Que hayas venido hasta aquí es significativo. Por eso tengo que pedirte algo.

El periodista se frota la barbilla. Está expectante y nervioso.

—¿De qué se trata?

—Yo tengo que irme dentro de un rato y no puedo quedarme más tiempo hoy con mi hermana. Tengo un compromiso al que no puedo faltar. Mauricio, su representante, que también conoces, está de viaje. Somos las dos únicas personas cercanas en las que Katia confía. Bueno, creo que somos tres ya —dice la chica, esbozando una nueva sonrisa afectuosa—. Me gustaría que te quedaras con mi hermana hasta que mañana saliera del hospital.

El impacto de las palabras de Alexia es mayúsculo. Una vez más le pilla a Ángel a contrapié.

—No creo que tu hermana quiera.

—¿Bromeas? Estará encantada. La cuestión es si quieres tú. Por Katia no habrá problema. Además, me quedaría mucho más tranquila si alguien le acompaña hasta que mañana le den el alta.

Ángel aproxima el vasito de plástico a su boca y, de un último sorbo, termina el café. En esos breves instantes analiza rápidamente lo que le acaban de pedir. No cree que pasar tanto tiempo a solas con Katia sea una buena idea. Pero por otra parte, ¿cómo se puede negar a hacer ese favor? Además, si no es con él, posiblemente la chica pasará el resto del día sola en aquella fría habitación de hospital. ¿Y si le ocurre algo imprevisto? Los golpes en la cabeza son muy traicioneros.

—Está bien, lo haré.

Alexia sonríe satisfecha. Se levanta y besa en la mejilla al joven.

—Muchas gracias. Mi hermana tiene mucha suerte de tener un amigo como tú.

Ángel le devuelve una sonrisa forzada. No está convencido de su decisión, pero ¿qué iba a hacer?

Y todavía le queda por resolver una cuestión mayor: ¿qué le cuenta a Paula ahora?

Capítulo 22

Esa misma mañana de marzo.

No ha conseguido dormir en toda la noche. Ni ovejitas, ni cabras, ni elefantes…, ni aunque hubiese intentado contar ornitorrincos habría pegado ojo.

Mario se frota con los dedos los párpados. No quiere mirarse al espejo para no asustarse por el tamaño de sus ojeras, que esa mañana deben de ser enorme.

¿A qué viene tanta intranquilidad? La respuesta es clara. Teme no dormir nada de nuevo por la noche y presentarse al día siguiente ante Paula con cara de zombie. No es precisamente esa la mejor imagen que uno desea tener delante de la chica de la que estás locamente enamorado.

Sentado con una taza de Cola Cao caliente en las manos, mira la tele sin enterarse de lo que está viendo. Hay una carretera de caballos en la que Piccolo Mix se impone a sus rivales.

Alguien acaba de llegar a casa. No puede ser otra que Miriam, que ha pasado la noche fuera. Efectivamente, el escandaloso "¡Mamá, ya estoy aquí!" delata a su hermana mayor. Viene de casa de Paula. ¿De qué habrán hablado en la fiesta de pijamas?

La chica se encamina hacia su habitación cuando, de reojo, ve a su hermano. Bostezando, cambia de dirección y se dirige al salón—comedor.

—Hola, ¿qué haces despierto tan temprano? Es domingo.

—Ya no es temprano. Hay que aprovechar el tiempo —contesta Mario con voz queda.

Miriam se sienta enfrente de él y observa entonces sus ojos.

—¡Menudas ojeras! ¿Has dormido bien?

—Muy bien —miente.

—Tienes los ojos de un vampiro, como…

—¿Edward Cullen? —ironiza Mario, anticipándose…

—Más bien pensaba en Drácula —bromea la chica sonriendo—. En serio, tienes mala cara.

—Gracias. Yo también te quiero.

Miriam deja de mirar a su hermano y se gira para contemplar cómo, en la televisión, entregan el premio al jockey ganador.

—¿Qué estás viendo?

Realmente no lo sabe. Lleva un rato con la televisión encendida, pero solo para que le haga compañía mientras desayuna y mientras piensa.

—Pues… esto. ¿No lo ves?

—Sí, lo veo. ¿Y qué es?

Mario se fija bien en la pantalla. Un pequeño hombre con un casco rojo levanta un trofeo. A su lado, una mujer vestida elegantemente acaricia a su caballo.

—Carreras de caballos.

—¡Ah! —exclamó sorprendida—. Bonita manera de pasar el domingo por la mañana. ¿Te levantas siempre para esto?

El chico resopla. ¿Por qué tiene que soportar las absurdas preguntas de su hermana? Ya tiene bastante con sus propios asuntos.

—Claro, para ti es extraño porque hasta las dos no sueles dar señales de vida.

—Para eso están los fines de semana, ¿no?

—Si te pasas la noche por ahí, sí —responde cortante—. Por cierto, ¿qué tal lo has pasado?

—Eres un cotilla —señaló Miriam divertida.

—¡Hey! No te he preguntado sobre lo que habéis hablado sino si lo has pasado bien.

Aunque intenta disfrazar su interés, se muere de ganas por saber los detalles de lo acontecido en la noche de chicas en la casa de Paula.

—Ya. A mí no me engañas. A ti lo que te pasa es que te gusta una de mis amigas.

Mario enrojece. ¿Tanto se le nota? No, no puede ser. Le estará tomando el pelo.

—¿Una de tus amigas? Estás loca.

—¿Y por qué te has puesto colorado, hermanito?

¡Mierda, maldita sea! Es lo que pasa por tener la piel tan blanca.

—Es el Cola Cao, que está muy caliente.

—¡Buen intento! Prueba con otra excusa.

—¡Es cierto! ¡Quema! Pruébalo…

Mario ofrece la taza a su hermana. A esta, el olor del cacao le revuelve el estómago y la retira rápidamente de delante. La madre de Paula les ha obligado a terminarse todos los chocolates con churros.

—No, gracias. Ya he desayunado —dice quejosa.

—Pues no me llames mentiroso.

Miriam vuelve a bostezar descaradamente. No son horas para estar despierta un domingo.

—Tranquilo, ya no te molesto más. Me voy a la cama. Pero tenemos pendiente una conversación.

La chica se levanta del asiendo y, sin parar de bostezar, entra en su habitación.

Mario respira profundamente, aunque ahora le asalta una duda: ¿a cuál de sus amigas se refería su hermana antes?

Capítulo 23

Esa mañana de marzo.

Gentilmente, Ángel abre la puerta y deja pasar delante a Alexia. Apenas se han dirigido la palabra en el camino de vuelta a la habitación. Ella, sonriente, satisfecha, haciendo sonar con fuerza sus tacones en el silencio impávido del hospital; él, reflexivo, pensativo, analizando lo que podría acontecer en las próximas horas.

Katia sonríe al ver entrar de nuevo a su hermana y a su amigo. ¿De qué habrán estado hablando?

—¡Cuánto habéis tardado!

—Protestona. Desde pequeña lo has sido.

—Me aburría. Ya creía que os habíais fugado.

—Pues no andabas muy desencaminada. Lo estábamos planeando, ¿verdad, Ángel?

El joven periodista no escucha lo que le acaban de decir. Está ausente. Piensa en Paula, en lo que le tiene que contar. No quiere mentirle y, sin embargo, no sabe cómo explicarle aquello. Va a pasar la noche con una chica que no es ella. Además, si dice la verdad, ¿cómo justifica que acompañe a alguien que se supone que es una casi desconocida?

—¡Ángel!, ¿me has oído? —insiste Alexia al verlo despistado.

El chico reacciona al oír su nombre.

—Perdonadme. ¿Qué decíais?

—Que os vais a fugar y me vais a dejar aquí tirada sola y enferma —protesta Katia, que se da cuenta de que a Ángel le ocurre algo.

¿Estará pensando en su novia? A pesar de todo, la cantante no olvida que aquel chico por el que está empezando a sentir algo muy fuerte tiene pareja. La cuestión es saber si realmente la relación va en serio, si la quiere. ¿Podría tener una oportunidad?

—En absoluto —responde él sonriente—. De hecho, estaré contigo hasta que te pongas buena.

—¿Cómo? —pregunta con extrañeza la joven del pelo rosa.

—Ángel se ha prestado voluntario a quedarse contigo hasta que mañana te den el alta.

Katia mira a Ángel sorprendida. Él sonríe y asiente con la cabeza.

—No hace falta.

—Lo hago encantado.

—Te digo que no hace falta: estaré bien, solo es un día.

—Hermana, eres una cabezota. Si el chico quiere hacerlo, déjale. Yo me quedo más tranquila sabiendo que no estás sola.

—No estoy sola: esto está lleno de enfermeras y médicos. Y él tendrá cosas que hacer.

De nuevo Ángel y Katia cruzan sus miradas.

—No tengo nada que hacer hoy. Es domingo —miente, intentando no pensar en todo el trabajo que se le va a acumular para el día siguiente.

—Pero…

—No se hable más, hermana: Ángel se queda contigo.

Otra sonrisa. Le encanta cuando lo hace. Es guapísimo. Resignación, dulce resignación.

—Imagino que, por mucho que me oponga a la idea, no voy a conseguir convencerte de que no hace falta que te quedes.

—Tú lo has dicho.

Katia suspira. Se siente nerviosa, y halagada, y en el fondo está muy feliz. No puede disponer de mejor compañía para pasar aquellas horas encerrada en un hospital. Y sonríe.

—Está bien. Muchas gracias, Ángel. Espero no causarte muchas molestias.

—No te preocupes. Lo pasaremos bien.

Alexia mira a su hermana y le guiña un ojo. Ahí tiene la oportunidad que necesitaba. Un día entero, con su noche incluida, a solas con él. Una partida con muy buenas cartas en la mano.

Desde que le hablara por primera vez de Ángel, sospechó que le gustaba de verdad. Ahora estaba completamente segura. El brillo de sus ojos al verlo sonreír la delataba. Aquel accidente, dentro de lo malo, podía ser el principio de algo bueno. En el mismo

momento en el que el periodista entró por la puerta de la habitación, supo lo que tenía que hacer: una oportunidad perfecta. Él no se negaría a hacer aquel favor. Trabajo concluido. Ahora le correspondía a Katia enamorarlo. Y por lo que intuía, podría ser algo muy factible.

—Bueno, chicos, ya que está todo solucionado, me voy.

—¿Ya te marchas?

—Sí. Tengo un compromiso al que no puedo faltar. Y ya que Ángel se queda contigo, puedo ir sin preocuparme.

Other books

In the Company of Others by Julie E. Czerneda
Six Four by Hideo Yokoyama
Tim Connor Hits Trouble by Frank Lankaster
Masterminds by Kristine Kathryn Rusch
Drops of Gold by Sarah M. Eden
Calling It by Jen Doyle
The Stargate Black Hole by V Bertolaccini
See How She Falls by MIchelle Graves
A Warrior Wedding by Teresa Gabelman