Canciones para Paula (51 page)

Read Canciones para Paula Online

Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

BOOK: Canciones para Paula
5.58Mb size Format: txt, pdf, ePub

Tiene un plan. Quizá no le salga bien, pero ella siempre acierta con lo que hace. No duda, nunca mira hacia atrás. Y lucha con todas sus armas por el objetivo que se marca. No va a ser menos esta vez. Quiere a Alex y lo va a conseguir. Para ello necesita quitarse de en medio a esa chica, a esa tal Paula.

Y con esa firme decisión, confiando en sí misma, como en otras muchas ocasiones, va a reunirse con el presunto amor de su hermanastro.

Sonriente, maliciosa, repleta de odio hacia una adversaria que ni tan siquiera conoce, sube al coche y repasa en su mente todo lo que va a hacer.

Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Alex toca una nota a destiempo. No es habitual. Su saxofón es como una extensión de sus propias manos. Nunca falla.

¿Qué le ocurre?

Deja el instrumento acostado en una silla y da cinco minutos de descanso a sus ancianos alumnos.

—Hey, ¿qué te ha pasado? —pregunta el señor Mendizábal, que camina hasta él.

—No me ha pasado nada —miente, intentando restar importancia a su error—. ¿Por qué lo dice?

—Es la primera vez, en todo el tiempo que llevas dándonos clase, que te equivocas.

—Bueno, alguna vez tenía que ser la primera.

El viejo lo mira detenidamente a los ojos.

—A ti te pasa algo —asegura Agustín.

—Que no me pasa nada. Simplemente ha sido un fallo Suele ocurrir.

—No a ti. Eres perfecto con ese cacharro en las manos.

—No llame cacharro al saxo —protesta Alex, que no quiere seguir con aquella conversación.

—Vale, vale. No me lo quieres contar.

—No es eso, Agustín. Es que no me pasa nada. El señor Mendizábal se encoge de hombros y renuncia a seguir por ese camino.

—Bueno, si tú lo dices, te creeré. Pero yo no estoy tan seguro.

El hombre vuelve a mirarlo. No le engaña. Su expresión indica que a aquel muchacho le ocurre algo. Tiene la cabeza en otra parte. Pero no va a insistir. Chasquea los dientes y regresa con sus compañeros.

Álex contempla cómo se aleja.

Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo…, y es verdad. Agustín Mendizábal lleva razón en sus suposiciones. No puede dejar de pensar en Paula. Incluso con el saxofón entre las manos, que es su principal fuente de desahogo no se olvida de ella. Hacía mucho que no le sucedía algo parecido.

Pasan los cinco minutos de descanso.

Alex toma aire, intenta concentrarse. Decidido, coge con fuerza el saxo y se sitúa frente a toda la clase, ante esos señores, la mayoría de ellos jubilados, que le tienen como a un joven ídolo, su maestro.

El chico busca una partitura dentro de la carpeta donde las guarda. Elige uno de sus temas favoritos: Forever in love, interpretada por Kenny G. Lo ha tocado tantas y tantas veces… Trata de evadirse en la música, olvidarse, y sin embargo aquello tampoco da resultado. El recuerdo de Paula sigue estando en cada una de sus notas.

Esa misma tarde de marzo, en otro punto de la ciudad.

Regresa. Katia sonríe cuando Ángel aparece con una bandeja en la que lleva dos tazas de café.

Para ella con leche, él lo toma cortado.

Mientras esperaba al periodista ha dado vueltas por el salón. Que ordenado está todo. No es un sitio majestuoso, pero posee encanto, el mismo que tiene Ángel.

Está nerviosa. La última vez que estuvieron a solas, lo besó. El chico no se dio cuenta porque dormía, pero para Katia significó mucho.

¿De qué hablarán? Casi le tiemblan las piernas. Ángel espera a que la cantante se siente. Elige el lado izquierdo de un sillón para tres. Entonces él ocupa el derecho, dejando un espacio entre los dos.

Coge la taza con el café con leche y se la entrega. Luego le pasa el azucarero. Dos cucharadas. Él se echa otras dos. Cruza las piernas. Por fin están tranquilos. Es el momento.

—Katia, tengo que hablarte de una cosa muy importante.

Capítulo 70

Esa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

—Y ahora despeja la x.

—¿Qué?

—Si lo hemos hecho ya mil veces… Despeja la x.

—¿Cuál de ellas?

Mario suspira, le arrebata a Diana el lápiz y rodea con un círculo la x a la que se refiere.

—Esta.

—Ah, vale. No es tan complicado, entonces.

—No, no lo es.

—Pues haberlo dicho antes, hombre.

—Uff.

El chico resopla ostentosamente.

—¿Qué pasa? —dice la chica, muy seria y alejándose un poco de él—. ¿Te agobio, no?

—Es que llevamos toda la tarde con esto.

—Ya. Estás harto de mí.

—De ti, no. De esta parte, sí.

—Ah. Muy bien, muy bien. Comprendido.

Diana se pone de pie y comienza a meter sus cosas en la mochila.

—¿Qué haces?

—Me voy. ¿No es eso lo que quieres?

—Bueno…

—Tranquilo, tranquilo. Ya no te molestaré más.

Mario la observa en silencio mientras recoge. No para de susurrar cosas que no consigue entender, pero que seguramente serán sobre él y no muy buenas, precisamente.

En el fondo, siente que se vaya. Diana no está tan mal. Si, es una pesada, y a veces las formas le pierden. Pero también es cierto que se está esforzando por aprender. Y es… ¿resultona? No tiene la belleza natural de Paula ni su cuerpo y le falta la magia que desprende esta allá donde va. Pero es mona y tiene un punto de locura muy simpático.

— No te pongas así.

La chica se detiene un instante y lo mira fijamente a los ojos. No son demasiado expresivos, pero poseen cierta ternura y calidez.

—Que no me ponga ¿cómo, Mario? Si llevas todo el rato quejándote.

—Eso no es cierto. Ah, es verdad. Cuando le explicabas las cosas a Paula no te quejabas. Es más, hasta sonreías. ¡Pues perdona por no ser Paula!

Los ojos de Diana brillan, húmedos, llorosos. Está de pie, con la mochila colgada en la espalda, enfrente del chico del que se ha enamorado perdidamente. Él permanece pasivo, inmóvil: alguien que hace tres días solo era el hermano de Miriam y que ahora se ha transformado en su obsesión.

— Verás, Diana…

—No quiero explicaciones, Mario. ¿Crees que no sé qué pasa?

—¿Cómo?

— Vamos, Mario, a mí no me engañas. Puedo parecer tonta, y quizá lo sea, pero soy la única que se ha dado cuenta de lo que sucede.

—No entiendo de lo que hablas.

Diana se deja caer en la cama. El colchón se hunde un poco y gruñe débilmente. Deja de mirarlo, huye de sus ojos, y sentencia:

— Tú estás enamorado de Paula.

—¡¡Qué dices!!

—Para mí está muy claro. Estás loco por ella.

El chico no sabe qué contestar. Se sienta en una de las sillas del dormitorio y escucha lo que su amiga piensa.

—Se nota, Mario. Todo lo que te pasa es porque ella te gusta. No duermes, no comes bien, estás más despistado que de costumbre. Incluso miras hacia nuestro rincón en clase, frecuentemente. Es por Paula. Todo eso es por ella, ¿verdad?

Pero Mario no responde. Cuando Diana vuelve a mirarlo, el aparta sus ojos de los de ella.

—Así que estoy en lo cierto. —La chica sonríe amargamente—. Soy gilipollas.

Diana se levanta de la cama de nuevo y mira al chico, que desearía desaparecer en ese momento. Su secreto, desvelado.

—Por favor, no digas nada a nadie —murmura, por fin, tras unos segundos en silencio.

—Tranquilo, no diré nada.

—Gracias.

La chica suspira. Tenía razón en sus sospechas. Y le duele, le duele en lo más profundo de su corazón.

De pie, con la mochila a cuestas, no sabe qué hacer. ¿Huye? ¿Pelea? ¿Abandona? ¿Se enfrenta a la realidad?

—¡Joder! Si es que los tíos sois…

—¿Qué?

—¿Por qué Paula? ¿Por qué todos os fijáis en ella? ¿Qué tiene!

—No lo sé.

—Hay más tías en el mundo, ¿sabes? —Su tono es de reproche, valiente, sincero—. Tú no has estado con ninguna, ¿verdad? No has besado nunca a nadie. ¿Me equivoco?

Mario vuelve a quedarse callado. No quiere contestar a eso.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Esperarla toda la vida? ¿Esperar que la chica de tus sueños algún día descubra que su amigo de la infancia la quiere?

—Déjame, por favor.

—Y, mientras, soportarás que salga con otros, que la besen, que se la lleven a la cama.

—¡Joder, Diana! ¡Déjame!

—¿Qué te pasa Mario? Es la verdad. ¿Duele?

—¡Déjame!

—¿Serás virgen hasta que ella se encapriche de ti y pase del resto?

—¡Coño, Diana, te he dicho que me dejes! ¡Aunque te joda, la quiero a ella, no a ti!

El grito de Mario retumba en la habitación. También en su cabezas. Y en sus corazones. Son palabras que hieren y cortan sangre. La de la chica se derrama a borbotones por dentro, Invisible, fría, punzante.

En ese instante, Miriam entra en el cuarto sin llamar.

—Mario, ¿has gri…? Ah, Diana, ¿qué haces aquí? —pregunta, extrañada, sin comprender nada de lo que pasa.

Pero esta no puede articular palabra. Sale del dormitorio, apartando con el codo a su amiga y con aquella última frase clavada en el corazón.

Capítulo 71

Ese mismo día de marzo, minutos más tarde, en otro lugar de la dudad.

Sopla un poco más de viento. Es frío. La noche termina de caer y la luna no aparece, escondida entre nubes que llegan desde el Norte. La primavera, que parecía tan cercana, ha huido sin avisar y el invierno ha regresado inesperadamente con fuerza.

Irene aparca el coche. Ha tenido suerte. Desde ahí puede vigilar el lugar exacto donde ha quedado con Paula. Es la hora. ¿Habrá llegado ya?

Tiene las dos manos en el volante y observa atenta. No hay ninguna joven esperando con el perfil adecuado. Entonces se pregunta si no habrá sido demasiado osada, si no ha confiado excesivamente en su intuición y en la suerte. Sí. También necesita suerte: necesita que Álex no se haya puesto en contacto con ella, que no hayan hablado, ni se hayan mandado mensajes en las últimas horas. Si no…

En ese instante se le ocurre algo. ¿Y si no viene? ¿Y si el que se presenta es su hermanastro enfurecido? ¿Qué haría? No ha pensado en un plan B.

Sin embargo, Irene se olvida rápidamente de todo porque una chica acaba de detenerse junto a una farola en el sitio indicado. Mira el reloj, luego a un lado y a otro. Parece que espera a alguien. Podría ser ella.

Tendrá entre dieciséis y dieciocho años y es realmente guapa. Tiene el pelo recogido en una coleta alta. Su cuerpo parece perfecto debajo de un jersey que se le ajusta al pecho y unos vaqueros ceñidos. Una tentación para cualquier hombre. Sí, esa tiene que ser Paula, comprende perfectamente que Álex se haya se enamorado de ella. Es una rival de entidad y eso la motiva. Mientras sonríe para sí, continúa observando a la recién llegada.

En ese mismo instante, bajo la luz de una farola.

Se abraza, abrigándose, cruzando los brazos bajo el pecho. Qué frío hace. Quizá debería de haberse puesto algo más de ropa. La temperatura ha bajado muchísimo. "¡Achís, achís!". Estornuda dos veces y se suena la nariz con un pañuelo de papel que saca de su pantalón vaquero. Luego lo guarda y resopla.

¿Y Álex?

Paula mira una vez más su reloj y chasquea los dientes. Aquella situación le es familiar. Hace seis días le ocurrió con Ángel: esperó y esperó hasta que, cansada de hacerlo, se metió en aquel Starbucks donde conoció a Álex. Y ahora el escenario es similar, pero con un protagonista distinto. ¿Qué querrá decirle tan importante?

Tal vez le ha surgido algo. Podría llamarlo y preguntarle si va a tardar mucho o si no va a venir. Sí, no es mala idea.

Un minuto más tarde, en ese lugar, dentro de un coche.

El móvil de Irene suena. Sonríe satisfecha: ahora ya está confirmado, aquella chica es Paula. Desde su Ford Focus ha visto cómo la jovencita de la farola sacaba el teléfono de su mochila y hacía una llamada. Su plan está funcionando. Al menos, la primera parte. Ya la tiene allí, ahora le toca actuar a ella.

El móvil deja de sonar. Es el momento.

Irene se baja del coche confiada, segura de sí, como habitualmente. Es su ocasión, la oportunidad de eliminar a aquella preciosa chica de la vida de su hermanastro.

Ese instante, un día de marzo cualquiera, con la noche fría cayendo sobre la ciudad.

"Joder, no lo coge. ¿Qué le habrá pasado?".

Hace frío. Cada vez más. Tirita un poco y se abraza a sí misma con más fuerza. Da pequeños saltos sobre las puntillas de sus zapatos. ¿Y si Álex no viene?

Paula no entiende nada. ¿Qué le hace ella a los tíos para que siempre se demoren cuando queda con ellos? Normalmente, ¿no es al contrario? "Joder, es la novia la que llega tarde al altar, no al revés", piensa irritada.

Vuelve a mirar a un lado y a otro. Derecha, izquierda. Se gira. Nada. Álex no viene. Solo aparece una chica despampanante acercándose hasta donde está. Pero, ¿no tiene frío con ese vestido tan corto y escotado? Sin embargo, a la muchacha no parece importarle la baja temperatura. Es extraño, tiene la impresión de que la chica camina hacia ella. ¿Le querrá preguntar por alguna dirección?

—Hola, ¿eres Paula? —pregunta Irene, que se ha parado enfrente.

Paula no responde enseguida. Está sorprendida. ¡Sabe su nombre! ¿Quién es? No recuerda haberla visto nunca.

—Sí, me llamo así —termina contestando cuando consigue reaccionar.

—Ya lo imaginaba. Encantada, soy Irene.

La desconocida le estrecha la mano. La chica acepta y extiende la suya. El apretón dura algo más de lo normal y la fuerza que Irene imprime también es mayor que la que habitualmente se emplea en un saludo.

—Igualmente. Aunque yo…

—No, no me conoces, si es eso lo que ibas a decir. Yo tampoco te conocía. Bueno, físicamente. Solo te conocía de oídas.

—¿De oídas?

—Sí, tenemos un amigo en común.

—Ah. ¿Quién?

Aquello cada vez es más raro. Paula no comprende nada, aunque algo le indica que esa chica no va a contarle nada bueno.

—Álex.

¡Álex! Se había olvidado unos segundos de él por completo. ¿Ha venido esa chica porque él no puede ir?

—¡Anda! ¿Eres amiga de Álex?

—Soy la novia de Álex.

Las palabras de Irene la descolocan completamente. El frío de la noche penetra en ella. Un inexplicable sentimiento inunda su Interior.

—¿La… la novia?

—Sí. Llevamos cuatro años juntos. Nunca te ha hablado de mí, ¿verdad?

Other books

Ravenheart by David Gemmell
The Killing Sea by Richard Lewis
Son of a Serial Killer by Jams N. Roses
He's So Bad by Z.L. Arkadie
Just One Look by Harlan Coben
The Rustler's Bride by Tatiana March
Dazzled by Jane Harvey-Berrick
Silver Like Dust by Kimi Cunningham Grant