Canciones para Paula (23 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

BOOK: Canciones para Paula
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—Está bien. Ya te llamaré para contarte qué tal me encuentro.

—Estoy convencida de que estarás muy bien.

Alexia sonríe. Se acerca a su hermana y le besa la mejilla. Luego se dirige a Ángel y también le da dos besos.

—Muchas gracias —susurra en su oído—. Cuídamela.

Y ante la mirada de los dos chicos, taconeando con fuerza al caminar, Alexia sale de la habitación contenta por su perfecto papel de Celestina. Es el turno para los actores principales.

Capítulo 24

Esa tarde de marzo, en algún lugar de la ciudad.

Es divertido pasar el tiempo con él. Cuando está con Ángel, el tiempo vuela. El destino les unió y Cupido se encargó del resto.

Tumbada en la cama, con los pies hacia arriba y las manos debajo de la cabeza, Paula piensa en su chico. Su novio. Su Ángel.

¡Qué cara puso con la broma de los churros! Y cuando apareció al amanecer… ¡Madre mía! "Mira la ventana", le dijo. ¡Qué capullo!

Adorable. Un amor.

Y sonríe.

Cada acontecimiento que comparten es especial. ¿Sería así cada día de cada mes de cada año?

No cree en los "para siempre", pero no le importaría que aquel atractivo periodista llegado de manera casual se quedara toda la vida con ella.

Mariposas en el estómago. Sonrisa tonta. Ojitos brillantes.

En eso consiste el amor, ¿no?

Y el amor trae consigo… sexo.

Le preocupa. Sabe que para él no va a ser la primera vez. ¡Uff! Podría haberla esperado, así que los dos estarían igual de nerviosos. ¡Qué cretino!

¿Cuándo habrá sido la última vez que se acostó con una chica? No lo sabía. Ni se lo había preguntado. ¿En los últimos meses? No. Por favor, que no.

Se da la vuelta y agarra con fuerza la almohada.

No quiere ni pensarlo. Su Ángel en la cama con otra. Desnudos. Intimando. Explorando sus secretos más recónditos. Murmurando en la oscuridad de una habitación. ¡Uff!

"Olvídate de eso. ¡Olvídalo!"

Y el sábado será ella quien esté desnuda frente a él. ¿Y si no le gusta su cuerpo? Ya la vio en la piscina con muy poca ropa pero, claro, no es lo mismo. ¿Y si no sabe qué hacer en ese momento? Va parecer una cría temerosa, una niña al lado de un hombre.

Paula entierra la cabeza en la almohada. No, no debe preocuparse por esas cosas. Todo saldrá bien. Hay que dejarse llevar. El sexo es algo natural, ¿verdad?

Sacude su rostro con fuerza contra la almohada y deja escapar la tensión con un gritito que se evapora tímido en la habitación.

Su primera vez. Le tiemblan las piernas y siente calor en las mejillas.

Otro grito agudo, que controla para que no salga del dormitorio.

Ángel. Ángel. Ángel.

Tiene ganas de verlo ya, de volver a escuchar su dulce voz. Besarlo. ¿Y si lo llama?

No. No puede ser. Más tarde. Además, estará trabajando. Cuando se han despedido le ha dicho que iba a la redacción de la revista a adelantar trabajo para no encontrarse muy agobiado mañana.

—¿Puedo pasar? —pregunta una vocecilla por sorpresa desde el umbral de la puerta—. No estaba cerrada del todo.

Erica asoma su rubia cabecita en el cuarto.

Paula deja la almohada y sonríe a su hermana pequeña.

—Sí. Pasa, princesa.

La niña camina veloz hacia su hermana y se lanza a sus brazos.

—Ya se han ido las chicas y la bruja, ¿verdad?

—¿La bruja?

—Sí, esa fea, morena, con el pirzin en la nariz y que se cree un mujer.

Diana. Paula no puede evitar soltar una carcajada ante la descripción que hace Erica.

—No te cae muy bien Diana, ¿verdad?

La pequeña agita la cabeza de un lado a otro. ¿Cómo le iba a caer bien semejante monstruo? No entendía como podía ser amiga de su hermana.

—Muy mal. Es horrible. Peor que eso: es como diez veces mil de horrible.

—No es tan mala. Pero a veces hace tonterías. Si fuera mala no sería mi amiga.

Erica sigue sin creérselo. Esa chica es malísima, pero prefiere no hablar más de ella y cambiar de tema.

—Oye, Paula, ¿te has enterado?

—¿De qué, princesa?

La hermana mayor acaricia el largo y suave pelo rubio de la pequeña. Recuerda que, cuando era una niña, lo tenía igual.

—Han dicho en la tele que esa cantante que te gusta tanto ha tenido un accidente.

—¿Qué cantante? —pregunta preocupada.

Desde que las chicas se marcharon no ha hecho otra cosa más que pensar en Ángel acostada en su cama. No sabe nada del mundo.

—Esa con el pelo rosa.

—¿Katia?

—Esa.

Paula deja de acariciar a su hermana y presta toda su atención a lo que le dice.

—¿Cuándo? ¿Qué le ha pasado?

—No me he enterado muy bien. Solo sé eso.

En ese momento el teléfono suena. La melodía es inconfundible, Los Corrs…

—¡Qué bonita canción! ¿Cómo se llama? —pregunta la niña.

—Ángel.

—Me gusta mucho.

—Es muy bonita. Ahora, princesa, ¿te importa dejarme sola un momentito mientras hablo por teléfono?

—¿No será otra vez la bruja? —pregunta aterrada la niña.

Paula sonríe ante la mirada curiosa de su hermana y pulsa el botón que descuelga su móvil.

—Espera un momento, bruja. Mi hermana está aquí —contesta divertida, antes de que Ángel hable.

Pero no hace falta que Paula le diga nada más a Erica. La pequeña sale del dormitorio y cierra la puerta. No quiere saber nada más de la bruja del pirzin en la nariz.

—¿He oído mal o me has llamado "bruja"? —pregunta el chico, que no está seguro de haber escuchado bien.

—Sí. Exactamente, eso —responde sonriente ella.

—¿Y desde cuándo "bruja" es un apelativo cariñoso?

—Nadie dijo que estuviera siendo cariñosa.

Paula suelta una carcajada.

Ángel se encoge de hombros en uno de los pasillos del hospital cercano a la habitación en la que descansa Katia.

—Cariño, recuérdame que no te invite más a desayunar chocolate con churros. Tanto azúcar se te ha subido a la cabeza.

—¡Pero si no has atinado ni uno! Si no es por mi madre, esta mañana me habría muerto de hambre —miente la chica, que aún no ha sido capaz de quitarse el desayuno de la cabeza.

—Tramposa. Eso es lo que eres, una tramposa.

—Aún estás dolido, ¿eh?

—¡Por supuesto! —exclama el periodista, tratando de ponerse serio.

—Pobrecito… Ya te compensaré. ¿Qué te parece esta tarde? Creo que podré escaparme un rato.

Un breve silencio se produce tras las palabras de Paula.

—Esta tarde… —comienza a decir Ángel dubitativo.

—¿No puedes?

—Pues no. Esta tarde no voy a poder quedar contigo.

—Vaya…

La chica se deja caer en la cama. Decepción. Tenía muchas ganas de verlo.

—Para eso te llamaba, precisamente. Me ha surgido algo y estaré toda la tarde liado.

—¡Qué pena…! Me apetece… estar contigo.

Tartamudea. Su voz se apaga con cada palabra que pronuncia.

Ángel se frota la frente con la mano con la que sostiene el móvil. Se siente muy culpable.

—Lo siento, de veras. Yo también quiero estar contigo.

Entonces Paula recuerda lo que Erica le acaba de contar.

—¿Es por Katia?

La pregunta atraviesa como un cuchillo al joven. Se apoya en la pared y piensa rápidamente qué decir. ¿A qué se refiere exactamente?

—¿Por Katia? —pregunta, intentando ganar tiempo.

—Sí. Mi hermana me ha dicho que ha tenido un accidente. Tienes que cubrir la noticia para la revista, ¿verdad?

¡Cubrir la noticia! Eso es. ¡Cómo no se le había ocurrido antes!

Le duele no decirle todo, pero no puede explicarle la verdad.

—Pues sí. Estoy en el hospital ahora.

—¿Qué le ha pasado?

Aunque sabe exactamente lo que ha sucedido, no puede darle detalles que le hagan sospechar.

—Ha tenido un porrazo con el coche esta noche después de salir de una fiesta. Tampoco dan muchos más datos.

Suspiros a ambos lados del teléfono.

—¿Está bien? ¿Es grave? —pregunta Paula, preocupada.

—Parece que no. Se recuperará pronto.

—¡Menos mal! —responde Paula aliviada—. ¿La has visto?

¡Uff! ¿Más mentiras? No hay más remedio.

—NO. No dejan pasar a la prensa.

—Comprendo.

—Ya nos avisarán si sale del hospital.

Ángel se va encontrando peor por momentos, como si le apretaran desde el cuello hasta el estómago. Justo cuando pensaba olvidarse de Katia, llega aquel accidente. Y luego, la petición de Alexia.

No solo es que no se terminen las mentiras con Paula sino que aumentan. Sin freno. ¿Pero qué podía hacer? ¿Es esa la mejor solución?

Sí. También ella sufriría muchísimo si se enterase. Y es lo último que desea ahora mismo.

—Pobrecilla. Parece buena chica, y me encantan sus canciones.

Paula tararea el estribillo de
Ilusionas mi corazón
.

Ángel sonríe. Sí, realmente, y pese a todo, Katia es una chica que le cautiva. Recuerda la entrevista en la revista. Le encantó aquella cantante pequeñita que llenaba tanto espacio con su presencia.

—Paula, tengo que colgar ya. Siento de nuevo no poder quedar esta tarde.

—No te preocupes, lo entiendo. Espero que te sea leve la guardia.

—Eso espero.

—Un beso, brujita. Te quiero.

—Ídem.

Y cuelga.

Ángel mira al techo del pasillo del hospital. Aunque piensa que no tenía otra alternativa, está avergonzado.

Paula mira al techo de su habitación. Realmente, tenía muchas ganas de estar con él. Pero no todo lo que se quiere en esta vida se puede tener.

Capítulo 25

Esa tarde de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.

La mochila es mucho menos pesada que el día anterior. Apenas son unos quince cuadernillos los que van dentro.

Hace diez minutos que Álex ha mirado su correo electrónico. Nada, sin señales de alguien que haya encontrado una de aquellas carpetas transparentes.

Pero desilusionarse más no sirve de nada. Tiene que terminar la tarea de repartir los que le faltan. Solo. Eso es quizá lo que le provoca mayor desazón. Paula no le ayudará esta vez.

Con la mochila colgada en la espalda abre la puerta de la casa.

—¿Te vas?

Irene aparece de alguna parte. Va vestida con un suéter blanco que le llega hasta los muslos, a los que no alcanza a cubrir un short vaquero desgastado. Calcetines celestes, sin zapatos. El pelo lo lleva recogido en dos coletas. Inocencia y sensualidad en una.

Álex la contempla de arriba abajo. Es realmente sexy.

—Sí, voy a hacer unas cosas. Vuelvo dentro de un rato.

—¿Vas a repartir los cuadernillos de tu libro?

El chico arquea las cejas.

—Te espío. ¿No te habías dado cuenta?

—Irene…

—Es una broma, tonto. Vi la mochila preparada. Ya te dije anoche que le echaría una ojeada a lo que escribes. Leí en la primera página el mensaje que le dejas a los que lo encuentran. Eres muy ingenioso.

Álex resopla. Por un momento pensó que verdaderamente su hermanastra lo espiaba, y no le hubiera extrañado.

—Gracias.

Los ojos de Álex recorren sin querer las largas piernas de Irene, aunque rápidamente vuelve a alzarlos con pudor.

Tres meses.

—¿Y está dando resultado?

—¿El qué? —pregunta confuso.

—Lo de los cuadernillos, hombre. Que si hay mucha gente que se haya puesto en contacto contigo.

—Pues no, solo una chica.

—No te preocupes. Es una buena idea: debes tener paciencia.

—Ya.

—Espera, me visto un poco y me voy contigo. Quiero ayudar.

—No, no te preocupes. Prefiero hacerlo solo.

La chica se muerde el labio. ¡Qué seco es a veces! Finge que no le molesta el rechazo y sonríe.

—Está bien. Si no quieres que te acompañe, no insisto.

—Vengo dentro de un rato. Hasta luego.

Álex sale de la casa y cierra la puerta sin mirar más a su hermanastra.

—¡Pásalo bien y no ligues con desconocidas! —grita Irene desde el interior.

¿Y ahora? Está sola. Camina descalza hasta el salón, entra y se tumba en el sillón. Cómo le gusta Álex. Aunque le trate de esa manera la mayoría de las veces. Acabará cayendo en sus brazos. Seguro.

Un equipo de música en una de las esquinas de la habitación llama su atención. Se levanta y se dirige hacia allí. No hay ningún CD puesto, pero al lado hay una torre con más de cien compactos. Elige uno de Coldplay: Yellow. Play. Sube el volumen. Mas. Más. Está sola, puede escuchar la música todo lo alto que quiera.

Tras regresar al sillón, sentada con las manos apoyadas en la cara, se le ocurre algo. Sí, ¿por qué no? Ya lo había hecho otras veces cuando vivían juntos. Se incorpora y sale del salón. De puntillas, como para que nadie pudiese oírla, llega a la habitación de Álex.

Toc, toc.

Sonríe.

—¿Ves? He llamado, para que luego no me riñas.

Irene entra en el cuarto de su hermanastro. Todo está muy ordenado, como siempre. Hasta la cama está hecha. Le divierte la situación: antes ella misma se ha autoinculpado de espiarle, y era una broma. Ahora…

Recuerda cuando eran unos adolescentes y ella, en una de sus "visitas" clandestinas, descubrió la carta que una chica le había mandado a Álex por San Valentín. Lo llamaba "amor", "corazón", "cielo"… Le decía que lo quería mucho. ¡Menuda pija! ¡Qué sabría aquella tonta del amor…! Irene tomó "prestada" la carta y "sin querer" se le cayó en la chimenea. Nadie supo de aquello, ni de la cartita de San Valentín. Afortunadamente, Álex tenía buen gusto y no quiso nada con aquella chica.

Quizá pueda encontrar algo que le lleve a saber más de esa Paula.

Primero mira en los cajones del escritorio, uno por uno, con cuidado de no cambiar nada de lugar, luego revisa el armario, las estanterías, los cajones de la mesita de noche… Carpetas, cuadernos, archivadores.

Nada interesante. Y ningún rastro de Paula.

¿Y si mira en el portátil? Es arriesgado. Pero quien no arriesga, no gana.

Irene enciende el ordenador. Bien, no necesita contraseña de acceso a Windows. Una pantalla de pronto aparece en el escritorio: es el MSN de Álex, que tiene activada la opción para que se abra automáticamente cuando se reinicia el PC.

—"Alexcritor", qué poco original —murmura.

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