Bueno, tal vez el amor no sea tan malo. Quizá pierda un par de kilos.
Sonríe. Y, cómo no, suspira.
Esa misma noche de marzo, en otro lugar de la ciudad.
—¡Qué fuerte!
—¿A que sí? Nuestra Paula en la tele. Increíble, ¿eh?
—No me lo creo aún. Voy a llamarla.
—Ya lo he hecho yo, pero tiene el móvil desconectado.
—Vaya. Hay que contárselo a Diana.
—Ya he hablado antes con ella por teléfono. Está alucinada.
—Ah.
Miriam queda un poco decepcionada. Cris ha llamado a Diana y no a ella al ver a Paula en las noticias.
La chica muerde un plátano delante de su PC. Cristina la ve por la cam y sonríe, aunque se siente un poco mal. Parece molesta. Quizá tenía que haberla llamado también a ella.
—¿Está bueno?
—Mucho. ¿Quieres? —le ofrece educadamente Miriam.
—No, gracias. Ya he comido.
—Pues para mí todo.
Miriam hace un esfuerzo y se mete el último trozo de golpe. Es demasiado grande. A duras penas consigue mantenerlo dentro de la boca. Tiene los carrillos inflados y sonrosados. Se atraganta, tose y, tras una feroz lucha, finalmente vence al plátano y logra masticarlo con normalidad. Traga, tose una vez más y respira aliviada.
Regresa al teclado de su PC.
—Casi presencias una muerte en directo por atragantamiento de plátano.
—Sí. Me estaba asustando. Ya estaba marcando el número del Samur.
Las dos amigas ríen. Y, de esa sencilla manera, liman cualquier tipo de aspereza.
La puerta de la habitación de Miriam se abre lentamente. Su hermano se asoma preocupado.
—¿Estás bien? Te he oído toser como si te ahogaras.
—Sí, Mario. Gracias, estoy bien.
—Bueno. Pero no montes tanto escándalo.
—Lo intentaré.
—Vale. Me voy.
—Espera. Saluda a mi amiga. Tengo la cam puesta y te está viendo.
¿Una amiga? ¿Paula?
Un escalofrío repentino.
El chico se acerca hasta el ordenador y mira la pantalla. Vaya, no es Paula. Cristina sonríe y saluda con la mano. Mario la imita y esboza una tímida sonrisilla forzada.
—Bueno, os dejo con vuestras cosas.
¡Huy!, noto cierta amargura. ¿Esperabas que fuera Diana?
—Sí, justo eso era lo que esperaba —contesta, irónico.
—Estás coladito, ¿eh?
—Ni duermo por las noches.
—¡Ah! ¡Así que ese es el motivo! Por fin lo reconoces. Mario resopla. Su hermana es tan pesada cuando se lo propone…
—Me voy. Paso de ti —gruñe.
—¿Sabes que Paula ha salido en la tele? —le dice Miriam antes de que él salga del dormitorio.
Se detiene. ¿Ha entendido bien?
—¿En la tele? ¿Cuándo?
—En las noticias, ahora por la noche. Por lo visto ha estado en un torneo de golf benéfico con famosos y, como su novio es periodista, la ha invitado a pasar el día con él. Por eso no ha venido a clase.
El corazón de Mario se rompe en dos.
—Ah, era por eso.
—Sí, su novio fue a buscarla al instituto. ¿No te parece romántico?
Entonces todo pasa muy deprisa: la imagen de Paula con aquel chico a la salida del instituto, besándose, abrazados; las rosas rojas en mitad de la clase; sus lágrimas en la cama; las canciones de Maná… La angustia de aquellas horas infernales.
Y no solo eso: Paula le ha mentido. Y no solo eso: Paula no ha confiado en él y se ha inventado una excusa para no contarle la verdad. Dos veces. Y no solo eso: Paula ha fingido estar enferma para no ir a su casa a estudiar y quedarse con su novio.
Su novio.
Su Paula tiene novio. Aquel tipo guapo, alto, mayor. Perfecto.
Mario sale de la habitación sin decir nada más. ¿Qué va a decir? ¿"Que se siente insignificante? ¿Que la chica a la que ama no solo no le quiere sino que le miente? ¿Que ha preferido estar con el otro pese a que había quedado con él?
Está cansado. Cansado de todo.
Entra en su cuarto. Coge la carátula de un CD y la lanza con fuerza contra el suelo. El plástico se parte. A la mierda.
No puede más. Aquellos días están siendo demasiado duros para él: un continuo quiero y no puedo; cal y arena por doquier, Y su cabeza no lo soporta más.
Tranquilamente, se deja caer en la cama. Apoya las manos en la nuca. Cierra los ojos. Y, aunque no quiere llorar, Mario cae rendido a su inmensa tristeza.
Lágrimas.
Esa misma noche de marzo, en otro lugar de la ciudad.
Hay miradas de todo tipo: miradas que matan; miradas que enamoran; miradas curiosas, indecisas, inocentes, descaradas… Miradas que ese escapan donde no se pueden mirar y miradas que sucumben a otras.
Paco mira a su esposa. Mirada impaciente, dubitativa, inquieta. ¿Y ahora, qué? Mercedes mira a su hija. Mirada comprensiva, maternal, resignada. Ya imaginaba algo así. Y Paula no sabe dónde mirar.
Acaba de reconocer que tiene novio. Es su primera confesión de ese estilo, quizá porque Ángel es su primer novio.
Qué contar y qué no.
El hombres se sienta en su sillón del salón, ese mismo dónde hace mucho acomodaba a su pequeña Paula en sus rodillas y jugaban a quitarse la nariz o hacer pompas de jabón. La niña se enfadaba cuando su padre las explotaba, pero siempre acababan riéndose. Fueron tiempos que no volverán, momentos que un padre con una hija que solo se viven en los primeros años, antes de la adolescencia. Ahora aquello ya pertenecía al pasado. Paco siente una repentina nostalgia.
La observa. Está sentada justo enfrente, al lado de su madre. Lleva algo de pintura en la cara y parece mayor. Es muy guapa. Tiene los mismos ojos que cuando era una cría, pero ya no miran igual.
—Bueno, pues cuéntanos. ¿Quién es el chico?
Mercedes rompe el hielo. Intenta mostrarse serena. Es algo natural. Su hija ya no es una niña. Cumple diecisiete el sábado. ¿Qué no se ha enamorado siendo adolescente? O tal vez ni siquiera esté enamorada. Si lo piensa bien, quizá este chico sea solo uno más.
—Se llama Ángel —contesta.
También Paula se siente rara en esta situación. Es como si hablara de otra persona, no de su propia vida. Es muy extraño.
—Ángel —murmura Paco. Aún no se lo cree.
—Es un nombre bonito —señala Mercedes, que parece la más tranquila de los tres.
—Ya.
—¿Es de tu clase?
—No.
—¿No? ¿Va a otro instituto?
—No, mamá. Ángel no va al instituto.
"Un viva la vida, lo que le faltaba", piensa Paco y se echa para atrás en su sillón. Respira hondo y cruza las piernas. Maldice la decisión de dejar de fumar hace dos años. Le apetece un cigarro.
—¿Y qué hace? —quiere saber su madre, que ya no está tan tranquila.
—Trabaja. En una revista de música.
Las palabras de Paula llegan con cuenta gotas, entrecortadas. No quiere decir más de la cuenta aunque tampoco sabe dónde está el límite y hasta dónde querrán saber sus padres.
—¡Ah, que interesante! ¿Y qué hace exactamente?
—Pues ¿qué va a hacer, mamá? Escribir. Es periodista.
—¿Periodista?
La chica asiente con la cabeza. Está segura sobre cuál será la siguiente pregunta.
—¿Pero cuántos años tiene Ángel?
Acertó. Duda un instante si decir la verdad, pero, de perdidos, al río.
—Veintidós.
—¿¡Veintidós!? —La expresión de sus padres llegan al unísono—. ¿Veintidós?
Paco se levanta del sillón y se coloca detrás de él. ¡Veintidós!
—Sí. Veintidós. Dos, dos. Los patitos.
—Pero… es muy mayor para ti —comenta mercedes.
—¿Mayor? ¡Casi podría ser su padre! —grita Paco.
¡Su hija saliendo con chico de veintidós años! ¿Chico? ¡Un hombre!
—Vamos, papá. Eres un exagerado. Son solo cinco años y medio de diferencia.
—¿Solo? Mercedes, ¿escuchas a tu hija? Dice que "solo" son cinco años y medio lo que se llevan, ¿Te parece normal?
—¿Estás anticuado, papá.
—Bueno, teniendo dieciséis, cinco años y medio son bastantes —añade Mercedes.
—¡Mamá!
—Es que es la verdad, hija.
—¿Qué importa la edad cuando quieres a alguien?
—¿Querer? ¿Querer? ¡Pero cómo que querer!
—Sí. ¡Yo lo quiero!
Paco se lleva las manos a la cabeza. Aquello no puede estar pasando. Su hija, su pequeña, está diciendo que quiere a un hombre cinco años y medio mayor que ella. Necesita un cigarro. Cree que hay un paquete de Fortuna en la mesita de noche de su dormitorio. Sin decir nada, camina hacia las escaleras y sube hasta su habitación ante las miradas atónitas de madre e hija.
—Pero… papá…
—Déjalo. Ahora volverá.
—Os estáis tomando esto demasiado a pecho.
—Hija, compréndenos.
—Comprendedme vosotros a mí. Ya no soy una niña. Es normal que yo tenga novio, que quiera a alguien, que…
No sigue. No debe continuar. Lo que sigue, no lo dice.
El sábado.
—Pero es muy mayor para ti. Deberías salir con chicos de tu edad. No tendréis los mismos intereses y tal vez no busquéis lo mismo. Cinco años no son muchos, pero sí ahora cuando solo tienes dieciséis.
—No estoy de acuerdo. Y en todo caso es mi decisión, mi vida, no la vuestra.
Mercedes suspira. Sabe que tiene razón. Además, está prejuzgando al chico sin conocerlo.
Las dos guardan silencio unos segundos. Son instantes confusos. Han comenzado a andar por un camino difícil.
—¿Y cómo os conocisteis? —pregunta por fin la mujer.
—¡Buf!
En ese instante aparece Paco. Baja por las escaleras con un cigarro en la boca,
—¿Estás fumando? ¡Pero cariño…!
—Déjame. Lo necesitaba.
—Pero si llevabas dos años sin…
—Déjame. ¿De qué habláis?
El hombre se sienta de nuevo y se echa hacia atrás en el sillón. Una bocanada de humo le escolta.
—Papá, estás exagerando con todo esto.
Paco permanece en silencio y le da una calada al cigarro. No hay nada que hacer. Tardará un tiempo a que se le pase. Paula resopla.
—Bueno, nos estabas contando cómo lo conociste —insiste Mercedes.
—¿Qué importa eso?
—Pues importa Paula. Todo importa. Quieras o no, eres nuestra hija y necesitamos saber ciertas cosas.
—Pero es mi vida.
—Y la nuestra. ¿O es que acaso no vives aquí?
—Sí, papá. Vivo aquí.
—Cariño, entendemos que sea tu vida y que tengas tu intimidad. Pero somos tus padres.
—¡Buf!
—No creo, además, que tenga nada de malo decirnos cómo conociste al sujeto ese.
—¡Papá! No es ningún sujeto. Es mi novio.
Paco maldice en voz baja. ¿Su novio? Habla de él como si le conociera de toda la vida. ¿Veintidós años! Seguro que ese tipo solo la quiera para aprovecharse de ella. ¿Cómo no se da cuenta su hija?
—Bueno, bueno, tengamos paz —intenta mediar Mercedes que, aunque está nerviosa, trata de mantenerse serena
—¿Dónde lo conociste entonces?
Paula suspira y cruza las piernas. ¡Qué pesadilla! ¿Les dice la verdad? ¡Bah, ya qué más da!
—En un foro de música. Por Internet.
—¡Joder, lo que faltaba! ¡Por Internet!
—Vaya… —dice para sí misma la mujer.
—¡Por Internet! —grita Paco.
—Pero, papá, hoy en día es normal. Hay mucha gente que se conoce así.
—Sí, gente sin cerebro, que no tiene dos dedos de frente.
—¡Papá, ya te vale!
—¡Qué ya me vale? ¿Qué ya me vale? ¡Castigada! —grita, poniéndose de pie en un brinco y apagando el cigarro en un cenicero—. ¡Castigada hasta que tengas dieciocho!
—¡Papá!
—¡Cariño!
El hombre no quiere escuchar más. Sin mirar ni a su esposa ni a su hija, sube las escaleras. Es imposible encontrar un adjetivo que califique su estado. Llega a su habitación y se encierra en ella dando un portazo.
Abajo, madre e hija se sobresaltan con el ruido.
—¡Buf!
—Espero que no haya asustado a Erica —dice Mercedes.
—¡Es un exagerado!
—Un poco. Pero esto le ha cogido un poco desprevenido. Se le pasará. Luego hablaré con él.
—Es que no entiendo cómo puede ponerse así.
—Porque es tu padre.
—¿Y qué? ¿Qué quiere? ¿Que me pase toda la vida aquí encerrada? ¿Que no salga con nadie?
—Si fuera por él…
Su madre sonríe tímidamente. En el fondo, ella también está preocupada. Un chico de veintidós años que ha conocido por Internet no es precisamente la versión que esperaba del primer novio de su hija.
—Tengo casi diecisiete años, mamá. No soy una niña.
—Lo sé, hija.
—Hay amigas mías que toman la píldora ya.
Mercedes traga saliva. La mira. Se ha hecho mayor sin que ella se haya dado cuenta. Dentro de nada incluso podría ser abuela. Eso indica que no es solamente Paula la que cumple años: ella también. Y, por un momento, se siente vieja.
—¿Estás bien mamá?
—Sí, no te preocupes.
—Vale —responde Paula, no muy convencida—. ¿Me puedo ir a mi cuarto?
—Sí. Ya seguiremos hablando de esto.
—¡Buf!
La chica descruza las piernas y se incorpora. Está cansada. Desea irse a la cama y dormir profundamente. Con un poco de suerte, en sus sueños aparecerá él.
—Ah Paula, una última cosa.
—Dime, mamá.
—¿Qué hacías en ese torneo de golf en horarios de clase?
¡Ups!
—Pues…
—No faltes más, ¿entendido?
—Entendido.
Paula sonríe. Da un beso a su madre y sube deprisa las escaleras. Por ha terminado el interrogatorio. De momento. Está agotada. Mañana le hablará a Ángel y le contará todo. Por hoy, ya basta de emociones.
Mercedes coge un cojín y lo aprieta contra su vientre. Cómo ha crecido su hija. Tanto que ya es capaz de amar. Amar… Recuerda cuando ella conoció a su marido. Sonríe. Era muy guapo, con esos ojazos verdes. Y ella tenía solo un año más que Paula. Y sí, le quería. Muchísimo. Todo ha cambiado en sus vidas, pero le sigue queriendo. De otra forma, pero, si le preguntaran, diría que sí, que sigue enamorada de él.
Se recuesta en el sillón. Ya no está tensa. Cierra los ojos. Se ve ella con veinte años menos cogida de la mano de Paco. La primera noche que pasaron juntos: guapos, jóvenes, ilusionados… Preparados. El comienzo. ¡Quisiera regresar!
Pero, si regresara, no estaría Paula. Ni Erica abre los ojos. Su hija pequeña está sentada en sus pies. Sonriente.