—¿Dónde me pongo? —dice Paula, que se ha descolgado la mochila que llevaba en la espalda.
—Donde quieras.
La chica mira a su alrededor y finalmente se sienta en la cama. Pone la mochila sobre sus piernas y saca de ella el libro de Matemáticas, un cuaderno y un estuche. Mario la observa atentamente. Es preciosa. De nuevo le sudan las manos.
—No he traído calculadora. ¿Me va a hacer falta?
—No te preocupes, tengo yo.
Mario se gira y en un cajón del escritorio busca la suya. No tiene problemas para localizarla bajo un folio lleno de operaciones Matemáticas que el otro día usó como borrador.
Cuando se vuelve a girar, Paula está quitándose el jersey. La camiseta que lleva debajo se le sube un poco, dejando al descubierto su perfecto vientre plano y el ombligo. Mario traga saliva.
"¡Uff!".
—Fuera hace un poquito de frío, pero aquí se está bien —comenta la chica, mientras dobla el jersey y lo deja a un lado en la cama.
Se ha quedado con una camiseta verde de manga corta en la que se puede leer "Blue" en grandes letras rosas con un signo de admiración al final.
—Sí, hace frío fuera. Aquí no.
Mario no sabe lo que dice. Al menos, no lo piensa. Sus ojos permanecen fijos en Paula, que ahora se ha soltado el pelo para volvérselo a recoger en una coleta alta.
—Bueno, lista. ¿Por dónde empezamos?
"Podemos empezar diciéndote todo lo que te quiero. O mejor aún, empieza por mi cuello. Bésame y, mientras, te susurro al oído lo mucho que te amo, los años que llevo esperando este momento para estar a solas contigo".
—Pues por el principio, ¿no?
La chica se levanta de la cama con el libro de Matemáticas y el cuaderno en las manos. Lleva un lápiz en la boca que ha sacado del estuche. Deja las cosas sobre el escritorio y mira a su amigo con una divertida sonrisa.
—¿Y cuál es el principio?
Inesperadamente, el timbre de la casa suena. Los dos al unísono miran hacia la puerta de la habitación.
—¿Quién será? —dice Mario, frunciendo el ceño.
—¿Tu hermana?
—No, tiene llaves. No creo que sea ella.
—Pues baja y averígualo, ¿no?
Era demasiado bonito para ser cierto.
El chico resopla y sale de la habitación maldiciendo a quien se ha atrevido a interrumpir el mejor momento de su vida. El timbre suena otra vez.
—¡Ya va, ya va! —grita cuando baja el último escalón. Atropellado, llega hasta la puerta. Otra vez el timbre.
"¡Joder, qué pesado!".
Abre y… ante él aparece la persona que menos esperaba ver.
—Hola, Mario. ¿Ha llegado ya Paula?
Diana le da dos besos y entra en la casa antes de ser invitada. Lleva su mochila colgada en la espalda y sonríe nerviosamente.
—Eh… Hola… Sí, sí.
—Ah, ¡qué bien! Donde caben dos, caben tres, ¿no?
—Eh…
—Es que estaba en mi casa aburrida y me he puesto a pensar. Ya sé que tú crees que yo no sé hacer eso. Pensar, digo. Pero sí, yo a veces pienso. Pues eso, he pensado que ya era hora de ponerme en serio con eso de los estudios. Entonces he recordado, bueno, me ha venido de pronto a la cabeza… que vosotros habíais quedado hoy para estudiar eso de las derivadas, ¿no?
Diana habla deprisa. Casi comiéndose palabras, montando una frase encima de la otra. Mario la observa callado, incrédulo y sin entender absolutamente nada.
—Sí…
—Pues eso. A ver si entonces, entre tú y Paula, que es mi amiga, me echáis una mano y consigo enterarme de qué va el examen del viernes.
La chica suspira como si se hubiese quitado un gran peso de encima al decir todo aquello.
—¡Diana! —se oye desde la planta de arriba.
Paula se ha asomado para ver si Mario subía y su sorpresa ha sido mayúscula al ver a su amiga allí. Baja deprisa la escalera y se abrazan.
Mario las observa en silencio. No sabe qué pensar ni qué decir, si reír o llorar. No va a quedarse a solas con Paula. Una vez más. Suspira. Podía haber sido peor, como el lunes y el martes. Ahora, al fin y al cabo, está con dos chicas como aquellas en su casa. Suspira y sonríe débilmente.
Diana y Paula se acercan hasta él, lo toman cada una de un brazo y lo empujan hacia la escalera. El chico no opone resistencia. Sólo piensa en lo que podía haber sido y no será, y en que ahora, realmente, le tocará explicar de verdad el examen de Matemáticas del viernes.
Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.
Quedan diez minutos para las seis de la tarde. Ángel está poniendo el pie de foto a algunas imágenes que ilustrarán el número de abril, un número en el que la estrella de la revista es Katia. La cantante del pelo rosa ocupa las páginas centrales en un reportaje en el que además se incluye un apartado especial con el accidente de tráfico. Y, por supuesto, para ella también es la portada.
Jaime Suárez está sentado junto al periodista. Satisfecho. El director está orgulloso del trabajo bien hecho, de calidad, atrevido. Un trabajo elaborado y creativo. Y eso que no es sencillo para una publicación pequeña como la suya contar con la artista más popular del momento. Nada fácil. Con la entrevista y las preciosas fotografías de Katia está convencido de que las ventas se multiplicarán en abril. Y gran parte de culpa de todo aquello la tiene su joven empleados. Aquel chico que escribe como los dioses y al que está seguro de que le espera una gran carrera dentro de los medios de comunicación. Mientras, disfrutará de sus artículos e intentará aprovecharlo al máximo.
—¿Te queda mucho? —pregunta el jefe, ahora ya más tranquilo después de un día de locos en el que casi ha resuelto todos los detalles del número.
—Me falta poco.
—Bien. Estoy ansioso por dejarlo todo cerrado ya.
—Está prácticamente terminado. ¿Qué hora es?
—Casi son las seis.
—¿Ya son las seis? ¡Vaya! Debo darme prisa —señala Ángel, sin despegar los ojos del ordenador.
—¿Qué pasa? ¿Has quedado con alguien?
—Más o menos.
En esos instantes, llaman a la puerta. Es la chica que trabaja en recepción. Anuncia una visita.
—¿De quién se trata?
—Es Katia, don Jaime. Le he dicho que suba.
—¿Katia? ¿La cantante?
—Sí. Eso ha dicho, al menos.
—¡Qué extraño! No me ha llamado su agente para…
—He quedado yo con ella —indica Ángel, que continúa el escribiendo a toda velocidad en el PC.
Jaime Suárez mira a su pupilo con sorpresa.
—¿Ha quedado contigo? ¿Para qué?
—Quería invitarla a un café en agradecimiento por la colaboración que nos ha prestado —contesta el periodista guiñándole un ojo a su jefe—. Ya sabe. Un poco de relaciones públicas nunca viene mal.
—Ah.
—¿Le parece mal? Si quiere le digo que…
—No, no. Me parece estupendo. Pero…
—¿Pero?
—Que después del accidente que tuvo con el coche aún no se ha manifestado en público ni ha hecho declaraciones ni se ha dejado ver. Y que me partí la cara para conseguir que nos diera una entrevista porque tiene cientos de peticiones. En eso me sorprende muchísimo que hayas conseguido invitarla a un café.
El chico no dice nada. Si su jefe se enterara de todo: de las borrachera, de los besos, de la noche en el hospital, de las llamada, telefónicas…
—Ya ve. Soy convincente cuando quiero.
—Eso parece. Demasiado convincente.
—¿Es un piropo, don Jaime?
—Pues no lo sé. Pero ahora que recuerdo… Katia pidió expresamente que tú fueras a la sesión de fotos, ¿no?
—Sí. Allí estuve. Pero la verdad es que no fui de gran ayuda.
Se produce un breve instante de silencio entre ambos.
—Ángel, mírame —él obedece. Su jefe está serio y fija sus pequeños ojos marrones en los suyos—. ¿Hay algo entre tú y esa chica?
El joven periodista le sostiene la mirada unos segundos sin decir nada, sin hacer ni un solo aspaviento, sin mover un musculo de la cara… Hasta que por fin sonríe.
—No.
Contesta escueto y vuelve a centrarse en el pie de foto que le queda por rellenar. Jaime Suárez va a replicarle, pero no le da tiempo porque Katia entra en la redacción. El director de la revista se apresura a recibirla y estrechan sus manos:
—Hola, Katia; bienvenida.
—Hola, me alegra verlo de nuevo. ¿Qué tal está? —La cantante sonríe mientras saluda con la mirada a Ángel, que le corresponde con su mejor sonrisa.
—Bien. Pero llevamos un día de locos. Estamos cerrando el número de abril y ya sabes lo que eso supone. Y tú, ¿cómo te encuentras después del accidente?
—Ah, mejor. Gracias. Afortunadamente fue solo un susto.
—La chica vuelve a mirar hacia donde está Ángel, que ahora tienes puestos sus ojos en el ordenador—. Tuve suerte y, además, me cuidaron muy bien.
—Menos mal. Tienes buen aspecto.
—Gracias.
En ese instante el periodista se levanta de la mesa y se acerca hasta donde está su jefe y la chica conversan. Sonríen y se dan dos besos.
—Bueno, don Jaime, nosotros nos vamos. Si necesita algo, llámeme.
—¿Ya os vais? ¿No me dejas enseñarle a Katia cómo ha quedado su reportaje y…?
—No se preocupe. Ya lo veré con atención cuando esté publicado —interrumpe ella, abriendo la puerta de la redacción Apenas puede disimular las ganas que tiene de quedarse a solas con
Ángel. ¿Qué querrá decirle?
—Está bien, está bien. Marchaos.
—No se estrese demasiado, que ya está todo hecho.
—Ahora miraré y daré los últimos retoques.
—Muy bien. Pues nos vamos, don Jaime. Mañana sobre Un nueve estaré aquí.
La pareja sale de la redacción, ella delante, él escoltándola, detrás.
Don Jaime no sabe de qué va aquello. Sospecha que algo ocurre entre los dos. ¿Le habrá mentido Ángel y realmente es la pareja de Katia?
El director se sienta frente al ordenador, aunque no escribe nada. Reflexiona. Imagina lo que puede ser que su chico se convierta en el novio de aquella cantante. Lo cierto es que esperaba que el nombre de su discípulo apareciera escrito en las revistas más importantes, pero como periodista, no como protagonista de un romance sonado.
Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.
—¿Hacemos un descanso? —pregunta Paula, estirando los brazos y echándose hacia atrás.
La camisa se le ajusta demasiado al pecho y el sujetador se trasparenta. Mario casualmente se da cuenta, pero enseguida mira hacia otra parte avergonzado. Diana ha observado la escena protesta en voz baja.
Llevan una hora y pico inmersos en un confuso mundo de letras y números, hablando de derivadas, parábolas, funciones y tangentes. Paula, más o menos, va comprendiéndolo. Necesita más prácticas, hacer más ejercicios, pero gracias a Mario ahora lo ve todo más fácil. Sin embargo, para Diana no está resultando tan sencillo. Tiene muchas lagunas elementales porque no dispone de una buena base. Lo intenta, escucha detenidamente, pero sobre todo lo que está consiguiendo es desesperar a Mario que una y otra vez sopla y resopla por la incapacidad matemática de su amiga. Incluso en más de una ocasión se han enzarzado en una discusión ante la mirada divertida de Paula.
—Vale. Una pausa nos vendrá bien para despejarnos. Estoy un poco saturado —reconoce Mario.
—¿Eso es por mí? ¿Te saturo yo?
— Yo no he dicho eso.
Pero lo piensas. Te estoy tocando las narices, por no decir otra cosa.
—Venga ya, Diana. No seas así —interviene Paula.
—Bah, si yo sé que soy muy torpe, que no sirvo para esto.
—Lo estás haciendo bien. Ya verás como aprobamos los tres, ¡A que sí!, ¿Mario?
El chico mira hacia otro lado cuando su amiga busca en él respuesta afirmativa. Diana refunfuña y se cruza de brazos.
—Voy abajo a por algo de beber. ¿Qué os apetece?
—Cianuro —contesta Diana.
—De eso no me queda. ¿Coca Cola?
—Dos Coca Colas, una para ella y otra para mí, gracia— indica Paula, sonriendo y sentándose al lado de su amiga.
El chico hace que lo apunta en una libreta imaginaria y sale de la habitación.
Cuando se marcha, Paula le da un beso en la mejilla a Diana.
—¿Qué te pasa? Estás muy tensa.
La chica suspira y niega con la cabeza.
—¿No lo ves?
—¿El qué?
—Pues que no doy ni una. Soy una negada para estudiar
—Exageras.
—¿Que exagero? Pero si llevamos una hora aquí y no me he enterado de casi nada…
—Bueno, no es fácil. Esto de las derivadas tiene lo suyo.
—Pues tú te enteras de todo a la primera.
—¡Qué va! Me cuesta mucho. El único que sabe es Mario. —dice sonriente y a continuación golpea a su amiga con el codo—. Venga, reconoce de una vez que te gusta.
—¿Mario?
—¡Claro!
—Ya estamos otra vez con lo mismo.
—Si es que es muy evidente, Diana. Si no, ¿qué haces aquí!
—Pues lo mismo que tú: estudiar. Por esas, te podría hacer yo la misma pregunta, ¿no?
—Vale, hazla.
—¿Que haga qué?
—Pues la misma pregunta. Pregúntame qué hago aquí y si a mí me gusta Mario.
—Qué capulla…
Paula se echa a reír. Y continúa insistiendo.
—Sin ser feo, no es demasiado guapo. Pero Mario tiene algo, ¿verdad? Lo conozco desde pequeño y ha mejorado mucho con los años. Se ha convertido en un chaval muy interesante. ¿No crees?
"Si, es muy interesante. Muy mono. ¡Y me gusta!, pero él no siente nada por mí y no quiero quedar en ridículo".
—Pss. Si tú lo dices…
—Yo lo digo y tú lo piensas —afirma Paula.
—Bueno, no está mal del todo. Pero los hay mucho mejores —señaló Diana, intentando mostrar indiferencia.
—Claro. Pero Mario…, no sé, creo que es un chico con el que daría gusto salir.
—¿Y por qué no sales tú con él? Os lleváis muy bien, ¿no? Si tanto, te gusta tíratelo.
En las palabras de Diana se transluce ironía. Se está empezando a hartar de aquella conversación.
—¡Que bestia!
—¿Por qué? Follar es algo que hacen todas las parejas, ¿no? Si saliera con él, terminaríais haciéndolo.
— Yo tengo novio, Diana —responde sin dejar de sonreír.
—Pues cambia de novio.
—No quiero cambiar de novio. Además, yo a Mario no le gusto. Le gustas tú.
Diana siente un escalofrío al oír lo que dice Paula: "Le gustas tú"