Paula suspira. Quizá le venga bien soltarlo todo y desahogarse. Así que durante cinco minutos le escribe a Diana todo lo que ha sucedido. Esta lee atónita y espera a que su amiga termine de contarle una historia increíble.
—¡Qué fuerte! No me lo puedo creer. ¡Qué fuerte! —exclama por fin la chica.
—¿Entiendes ahora por qué lo he eliminado?
—Sí, pero es que es todo muy raro. Álex no parece un tío infiel, aunque vete tú a saber. ¿Por qué no hablas con él?
—No puedo. Su novia me ha amenazado. Además, no quiero entrometerme en su relación. ¡Joder, que va a ser padre!
—Ya. Es complicado el asunto. No sé qué les das a los tíos, que todos se pillan de ti. Eres una acaparadora.
Entonces se acuerda de Mario, de sus sentimientos, del amor que aquel estúpido siente por su amiga. Y del amor que ella, más estúpida todavía, sigue profesándole. ¿Qué tendrá Paula? ¿Por qué todos se enamoran de ella?
—Eso no es verdad. Y no es lo importante ahora, además —protesta Paula—. Tienes que decirle que no venga a mi cumpleaños.
—¡Coño! ¡Tu cumpleaños! Es verdad, que va a ir…
—Sí. Por eso tienes que inventarte algo para que no lo haga.
—Joder, Paula, eso sí que es un compromiso. ¿Y qué le digo?
—No sé. Que al final no se va a hacer. O que solo vais a ir vosotras. Ni idea.
—Bueno, ya lo pensaré.
—Gracias de nuevo, Diana.
—Pero de todas formas hay una cosa que… Álex ya sabe que alguien quedó contigo en su nombre. Investigará hasta descubrir que fue su novia la que en realidad te citó. Y se montará una buena.
—¡Joder, es verdad!
—Creo que deberías hablar con él y aclarar las cosas. Es lo mejor.
—¡No! No puedo volver a verlo, Diana. ¿No lo entiendes? ¿Y si por mi culpa rompe con su novia embarazada.
—Pero él no se dará por vencido. Si en realidad está enamorado de ti, te buscará: te llamará muchas veces, te mandará mensajes. No puedes desaparecer.
—Pues es necesario que desaparezca. Y necesito que me ayudes.
Nunca había visto a Paula así. Siempre parece tan segura de lo que hace, parece que controla todo lo que pasa a su alrededor. Y ahora está en un verdadero apuro.
—Se me ocurre una cosa. Puedo decirle que me mentiste, que te inventaste que habías quedado con él.
—Mmm. ¿Y con qué motivo?
—Pues… con la excusa de dejarme a solas con Mario.
Paula responde con dos iconos a la propuesta de su amiga. En uno el muñequito amarillo sonríe de oreja a oreja; el otro es un perrito blanco al que las cejas le suben y bajan muy deprisa, repetidamente.
—No pienses lo que no es —escribe Diana, suspirando.
—Ejem, ejem. Ya me contarás qué tal con Mario. Es una buena idea. ¿Colará?
—Puede ser. De momento lo tendrás alejado. Pero no creo que dure mucho.
—Tengo que desaparecer de la vida de ese chico, Diana.
—Te comprendo. Pero sigo pensando que deberías de hablar con él.
—No puedo. De verdad que no puedo.
—¿Y si lo hago yo?
—¡No! ¡Por favor! No le digas nada de esto, por favor.
—Vale, vale. Le contaré solo lo de Mario y me inventaré alguna cosa para que no vaya a tu cumpleaños.
—Gracias. Eres una amiga.
Las chicas permanecen unos segundos sin escribir. Reflexionan sobre el asunto, cada una en la parte que le corresponde y en la situación en la que se encuentra.
En el MSN de Diana una lucecita naranja y un "titití" que la acompaña indican que Álex le ha escrito de nuevo. La chica abre la pantalla del Messenger en la que está conversando con él.
—¿Diana? ¿Sigues ahí?
No responde inmediatamente. Debe pensar bien qué contarle.
—Diana, yo me voy. Estoy agotada —escribe Paula en la otra pantalla.
—Vale, ya te contaré cómo me ha ido.
—Gracias. Ya no es que te deba una, te debo cien.
—Bueno, no exageres. Para algo están las amigas.
—No olvidaré este favor. Buenas noches.
—Buenas noches, Paula.
Esa misma noche de marzo, en una casa alejada de la ciudad.
Es muy raro lo que está pasando.
¿Cómo no ha visto a Paula conectada? No lo entiende. Aquel asunto a Álex empieza a parecerle una película de ciencia ficción. Recapitulando: Paula le cuenta a Diana que ha quedado con él. ¿Por qué motivo si no es verdad? Sin saber nada, la llama por teléfono, pero no se lo coge. ¿Cuál es la razón? Y ahora esto. Diana primero le indica que su amiga está conectada al MSN, aunque él no la ve, y enseguida dice que ya no está, que se ha tenido que ir rápidamente a cenar.
Demasiadas casualidades. Extraño. Muy extraño. Y lo que es más importante, no ha podido hablar con Paula todavía. Es como si le estuviese esquivando
No hay que ser demasiado inteligente para saber que algo está sucediendo y debe averiguar qué es.
Álex, con el portátil sobre sus piernas, espera a que Diana regrese. Cuando vuelva va a hacerle algunas preguntas.
La puerta de la entrada de la casa se abre. Es Irene que llega tarde, lo que significa que debe haber hecho algo después de clase. Seguramente quedado con alguien, con uno de esos chicos que van con ella al curso y que se morirán de ganas por llevársela a la cama. Espera no tener que soportar ruidos de muelles y gemidos en su propia casa.
El chico oye cómo su hermanastra sube lentamente la escalera y llega hasta la puerta de su habitación. "Toc toc". Al menos esta vez se ha tomado la molestia de llamar.
—Pasa.
Irene abre y se queda en el umbral. Está espectacular, como esta mañana. Lleva aquel vestido escotado y corto que deja ver sus magníficas piernas. Sonríe.
—Hola, ya estoy aquí.
—Ya te veo —contesta con seriedad.
—Qué borde eres en ocasiones… ¿También eres así con tus fans? —pregunta la chica sin perder la sonrisa con la que entró en el dormitorio de su hermanastro.
—No tengo fans.
—Ya, seguro —dice Irene, mientras se echa el pelo hacia un lado y lo peina con las manos—. ¿Has cenado?
—No.
—Yo tampoco. ¿Cenas conmigo?
—No tengo hambre.
—¡Ay, chico, qué soso estás! Venga, te preparo algo, que tienes que alimentarte bien para poder escribir.
Álex la observa. Es difícil no hacerlo. Cada gesto que hace transmite una sensualidad desbordante. Continúa sonriendo.
—Bueno, ahora bajo. Pero no hagas nada para mí. Cena tú.
—Vale. Te espero diez minutos y, si no bajas, cenaré sola.
—Haz lo que quieras, Irene.
—Borde.
La chica cierra la puerta un poco más fuerte de lo que su hermanastro habría deseado. Seguro que lo ha hecho para molestarle. ¡Bah!
Han pasado ya más de diez minutos desde que Diana se fue.
—¿Diana, sigues ahí? —escribe impaciente.
La respuesta no llega inmediatamente. Seguirá hablando por teléfono con su amiga.
Álex comienza a perder los nervios. Algo inhabitual en él, que es una persona muy tranquila y no se altera por cualquier cosa. Pero este asunto le inquieta. Suspira profundamente.
"Titití" y una lucecita naranja.
—Sí, Álex, perdona. Ya estoy aquí.
¡Por fin! Diana ha regresado.
—Empezaba a pensar que me habías abandonado.
—¿Bromeas? ¿Cómo voy a abandonar a un chico como tú? ¿Estás loco?
Álex sonríe. Aquella chica le cae bien. Tiene desparpajo y un sentido del humor muy particular.
—Creo que estoy empezando a estarlo. ¿No te ha dicho Paula por qué no me coge el móvil?
—No. No me ha dado tiempo a preguntárselo. Se ha ido muy rápido.
—¿Y tampoco sabes por qué te dijo que había quedado conmigo?
—Bueno, algo ha insinuado. Es que estábamos en casa de un amigo estudiando y ella cree que él y yo nos gustamos. Entonces, ha dicho que se iba para dejarnos a solas.
Tiene sentido. Sin embargo, siguen sin encajar todas las piezas. Álex se frota el mentón y escribe.
—¿Y por qué precisamente te dijo que había quedado conmigo y no con otra persona?
—Pues ni idea. Cosas de Paula. Sería lo primero que se le pasó por la cabeza.
—Ya —responde, sin tenerlo demasiado claro.
—Por cierto, Álex, te tengo que decir una cosa.
—Cuéntame.
—La chica con la que acabo de hablar por el móvil es Miriam. En su casa es donde íbamos a hacer la fiesta de cumpleaños de Paula. Pues resulta que al final sus padres no se van y la hemos suspendido.
Otra coincidencia. Ahora Álex ya está seguro. Algo le pasa a Paula con él… Pero tiene que tirar más del hilo para asegurarlo.
—Vaya, ¡qué mala suerte! ¿Y no hay otro lugar? Paula no se puede quedar sin fiesta de cumpleaños.
—No, no tenemos otro sitio. Seguramente nos quedemos sus tres mejores amigas por la noche en su casa y lo celebremos nosotras solas.
—¿Y si lo hacemos en mi casa?
—¿En tu casa?
—Claro. Aquí hay mucho espacio. Y aunque esté retirado de 1a ciudad, podéis coger un autobús y venir todas juntas. Incluso podríamos quedar en alguna parte y yo os traigo hasta aquí.
Silencio. Diana no escribe. Álex sabe que la respuesta será negativa. ¿Qué pondrá como excusa?
—No es mala idea… Pero somos muchos, no solo Paula, las otras dos chicas y yo. Habrá mucha más gente y serían demasiadas molestias para ti.
—¡Qué va! No es molestia. Cuantos más, mejor. ¿No?
Otro silencio, este más largo. Un minuto. Dos. Sin respuesta.
—Bueno, lo consultaré, pero no creo que sea posible, Álex —termina respondiendo.
—¿Con quién lo consultarás? ¿Con Paula?
—Con todas. Con ella también, claro.
—Entonces sí que será imposible porque parece que no quiere saber nada de mí.
El chico siente un pinchazo en el pecho cuando escribe esto. Pero es el momento de llegar al fondo de la cuestión.
—Claro que no. ¿Por qué dices eso?
—Porque es la verdad. Paula no quiere hablar conmigo.
—No lo sé, Álex. Pero no creo que sea así.
—Yo creo que sí lo sabes, Diana.
—De verdad que no.
Álex reflexiona un instante. Quizá es cierto y esa pobre muchacha no está al corriente de lo que ocurre.
—¿Cuál es la dirección de Paula? Voy a ir a hablar con ella.
—¿Cómo? ¿Qué te diga la calle donde vive?
—Sí. Eso sí lo sabrás, ¿no? No tiene nada de malo que me lo digas.
Diana no contesta. Álex sabe el compromiso en el que está poniendo a aquella chica, pero no le queda más remedio.
—No puedo decírtelo. Compréndeme.
—¿Por qué no?
—Porque son datos personales. Es ella la que te los tiene que dar.
—Así que no me vas a hacer ese favor
—No. Lo siento.
Los dos se quedan unos segundos sin escribir. Álex piensa. Tiene que encontrar la forma de sacarle información. Ahora está convencido de que algo le ha pasado a Paula con él y de que su amiga lo sabe.
—Diana, sé que algo pasa, que Paula tiene un problema conmigo. Y estoy convencido de que tú estás al corriente.
—Mira, Álex, yo no me puedo meter en medio de vosotros dos. Si hay un problema entre ambos, lo tenéis que solucionar vosotros.
—Así que sucede algo, ¿verdad? Lo has confesado.
—No. Yo no he confesado nada. Solo que si Paula no te coge el móvil es problema tuyo y de ella, no mío. Yo solo te digo que no sé nada.
—Mientes, Diana. ¿Es tan grave lo que le he hecho para que no quiera hablar conmigo?
—No lo sé.
—Vamos, Diana, cuéntame qué pasa.
—Álex, por favor. Es una de mis mejores amigas. No me hagas esto.
—Por eso tienes que decirme lo que pasa, porque quiero solucionarlo. Si no sé lo que ocurre, ¿cómo voy a arreglarlo?
—Álex, por favor. He prometido no decir nada.
—Tienes que decírmelo, Diana. No me puedes seguir mintiendo. Lo estoy pasando muy mal por esto y necesito saber la verdad. Te lo ruego.
Tensión. Instantes infinitos. Situación al límite frente al ordenador en el cuarto de Diana, sentada en una silla, con la bandeja de la cena sin terminar a su lado. Dudas. Compromiso. Secretos. En la habitación de Alex, él está en la cama con el portátil entre las piernas. Ansiedad. Incertidumbre. Nervios. Y miedo.
No hay palabras nuevas.
Pero en el MSN del chico aparece que Diana está escribiendo. Un brote de esperanza nace en él. Tal vez se ha decidido a explicarle qué es lo que pasa.
Y cerca de las diez de la noche llega la verdad. La respuesta a la pregunta de Alex en tres párrafos inmensos que Diana copia y pega en el Messenger después de haberlos escrito primero en Word: ahí está el motivo por el que Paula no le coge el teléfono, la razón por la que no la ha visto conectada y la solución al enigma de quién había quedado con ella en su propio nombre.
—Irene —susurra—. No me lo puedo creer. No me lo puedo creer —repite en voz baja, apretando los dientes.
La ira recorre todo su cuerpo. Siente rabia por dentro. Intenta contenerse, pero quiere gritar. Se reprime, aunque la furia se apodera de él. Sin decir ni una palabra, golpea
violentamente la almohada con el puño derecho, luego con el izquierdo y de nuevo con el derecho.
Ahora lo comprende todo. Ahora entiende que la única culpable de que Paula no acepte ni siquiera hablar con él está viviendo en su misma casa.
—Álex, ¿estás bien? ¿Te has ido? —pregunta Diana al ver que el chico no escribe nada.
—No. Todo esto es una locura. Nada es verdad.
Mira el reloj. Es tarde, pero tiene que ver a Paula y contarle todo en persona, si no le creerá.
—Diana, necesito saber dónde vive Paula. Dame su dirección, por favor.
—Ya te he dicho que no puedo.
—Diana, por favor.
—Álex, no puedo.
—Confía en mí. Ahora no tengo ni un segundo que perder. Te lo contaré todo en cuanto pueda. Pero necesito hablar con Paula en persona. Dame su dirección, por favor.
La chica, abrumada por las palabras de Álex, escribe el nombre de la calle y el número en el que Paula vive.
—Gracias. Eres una buena amiga. Por favor, no le digas nada a Paula. Si se entera, igual ni me abre la puerta. Un beso, me tengo que ir. Ya hablaremos.
Y, sin esperar a su despedida, apaga y cierra el ordenador portátil.
Le está agradecidísimo a aquella chica. Sin ella jamás se habría enterado de los planes de su hermanastra que, sin duda, contaba con que Paula no le dijera nada, pero no con que había otra persona que sí podía hacerlo. Diana ha sido el gran fallo de Irene.