Katia mira por una de las ventanas de su ático. Sus ojos, antes rojos por las lágrimas, ahora brillan en el espesor de la noche. La luna se ha escondido.
No puede dormir. Está feliz. Sonríe. Por fin ha hablado con él.
Enamorada.
Sí, ya no puede negárselo a sí misma. Demasiado ha aguantado ya. Es imposible luchar contra sus propios sentimientos. Sí, lo quiere.
Aunque él ame a otra.
Esperará su oportunidad. Sí, eso hará.
"Paciencia Katia, paciencia".
En ese momento, madrugada del martes al miércoles, en otro lugar de la ciudad.
Otra noche sin dormir ¿Cuantas van?
Mario ha perdido la cuenta. A decir verdad, lo ha perdido todo, no solo las ganas de dormir: también las ganas de vivir, de llorar, de comer, de escuchar música, de sentir… Necesita una tregua de sí mismo. Se odia.
Odia a Paula. La odia y la ama. Sí, no puede remediarlo. Aunque le haya mentido, aunque pase de él, aunque sea un cero a la izquierda para ella, la quiere.
Pero no puede más.
Sus ojeras son tan oscuras como la noche. Él, como la luna, se ha ocultaba bajo las nubes de la desesperación. Cómo quisiera desaparecer.
Mañana hablará con Paula. Le dirá que se acabó lo que ni siquiera ha empezado. No más tardes invisibles que nunca llegan. Su amistad, en realidad, está cogida con alfileres. Ya hace mucho que no son amigos de verdad. ¿Para qué engañarse? Estará unos días de luto y luego… ¿Qué más da lo que suceda? A nadie le importa su vida. A él menos.
Sí, mañana le dirá a Paula que se terminó.
A la mañana siguiente, un día de marzo, en algún lugar de la ciudad.
Baja las escaleras pausadamente. Hoy no hay tanta prisa, es temprano. Se ha levantado antes que de costumbre. En realidad Paula apenas ha conseguido dormir después de que se despertara de madrugada. Se ha duchado, secado el pelo y elegido la ropa con calma. También le ha mandado un SMS a Ángel: "Buenos días cariño, perdona por no cogerte ayer el móvil. Se me apagó y no me di cuenta. Lo siento. Ya te recompensaré. Me acosté muy temprano. Cuando tenga un rato libre te llamo. Tengo que contarte algunas cosas. Gracias por el día de ayer. Te quiero".
Después piensa en escribirle a Álex, contestándole el mensaje que ayer le envió, pero prefiere hablar primero con Mario para ver cómo organiza la tarde. Tiene que estudiar. El examen de matemáticas es en dos días y aún no ha tocado el libro.
Le apetece mucho volver a encontrarse con su amigo escritor. ¿Qué tendrá que contarle que es tan urgente?
Su madre la oye bajar, mira el reloj y se sorprende que su hija esté de pie. Paula le da un beso y juntas van a la cocina.
—¿Y ese madrugón?
—No podía dormir.
—¿Una noche difícil?
—No lo sé, quizá. Me desvelé de madrugada, y no he conseguido luego dormir más de diez minutos seguidos.
—Bueno, no hay mal que por bien no venga. Hoy no llegarás tarde a clase.
La chica sonríe.
—¿Cómo está papá?
—Hablamos, pero no sé si lo suficiente. Espero que se le pase.
—¡Uff!
—Paciencia.
—¡Qué remedio…¡ Es muy cabezota.
—Pero es tu padre.
—Ya.
Paula abre el frigorífico. Tiene más hambre de lo habitual por las mañanas.
—¿Qué quieres que te prepare?
—No te preocupes, yo lo hago.
—Ah, muy bien. Sí que te has levantado con ganas hoy.
Su madre le ha dado otro beso y sale de la cocina.
No está mal eso de madrugar. ¿Cuánto hacía que no se podía permitir el lujo de desayunar tranquila un día de instituto?
Se prepara una Cola Cao y dos tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón. En una bandejita lleva todo al comedor y se sienta en la mesa. Su padre está allí. Sorbe un café caliente y ve las noticias en el CNN.
—Buenos días.
—Buenos días —responde con frialdad el hombre.
Parece aún enfadado. Ni la mira. Sus ojos están clavados en la televisión.
Paula suspira: no le gusta aquella situación, pero tal vez lo mejor sea no decir nada. Quizá a lo largo del día se le vaya pasando.
Paco todavía está resentido. Su mujer hablo con él por la noche, es demasiado condescendiente. Sí, tiene razón en lo de que su hija ya no es una niña y que es normal que tenga novio. Es la ley de la vida. Y, aunque lo no hace ninguna gracia que haya alguien que ose a ponerle las manos encima a su pequeña, hasta cierto punto lo comprende. Lo que no consigue superar es que aquel individuo tenga veintidós años y que lo haya conocido por Internet. ¿Qué pasa con los métodos antiguos de ligar? En una cafetería, una amiga que presenta un amigo, un amor de verano en la playa, un chico de clase… No, ahora la gente se conoce por internet. Sin verse, sin sentirse, sin saber nada el uno del otro. ¡Cuántas mentiras le habrá contado ese Ángel! Y lo de la edad, eso sí que lo lleva mal. Ese tío solo quiere a Paula para una cosa, y él sabe para qué. También ha tenido veintidós años.
¿No se da cuenta?
—Te has levantado muy temprano hoy —comenta Paco, de improviso.
—Sí…, no podía dormir —contesta sorprendida la chica, que no esperaba que se padre le hablase.
—Cuando alguien no puede dormir, dicen que es porque no tiene la conciencia tranquila.
—Vamos, papá. No empieces.
—Yo no empiezo nada. Es lo que dicen.
—Leyendas urbanas. Yo tengo mi conciencia muy tranquila.
El hombre se levanta de su asiento. ¡La conciencia muy tranquila! ¡Pues no debería! Está hija suya, cuántos problemas le trae. Sin embargo, no dice nada. Coge el vaso vacío del café y lo lleva hasta la cocina. Su mujer está fregando la cafetera para preparar otra.
—¿Has hablado con ella?
—Bah, no tenga nada de qué hablar.
—Vamos, hombre, no seas cabezota. Es tu hija.
El hombre se coloca al lado de su mujer. Le quita el estropajo y friega el vaso. Ella lo observa. Estás preocupada, espera que pronto se le pase el enfado.
Dice que tiene la conciencia "muy" tranquila.
—Claro. Ella piensa que no ha hecho nada malo.
Acostarse con un tío seis años mayor que ella, ¿no es "nada" malo?
—Cinco y pico. Y no sabemos si se han acostado. El otro día nos dijo que no había hecho nada todavía. Y que, además, sabía lo que tenía que hacer cuando tuviera relaciones sexuales.
—¡Joder!
—¿Qué te pasa?
—¿No te oyes? ¿No oyes lo que decimos? Estamos hablando de nuestra niña. De nuestra pequeña. De relaciones sexuales. De condones. De follar. ¡Dios! No lo soporto. Me voy.
—Pero cariño…
Paco deja el vaso, ya limpio, sobre un paño extendido para que se seque. Abre la puerta de la cocina y sale de ella. Su mujer va detrás, aunque se detiene cuando su marido llega a las escaleras. ¡Qué cabezota es! No hay nada que hacer, el hombre sube hasta su dormitorio. Entra y cierra. Necesita algo. Sí, ahí está, dentro del cajón
de la mesita de noche: el paquete de Fortuna. Pero hay algo más: el regalo de Paula. Paco lo ve y lo coge. ¡Con la ilusión con la que lo habrían comprado…! ¿Y ahora, qué? A esperar acontecimientos.
Lo guarda de nuevo.
Saca un cigarro de la cajetilla, lo enciende y se lo mete a la boca. Mira el reloj le da tiempo a fumárselo tranquilamente antes e irse. Se tumba en la cama y suelta el humo en una bocanada que nubla la habitación.
¿Por qué los hijos tienen que hacerse mayores?
Está perdiendo a Paula. Lo percibe. Un padre nota algo así. Pronto llegará diciendo que se irá a vivir con el novio y luego que se casa. Y él dejará de ser importante para ella. La verá una vez cada quince días o quizá menos.
¡Veintidós años!
¿Cómo será ese tipo?
El Fortuna le está sentando bien. Demasiado bien. Tanto que, cuando lo apaga, al minuto, enciende otro. Dos años sin fumar a la basura. La culpa la tiene es individuo que se está aprovechando de la candidez de su hija.
Periodista. ¡Qué profesión carente de ética! Solo meten las narices en la vida de los demás. Y lo llaman "información".
¡Bah!
El hombre se incorpora. Aún le quedan varias caladas por dar e ese cigarro, pero empieza a echársele el tiempo encima. Se arregla la ropa, un poco arrugada, y abre la puerta de la habitación. Un momento. Vuelve sobre sus pasos, abre el cajón de la mesita de noche y coge el paquete de tabaco. Quedan siete cigarros. Los va a necesitar.
Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.
Lee el mensaje de Paula un par de veces y contesta: "Bueno días, princesa. Ya te vale con el móvil. OK, cuando tú puedas me llamas o me das un toque para que te llame. Estaré en la redacción esperando. Que pases una buena mañana. Te quiero".
Revisa el SMS con una lectura rápida y lo envía.
¿Habrá vista Paula las imágenes del torneo benéfico de golf? Ángel se pregunta si será eso lo que quiere hablar. Bueno, ya lo llamará.
Muerde un cruasán, el penúltimo bocado del desayuno que acompaña con un sorbo de café con leche. Tiene la televisión encendida; en las noticias están anunciando el tiempo que hará hoy y en los próximos días. Una borrasca se está instalando en la península: nubes, descenso de las temperaturas y lluvias avanzada la semana. Es que aquel calor no era normal.
Ángel se mete el último trozo de cruasán en la boca. Mira el reloj. Va bien de tiempo.
Coge de nuevo el móvil y busca en la lista de "llamadas recibidas". La última fue de Katia. Suspira.
Ayer volvió a hablar con la cantante. Parecía distinta, su voz era demasiado suave, excesivamente dulce. Como si acabase de despertar y no se enterará bien de lo que había hecho.
Qué extraño resulta todo. Siente como se estuviera jugando con fuego. Pero ya son adultos, ¿no? Él tiene a Paula y ella… piensa en el beso del hospital. Resopla. Fue un beso dulce, como su voz de anoche. Demasiado dulce. ¿Tentador también? Sí, no hay duda que Katia es una tentación. Es interesante, sexy, inteligente, guapa, decidida… Pero todas esas cualidades también las tiene Paula, aunque de otra forma completamente distinta. Y él quiere a su chica, está enamorado de ella.
Ángel duda un instante. Finalmente, se decide y marca su número.
Suenan cuatro "bips" antes de que al otro lado de la línea respondan. De nuevo, esa dulce voz.
Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.
Duerme. No hace mucho que sus ojos se cerraron y dieron por concluido un día difícil, pero con final feliz. Ahora ya ha amanecido, pero ella todavía no lo sabe. Algo está sonando en su habitación. Se despierta lentamente. ¿Es el móvil? Sí, la llaman.
Katia alarga el brazo y alcanza su teléfono que está en la mesita de noche.
—¿Sí…? —responde en voz baja. Ni siquiera a visto quién es su interlocutor.
—Buenos días Katia.
Esa voz…
—¡Ángel! Bu…, buenos días.
La chica de pelo color rosa se incorpora de golpe. Se sienta en la cama y sonríe nerviosa. ¡Es Ángel!
—Perdona que te llame tan temprano, ¿te he despertado?
—No. No, qué va. Ya llevaba un rato despierta —miente.
—Ah, muy bien. ¿Cómo has dormido?
—Perfectamente.
En realidad, se ha pasado caso toda la noche pensando en él, en la conversación que tuvieron, en lo amable que fue con ella. Ni siquiera le preguntó por qué lo había llamado tantas veces sino que se disculpó por no haberle cogido el teléfono antes. Ella tampoco pidió explicaciones. Solo le apetecía hablar con él, escuchar su voz. Ambos sabían que lo mejor era dejarlo pasar y no preguntar. Y finalmente, tras cinco preciosos minutos, Ángel quedó en que hoy la llamaría. Lo que no imaginaba es que fuera tan pronto.
—Me alegro. ¿Estás en casa?
—Sí, sí. Ahora me iba a dar una ducha.
Improvisa. Aunque no es mala idea. Una ducha con Ángel ahora sería perfecto.
—Ah, bien. Si quieres, te llamo luego.
—No, no te preocupes. Si aún tengo que terminar de desayunar…
—Ah, bueno, como quieras.
—Y tú, ¿has estado bien?
Katia se levanta de la cama. Se pone las zapatillas y camina hasta la cocina mientras hablan de dos o tres trivialidades. Hay café hecho. Lo pone a calentar y se sienta sobre una mesita.
Ángel está especialmente amable y simpático. Ríe a menudo, tal vez más que de costumbre. Le recuerda a aquel chico que conoció el jueves pasado, el día de la entrevista. Después, todo entre ellos ha sido extraño, confuso y ella ha tenido gran parte de culpa: por precipitarse, por forzar los acontecimientos, por no tener paciencia. Ahora será distinto. Él tiene novia, y ella lo sabe. Sabe que hay otra, pero tendrá su oportunidad. Sin prisas.
—Oye, Katia, ¿tienes algo que hacer esta tarde?
Suelta de repente el periodista después de hablar del cambio del tiempo.
—Pues…, creo que no. Deja que mire.
La chica sabe que no hay nada en la agenda. Ha anulado todo lo que tenía pendiente: promociones, entrevistas, actuaciones… Tras el accidente, mandó suspender y aplazar todos los actos programados para esa semana.
—No, no tengo nada que hacer —responde a los pocos segundos.
—¡Bien! Es que me gustaría que quedásemos para hablar de un asunto. Prefiero hacerlo en persona y no por teléfono. Si no te viene demasiado mal, claro.
No puede creer lo que acaba de oír. ¿Quedar? Quiere gritar, pero se contiene. ¡Va a ver de nuevo a Ángel!
Pero ¿de qué querrá hablar?
—Ah, por mí, vale.
—¿Me pasas a recoger a la redacción y vamos a tomar un café? ¿Te viene bien a las seis?
—Perfecto, allí estaré. Le pediré prestado el coche a mi hermana.
—¡Es verdad! El Audi está en el taller, ¿no?
—Sí. Lo echo de menos.
Es cierto pero al que realmente echa de menos es a él. ¡Y lo volverá a ver!
—Normal. Bueno, pues nos vemos entonces a las seis. Me voy corriendo al trabajo, que llego tarde.
—Vale. Que pases una buena mañana. Un beso.
—Lo mismo digo. Otro para ti.
Ángel es quien pulsa antes la tecla de colgar.
¡Vaya sorpresa! ¿Y esto? De no cogerle el teléfono en todo el martes a querer hablar con ella en persona. Una sonrisa tonta de felicidad no se borra de su cara. No entiende nada. Da igual, no quiere pensar, aunque le resulta inevitable. ¿Qué querrá decirle?
Esa mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.