Ángel sonríe también. Se está convirtiendo en un buen actor. Ahora le toca interpretar de nuevo.
—¿Sí?… ¡Ah, hola!… ¿Cómo estás?
Paula se ha girado completamente en su asiento y contempla con admiración a su chico. Andrea también lo observa por el retrovisor del BMW. Ella es muy simpática, pero se queda con él… Es realmente atractivo. Muy guapo. Guapísimo.
—¿La revista? Pues la primera semana de abril… Claro. Os mandaremos unas cuantas copias.
Tiene unos ojos preciosos. Azules. Podría ser perfectamente actor o modelo. Sí, verdaderamente esa jovencita tiene mucha suerte.
—Bueno, Katia, ya te llamaré más adelante… Ahora estoy en una reunión… Sí, cuídate tú también… besos.
Ángel cuelga. Conserva la calma, pero no le devuelve el teléfono a Paula para que lo guarde en su chaqueta sino que, tras apretar algunas teclas, se lo mete en el bolsillo de su pantalón.
—¡Era Katia! ¿Qué te ha dicho? ¿Sois amigos?
Paula aún no puede creer que una de las personas más famosas del momento llame al móvil de su novio. ¡Qué suerte!
—No somos amigos —contesta con sequedad Ángel—. Simplemente quería saber si la revista podía enviarle algunos ejemplares del número en el que saldrá ella como portada el mes que viene.
—¿Y te llama ella? ¿No tiene agente? —pregunta sorprendida Andrea Alfaro.
Ángel traga saliva. A ver cómo sale de esta…
—Sí, lo tiene, pero se ha puesto ella. No sé por qué.
Aquella explicación no convence demasiado a la actriz, que, sin embargo, no dice nada. Tal vez sea solo una falsa apreciación, pero algo falla.
Paula, por su parte, hace una pregunta tras otra sobre la cantante. Ángel insiste en que no son amigos y que tan solo se trata de algo profesional.
—¡Me encantaría conocerla! ¡Parece una chica tan increíble! ¡Tan auténtica! ¡Y te llevó en su coche el día que nos conocimos porque llegabas tarde…! Eso indica lo buena persona que es.
—Bueno…
—¡Cómo me gustaría conocerla! Algún día me la presentarás, ¿verdad, amor?
—Bueno, yo…
—¡Y canta fenomenal!
Paula entonces comienza a tararear
Ilusionas mi corazón
. Es feliz, muchísimo. Está en un coche con Andrea Alfaro y su novio, el mejor novio del mundo, que además es amigo de Katia, la mejor cantante del país. ¡Qué más puede pedir!
Lo que no sabe Paula es que Ángel no ha contestado la llamada. Cuando le ha pasado el teléfono, él ha pulsado la tecla que desconecta el móvil y ha fingido que hablaba con ella. Luego lo ha vuelto a encender y lo ha puesto en silencio por si Katia volvía a llamarle, algo que ocurre en tres ocasiones más. Y es que la chica del pelo rosa ha
llegado al campo de golf y, desesperadamente, ha intentado localizar al periodista, del que ya no solo está enamorada: Ángel está empezando a convertirse en una obsesión.
Esa tarde, en un lugar alejado de la ciudad.
Sentada en las faldas de un roble mira hacia el cielo celeste. No hay ni una sola nube. Empieza a ocultarse el sol. Refresca y se estremece. Maldice en voz baja; se pone las manos en la cara y quiere desaparecer. Ha lanzado el móvil contra el césped. Ahora el aparato yace sin batería junto a sus pies. Se está volviendo loca. Loca de amor. ¿Amor? Desamor, fracaso, desengaño.
Katia ha llamado a Ángel una decena de veces. Tal vez más. A decir verdad, ha perdido la cuenta.
¿Por qué no se lo ha cogido?
Simplemente quería verlo, solo eso, verlo una vez más. Sí, una sola vez más. Lo necesitaba. Para eso ha ido hasta allí desde la otra punta de la ciudad.
Ha recorrido a pie el campo de golf casi por completo. Nada, ni rastro del periodista. Solo ojos curiosos y sorprendidos al verla caminar desorientada a uno y a otro lado, y comentarios al oído y fotos con el móvil de anónimos que se sienten afortunados de haberse encontrado con la cantante más popular del momento.
—¡Mira esa chica! ¡Es Katia!
—¡Que va a ser esa Katia!
—Que sí, que lo es.
—Ni se parece. Cada vez estás peor de la vista.
—¡Qué capullo! ¿Vamos a preguntárselo?
—Vale, pero seguro que no es ella.
—¿Qué te apuestas?
—Una cena.
—Hecho.
Una pareja de novios se acerca a la chica del pelo rosa. La observan de arriba abajo, como si fuera un bicho raro. Cuchichean:
—Pregúntaselo.
—No, hazlo tú.
—Venga, que tú eres el que dice que no es.
—Por eso mismo; pregúntale tú.
La cantante ni se ha percatado de que están allí. Finalmente, la desconocida se decide a hablar ante la tozudez de su novio:
—Perdona que te molestemos, pero es que mi novio no se cree que seas la cantante Katia.
Katia alza la vista. Una pareja la examina detenidamente. Ella es gordita y feúcha; él tampoco es nada del otro mundo, bajito y con poco pelo.
—¿Verdad que no lo eres? —interviene él, ante el silencio de la joven.
Katia no dice nada. Simplemente los mira.
—Sí que lo es. Estoy convencida.
—¿Lo eres?
—Lo es, lo es. Si no dice nada, es por algo.
—¿Es verdad? ¿Eres Katia?
El chico comienza a dudar. Es cierto, se parece mucho. Ahora que la ve más cerca, cabe la posibilidad de que se haya equivocado. Vaya, tendrá que pagarle una cena a su novia. Aunque eso no es lo malo, lo peor es admitir que él estaba confundido y ella tenía razón.
—Sí, lo soy —contesta Katia.
—¡Bien, lo sabía! ¡Yo tenía razón! ¡Tú pagas la cena! —exclama orgullosa la chica gordita.
—Y vosotros sois unos irrespetuosos.
La pareja se queda perpleja. ¿Han entendido bien?
—¿No tengo derecho a tener intimidad? ¿Solo por ser un personaje público tengo que estar las veinticuatro horas disponible para todo el mundo? ¿No habéis pensado que, si estoy aquí sola, es porque quizá quiera estar sola?
—Perdónanos. Nosotros no…
—Ya, ya lo sé: que no era vuestra intención molestarme; que no pretendíais fastidiarme; que no sabíais que tengo un mal día… ¡Bah!
—De verdad que…
—Pues ya sabes, calvito, ahora tienes que pagarle una cena a tu querida novia. Eso sí, ten cuidado porque, si come un poco más, va a reventar esos pantalones.
Después de esto, coge el móvil y la batería del césped y se incorpora.
La pareja no dice nada. Están boquiabiertos y abrumados por las palabras de la cantante. Y, mientras contemplan en silencio cómo se aleja, piensan al unísono que esta chica en la tele parecía más simpática.
Katia, por su parte, camina hacia la salida del campo de golf, y, tras arreglar el móvil, llama a una vez más a Ángel, pero el resultado es el mismo que en todas las veces anteriores. Desesperada, amaga con lanzar el teléfono con más fuerza al suelo, pero en el último momento se arrepiente. Tiene que hacer una última llamada para pedir un taxi que la lleve de nuevo a casa, de donde no piensa salir en todo lo que queda de semana. No sabe lo equivocada que está.
Esa noche de marzo, en algún lugar de la ciudad.
Llega y, tras un "hola mamá, ya estoy aquí", sube rauda a su cuarto. No quiere preguntas. Al menos, no por ahora. Quiere disfrutar del momento, del sabor dulce que le ha dejado la tarde.
¡Qué tarde! Paula es feliz. Inmensamente feliz. Y se considera una chica muy afortunada, la más afortunada del universo.
¡Dios, cuando lo cuente, nadie se lo va a creer! Primero ha ido con Ángel y Andrea a los estudios de grabación de la serie. Allí se ha codeado con guionistas, cámaras, actores… Andrea se los ha presentado a todos. ¡Increíble! Ella allí, rodeada de todas esas personas que trabajan en la tele. ¡Ha sido emocionantísimo!
Mientras su amiga iba al despacho del director de la serie para que le explicase ciertos detalles de su papel, uno de los actores, uno secundario que no es aún famoso, les ha enseñado los diferente escenarios de rodaje, los camerinos, los estudios de edición y producción… La tele por dentro.
Más tarde ha aparecido el novio de Andrea Alfaro, Roberto Rossi. Es un cámara italiano muy guapo, bastante mayor que ella, y los cuatro han ido a tomar café a un sitio precioso. Se han sentado en la planta de arriba, de paredes rojas, adornadas, con cuadros impresionistas, sofás negros de cuero y mesas de madera a juego con el suelo. ¡Y qué rico estaba su café bombón!
Risas, anécdotas, relatos fantásticos… Paula escuchaba atentísima todo lo que contaba la actriz. Ángel, por su parte, también intervenía hablando de sus experiencias en el mundo del periodismo, comparando a los actores con los músicos.
Ha sido un debate entretenidísimo. Y ella, aunque no hablaba mucho, no paraba de reír y de corroborar las palabras de su novio y de Andrea, afirmando con la cabeza.
¡Qué pena que se haya hecho tarde! Debía volver a casa para cenar. No quería interrumpir la velada, pero empezaba a estar inquieta por la noche.
Roberto les había propuesto ir a cenar todos juntos a un restaurante italiano de un amigo suyo y luego tomar una copa, pero Ángel le ha leído el pensamiento a Paula y se ha disculpado aludiendo que tenía cosas que hacer para mañana. ¡Menos mal que su chico es único! La entiende sin necesidad de que ella le diga nada. Finalmente han
pedido un taxi y se han despedido, no sin antes darse los teléfonos y los correos electrónicos, prometiéndose contactar en los próximos días.
Antes de dirigirse a la casa de Paula, han parado en la de Diana para recoger las cosas de clase. Apenas han hablado porque el contador del taxi seguía corriendo sumando euros.
A la chica se le ha encogido el corazón cuando han llegado delante de la puerta de su casa. Era el final de un día irrepetible. Ha besado a Ángel en los labios con un beso emocionado, sincero, gratificante. Un beso no solo de amor sino agradecimiento. Él es el causante de que su vida haya cambiado de esa forma.
—Gracias, amor.
—Te quiero.
—Te quiero.
Haciendo con el dedo el gesto de "Shhh", Paula ha salido del coche. El joven periodista la ha visto alejarse hasta la puerta con una sonrisa en la boca. Es única. La chica perfecta. Lo que siempre soñó tener. Ángel, entonces, mira el móvil casi sin querer, en un ademán instintivo. Doce llamadas perdidas, todas desde el mismo número.
Paula abre la puerta de su dormitorio. La luz está encendida. Tumbada en su cama, con la cama sin deshacer, Erica lee un cuento para niños.
—Hey, hola, princesa, ¿qué haces en mi habitación?
La pequeña no dice nada. Es más, cuando su hermana va a darle un beso, quita la cara. Frunce el ceño y la mira fijamente a los ojos.
—¿No me quieres dar un besito?
—No.
—¿Por qué?
—¿Dónde has estado? Es de noche.
—Pues estudiando. Tengo un examen muy importante el viernes.
La niña acerca un poco más su cara a la de Paula.
—Ya. Seguro.
—¿Y eso? ¿Qué te pasa? ¿Por qué no has querido darme un beso?
—Estoy enfadada.
—¿Conmigo?
Erica asiente con su pequeña cabecita rubia. Por lo menos, que su hermana nota que está enfadada. Muy enfadada.
—Pero, princesa, ¿qué te he hecho yo para que te enfades conmigo?
—No me has dicho que eras famosa.
Paula se queda perpleja. ¿A qué se refiere su hermana?
—¿Famosa? Yo no soy famosa, peque.
—Ya, qué mentirosa.
—Pero Erica…
—¡Te he visto en la tele! ¡Eres famosa y no me has dicho nada!
—¿Qué? Que me has visto, ¿dónde?
—¡En la tele! ¡Eres famosa! Y yo, como siempre, soy la última que me entero de todo. Ya no soy una niña pequeña. ¡Tengo cinco años!
Los carrillos de la cría están sonrojados. Sus pómulos arden de ira.
Su hermana mayor no sabe qué decir. ¡Ha salido en la tele! ¿Pero cuándo?
—A ver, Erica. ¿Dónde dices que me has visto exactamente?
—En la tele. Al medio día, después del cole. En las noticias. Estabas en un sitio muy verde con famosos.
—¡Dios!
¿Y ahora que hace? Si su hermana pequeña la ha visto, puede que también lo haya hecho más gente.
—¡Encima, mamá no me creyó! Como pensáis que soy pequeña, nadie me cree… Y nadie me cuenta nada. Pero yo sé que eras tú.
—¿Mamá no me ha visto?
—¡No!
Menos mal. Resopla aliviada.
—Erica, vamos a hacer una cosa.
—¿Qué? —pregunta la niña, que todavía está indignada.
—Tú y yo guardamos el secreto de que he salido en la tele y yo…
—¡Tú me presentas a Vanesa Jugen!
Paula no puede evitar una carcajada al oír cómo pronuncia su hermana el nombre de la protagonista de High School Musical.
—Vale, te la presentaré el día que la conozca —dice guiñándole un ojo.
A Erica se le iluminan los ojos. Ya no está tan enfadada. Al fin y al cabo, tener una hermana famosa es una suerte. Sí, le guardará el secreto.
Y las dos chicas chocan las manos haciendo un pacto de silencio.
Esa misma noche de marzo, en otro lugar de la ciudad.
Lleva una hora sin parar de llorar. ¿Una hora? Quizá más. Tal vez hayan sido dos o tres. Quién sabe. Los minutos no importan. Nada importa ya.
Solo quería verlo una vez más, una última vez, y el muy capullo no estaba en el campo de golf cuando ha llegado. Lo ha buscado por todas partes, ha preguntado aquí y allá, pero ni rastro de Ángel.
Con las sábanas azules de la cama, recién puestas, se seca los ojos húmedos, tristes. Cada una de las lágrimas que deja caer es un grito de angustia, de impotencia.
Para Katia todo esto es nuevo. Nunca se había sentido así. Jamás había llorado por un chico, ni siquiera cuando estaba en tercero de la ESO y la rechazó aquel chico rubio de Bachiller. "¿Muy pequeña para ti? ¡Bah! , paso". Pensó entonces que, si aquel tipo no quería salir con ella, es que no era suficientemente bueno. "Tú te lo pierdes".
¿Por qué ya no es así? ¿Por qué no puede ser fuerte? Ángel es un tío, solo eso: un tío. Además, apenas se conocen. ¿Cuándo fue la primera vez que lo vio?, ¿el jueves? Sí, y hoy es martes. Uno, dos tres, cuatro y cinco: cinco días. ¡Madre mía, cinco miserables días! No puede ser. En cinco días ha acumulado más sentimientos que en toda su vida. Se pone la almohada en la cara y llora desconsolada.
Pasan diez minutos. Quince. Y cinco más. Tose. Gime. Sorbe por la nariz e intenta tranquilizarse.