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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (56 page)

BOOK: Canciones para Paula
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—Me voy a la cama.

Miriam se enjuaga también para poder hablarle.

—¿Ya?

—Sí. Estoy cansado, aunque no sé si podre dormir algo. Últimamente no pego el ojo.

—¿No duermes por las noches?

—Casi nada.

—Deberías de hablar con mamá del tema.

—Paso. Ya conseguiré dormir un día de estos.

La chica observa os ojos de su hermano. Tienen un color morado muy preocupante. Parece un vampiro que acaba de salir de su ataúd. Afortunadamente, todavía se refleja en el espejo.

—¿Y no vas a llamar a Diana para aclarar las cosas?

—No.

—¿Hablarás con ella en el insti?

El chico camina hasta la puerta. Su hermana lo sigue por el cristal. ¿Ha crecido? Parece más alto. También más maduro. Las heridas curten, pero a la vez dejan secuelas que hacen que cumplas más años de los que realmente tienes.

—Buenas noches, Mario. Que descanses.

—Buenas noches.

Miram se queda sola en el cuarto de baño. Siente tristeza. Aunque la relación con Mario nunca ha sido muy cercana, no deja de ser su hermano. Y lo aprecia y lo quiere. Estaría encantada de que encontrara una chica que se convierta en su novia y, si además fuera una de sus amigas, una de las Sugus, sería fantástico. Todo indicaba que la candidata era Diana, parecía obvio, pero quizá haya forzado demasiado la situación. Quién sabe si en realidad no le gustaba, sí todo ha sido un malentendido y ahora están recogiendo las consecuencias del error. En tal caso ella también sería culpable.

Mario entra en su habitación. La pesada de Miram ya no lo deja tranquilo ni lavarse los dientes. Ella tiene parte de culpa de todo lo que ha pasado, aunque continúa que hay un responsable por encima de todos: él mismo.

Es muy incomodo sentirse así. Sabe que ha hecho algo mal, pero no ve la solución cerca. Al menos hasta mañana, cuando se encuentre cara a cara con Diana. ¿Cuál será su reacción? ¿Y la de él?

¿Cómo podían pensar que le gustaba Diana?

Aunque tiene que reconocer que la chica no está mal. Es muy torpe en matemáticas, eso sí, y no aprobaría el examen del viernes ni aunque el profesor le regala tres puntos. Pero hay más en ella de lo que creía.

Los paseos de estos días de vuelta a casa después de las clases han sido muy agradables. Y, físicamente, no es Paula, pero está bastante bien.

¡Paula! Vaya, lleva tanto tiempo pensando en Diana que se ha olvidado incluso de Paula. No tiene dudas acerca de sus sentimientos, ¿verdad? Él, de quién está enamorado es de Paula. sí. Claro que sí.

¿Estará ahora con aquel trío? Por eso se fue, ¿no?

Un fuerte halo de tristeza le sacude con aquella idea.

—Joder —dice en voz baja, mientras se deja caer de espaldas en la cama.

Pero no es momento para derrumbarse. Debe de concluir con el trabajo con el que empezó y que tantas horas le está ocupando en la madrugada.

De un brinco se incorpora, camina hasta su ordenador y lo enciende.

Algún día puede que tenga una mínima posibilidad de conquistar el corazón de la chica que ama desde que era pequeñajo.

Entra en Google y escribe; "Camila letra coleccionista de canciones". Abre la pagina de la primera opción que aparece. Allí encuentra la canción y lee la letra. Es preciosa. Le recuerda tanto a Paula… Sabe que a ella le encanta este tema. Muchas veces veía en el MSN que lo escuchaba. Suspira y con el cursor marca la opción de "Copiar".

Y vuelve a suspirar.

No hay dudas, Diana no está mal, pero el amor de su vida es otro. Su Paula.

En esos momentos, Álex, que no se ha estrellado con el Ford Focus de Irene, aparca a duras penas enfrente de la casa en la que vive la chica que le ha robado el corazón.

Capítulo 78

Esa noche fría de marzo, en un lugar de la ciudad.

Toc, toc, toc.

¿Es la puerta de su habitación la que suena? ¿Quién es?

Paula se sobresalta. Estaba dormida. Por un momento creyó que alguien llamaba en su sueño. Aunque no recuerda casi nada, aquel sonido era demasiado real. Y tanto, ¡como quien está pasando de verdad…!

Mercedes abre la puerta y entra en la habitación. A continuación, enciende la luz.

—¿Mamá! ¿Qué haces? —protesta la chica, cegada, encogiendo los ojos.

—¿Estás dormida?

—Estaba, pero me has despertado. ¿Qué pasa?

Su madre tiene una expresión extraña en la cara.

—Dímelo tú.

—¿Yo? ¿Qué quieres que te diga? —pregunta sorprendida.

—Pues me gustaría luego que me aclararas quién es el chico que está hablando abajo con tu padre y a qué ha venido.

—¿Un chico? ¿Qué dices?

—Pues lo que oyes. Es un chico mayor. No ha dicho su nombre. Se ha presentado diciendo que es amigo tuyo.

¡No se lo puede creer! ¡Ángel se ha vuelto loco! ¿Cómo se le ha pasado por la cabeza ir a verla a casa? ¡Y de noche! ¡Muy de noche! ¿Qué hora es? ¿Las once, las doce?

Paula se incorpora y, mientras se peina nerviosa con las manos, busca en el armario algo decente que ponerse. No puede salir en pijama.

—Le has dicho que espere, ¿no?

—Sí. Aunque tu padre le ha repetido una vez tras otra que no son horas para hacer una visita, el chico ha insistido todavía más. Ha dicho que es urgente. Que o habla contigo o duerme en el portal de la casa.

La chica suelta una carcajada. ¡Definitivamente su novio ha perdido los papales! ¿Qué pasará tan importante como para que ángel esté dando ese paso tan decisivo en la relación?

—No le veo la gracia.

—Perdona, mamá. No me reía de ti.

Mercedes se relaja un poco. Ha sido todo tan repentino que no sabe muy bien cómo reaccionar ante este visitante imprevisto. De la incredulidad pasó al enfado, pero ahora lo que siente es cierta curiosidad.

—¿Es tu novio?

—Sí, mamá. Es mi novio. Del que os hablé ayer.

Paula se quita el pantalón de la pijama y se pone unos vaqueros azul oscuro.

—Pues es muy guapo. No tienes mal gusto.

La chica suelta otra carcajada. Está nerviosa. Pero que su madre haya dado el visto bueno a Ángel, al menos físicamente, le ayudad a rebajar la tensión que conlleva aquella desconcertante situación.

—Gracias. ¿Te parece guapo, entonces?

—Tiene unos ojos castaños preciosos. Son enormes.

Paula sonríe. Lanza la parte de arriba del pijama sobre la cama y se pone una camiseta roja de botones.

¿"Ojos castaños preciosos"?

—Perdona mamá, pero no te has fijado bien: Ángel tiene los ojos azules, muy azules, además.

—¿Azules? ¡Qué va! Me he fijado perfectamente. Son marrones, pero muy llamativos. Pero lo que más me gusta de él es su preciosa sonrisa.

—Estás equivocada, son azules. ¿Cómo no voy a saber yo el color de ojos de mi…?

"¿Una sonrisa preciosa? ¡Joder, no! No pude ser. ¿Ojos marrones muy llamativos? Joder, joder, joder. ¡Joder!" Paula palidece y se sienta en la cama.

—¿Qué te pasa? ¿Te has mareado?

—No, mamá. Estoy bien. No te preocupes.

—¿Seguro?

—Que sí, que pesada.

—Bueno, bueno. Pues baja rápido, que imagino que tu padre estará sometiendo a ese chico al tercer grado. Pobre muchacho.

—Ahora mismo bajo.

—Vale, pero abróchate un poco, que se te ve hasta el ombligo. La chica mira hacia abajo y comprueba como sobresale parte del sujetador negro y rosa que lleva puesto. Murmura quejosa y se abrocha dos de los botones de la camiseta.

—¿Contenta?

—Sí, mucho mejor —afirma la madre satisfecha —. No tardes mucho.

Mercedes abandona sonriente el dormitorio. No está nada mal su yerno, el periodista. Además, a pesar de que es bastante mayor que su hija, no aparenta tener veintidós años.

Paula sigue blanca. Si no podía creerse que Ángel fuera a verla a esas horas de la noche a su propia casa, que el que haya ido a visitarla sea Álex no hay formas de calificarlo ni de comprenderlo.

Podría saltar por la ventana y huir lejos, muy lejos. O fingir un desmayo. O simplemente no bajar y esperar que su padre lo eche de casa.

¿Por qué le pasan a ella estas cosas?

En el salón de la casa de Paula, esa fría noche de marzo.

—Así, que eres periodista —inquiere Paco con un tono muy poco amable.

—No, señor. Intento ser escritor —responde Álex, que acaba de sentarse, obligado por aquel hombre que lo mira con ojos asesinos.

—Ah. Escritor. Bien.

¡Escritor! ¡Menudo muerto de hambre! Ni siquiera es periodista como les dijo Paula. Un simple y vulgar cuanta cuentos. ¡Ah, no! ¡Ni eso! ¡Aspirante a cuenta cuentos! ¿Y quiere mantener de esa forma a su hija?

—Aunque también soy músico.

—Ah. Músico. Bien. ¿Y qué tocas?

—El saxofón.

—Kenny. Kenny G.

—¿Y qué ha dicho? Kennny G.

Álex no quiere discutir con aquel hombre. Bastante es que se haya presentado en su casa a esas horas de la noche queriendo hablar con su hija como para llevarle la contraria. Además, esos ojos brillantes inyectados en sangre le infunden mucho respeto. Quizá con una broma mejore el ambiente.

—Y también como Lisa Simpson.

El chico ríe tímidamente de lo que ha dicho, pero Paco no entiende la broma. En su vida ha visto los Simpson. Sin embargo esboza una sonrisilla breve y desganada.

—¿Y qué intenciones tiene con mi hija?

—¿Intenciones? Hablar. Ya se lo he dicho antes. Tengo que darle una cosa importante.

—Ya, ya lo sé.

¡Menudo coñazo de tío! Mira que ha insistido. ¡Qué pesado! Hay que reconocer que el topo es guapillo. Pero es un plomo. Su hija se merece algo mejor.

—Pues eso. Sólo quiero hablar con Paula.

—Ya.

Y, si fuera por él, desvirgarla en su propio cuarto. Con sus padres abajo oyendo. ¡Qué cara más dura!

—¿Y cómo te llamas?

—Álex.

—¿Álex?

—Sí, Álex. De Alejandro.

—Hasta ahí llego. Pero, ¿no te llamas Ángel?

—No, señor. Mi nombre es Álex, no Ángel.

Paco no entiende nada. Debió de entender mal a su hija cuando les dijo el nombre del presunto novio.

En ese instante, Mercedes baja por la escalara y se sienta al lado de su marido. Sonríe al chico y este le devuelve el gesto. Qué guapo y qué maravillosa sonrisa… Pero, ¿cómo puede decir Paula que tiene los ojos azules si son castaña claro? ¿Lentillas? Es

muy raro. Algunas personas que tienen los ojos marrones suelen utilizar lentillas azules o verdes para resaltar, pero nunca había visto a nadie con los ojos claros que se pusiera lentillas de otro color.

—Ya baja —susurra la mujer.

Un nuevo intercambio de sonrisas entre el invitado y Mercedes.

Y sin que dé tiempo a más, el ruido de una puerta que se cierra y el posterior de unos pasos en la planta de arriba anuncia que la espera de Álex llega a su fin.

Mira hacia la escalera y allí aparece ella.

El corazón se le acelera. Está preciosa, como siempre. Como la primera vez que la vio hace solo seis días. ¿Cómo es posible sentir algo tan grande por una persona a la que acabas de conocer? Pes es posible. Es real y maravilloso.

Paula ve a Álex. Creía que nuca más estarían uno tan cerca del otro… o eso debería intentar. Cuando se aproxima a él, le viene a la mente aquella chica, aquellas palabras, su mano en el vientre de Irene… Una pesadilla. Y tiene ganas de llorar, pero no es el momento. Hay que calmarse sus padres están allí y lo único que puede hacer es disimular.

—Hola, Álex —saluda en voz baja.

—Hola, Paula.

—¿Álex? ¿No se llama Ángel? —pregunta Mercedes, que no puede ocultar su extrañeza.

—¡Ah, así que no solo es cosa mía! —exclama Paco, contento por confirmar que no se ha equivocado.

—Luego os lo explico —señala la chica, mientras se pone una chaqueta que lleva en los brazos —. Hablamos afuera. Si mis padres me dejan…

—Álex y Paula miran a Paco, pero es Mercedes la que se anticipa a la respuesta de su marido.

—Vale, pero no te alejes demasiado y vuelve pronto, que es muy tarde.

Los chicos asienten y salen de la casa, Paula delante y Álex dando las gracias y despidiéndose.

Paco está rojo de furia. No comprende tanta amabilidad de su mujer. Ese individuo no la merece. Pero un dulce beso en los labios y una frase susurrada al oído le tranquilizan.

—Vamos arriba. Hay que aprovechar que la peque duerme y que la mayor no está.

El hombre ahora sonríe. Aquella es la mejor forma de olvidarse de ese aspirante a cuentacuentos.

Capítulo 79

Esa noche de marzo, instantes después, en esa parte de la ciudad.

Hace frío, diez grados o tal vez menos. No se ven las estrellas ni la luna. No es una noche de enamorados sino una noche para estar en casa, arropado con mantas y alrededor de la chimenea. Una noche de abrazos calientes que cobijen y protejan. Es una noche sin magia, oscura, de sombras alargadas persiguiéndose unas a otras, de silencio. Es una de las últimas noches invernales en la antesala de la primavera.

Álex y Paula caminan juntos. Él está tenso y no sabe por dónde empezar; ella, nerviosa con la manos unidas en el vientre, abrazándose. Tiembla.

—¿Nos sentamos allí? —pregunta el chico, señalando un banco al lado de una fuente que esta noche no funciona.

—Vale.

Álex tiene miedo de que Paula salga corriendo en cualquier momento y se encierre en su casa. Sería lógico. Irene la puso entre la espada y la pared. Ahora le toca a él ser convincente para solucionarlo todo. Le tiene que creer, no puede dejar dudas.

Se sienta en el banco, Álex en el lado izquierdo, Paula en el centro.

La mira y sonríe, pero ella no le responde. No le apetece sonreír. Piensa que aquella es un error, que se está entrometiendo en una relación y en cualquier instante esa chica histérica aparecerá de alguna parte con un cuchillo en las manos para asesinarla.

—Diana me lo ha explicado todo —dice Álex, rompiendo el hielo.

Directo al grano. Aparta la mirada y fija sus ojos en la fuente que no hecha agua.

—Ah.

Así que su amiga no ha sido capaz de guardar el secreto. No la culpa por ello, pero sí la fastidia. A partir de ahora tendrá que tener cuidado con lo que cuenta y a quién se lo cuenta.

—Y quiero decirte que es mentira. Irene se lo ha inventado todo.

—Ya.

—Tienes que creerme Paula. Todo lo que te dijo es falso.

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