Ahora es Paula la que ríe. Aquellos juegos verbales formaron gran parte del comienzo de su relación. Se pasaban horas y horas pegados al MSN, hasta altas horas de la madrugada, viendo quién podía más. Especialmente, durante el primer mes. Luego, poco a poco, empezaron a llegar los "te quiero", las palabras amables y cariñosas, y aquellas conversaciones de tira y afloja pasaron a un segundo plano.
—Aún sin tener experiencia, creo que seré yo la que más enseñe.
—¿Es un juego de palabras?
—Puede ser. Ya lo comprobarás.
—¿El sábado?
—El sábado.
—Esperaré ansioso.
—Sí que desde hace tiempo estás ansioso por que llegue ese día.
—¿Cómo lo sabes?
—Es obvio. No dejas de ser un tío de veintidós años…
—¿Es importante la edad?
—No mucho. Sois todos iguales. La edad es lo de menos —dice sarcástica. Sabe muy bien que no, que Ángel no se parece a ningún chico de los que conoce.
—Tienes razón. En realidad, lo único que buscaba desde la primera vez que hablé contigo era llevarte a la cama. El resto ha sido todo interpretación.
—Ah. Pues igual soy yo la que tiene que interpretar cuando nos acostemos.
—Tal vez. ¿Quién sabe?
—Debería practicar. Aún no sé cómo se me da eso de fingir. ¿Es fácil?
Ángel suelta una carcajada. Sabe que esta parte de la conversación saldrá después de que lo hayan hecho. Se imagina en la cama, abrazado a ella, besándole la frente y preguntándole en broma si ha tenido que fingir mucho.
—Vale, me rindo. Has ganado —resopla, aparentando dolor por la derrota.
—Lo sé. Siempre te gano —señala Paula triunfante y orgullosa.
—Hey, si te vas a poner a presumir, seguimos —refunfuña Ángel.
—Ah, se siente. Ya has perdido, amigo. Quiero mi premio.
El periodista no dice nada. Espera unos segundos en silencio hasta que por fin regala a su chica lo que quiere oír:
—Te quiero.
Paula siente un escalofrío en su interior. Algo sube por su garganta y llega hasta los ojos. Se enrojecen. Escuecen. ¡Uff! Pese a las veces que lo ha oído ya, siempre experimenta una gran emoción en instantes como ese.
—Esperaba que el premio fuera un Hammer o algo por el estilo, pero me conformo.
—No tienes edad para conducir. ¿Para qué quieres un Hammer?
—Para que mi novio lo conduzca. Otra sonrisa de Ángel.
—En ese caso, un Hammer sería el regalo perfecto. Pero…
—Te quiero —interrumpe de improviso la chica, cuando aún no le correspondía su turno de réplica—. Te quiero. Fin del juego.
—Y yo, cariño. Te quiero mucho.
—Me apetece verte. Aunque creo que eso hoy no podrá ser, ¿verdad?
Ángel piensa. Ella tiene que estudiar y él ha quedado con Katia a las seis.
—Creo que no.
—Vaya. ¿Nos llamamos esta noche?
—Dalo por hecho.
Son las cinco menos cinco. Paula sin darse cuenta ha llegado ya a la casa de Mario.
—Bueno, cariño, he llegado, te tengo que dejar.
—Espero que no sea por otro.
—Es por otro. Lo siento. Pero él solo me enseñará Matemáticas.
—En ese caso, me doy por vencido. Era un desastre con los números.
—Lo sé.
—Pues nada, entonces. Pásalo bien con tu amigo y las Matemáticas.
—Y tú… con lo que hagas. Te llamo a la noche.
—Nos llamamos.
—Te quiero.
—Te quiero.
Y con dos besos al aire, uno a cada lado de la línea, termina la conversación.
Paula suspira. Pero enseguida piensa en lo que han hablado y entonces vuelve a sonreír. Vale, tomará la llamada con Ángel como un estímulo para enfrentarse a una dura tarde con las derivadas. Se peina un poco, alisa su camiseta, asegura que todo está su sitio y llama al timbre de la puerta de la casa en la que vive Mario.
Ángel también hace un resumen en su mente del diálogo con su chica mientras enciende el PC. Le encanta. Es lo que siempre soñó. Tiene varios e-mails en su correo electrónico. Paula es increíble. La chica perfecta. Uno de esos correos le llama especialmente la atención. No conoce a la persona que se lo manda. Lo abre. ¡Ah, ya sabe quién es! Sonríe. Lee atentamente lo que pone con el ceño fruncido.
Vale, comprendido.
Reflexiona un instante. Tendrá que hacer algunos cambios de planes. Bueno, y sobre todo deberá hacer caso a lo último que dice el e-mail.
"Posdata: Paula no sabe nada. No se lo digas, ¿vale?".
Ángel cierra la página de hotmail y mira el reloj. Las cinco. Aún falta una hora para que Katia vaya a por él.
Mientras, en otro lugar de la ciudad.
Mario baja las escaleras a toda velocidad cuando oye el timbre de la puerta de su casa. ¡Es, Paula!
Por fin, van a tener aquella "cita" que tanto se había resistido hasta ahora.
Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.
Entra en el Starbucks y espera en la cola. No hay demasiada gente. Una pareja inglesa, con menos ropa de la que hoy el tiempo requiere, y dos quinceañeras que discuten en voz baja sobre lo que van a pedir. Una bebida para dos. Una no está de acuerdo con lo que quiere la otra y suben ligeramente el tono de la conversación. Finalmente, la más alta se deja convencer por su amiga y se deciden por un
frapuccino
grande de caramelo.
Los ingleses suben a la planta de arriba con sus bebidas humeantes en las manos. Las quinceañeras siguen hablando bajito a la espera de que les sirvan lo que han pedido. Sin embargo, ahora los comentarios van referidos al chico guapo que ha entrado detrás de ellas. No está nada mal, un poco mayor quizá.
Álex se da cuenta de que es el motivo de aquella charla, pero no hace demasiado caso. Hay cosas más importantes que le preocupan. Va a escribir un poco antes de las clases de saxofón con el señor Mendizábal y sus amigos. Aunque, para ser sincero, apenas tiene ganas de sentarse frente a la pantalla del ordenador. Está reciente en su mente lo que ha visto hace un rato: cómo aquella chica lanzó desde su coche a una papelera el cuadernillo de
Tras la pared
, sin tan siquiera leerlo. No lo entiende. Su trabajo, su dedicación, su sueño…, todo a la basura. Se pregunta si merece la pena continuar. ¿Cómo lo harían Dan Brown, Tolkien, Meyer, Rowling o Ruiz Zafón para que les tomaran en serio y lanzar al mercado aquellos éxitos? Es difícil conseguir lo querían logrado ellos. ¿Difícil? Más bien imposible.
Su turno. La chica que está en el mostrador le sonríe amablemente. Es gordita, más bien baja, con gafas, veintipocos años. Parece inteligente. Seguramente se esté pagando la universidad trabajando allí.
—Buenas tardes, señor. —Hola, buenas tardes. Quería…
—¿Un
caramel macchiato
pequeño?
Álex se sorprende. ¡Sí, exacto! ¿Cómo lo sabe? Siempre pide un
caramel macchiato
pequeño, pero no recuerda haberla visto antes. Y si ella sabe lo que va a pedir es que le ha atendido alguna vez más. Entonces se lamenta por no haberle prestado atención en anteriores visitas. No es guapa, ni delgada y tiene una cara fácilmente olvidable. Posiblemente, por eso no se fijó. Y se lamenta de ello, de su propia frivolidad.
—Sí, eso es. Muchas gracias… —En un pequeño letrerito que lleva colgando encima del delantal lee su nombre—, …Rosa.
—De nada, señor. Y usted es Álex, ¿cierto? —dice con una sonrisa que ilumina su rostro grande y rojizo.
|Vaya! Así que también recuerda cómo se llama. De repente, siente una extraña culpabilidad.
—Cierto.
La chica lo apunta en uno de los laterales del vaso verde y blanco con el logotipo de la empresa, como es costumbre en Starbucks. Luego le cobra y, como no hay nadie más esperando, ella misma prepara el
caramel macchiato
. Un par de minutos más tarde aparece de detrás de aquella inmensa máquina de café.
—Aquí tiene. Rosa le entrega a Álex su bebida sin dejar de sonreír.
—Muchas gracias, Rosa. Por cierto, ¿me podrías decir la clave del Wi-Fi para conectarme a Internet?
Sí precisamente a Álex le gustaba aquella cafetería era porque podía disponer de un cómodo asiento, un café distinto al que toma habitualmente, música relajante y conexión a Internet.
—Se la he anotado en el papelito de la cuenta. Está junto a la clave para entrar al cuarto de baño.
El chico se mete la mano en el bolsillo y saca el papel arrugado. Allí está: 031108. Sí que es eficiente aquella camarera.
—Oh, muchas gracias. Estás en todo.
—Es mi deber. Como llevaba el portátil, pensé que quizá se quisiera conectar.
—Eres muy intuitiva. ¿Periodista?
—Criminóloga. Bueno, me quedan algunas asignaturas todavía para acabar la carrera —indica, haciendo una graciosa mueca torciendo el labio—. Y usted, ¿periodista?
—No, ahí te has equivocado —responde él—: aspirante a escritor.
Cuatro chicas norteamericanas entran en el Starbucks.
—Ah, debí haberlo adivinado… —dice, chasqueando los dedos—. Bueno, discúlpeme. Tengo que seguir trabajando. Espero que escriba mucho y bien.
—Se hará lo que se pueda.
Rosa sonríe y, moviéndose con dificultad, llega de nuevo hasta el mostrador donde en un perfecto inglés pregunta a las recién llegadas qué desean.
Álex se echa azúcar en el café, lo mueve y coge una servilleta de papel. A continuación, sube la escalera hacia la planta de arriba. Mira hacia donde está la chica que le ha atendido y la saluda con la mano. Esta se da cuenta y le corresponde mientras anota "Cindy" en un vaso de Starbucks.
Ya arriba, el salón está bastante lleno, con solo dos mesas libres. Las quinceañeras de antes están al lado de una de ellas y Álex la descarta. Elige la de más al fondo. Se sienta en el sillón y saca el portátil del maletín. Lo abre e inicia la sesión.
Qué simpática la camarera. Sin darse cuenta, se ha olvidado por unos minutos de sus problemas. Definitivamente, en el mundo hay toda clase de personas. Seguro que si Rosa hubiese encontrado el cuadernillo de
Tras la pared
no lo habría tirado. Es más, está convencido de que se pondría en contacto con él.
Así que no puede darse por vencido. Hay gente que merece la pena, que está dispuesta a darle una oportunidad, que por lo menos leerá su historia.
Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.
Está delante de la puerta. No quiere parecer ansioso, pero lo está. Ansioso y nervioso y deseoso y no sabe cuántos estados de ánimos diferentes que terminan en
-oso
. Respira hondo. Sí, otra.
Desde que sonó el timbre habrá respirado hondo unas siete veces. Inspira, espira. Inspira, espira. Le faltan las contracciones para asemejarse a una embarazada a punto de dar a luz. Además de unos cuantos kilos y del bebé dentro. Instintivamente, se mira la ropa, la encoge y se alisa la camiseta, una negra que no se pone mucho y que le hace más delgado y fibroso. Bueno, delgado está. Fibroso… Manos al pelo, último repaso. Todo en orden.
Sonrisa de muchos dientes. Ya. Listo.
El timbre vuelve a sonar.
¡Qué susto! No lo esperaba.
Mario se precipita sobre el pomo y abre. En la maniobra pierde la sonrisa ensayada anteriormente, pero enseguida la recupera al verla. No es la que había preparado. Esta es más sincera, menos exagerada, más tímida, menos estudiada. Es la sonrisa de quien ve a la chica de sus sueños frente a frente, la sonrisa del enamorado.
—Hola, Mario —dice Paula, que también sonríe aunque su sonrisa es diferente.
—Hola.
¿Dos besos? ¿Qué se hace en esos casos? Los dos dudan un instante, pero finalmente ella se decide y acerca su rostro al de él.
Dos besos.
—Menos mal que has abierto, ya empezaba a pensar que nos quedábamos otro día sin estudiar.
Estudiar, ¿estudiar…? Sí, es verdad. Está allí para eso. No es una cita de esas románticas.
—Perdona, es que mis padres y mi hermana no están. He tenido que bajar desde mi habitación.
¡Uff! Le sudan las manos. Espera que solo sean las manos. Está tenso ¿Por qué? Conoce a Paula desde hace muchísimo tiempo. Llevan yendo varios años a la misma clase y ella ha estado en su casa en multitud de ocasiones con Miriam y las otras dos Sugus. No hay motivos para sentirse así. Siendo realistas, sí los hay. Y es que por primera vez en su vida está a solas con la chica que ama. Pero tiene que tranquilizarse.
—¿Puedo pasar? —pregunta Paula.
¡Qué gilipollas! Ni siquiera la ha invitado a entrar. Nervios, ansiedad, dolor de estómago. ¿Son eso contracciones? Inspira, espira. Inspira, espira.
—Claro, claro. Perdona.
El chico se aparta, dejando paso a su invitada. Ella entra en la casa tranquilamente, con un caminar sereno, pero seductor, Mario la sigue con la mirada. Sus ojos se van a sus pantalones vaqueros. Vaya, no quería. Se promete a sí mismo que no quería mirar ahí. ¿Qué está haciendo? "¡Joder! Pero es que Paula no solo es guapa sino que está buenísima".
No, no. ¡Basta! Su amor es puro. Y cristalino. Y ahora no es el momento de fijarse en eso.
—¿Tu hermana está con Cris y Diana? —pregunta la chica girándose.
—Sí, creo que sí. Casi nunca está en casa.
—Qué tía. Debería estudiar un poco si no quiere repetir otra vez.
—Ya, pero tú sabes cómo es. No hace nada.
—Qué mal.
—Es tonta.
—Pues espero que no repita. La echaría muchísimo de menos en clase el año que viene.
"¡Pues yo no!", es lo que Mario desea gritar, pero se contiene. Aquella pequeña conversación sobre Miriam le ha calmado un poco. Menos mal. ¿Quién iba a pensar que hablar sobre la pesada
de su hermana le iba a ayudar algún día?
—¿Subimos?
—¿Vamos a estudiar en tu habitación?
Claro, ¿no? Quizá aquello la intimida. Vaya, no lo había pensado… Daba por hecho que estudiarían allí.
—Sí, pero como tú quieras. Si prefieres, nos bajamos al salón.
—No, no. En tu cuarto está bien.
Paula sonríe. No había preguntado lo de estudiar en su habitación de manera que diera a entender "me da miedo quedarme contigo a solas en tu dormitorio". Simplemente, preguntaba por el lugar en el que iban a estar.
El silencio en la casa es absoluto. Solo se oyen las pisadas de Mario y Paula subiendo la escalera hasta la primera planta. El chico ha decidido ir delante. Mejor, no es el momento de pensar en otras cosas. Sin embargo, cuando llegan a la habitación, deja pasar primero a la chica. Paula sonríe y entra después de un "gracias" que a Mario le parece encantador.