Álex busca a toda velocidad un abrigo que ponerse. Da con una chaqueta vaquera azul que se abrocha conforme baja la escalera. Mientras, piensa en cómo llegar a la casa de Paula desde donde vive. En bus y metro tardaría una eternidad. No tendrá más remedio que pedirle el coche a Irene. Uff. Casi cuatro años sin conducir. Se sacó el carné a los dieciocho y luego nada de nada. ¿Sabrá llevar el Ford Focus de su hermanastra?
Entra en la cocina. Irene muerde un sándwich de jamón y mantequilla. Observa a Álex y sonríe.
—Está bueno. ¿Quieres?
—No —responde seco.
Ahora no tiene tiempo de discutir, aunque le encantaría decirle todo lo que piensa de ella. Además, necesita su coche y debe moderarse si quiere que se lo preste.
—¿Te preparo uno?
—No, gracias. Necesito que me dejes el coche. Tengo que ir a la ciudad.
Irene lo mira sorprendida.
—¿A la ciudad? ¿Y eso?
—Tengo que ir a ver a un amigo que me ha pedido que le deje leer lo que llevo escrito del libro. Conoce a un editor y le hablará de mí —miente.
—¡Ah, qué bien!, ¿no? ¿Te llevo yo?
—Es mejor que vaya solo. ¿Me lo dejas o no?
—Bueno, no sé. ¿Cuánto llevas sin conducir?
—No te preocupes por eso, sé lo que hago. ¿Me lo vas a dejar o me voy en bus?
—Vale, vale. Espera.
La chica sale de la cocina y sube hasta el cuarto en el que está instalada. En pocos segundos aparece con las llaves en la mano.
—Toma. Pero ten cuidado, ¿eh?
—Lo tendré. Gracias.
Álex no dice nada más, camina hasta la puerta y abre. Irene lo sigue de cerca. Contempla con recelo cómo su hermanastro se sube al Ford. Le cuesta arrancarlo, se le cala dos veces, pero al final lo logra. Sin embargo, su primera maniobra es terriblemente torpe y casi se estrella contra una de las paredes de la casa al acelerar excesivamente deprisa. La chica se pone las manos en la cara. Empieza a arrepentirse de haberle dejado el coche.
—¿Seguro que no quieres que te lleve yo? —grita.
—¡No! Ya está todo controlado —responde Álex, sacando la cabeza por la ventanilla.
Poco después consigue enderezar el coche y enfilar el camino de salida correctamente. Acelera de nuevo y desaparece por el sendero que conduce hasta la carretera principal.
Irene suspira. "¡Joder! Será un milagro que no tenga un accidente. No se lo debería haber prestado."
Pero lo que realmente no sabe Irene es el verdadero motivo por el que aquel favor no tenía que haberse producido.
Esa misma noche de marzo, en un lugar de la ciudad.
—¿Una cabina para grabar? No me jodas. ¿Para grabar qué, Katia?
Mauricio torres no da crédito a lo que representada le acaba de pedir.
—Es un favor. Necesito que me consigas un estudio para mañana en la tarde.
—¿Y quién lo paga?
—Vamos Mauricio. Habla con la discográfica. Seguro que no habrá problemas de ningún tipo.
—No habría problemas si no llevaras toda la semana escaqueándote de entrevistas, presentaciones y actos promocionales. Llevo tes días con el culo al aire. ¿Sabes la cantidad de disculpas que llevo pedidas?
—No será para tanto
—¿Que no será para tanto? Mira, Katia, no me toques los…
La chica del pelo rosa sonríe al otro lado de la línea telefónica. Le divierte alterar los nervios de su representante. Se lo imagina de un lado para otro de la habitación con una mano metida en el bolsilla y sudando a borbotones. Pero es un gran tipo, una de las mejores personas que ha conocido y de las pocas en las que puede confiar realmente. Y eso, en este mundo en el que ella se mueve, tiene mucho valor.
—Perdona. Va, Mauricio, Perdóname. Prometo portarme bien a partir de ahora.
—Pareces una niña pequeña y consentida.
—Aún soy joven. Acabo de llegar a esto. ¿No me perdonas? —pregunta con voz melosa.
—Sí, te perdono, joder.
—Gracias, eres el mejor.
Mauricio escucha un ruidosos beso en si teléfono.
—Katia, tienes veinte años. Ya no eres una cría. Y debes cumplir con una serie de compromisos que además tienes firmados. No puedes hacer lo que se te venga en gana y cuando quieras.
—Que sí, que sí. Si lo sé. ¿Y no le he hecho bien hasta esta semana? He cumplido ¿no?
—Sí, pero en este negocio hay que estar siempre al pie del cañón. Hoy todos quien darte una palmadita en la espalda y chuparte los pies. Pero, si empiezas a fallar, lo que te darán será una patada en tu precioso trasero.
—Gracias por lo de precioso. Qué bien quedas cuando quieres.
Ya debería saber que tu éxito dura lo que tardea en llegar el éxito a otro.
—Vale, captado. Miraré la agenda y me organizaré.
—Eso espero.
—¿Mañana por la tarde tengo algo?
—No. Anulé la firma de discos en el Corte Inglés con la excusa del accidente.
—Ah, bien. Entonces, ¿me puedes conseguir la cabina de grabación?
Mauricio Torres resopla. "Estos artistas son todos iguales. Exigir, pedir, exigir, pedir". Y él pensaba que la fama no había cambiado a Katia…
—Veré qué puedo hacer. No te prometo nada.
—Bueno. Sé que lo conseguirás. Eres el mejor representante que una cantante puede tener.
—No me hagas la pelota y cumple con tus obligaciones.
—Que sí… No te preocupes.
—Pues el viernes por la noche tienes un bolo en una sala del centro. Estaba a punto de anularlo también, pero, como has dicho que vas a cumplir con tus obligaciones, no lo haré.
—¡Joder, qué coñazo!
—Es importante. Van ejecutivos propietarios de una productora de televisión. igual te ofrecen algún papel para una serie juvenil.
—Uff. No soy actriz, no me va para nada eso.
—Bueno, tú vete. Nunca está de más rodearse de peces gordos. Y estos son como ballenas.
—Las ballenas no son peces: son ballenas —le corrige Katia riendo.
—Mira, Katia, no me toques los…
—Ya, ya. —La chica suelta una carcajada. Le encanta provocar a Mauricio —. Bueno, hacemos una cosa.
—¿El qué?
—Tú me prometes que para mañana por la tarde tengo a mi disposición de una cabina en un estudio y yo te prometo que el viernes por la noche voy a lo de las ballenas.
—¿Chantaje?
—¿Quieres llamarlo así? Vale: chantaje.
—Pero si todo es por tu bien… En realidad, a mí me da lo mismo. Es tu carrera.
—Y tu profesión, Mauricio. Cuanto más gane yo, más ganas tú. No seas victimista.
El representante guarda silencio unos instantes.
—Está bien. Mañana tienes la cabina. Pero como me falles el viernes…
—No lo haré, no te preocupes.
—Vale, eso espero.
—Bueno, cuando sepas lo de la cabina me llamas y me confirmas.
—Ok.
—Hasta mañana, entonces, Mauricio. Y gracias de nuevo.
—Hasta ma… ¡Ah!, espera un momento, hay algo que… Espera. ¿Dónde lo he puesto?
—¿El qué? ¿Qué buscas?
El hombre murmura alguna cosa que Katia no alcanza a entender. ¿Qué haces?
—Aquí está.
—¿Ya has dado con lo que buscabas?
—Sí. Esta tarde he pasado por la discográfica y me han entregado decenas de cartas de tus fans. He abierto algunas.
—Joder, Mauricio, ya te vale.
—Si son todas iguales… La mayoría diciendo chorradas que te recuperes cuanto antes.
—Qué monas son.
—Y pesadas.
—Alguna otra.
—Bueno. El caso es que ha llegado una carta distintas que las demás. Te lo leo:
Buenos días, tardes o noches.
Para mí buenas noches, ya que le escribo cuando la luna y las estrellas me cobijan, en primer lugar, muchas gracias por abrir este sobre y perdón por las molestias causadas.
Le habrá sorprendido este envío. Es lógico. A mí también me pasaría. Me explico.
Soy un chico que pretende ser escritor. Algo difícil, lo sé, pero estoy poniendo todo mi empeño y mi esfuerzo en ello, y no solo escribiendo, sino moviendo todo lo que esté a mi alcance para al menos tener la oportunidad de ser leído. Y quién sabe si algún día alguna editorial se fijará en todo esto.
Lo que le mando en esta funda transparente son las catorce primeras páginas de
Tras la pared
, la historia que en estos momentos estoy escribiendo. Solo pretendo divertir, entretener, quizá es demasiado romántico, tal vez irreal; a lo mejor infantil, juvenil, adolescente. Da igual: es en lo que ahora mismo estoy metido, y estoy satisfecho con ello. Aunque la verdad es que me queda mucho que aprender.
Hace unas semanas comencé a escribir una historia en Internet, en un fotolog. Pero, ¿por qué no seguir intentando crecer? Usar la imaginación para posibilitar que personas conozcan lo que hago. Y en ello estoy.
Lo que pretendo: en esta historia, la música es una parte muy importante de la trama. A lo largo de todo el libro introduzco canciones que los personajes en un momento u otro escuchan. Pero ¿por qué no una dedicada exclusivamente para
Tras la pared
? Ya sé que esto es un atrevimiento, una osadía por mi parte. No tendrá tiempo ni para respirar, así que para dedicarlo a componer una canción para mi libro, será casi un imposible. En ese "casi" sostengo mi esperanza. Contra con un tema creado por usted para mi novela sería la guinda definitiva para esta aventura.
Cuanta más gente consiga que nos conozca a la historia y a ni, más posibilidades tendré que una editorial. Es u sueño, mi sueño, y usted está formando parte de él. Y si quiere puede colaborar.
La dirección de mi fotolog, por si le interesa, es:
http://www.fotolog.com/tras_la_pared
Y, mi MSN, para cualquier cosa que necesite: [email protected] o [email protected].
Nada más. Le vuelvo a pedir perdón por el atrevimiento.
Gracias por su atención y disculpas por las molestias.
Atentamente, el autor.
Mauricio torres coge aliento. Lo ha leído todo seguido, casi sin respirar.
—¡Ah, qué interesante! ¿no? —dice Katia que no ha comprendido demasiado de lo que su representante le acaba de leer.
—No está mal. Mañana te pasaré las páginas del libro para que las leas. Me resultado curiosa esta extraña iniciativa. Y osada. Pedir una canción para su historia es echarle valor al mundo. Merece que al menos lo tengamos en cuenta.
—Pues sí.
—Además hay un tema de los descartados que se adecúa perfectamente a la historia: el de
Quince más quince
.
—Mañana me lo enseñas y lo estudio, ¿vale?
—Perfecto.
—Bueno, Mauricio, te dejo ya. Acuérdate de llamarme con eso.
—No te preocupes: cumplo mis promesas. Espero que tú hagas lo mismo.
—No problem. Buenas noches.
—Buenas noches.
Katia es la primera en colgar.
Ya tiene la cabina. Le ha costado convencer a su representante. Y todo para grabar la canción dedicada a la novia de Ángel. ¡Uff! Al menos espera que el periodista pueda acudir a la grabación. Si no ¿qué sentido tiene todo aquello?
Ese día de marzo, por la noche, en otro lugar de la ciudad.
Se mira al espejo. Tiene ojeras. Demasiadas. Hace días que sus ojos están acompañados por una permanente sombra morada. Y no, no es producto de una feroz pelea con el matón del instituto, ni tampoco la consecuencia de una caída de bicicleta, ni tan siquiera se ha golpeado contra el poste de una portería de fútbol. El violeta de los ojos de Mario indica cansancio, tensión, problemas, falta de sueño. ¿Eso es normal en un chico de quince años?
Abre la pasta de dientes y unta un poco en su cepillo. Tiene sabor a menta, extrafuerte, aunque la intensidad de ese frescor ha ido desapareciendo a medida que el, tubo se ha ido vaciando. Aún así todavía pica.
Ha sido un estúpido. Sí, cada vez tiene más claro que con los años se está volviendo más gilipollas. Cuando cumpla veinte tendrán que inventar una palabra que lo defina solo a él y que sea sinónimo de imbécil, capullo o inútil, entre otras cosas.
¿Por qué antes le ha dicho eso a Diana?
Es cierto que lo estaba presionando, que ella no tenía derecho a hablarle así sobre su manera de actuar con respecto a Paula. Se estaba metiendo en donde no la llamaban. Si la quiere desde que era un niño y todavía no se lo ha confesado, es problema suyo. Pero también es verdad que lo que le soltó gritando no es una persona medianamente educada y cabal.
Se enjuaga la boca y escupe. La puerta entreabierta del cuarto de baño chirría levemente cuando su hermana entra.
—¡Ups, estás tú aquí! —dice Miriam, fingiendo que no se había dado cuenta de que el baño estaba ocupado.
La chica había mirado primero por el hueco que quedaba y, al ver a Mario cepillándose los dientes, decidió entrar. Está preocupada. Cuando Diana se fue de esa manera trató de hablar con su hermano, pero este no quiso.
—Pues ya ves que sí —protesta el chico, que se vuelve a meter el cepillo de dientes en la boca.
—Bueno, pero no estás haciendo nada que no pueda ver, ¿no?
Mario no responde. Se limita a mover la cabeza de un lado a otro.
Miriam avanza hasta el lavabo. Se sitúa al lado de su hermano y coge su cepillo. El chico observa a través del espejo. No es habitual que se laven los dientes juntos. Para ser exactos es la primera vez que sucede.
—¿No me vas a decir qué te pasó esta tarde con Diana?
La chica también unta su cepillo y empieza a lavarse los dientes.
Mario vuelve a escupir.
—No. No creo que deba decirte nada.
—Ha tenido que ser algo muy gordo para que se fuera de casa de esa manera.
El chico no responde. Continúa cepillándose.
—¿Te ha preguntado si ella te gusta? Es que…
Mario se detiene al oír a su hermana y la fulmina con la mirada por el espejo.
—Porque si es eso… No sé, Mario. Si ha sido así… y estabais solos…
—Miram, ya. Para.
—No sé qué pensaras tú, pero nosotras creíamos que Diana te gustaba y… Quizá ha sido culpa de todas.
—Miriam, vale ya, ¿no?
—Es que me sabe fatal que mi hermano y una de mis mejores amigas se hayan enfadado de esa manera.
—Vale, te entiendo. Pero es cosa nuestra. Ya se arreglará.
—Eso espero.
Los dos siguen lavándose los dientes en silencio.
Mario es el primero en terminar. Suelta el cepillo en su estuche y se da el último enjuague. Remueve unos segundos el agua en la boca y escupe.