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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (40 page)

BOOK: Canciones para Paula
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Para colmo no quiere ni hablar con ella… ¿Por qué no le coge el móvil? Tan mal no se ha portado con él, ¿no? No ha hecho nada para que la ignore de esa forma. Vale, le besó. Varias veces. Pero ya le pidió perdón por el beso en el parque. Fue un acto reflejo, una niñería. Y del beso en el hospital, ni se enteró porque estaba dormido. Pero, un momento: algo se le cruza en esos instantes por la cabeza. ¿Y si no estaba dormido? ¿Y si se despertó cuando sintió sus labios y lo disimuló?

Esa puede ser una posible respuesta a tanto silencio. Claro, eso es. Tiene que ser eso.

Se sienta en el medio de la cama y cruza las piernas. Tiene el móvil al lado. Las cosas no pueden quedarse de esta forma, debe dejarlas aclaradas. Coge el teléfono y lo llama una vez más. Suena un pitido tras otro. Nadie al otro lado de la línea. Nadie. ¡Nadie!

Una vez más. La última vez que lo llama.

Es noche cerrada. Casi no se escucha nada desde su ático. A lo lejos, coches que van y vienen, atravesando la calle, o alguna voz que llega perdida hasta los ventanales de su apartamento.

Los pitidos del móvil se agrandan en ese vacío de sonidos, se hacen más exasperantes, crueles, dañinos.

Final de la llamada. Sin respuesta.

¡Maldita sea!

¿Dijo que sería la última vez? Una más. Ahora sí, esta sí que lo será. Si no lo coge ahora, desiste. Entonces repite de nuevo el proceso. Pulsa el botón que efectúa la marcación del número de Ángel. Después, más pitidos. Espera inquieta, nerviosa, esperanzada. Por poco tiempo. Unos cuantos segundos, los que tarda en aparecer una voz anunciándole que la persona a la que llama no responde.

Esa misma noche de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Tiene el teléfono en silencio junto a él. Y una vez más se ilumina: Katia lo está llamando de nuevo.

No es agradable.

La luz cesa de parpadear. Otra llamada que se muere. Espera que sea la última. No tiene intención de coger el móvil. ¿Para qué? ¿Para que vuelva a convencerlo de algo y tenga que acudir a algún sitio con ella? Aquel beso en el hospital dejó claro cuáles eran las intenciones de la cantante del pelo rosa. Y él tiene novia. Ya cayó dos veces en las redes de aquella chica. Bastante mal se sentía consigo mismo por haberle mentido a Paula… No podía repetirse.

Quiere olvidarse. Una vez que finalice el reportaje y salga el número de abril de la revista con toda la información sobre Katia, pondrá el definitivo punto y final a aquella historia absurda.

El móvil vuelve a iluminarse.

Suspira. Está harto. Sabe que, si contesta, ella le engatusará una vez más. Necesita relajarse. Sí, tiene que pensar en otra cosa.

Ángel se quita la camiseta y entra en su dormitorio. Sale de él cubierto solo con unos boxers negros con un filito rojo. Una buena ducha quizá le venga bien.

Esa misma noche de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Mercedes camina con un plato en las manos de judías verdes y patatas cocidas. Erica la ve llegar y pone mala cara. Tuerce la boca y encoge la nariz.

—Esto no me gusta —dice la niña, cuando su madre le sitúa la cena delante.

—Pues es lo que hay —indica la mujer, alejándose de la mesa en busca de su ración.

La pequeña no está conforme. Primero mira a su padre y luego a su hermana. ¿Nadie se solidariza con ella? ¿Es la única que piensa que es una buena noche para pedir una pizza? Con lo rica que está esa de carne, piña y extra de queso. Y no eso que le acaban de poner enfrente. ¿Por qué tiene que comerse esos palitos verdes que saben a rayos?

—Erica —interviene su padre.

¡Por fin alguien se ha dado cuenta! ¿Va a buscar el teléfono para encargar una familiar?

—Cómetelo todo.

¡Jo! ¿Y la pizza familiar?

—¿Todo?

—Todo. Si no, te quedas sin postre.

—Y he hecho flan, de ese que a ti te gusta tanto, con una galleta dentro —señala Mercedes, que ocupa su sitio en la mesa.

¡Pero qué dice! ¡No es justo! Además, de que la obliguen a comerse esas cosas verdes, la amenazan con no darle postre si no se termina el plato. ¡Abusones!

La niña está a punto de reclamar sus derechos, pero comprende que es inútil rebelarse. ¡Ya verán cuando sea mayor! ¡Cuando tenga seis años todo será distinto!

Con desagrado amontona las judías verdes en un lado del plato y en el otro coloca la fila de patatas. Mejor empezar por lo difícil. Se pone una mano en la nariz para tapársela, como si fuera a zambullirse en una piscina, y con el tenedor en la otra, va pinchando judía a judía. Cada vez que se lleva una a la boca, piensa en el flan con galleta que le corresponderá después. Eso le alivia un poco, aunque en su interior sigue considerando una injusticia que le hagan cenar algo que no le gusta.

La cena transcurre en relativo silencio: ruido de cubiertos, de un vaso que se llena, la televisión de fondo y algún comentario entre el matrimonio sobre el tiempo o las noticias.

A Paula las judías verdes tampoco le agradan demasiado. Pero hoy no es día para malhumorarse. Está muy feliz. No deja de pensar en la tarde que ha pasado. De vez en cuando, levanta la cabeza y se encuentra con la mirada de sus padres. Sonríe sin decir nada y juguetea con las patatas. No le apetece hablar. Hoy no. Mastica despacio y traga con cuidado.

Solo tiene ganas de él. Imagina cómo serán sus cenas con Ángel cuando estén casados y tengan hijos. ¡Casados y con hijos! Pero si solo tienes dieciséis años. Casi diecisiete. ¿Y qué? Todas las chicas fantasean con eso, ¿o no? Entonces un escalofrío le asalta y una inmensa alegría recorre todo su cuerpo. Ángel, el hombre de su vida, el padre de sus hijos, el primero que…

El sábado.

—¡Ya! ¡Acabé! —grita Erica, mostrando su plato vacío al resto.

—Muy bien, hija —la felicita su madre—. ¿Has visto como al final sí que te gustaba…?

¿¡Que le gustaba!? ¡Será…! Piensa en una palabra que ha escuchado a un niño mayor en el cole, pero prefiere callársela. No está segura de lo que significa, no vaya a ser que le echen la bronca como aquella vez que dijo que su padre era un capullo, palabra que oyó a una profesora, y la castiguen sin postre.

—¡Voy a por el flan! —exclama la pequeña, levantándose de la mesa y corriendo hacia la cocina.

—Espera, voy contigo —señala su padre, que también se incorpora de su asiento.

Paco coge su plato vacío y su vaso. Camina tras la niña y, cuando pasa junto a su mujer, le pone una mano en el hombro y lo aprieta suavemente. Es la señal.

Paula todavía no ha terminado. Continúa en su sueño con Ángel. Su madre la observa y ella se da cuenta de que lo hace. Es el momento.

—Paula…

—¿Sí, mamá?

—Bueno…, yo…, quiero decir, nosotros…, tu padre y yo…

No. Hoy no, por favor. ¡Con lo feliz que estaba…! Otra de esas conversaciones.

La chica se levanta de su silla con el plato en la mano.

—Tengo que estudiar.

—Siéntate, por favor.

—Es que es verdad, mamá. Tengo que…

—Siéntate.

La voz de Mercedes suena más seca y firme de lo habitual. Tanto que Paula obedece. Al final, no podrá evitar la charla. ¿Qué tocará? ¿Preservativos? ¿Semillitas? ¿Sexo con o sin amor?

—Dime, mamá —dice resignada.

—Verás, hija… ¿Recuerdas que hace unos días nos dijiste que nos contarías todas las cosas importantes?

—Claro. Y lo hago.

—Ya. —Mercedes hace una pausa. Mira a su hija a los ojos—. Hay un chico, ¿verdad?

—¿Un chico?

—¿Es el hermano de Miriam?

—¿Cómo?

—Que si estás saliendo con su hermano.

—¿Crees que estoy con Mario?

—¿Es él?

—Pero mamá…

—¿Es él?

—¡No! ¡Por supuesto que no! Mario es…, solo es un buen amigo. Nada más.

—¿Entonces quién es? Estoy segura de que hay un chico. ¿Quién es?

En ese instante, Erica, satisfecha, entra en el comedor con el flan con la galleta en el centro. Va de la mano de su padre. Sin embargo, Paco contempla algo que hace que sin querer apriete la mano de su hija pequeña. En la televisión están repitiendo una noticia que ya ofrecieron en el telediario del este medio día.

—¡Ay, papá! ¡Que duele!

Y entonces, la niña también la ve, por segunda vez hoy. Es su hermana: ¡su hermana en la tele, su hermana fotógrafa, su hermana famosa!

—¡Paula! —grita la niña señalando la tele y dejando caer el bol con el flan al suelo.

Mercedes y Paula miran también las noticias.

Allí está ella. Feliz. Guapa. Interesada. Acompañada.

Quizá ha llegado el momento. Se quedó sin salidas.

—Papá, mamá, es verdad. Tengo novio.

Capítulo 50

Esa misma noche de marzo, en algún lugar de la ciudad.

¿Y si resulta que se está enamorando? ¿Ella? No, imposible.

¿Imposible?

Diana está sentada en su cama frente al televisor, con la bandeja con su cena en el regazo. Es la costumbre. Desde un par de meses antes de que sus padres se separaran, come sola en su habitación. Estaba cansada de broncas y gritos. Sin embargo, esta noche no tiene hambre. Apenas ha probado bocado, y eso que los canelones parecen deliciosos. Es la especialidad de su madre: pasta recalentada en el microondas. ¿Por qué piensa tanto en él?

Lleva dos días rara, con sensaciones diferentes a las habituales, una sonrisa tonta y la mirada perdida. Si normalmente es despistada, ahora mucho más. ¿Estará enferma?

Mario. Nunca hasta el momento se había fijado en él. Es el hermano de Miriam, el empollón de la clase y alguien completamente distinto a ella. No pegan para nada: ella es más de otra clase de relaciones y a él seguro que le va otro tipo de chicas. Aunque, a decir verdad, nunca lo ha visto con ninguna. ¿Será virgen? Posiblemente. Tal vez es uno de esos que espera a la persona adecuada para la primera vez. Es extraño que existan aún chicos así. ¿Y si es gay?

Diana sacude la cabeza de un lado para otro.

No es guapo, pero posee cierto atractivo. Sí, es mono, muy mono. Y tiene ese algo que le hace interesante. Quizá, demasiado listo para ella. Al menos, para las cosas de clase. No se considera tonta, pero eso de estudiar no es lo suyo.

¿Qué pensará Mario de ella?

Sus amigas dicen que está enamorado. Solo hay que ver cómo se comporta últimamente: camina como ausente, le cuesta dormir, no hace los deberes… Y mira mucho al rincón de las Sugus. Los síntomas encajan. Ha sido bonito que le acompañase después de las clases estos dos días. No han hablado demasiado, pero no se ha sentido incómoda a su lado. Es más, le ha gustado. Suspira. Se lleva las manos a la cara. Y vuelve a suspirar. ¡Dios! ¡Eso es lo que hacen todos los enamorados! Se pasan el día entero suspirando.

No, ella no. Ella es de las de carpe diem: no quiere atarse a nadie; hay que vivir la vida a tope. La palabra compromiso le produce sarpullidos. Enamorarse con diecisiete años, ¡puag! ¡Ni hablar!

Pero… ¡es tan mono!

Sonríe. No sabe el motivo. Qué sonrisa más estúpida. Intenta ponerse seria. ¡Vamos, a quien se le diga…! Pero no puede, vuelve a sonreír. ¡Qué tonta! Con las manos se cierra la boca y aprieta los labios, como si fuera un pez. Así, seria. Pero no hay nada que hacer. Sonríe y, al final, estalla en una carcajada.

Suspira.

Mario. ¿Por qué no se va de su cabeza?

El sonido de su móvil la rescata de sus fantasías.

—Dime, Cris —contesta al teléfono después de apartar la bandeja con la cena.

—¡Tía! ¿Has visto? ¿La has visto?

La voz de su amiga parece inusualmente excitada. Esto enseguida despierta la curiosidad de Diana.

—Que si he visto ¿qué?

—¿No la has visto? ¡Joder, te lo has perdido!

—Pero ¿me quieres decir de qué hablas?

—¡Pues de Paula!

—¿Paula? ¿Qué le pasa?

—¡Que ha salido en la tele! ¡En las noticias!

—¡Qué dices! ¿Cuándo?

—Ahora, hace un rato. Estaba cenando. Mis padres tenían puesta la tele y me dicen: "Oye, ¿esa de ahí no es tu amiga Paula?". Y sí, ¡era ella!

—¿Seguro que era ella?

—¡Claro! Ha salido por lo menos cinco o seis segundos. La he visto bien. Además, a su lado estaba su novio.

—¡Qué cabrona!

—Ya ves. Estaban en un torneo de golf o algo así de famosos. La he llamado, pero tiene el móvil desconectado. Espero que mañana nos lo cuente todo con detalles.

A Diana ahora le vienen a la mente las pocas palabras que intercambió con su amiga cuando pasó por su casa esa tarde para recoger sus cosas de clase. Así que era verdad…

Unas horas antes.

Suena el timbre en casa de Diana. La chica abre la puerta. Es Paula. Un taxi la espera.

Paula: ¡Hola!

Dos besos.

Diana: Hola, ¿qué tal lo has pasado?

Paula: Increíble. Ya te contaré que tengo mucha prisa. ¿Cogiste mis cosas?

Diana: Sí, claro. Espera.

Detrás de la puerta, en una silla, están la chaqueta y la mochila de Paula. Diana se las da.

Paula: ¡Muchas gracias! Te debo una. Diana: ¡Qué me vas a deber…! Oye, pero ¿no me cuentas nada? ¿Qué has hecho?

Paula: Fotografiar famosos y jugar al golf. Dos besos.

Diana sonríe mientras Paula corre hasta el taxi. ¡Qué irónica es su amiga cuando se lo propone…!

Ángel entonces sale del vehículo. Le abre la puerta del coche y saluda a Diana con la mano. Esta le corresponde.

La pareja entra y el taxi se aleja poco a poco.

—¡Eo! ¡Diana! , ¿sigues ahí?

La voz de Cris devuelve a la chica al presente.

—Sí, sí. Perdona, es que llevo un día en el que no me entero de nada.

—¿Todo bien?

—¡Claro! Soy yo. Siempre están las cosas bien para mí. Debe ser que…

—Debe ser por Mario —indica Cris, interrumpiéndola y riendo después.

—¡Bah!, ya estamos. ¡Qué pesaditas estáis…! —protesta—. Mosquita muerta, te cuelgo, que estoy cenando.

Su amiga ríe de nuevo.

—Vale, que aproveche. Nos vemos mañana. Y que sueñes con…

Pero antes de que pronuncie el nombre que se imagina, Diana cuelga.

¡Qué tía, esa Paula! Ya no solo consigue a los mejores tíos, aprueba y tiene el mejor cuerpo, sino que ahora hasta sale en la tele. ¿Qué tiene Paula que no tenga ella? Solo falta que también Mario se enamore de su amiga.

Diana recupera la bandeja con la cena. Corta un trozo de uno de los canelones y se lo lleva a la boca. Está frío, duro, incomestible. De todas formas, sigue sin tener hambre.

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