—No —murmura, sin demasiada fuerza.
—Es un cabrón. Ya imaginaba que no te había contado nada.
—Bueno, la verdad… es que no nos conocemos desde hace mucho.
—Ya. —Irene clava sus ojos en los de Paula—. Pues resulta que se ha enamorado de ti.
—¿De mí? ¡Qué dices! Eso no es verdad. Es… es imposible.
—Me ha puesto los cuernos contigo, ¿no?
—No…, no, de verdad que no. Él y yo apenas nos conocemos…
Está nerviosa. No logra articular bien las palabras. ¿Qué está pasando? ¿Por qué le dice todo aquello?
—Claro, claro. ¿Te has tirado a mi novio?
—¡Por supuesto que no!
—No me mientas, niña. ¿Cuántas veces lo habéis hecho?
—¡Ninguna!
—Mentirosa. Te has metido en medio de una relación. ¿A te dedicas? ¿A romper parejas?
—¡No sé de qué me hablas! Te prometo que entre él y yo no hay nada.
Paula empieza a sentir una terrible angustia. Le falta aire, se asfixia. ¡Aquella chica la está acusando de acostarse con su novio!
—Mira, guapita, Álex y yo éramos la pareja perfecta hasta que apareciste tú. No sé qué le hiciste, pero cree que está enamorado de ti. Y eso no es lo mejor… —Irene de repente coge la mano de Paula y la sitúa en su vientre— … para nuestro hijo.
La chica enseguida retira su mano. No puede más. Un millón de sentimientos de procedencia indeterminada la sacuden. Quiere salir corriendo, huir de allí, pero Irene está atenta y la vuelve a agarrar del brazo, deteniéndola.
—Olvídate de nosotros. Borra su número, elimínalo del MSN, no le cojas más el teléfono. Estás destrozando una familia. No vuelvas a hablar con el padre de mi hijo. Si no, te prometo que te haré la vida imposible y no solo serás la responsable de todo, sino que puede pasarte algo grave. Te lo digo como mujer, como novia y como madre. Desaparecerás, ¿a que sí?
Paula llora en silencio. No quiere que nadie se entere de lo que le está acusando aquella chica. Mira a Irene con miedo. Va en serio. Cree que quiere apoderarse de algo que es suyo y lo va a defender a muerte.
Con los ojos encharcados, asiente con la cabeza. Desaparecerá para siempre.
Irene la suelta y relaja todos los músculos de su cuerpo. Lo ha conseguido.
Paula la mira una última vez. Es increíblemente hermosa y atractiva. Perfecta para Álex. Seguro que hacen una gran pareja y que su hijo será guapísimo.
Se da la vuelta y abandona la luz de la farola. El frío es intensísimo. Sus huesos están helados. Tiembla mientras camina hacia la parada de metro más cercana.
Irene la ve alejarse. Aquella chica sería la pareja ideal para su hermanastro si no estuviera ella, por supuesto.
Satisfecha, regresa al coche con la seguridad de que ahora nadie se interpondrá en el camino hasta Álex. Es cuestión de tiempo.
Ya es de noche, ese mismo día de marzo, en la ciudad.
Llega al coche que le ha prestado su hermana y se sube. Acaba de bajarse del taxi que le ha llevado al lugar donde antes había aparcado el Citroen Saxo. Menos mal que no ha aparecido ningún fan alborotador, solo un par de tíos que se han girado para mirarla. No le apetece ni hablar ni escuchar nada de nadie. Si alguien la hubiera molestado, posiblemente habría reaccionado como en el campo de golf con aquella pareja entrometida.
Katia se siente muy rara.
Introduce la llave, pone la radio y arranca. El tráfico de la ciudad es denso a esa hora. Miles de coches van de aquí para allá y crean interminables hileras de luces. Los cláxones suenan ensordecedores y la emisora que sintoniza reproduce una vez más el éxito del momento,
Ilusionas mi corazón
, que esta semana sigue siendo el tema más votado por los oyentes de la cadena.
—¡Joder, qué pesadilla! ¿No se cansan? —dice en voz alta.
Hace una mueca de fastidio y cambia la emisora. En Kiss FM suena
What is love
, de Haddaway. Le gusta y decide dejarla. ¿Qué es el amor? Resopla. Ella lo sabe muy bien. O eso cree, pero en su versión más cruel. Y toda la culpa es de…
¡Bah! Quiere olvidarse un rato de todo. Quizá la música le ayude a no pensar en Ángel. Tararea e intenta sonreír. Incluso mueve un pie y la cabeza al ritmo de la canción, pero la enmienda es imposible. No se quita de la cabeza la conversación que han tenido hace un rato en su piso. ¿Por qué le ha pedido eso?
Semáforo en rojo. Katia deja caer despacio su cuerpo hacia delante y su frente choca suavemente contra el volante.
—Soy completamente estúpida.
Minutos antes, en el sofá del salón del piso Ángel.
—Katia, tengo que hablarte de una cosa muy importante.
El chico la mira directamente a los ojos. La cantante siente un cosquilleo en el estómago. ¿Será bueno o malo lo que le tiene que decir?
—Cuéntame.
—Verás…
Ángel duda un momento. Sorbe un poco de café y mira hacia un lado como tratando de ordenar las ideas. Quizá le falte valor para contárselo y se termine echando atrás.
—Venga, Ángel, que me tienes en ascuas con tanto misterio. Suéltalo ya, por favor.
El periodista vuelve a centrar sus ojos azules en los celestes de Katia. Pero es una mirada diferente a la de antes. La chica entonces se teme lo peor. Tal vez le va a recriminar lo de las llamadas de teléfono. ¿Y si no quiere volver a verla? Tanta amabilidad no es normal después de todas las desavenencias que han tenido últimamente.
—¿Recuerdas el día que nos conocimos?
—Sí, claro. Fue el jueves de la semana pasada —responde Katia, que no alcanza a adivinar por dónde va a ir aquella charla.
—Sí, fue el jueves.
—Parece que hace más tiempo, ¿verdad? Tengo la impresión de conocerte desde hace mucho más.
—Es verdad, también me lo parece a mí —comenta Ángel—. Ese jueves tú llegaste tarde a la entrevista que había pactado nuestra revista contigo.
—Sí. Se nos acumularon varios retrasos y vosotros, como erais los últimos de la lista de ese día…
—¿Y te acuerdas qué pasó después de la entrevista? —interrumpe Ángel, que ahora habla con más confianza.
—Claro. Te llevé con el coche a una reunión porque se te había hecho muy tarde.
—Más o menos. Más que una reunión, era una cita.
—Eso.
—Con mi novia.
—Sí, es verdad. No me acordaba —miente Katia, que comienza a sentirse algo incómoda.
—Se llama Paula.
—Ajá.
Aunque aún no sabe qué va a decirle, la cantante del pelo rosa intuye que no le va agradar demasiado.
—Pues el sábado es su cumpleaños. Diecisiete añitos.
—Es muy joven. Tú tienes veintidós, ¿no?
—Sí, pero bueno, su edad es lo de menos. —Ángel se acerca a Katia; sus piernas se tocan—. Te quería pedir un favor.
—Claro. Dime.
—Ella es una gran admiradora tuya. Le encanta
Ilusionas mi corazón
. La canta a todas horas. Entonces, lo que me gustaría, si tú quieres, es que le dedicaras a ella la canción. La harías muy feliz. Y a mí también.
Katia no sabe qué decir. Las emociones se disparan en su interior. No puede creerse que Ángel le esté pidiendo eso.
—No entiendo muy bien. ¿Dedicarle la canción?
—Sí, te lo explico. Bastaría con que grabaras
Ilusionas mi corazón
en un CD y, en lugar de Laura y Miguel, dijeras los nombres de Paula y Ángel.
—¿Quieres que cambie la letra de la canción?
—Si pudieras, sí. Si no es demasiada molestia.
Silencio.
—Yo…, la verdad es que… no sé.
—Si no quieres hacerlo, no pasa nada. Pensaré en otra cosa —señala el chico, al comprobar su reacción.
Ángel vuelve a apartarse un poco de su lado creando un espacio entre ambos.
—Perdona, es que no imaginaba que fuera esto de lo que querías hablarme.
—No te preocupes, entiendo que no quieras hacerlo.
—No he dicho eso.
—Lo intuyo.
—Pues te equivocas… Lo haré encantada —contesta Katia sonriente.
La cantante finge sus verdaderos sentimientos. Sonríe aunque tiene ganas de irse de allí, pero, si se va, perderá a Ángel para siempre. En cambio, si le hace este favor,
puede que gane puntos y además podrá verlo más veces. Aunque es tan frustrante complacer a la novia del hombre del que estás enamorada…
—¿Lo harás? —pregunta sorprendido.
—Sí.
—¿De verdad?
—¡Que sí!
—¡Vaya! ¡Muchísimas gracias!
Ángel se echa encima de Katia y le besa en la mejilla, cerca de los labios, quizá demasiado cerca. Los dos sienten un impulso tentador, pero él se aparta cuando se da cuenta de que está sobre ella.
No es Paula.
Silencio. Solo se escuchan sus respiraciones nerviosamente agitadas. No se miran a los ojos. No pueden.
Por fin, el chico se pone de pie, recoge la bandeja con los cafés y sale del salón. Katia también se levanta y lo sigue. Ambos entran en la cocina.
—¿Para cuándo lo necesitas?
Katia trata de recuperar la normalidad ocultando su malestar, su sufrimiento, sus deseos. ¡Como le habría gustado que la hubiera besado en la boca!
—Si lo pudieras tener para el viernes por la mañana…
Piensa un instante. Desde el accidente no se ha ocupado de nada de lo que tenía concertado en su agenda, así que para mañana ni sabe qué tiene programado, ni lo cumplirá, argumentando que sigue afectada.
—Vale, creo que me dará tiempo. Llamaré a mi agente esta noche para que me reserve una cabina en algún estudio de grabación.
—¿Un estudio de grabación? No hace falta que te molestes tanto.
—No es molestia.
—¿Y encontrarás alguno en tan poco tiempo?
—Sí, no te preocupes. Ser conocida también tiene sus ventajas. Déjalo en mis manos.
—Bueno, como veas.
—Si quieres, puedes venir conmigo.
—No sé si podré. Estamos cerrando el número de abril y quizá no pueda escaparme. De todas formas, te llamo mañana para confirmarte lo que sea.
—Bien. Pero estaría muy bien que vinieras.
—Lo intentaré.
Minutos después, esa noche de marzo, al volante del Saxo de su hermana.
—¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
Katia se ha saltado un semáforo y un autobús casi se la lleva por delante. Estaba distraída pensando en la conversación con Ángel y no se ha dado cuenta de que estaba en rojo.
Nerviosa, aparca en doble fila y pone el intermitente. Suda y tiembla.
¡Dios, ha estado a punto de tener otro accidente! ¡Y con el coche de su hermana!
Intenta tranquilizarse. Respira hondo.
En Kiss FM ahora suena
A bad dream
, de Keane. Y sí, todo aquello se asemeja mucho a "un mal sueño".
Esa misma noche de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.
Llega a casa cansado, confuso. La clase de hoy ha sido muy extraña. Alex no entiende qué le ha podido ocurrir. Durante hora y media ha coleccionado errores de todo tipo con el saxo. Nunca había cometido tantos fallos, ni siquiera cuando empezó. Y de eso hace… Uff, mucho tiempo.
Era un aspirante a adolescente, pero todavía recuerda perfectamente el día que tuvo que elegir el instrumento que quería tocar. Tenía talento para la música y debía dar un paso adelante, especializarse en algo en concreto. Sus profesores insistieron en que escogiera el piano. También su padre trató de convencerlo. Todos fracasaron.
—¿El saxofón?
—Sí, papá. Es lo que quiero tocar.
—Yo creo que no lo has pensado bien.
—Sí que lo he hecho.
—Echarás tu talento a perder. ¿No lo comprendes?
—Lo siento. El saxo es lo que más me gusta.
—Pero el piano es más elegante. Y te da prestigio. Por no hablar de que tiene muchísimas más salidas. Además, podrías convertirte en un pianista extraordinario… Todos lo dicen.
—No me importa lo que digan, papá.
—¿Que no importa? Sí que importa. Los pianistas son verdaderos músicos. Los saxofonistas…
Su padre no quiso terminar la frase. Verdaderamente sentía admiración y aprecio por cualquier persona capaz de tocar un instrumento. Él mismo era un gran aficionado al jazz. Sin embargo, hablaba desde la decepción, desde la frustración. Veía cómo su talentoso hijo tiraba por la borda ese don que Dios le había otorgado, el mismo don que tenía su esposa fallecida.
—¿Qué les pasa a los saxofonistas? —insistió Alex, que no entendía el motivo por el cual no le dejaban hacer lo que él deseaba.
—Que terminan tocando en cualquier esquina pidiendo limosna.
—¡Eso no es cierto! Hay muchos que son geniales y bastante conocidos, que se ganan la vida tocando. Mira a Kenny G., por ejemplo. O a Charlie Parker.
—Bah, tipos que han tenido suerte. Si quieres ser alguien en la música, no puedes tocar el saxo.
—No quiero ser alguien, quiero hacer lo que realmente me gusta.
—Eres un cabezota, Alex. ¿Qué vas a conseguir tocando el saxofón?
—No lo sé. Y me da igual. El piano está bien, me gusta, pero no es lo que quiero.
Así que, después de varias discusiones en casa, donde seguían intentando que cambiara de opinión, logró que le compraran un saxo, al que en honor de su madre, Emilia, Alex 11amó "Emily". Y Los resultados no se hicieron esperar. En pocos meses se convirtió en todo un experto. Un genio. Era capaz de interpretar de forma maravillosa cualquier partitura. Con el saxofón entre sus manos se sentía especial. Se sumergía en un mundo de fantasía lejos de la realidad a la que cada día se enfrentaba. Por unos instantes no tenía que preocuparse de su madrastra, de Irene o de los estúpidos comentarios de sus amigos.
Y fue precisamente su saxo el mejor compañero que tuvo cuando su padre murió. Tocaba y tocaba sin parar. De día, de noche, en la soledad de la madrugada. Era una parte más de su cuerpo, una extensión de sus manos, de sus labios… Y lo único que le proporcionaba tranquilidad.
Hasta que descubrió que había algo más que podía llenar su vida, algo que le desahogaba tanto o más que la música del saxofón. Fue entonces cuando Álex averiguó que escribiendo también experimentaba esas sensaciones que le evadían del mundo que le había tocado vivir. Sin padre, sin madre. Una nueva manera de luchar contra todo y encontrarse a sí mismo.
Escribir y tocar. Tocar y escribir. Ser músico, enseñar su música. Ser escritor, enseñar sus libros. Tenía una meta, doble, y la ilusión le desbordaba. Y, sin embargo, ahora un tercer elemento impedía que se concentrara en sus otras dos pasiones.