Canciones para Paula (26 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

BOOK: Canciones para Paula
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¿Alex? Otra vez le ha venido a la mente su amigo escritor… ¿Qué le va a hacer si se parecen? Busca en su pequeño reproductor una canción de Coldplay ya está:
The Scientist
. Paula apoya la cabeza en el cristal y cierra los ojos. El traqueteo del autobús mece sus pensamientos. Lunes. Quedan cinco días para su cumpleaños. Diecisiete años. Suspira. Se hace mayor. Eso es bueno, ¿no? No lo sabe. No es de esas chicas que quieren crecer y llegar rápidamente a los dieciocho. Aunque tendrá su ventaja, claro.

El sábado se terminan los dieciséis. Y quizá no solo eso sea lo que se acabe.

Su virginidad… Un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Abre los ojos muchísimo. El sueño desaparece por completo. ¡Madre Mía! Va a acostarse con un tío. Y pensar que hace nada estaba jugando con sus muñecas…

Intenta tranquilizarse. El sexo es algo normal. Todas sus amigas ya lo han hecho alguna vez. No tiene que preocuparse, solo disfrutar de ese momento, único e irrepetible. Y Ángel es el adecuado para dar el paso, ¿verdad?

No tiene noticias de él desde que hablaron ayer por la tarde. Por teléfono. Seguro que ha pasado un domingo aburridísimo allí, en el hospital, pendiente de cualquier noticia sobre Katia. Pobrecillo, es duro eso de ser periodista sin horarios fijos. Paula se siente un poco culpable, quizá debería de haberlo. Llamado para preguntarle qué tal estaba.

¡Bien! El tipo guapo, pero antipático del gorro se va Paula aprovecha el momento y saca su móvil de la mochila de las Supernenas. Seguro que a Ángel le hace mucha ilusión recibir un SMS. A su lado ahora se sienta una chica mayor que probablemente vaya a la universidad. No lleva mochila sino una carpeta a punto de reventar. También oye música.

Paula, dubitativa, comienza a escribir el mensaje, al tiempo que suena Algo contigo, de Rosario Flores: "Amorrrr. Cómo fue todo ayer. Espero que no te aburrieras mucho. Te echo de menos. Ahora voy para el instituto. Cómo me gustaría ir junto a ti… Quiero verte. ¿Esta tarde?

Pero entonces recuerda que esa tarde tiene ya cosas que hacer. Ha quedado con Mario para estudiar. No podrán verse. Eso la entristece. Borra las últimas palabras y continúa escribiendo:

"…Cómo me gustaría ir junto a ti. Esta tarde tengo que estudiar, no puedo quedar. Pero te llamaré. Un beso. Te quiero mucho, mi periodista". Enviar.

El autobús se detiene. Es la parada de Paula, que se da cuenta de casualidad. La chica universitaria sí le sonríe cuando se levanta para dejarla pasar. A clase ya ha llegado alguien que no sonríe tanto. Pero la semana no ha hecho más que comenzar.

Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.

El pitido del móvil lo despierta. Un mensaje. Ángel protesta por no haber cambiado aquel sonido estridente por otro un poco más suave. A ciegas, y tras dar vanos manotazos en falso, alcanza el teléfono que antes de acostarse dejo en la mesita junto a su cama. Le duele todo el cuerpo, especialmente la cabeza. No ha podido dormir más de media hora en toda la noche, que se ha hecho larguísima en aquella habitación de hospital.

El SMS es de Paula. Le dice que espera que no se haya aburrido demasiado y que le encantaría estar junto a él en ese momento. No puede quedar por la tarde porque tiene que estudiar, pero que ya le llamará.

Un asfixiante sentimiento de culpabilidad inunda al periodista. Todo aquello se le ha escapado de las manos. Por un instante, se vuelve valiente y piensa en llamarla para contarle toda la verdad. Pero enseguida se echa atrás. No puede hacer eso: sería perjudicial para todos, sobre todo para ella. Relee la pequeña pantallita de su teléfono un par de veces más. Cada palabra hace que se sienta peor. Por fin, deja de torturarse y suelta otra vez el móvil en la mesita. Suspira. Se tumba boca arriba en la cama con las manos en la nuca. Se lamenta una y otra vez de todo lo que está pasando, pero no puede volver atrás. Las cosas han salido así y ya no tienen solución. Y para colmo de males, el beso de Katia.

Ángel se gira hacia la izquierda y la mira. Durante toda la noche ha hecho cábalas acerca de los motivos de aquel beso. Sin éxito, porque no ha llegado a ninguna conclusión satisfactoria. ¿Estará enamorándose de él? No, eso es imposible. ¿Cómo una cantante famosa que conoce desde hace tan solo cuatro días, se va a enamorar de él, un periodista cualquiera de una revistucha de música? Pero, ¿entonces, porque le beso? Sin respuesta.

Otra vez el teléfono de Ángel vuelve a sonar. En esta ocasión es un SMS sino una llamada. El jefe. Ahora que lo piensa, es extraño que no le llamara ayer por el asunto de Katia.

Lo coge y contesta con firmeza.

—Buenos días, don Jaime.

—¿Buenos? ¡No sé qué tienen de buenos!

Mal asunto, el jefe está en uno de esos días que tienen todos los jefes. Ángel intenta seguirle la corriente.

—Es cierto, los lunes son horribles.

—¿Lunes? ¡Qué importa que sea lunes!

—¿Qué le ocurre, don Jaime?

—¡Que estamos jodidos! Resulta que abro el periódico mientras me tomo el café y… ¿qué veo? ¡Katia ha tenido un accidente! ¡Y yo me entero 24 horas más tarde! Ayer desconecté con el mundo, en mi casita de campo, y resulta que se produce un acontecimiento de este tipo. ¡Estamos jodidos!

—Pero don Jaime…

—¡Ni don Jaime ni leches! ¿Cómo es posible que una de las pocas revistas de música que existen en el país no esté en el lugar donde se produce un hecho tan relevante? ¡No tenemos perdón de Dios!

—Pero don Jaime…

—Bueno, Ángel, vente cuanto antes a la redacción que tenemos que ver cómo afrontamos esta crisis. O mejor aún, corre al hospital en el que está ingresada Katia y a ver si aún pillas algo. Por allí. Aunque las noticias hablan de que hoy le daban el alta, así que puede que ya esté fuera. ¡Somos lo peor! ¡No merecemos llamarnos periodistas!

Al joven periodista casi se le escapa una carcajada cuando oye los gritos de su jefe. Vuelve a mirar a la cantante de pelo rosa, que ya se ha despertado al oír el ruido del teléfono. Ángel le sonríe amablemente. Ella se frota los ojos y también sonríe. Al final se quedó dormida. Malditas pastillas.

—Buenos días —susurra ella.

—Buenos días —contesta él, en voz bajita, tapando con la mano el móvil para que no le oigan. Es curioso. Pensaba que cuando volviera a hablar con Katia se sentiría incómodo. Sin embargo, sucede lo contrario.

—¡Ángel! ¡¿Me has oído'! ¡Corre al hospital! —exclama desesperado Jaime Suárez al otro lado de la línea.

—Ya estoy allí, don Jaime —responde con tranquilidad.

—¿Cómo? ¿Que estas, dónde?

—En el hospital. Ayer me enteré temprano de lo sucedido y he estado cubriendo la noticia.

—¡No jodas! ¡¿Y por qué no me llamaste?!

—Sabía que usted se había tomado el día libre —miente—, y no quería molestarle. Así que me decidí a cubrir yo la noticia Hoy le pasaré un informe completo de todo.

—Tú…, tú… eres bueno, Ángel. Eres muy bueno.

La imitación de Jaime Suárez de Robert De Niro en
Una terapia peligrosa
deja bastante que desear, pero Ángel sonríe satisfecho. Por fin, algo positivo de aquella historia.

Katia lo observa atentamente. No entiende muy bien lo que ocurre, pero le da igual. Él sigue allí, junto a ella. Y, a pesar de que aquel maravilloso chico no se enterara de nada, aún saborea el dulce beso de anoche. Aunque pronto se separarán.

—Gracias, don Jaime, cumplo con mi trabajo. Además, sólo he hecho lo que usted me dice. Un periodista no tiene horarios y debe hacer lo posible por llegar a la noticia.

—Aprendes rápido muchacho. Pero la próxima vez, ¡avísame!

—Lo haré.

—Espero ese informe cuando hayas terminado ahí. Hasta luego, Ángel.

Jaime Suárez cuelga antes de que pueda despedirse de él.

—¿Tu jefe? —pregunta Katia, que se sienta en la cama y abraza la almohada apretándola contra su vientre.

— Sí. Estaba muy preocupado porque no teníamos cubierta la noticia del mes.

—¿Cuál es esa noticia?

Ángel sonríe divertido ante la ingenuidad de la chica.

—Pues resulta que el sábado por la noche una famosa cantante tuvo un accidente de tráfico.

A Katia le cuesta procesar la información. Se acaba de despertar y lleva un día a base de pastillas. Cuando se da cuenta de que habla de ella, gruñe y le saca la lengua.

—Menuda noticia. Eso no es importante.

—¿Bromeas? Es un notición. Aunque si te hubiera pasado algo grave lo habría sido más.

La cantante deja escapar un "oh" con la boca muy abierta al escuchar las palabras de Ángel. Él enrojece al comprender su metedura de pata.

—Perdona, no quería decir que…

—No, no, perdóname tú por no haberme matado con el coche… —La frase hiela el corazón del chico.

—Lo siento.

Un incómodo silencio se establece entre los dos. Katia se levanta de la cama. Está seria, molesta. Camina hasta el cuarto de baño. Pasa al lado de Ángel, pero ni le mira. Continúa un poco mareada, aunque está mucho mejor que el anterior.

Entra y cierra con llave, no vaya a ser que se atreva a seguirla. Se mira en el espejo. Su imagen le muestra las secuelas de las últimas horas. Maldice el accidente, sus heridas, las pastillas. Maldice a Ángel.

¡Será tonto…! No se da cuenta de nada. ¿No piensa cuando habla o qué? Ni tan siquiera se enteró de su beso. Es un capullo. Pero está enamorada de ese capullo. Suspira delante del espejo y quiere llorar, aunque no puede permitirse ese lujo. Ella no llora por un tío. Sin embargo, una sorprendente angustia aprisiona su pecho y le sube hasta la garganta. Le escuecen los ojos, ahora enrojecidos. Se ahoga. ¡Malditas pastillas!

Recuerda la letra de aquella canción: "Cuando tú no estás, yo no puedo respirar".

Abre el grifo y coloca la cara debajo del chorro del agua fría, que sale con mucha fuerza. Tiene que tranquilizarse. Ella es una chica fuerte y no va a llorar.

Gotitas de agua fría le salpican el pijama. Incluso alguna va a parar a su cuello provocándole escalofríos.

Poco a poco va encontrando la calma. Así está mejor. Cierra el grifo y se vuelve a mirar al espejo.

—No vas a llorar —se dice a sí misma.

Coge una de las toallas blancas que encuentra perfectamente dobladas en una encimera. Está suave, como los labios de Ángel. Suaves y peligrosos labios. ¿Cómo iba a pensar ella que se iba a enamorar de un periodista con novia?

No puede continuar así. No va a pensar más en Ángel. El destino les ha unido en un mal momento. Es una historia imposible. Eso es. Cuando ahora se despidan será el final de aquel cuelgue.

"Solo es un tío más. Un flechazo que no va a ninguna parte", piensa. Otra vez la letra de aquella canción: "Yo te quiero y sin ti no sé caminar".

Deja la toalla colgada junto al lavabo y se peina un poco con las manos. Piensa que tiene un aspecto horrible. Pero eso da lo mismo. Sonríe.

—No vas a llorar.

Con determinación, quita el cerrojo de la puerta y la abre. Decidida. Ángel está enfrente, de pie. ¡Qué guapo es! Se le iluminan los ojos ¿Por qué le tiene que pasar esto a ella?

El periodista la recibe con una sonrisa dulce, cariñosa: una súplica de perdón.

Katia agacha la cabeza. No le impresiona. ¿O sí?

¡Uff, claro que sí! Se derrite ante esa sonrisa, ante esos ojos azules. No quiere mirarlo. Camina hacia la cama deprisa. Se tumba en ella, se despedirán y fin.

Sus pies descalzos avanzan veloces. Él no se mueve, no deja de sonreír.

Al pasar al lado de Ángel, su brazo roza con el de él, piel con piel y se estremece. Se quiere morir.

—Katia, perdóname. Soy un bocazas. Un capullo. Pero de verdad que no quise decir nada para ofenderte…

La cantante se detiene cuando lo sobrepasa y escucha lo que dice. Y tiene razón. Es un capullo, pero no por aquellas palabras tontas sino por no quererla a ella. Por amar a otra.

—No te preocupes. Perdonado.

Tiene la tentación de darse la vuelta, saltar sobre él y abrazarlo como nunca antes lo hayan abrazado. Agarrarse con sus piernas a su cintura y no soltarle jamás. Pero se limita a girar la cabeza y sonreír. Debe olvidarse de Ángel.

—Ha entrado el médico mientras estabas en el baño. Te van dar el alta cuando examinen que todo está bien.

—Ah, vale.

—Y yo… me tengo que marchar. Tengo mucho trabajo y, además, debo pasarle un informe a mi jefe de la noticia de tu accidente. Por supuesto, lo explicaré todo sin dar detalles personales.

—Confío en ti. Muchas gracias por estar a mi lado.

—No es nada. Y… perdona otra vez por lo de antes.

Katia lo mira con simpatía. Finge. Quiere que se vaya ya, olvidarse de él para siempre. Aunque la realidad es que le diría que se quedara allí con ella, que la tumbara en una de las camas y le hiciera el amor obviando a médicos y enfermeras.

—No te preocupes. Un mal entendido.

—Bien, entonces me voy. Cuídate. Ya nos veremos.

—Ya nos veremos.

Ángel camina hasta la puerta y sale sin decir nada más. Atrás quedan el beso, los deseos, las palabras, las sonrisas…, y la sensación de que tardarán mucho tiempo en volver a verse. Ninguno de los dos puede sospechar lo que el futuro les deparará esa misma semana.

Capítulo 30

Esa misma mañana de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.

El canto alocado de un pájaro que revolotea cerca de la ventana de la habitación anuncia una nueva jornada soleada. En todo el mes de marzo no ha caído ni una sola gota de lluvia.

Alex abre la ventana y recibe en su pecho desnudo la brisa de la mañana. Inspira el aire frío y lo suelta despacio. Repite la acción un par de veces más. Esa es la mejor manera de despejarse.

Camina descalzo hasta el armario y, tras rebuscar en cajones y perchas, elige la ropa con la que se va a vestir. Sobre su esbelto torso deja caer un fino jersey beis que enseguida se remanga. A continuación, se sienta en la cama y se pone unos vaqueros negros y unos calcetines del mismo color. Debajo de una silla tiene unas botas marrones de cordones con las que se calza. Duda si coger la cazadora. "Sí, por si acaso". Aunque nunca tiene frío.

Pasa por el baño para peinarse un poco y echarse sobre el cuello y las muñecas una esencia de Loewe. Se mira en el espejo sin demasiado interés. Mañana tendrá que afeitarse.

Y regresa a su cuarto. Desconecta el ordenador portátil del enchufe de la pared y lo introduce en un maletín negro. En uno de los bolsillos mete el móvil que ha dejado cargando toda la noche.

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