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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (62 page)

BOOK: Canciones para Paula
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—¿Qué? ¡Pero si íbamos a comer fuera!

—Ya iremos otro día. No te preocupes.

—¡Bien, bien! —grita la pequeña, agarrándose a la pierna de Ángel.

—Pues no se hable más —comenta Paco mientras entra en el coche.

Erica abre una de las puertas de atrás y también se mete dentro del vehículo. Paula cierra su paraguas y le habla al oído a Ángel.

—¿Estás seguro?

—Sí, no te preocupes. Será divertido.

—¿Divertido?

—Claro, ya verás cómo lo pasamos bien. No te preocupes por mí.

Y, sin decir nada más, besa a su chica en los labios y se mete en la parte de atrás del coche. Erica, cuando lo ve, esboza una gran sonrisa: está encantada de compartir asiento con su nuevo amigo y se arrima mucho a él.

Paula suspira y también entra en el coche.

—¿Estamos todos? —pregunta Paco, echando un vistazo por el retrovisor.

—¡Sí! —grita la niña.

Y, de esa forma, el coche arranca bajo la intensa lluvia que sigue cayendo en la ciudad rumbo a una comida inesperada para todos.

Capítulo 89

Ese mediodía de marzo, en el hogar de los García.

Primer y único plato: lentejas.

Ángel rezaba para que la amabilísima madre de Paula no hubiera hecho lentejas para comer, pero solo hay que desear algo con mucha fuerza para… que no se cumpla.

—Mamá, a Ángel no le gustan las lentejas —indica Paula con una sonrisa antes de sentarse a comer.

—Pero si están riquísimas.

—Pero a él no le gustan —repite la chica.

Su novio la mira avergonzado. Luego la mirada se desplaza hasta Mercedes. Se sonroja. ¡Vaya comienzo!

—Lo siento, es que no las soporto desde pequeño.

—No te preocupes, ahora te preparo otra cosa. Sentaos vosotros en la mesa. Ahora iré yo.

—¿No quiere que la ayudemos?

—No hace falta, pero muchas gracias.

Paula agarra de la mano a su chico y se lo lleva de la cocina.

—Empezamos bien —le susurra al oído.

—No pasa nada, hombre. Mi madre seguro que tiene un plan B.

—Qué desastre.

Juntos entran en el comedor. Allí ya ocupan sus asientos Paco y la pequeña Erica, que examina con curiosidad al invitado. Es muy alto y, aunque no entiende mucho del tema, parece guapo. Casi tanto como aquel amiguito suyo que le quita la plastilina en clase y que también se llama Ángel y tiene los ojos azules.

Paula se sienta en su silla habitual y a su lado Ángel, que se coloca en medio de las dos hermanas y enfrente del padre.

Ninguno dice nada. Lo único que se escucha de fondo es el telediario. Concretamente están dando la previsión meteorológica para mañana y el fin de semana: más lluvia.

—¿Cuántos años tienes? —pregunta por fin Erica, que no ha dejado ni un segundo de observar al invitado.

—Veintidós —responde con tranquilidad Ángel.

—¿Veintidós? ¡Eres muy mayor!

El chico sonríe tímidamente. También Paula. El único que no parece demasiado contento es Paco, que resopla. ¡Veintidós años! ¡Y ella aún no tiene ni diecisiete! Le apetece fumarse un cigarro, pero no puede hacerlo delante de sus hijas. A partir de ahora, sólo fumará en secreto.

—¿Y tú, cuántos tienes?

—Estos.

Erica saca la mano derecha de debajo de la mesa y le enseña los cinco dedos.

—Ah, pues también eres muy mayor.

La niña se ruboriza y sonríe picara. Ella ya sabía que era muy mayor, pero sus padres y su hermana están empeñados en no creerla. Por fin una persona inteligente que se da cuenta.

En esos momentos, Mercedes aparece con un plato de lentejas que coloca delante de Paco y otro de melón con jamón.

—Esto si te gusta, ¿verdad?

Ángel asiente sonriente con la cabeza cuando ve el suculento plato. Tiene muy buena pinta. Erica protesta porque ella también quiere lo mismo y Paco se muerde los labios al comprobar que su mujer ha abierto el jamón que le regalaron solo para que coma el novio de su hija.

—Muchas gracias, aunque no debería haberse molestado.

—No es ninguna molestia. Espero que esté bueno.

Mercedes se va de nuevo y enseguida regresa con dos platos más de lentejas para Paula y Erica. La pequeña se enfada. No es justo que al nuevo le den melón y a ella, que lleva viviendo allí cinco años, lentejas.

—Si te portas bien y te lo comes todo, tendrás una sorpresa de postre.

Eso la tranquiliza un poco y le da esperanzas de que, al final, haber invitado a comer a aquel chico tenga su recompensa.

La comida transcurre con tranquilidad, más de la que Ángel y Paula esperaban. Paco apenas habla y Mercedes no para de entrar y salir del comedor. Ella comerá después. Es la pequeña Erica la que somete a un pequeño interrogatorio al periodista. Ángel se desenvuelve bien con la niña. Sin embargo, hay una pregunta que provoca que se atragante.

—Oye, ¿tienes hijos?

—¿Qué? ¿Hijos? —dice Ángel, mientras tose.

—Claro, si los tienes podrías traerlos alguna vez para que jueguen conmigo.

Paula no puede evitar una carcajada al escuchar a su hermana. Pero de nuevo es Paco el que pone mala cara.

—Soy muy joven para tener hijos —señala el periodista, que acaba de morder el último cubito de melón.

—Y yo más —añade Paula.

Erica mira a su hermana. No entiende por qué ha contestado también si no se lo había preguntado a ella. Paco, que también ha terminado con su plato de lentejas, se levanta de la mesa. No aguanta más.

—Ahora vengo.

El hombre, sin decir nada, sube las escaleras. Necesita un cigarro.

Mercedes, que ha regresado al comedor, se pregunta adónde ha ido su marido, pero le resta importancia a su ausencia.

—¿Habéis terminado de comer?

—¡Sí! —grita la niña.

—Estaba muy bueno, Mercedes —dice amablemente Ángel, mientras se levanta y coge su plato vacío para llevarlo a la cocina.

Pero la mujer se lo arrebata de las manos y le pide que se quede sentado.

—Ya lo hago yo. Tú eres el invitado.

—Qué cara —murmura Erica, que no está muy de acuerdo con que Ángel no tenga que recoger su plato. Ella lo hace siempre desde que tiene cuatro años y medio.

—Como seguro que el melón con jamón no te ha llenado mucho, he preparado de postre unos
banana split
.

—¡Bien! ¡Bien! —grita triunfadora la pequeña.

—No sé si podré con todo.

—Ya verás que sí. Erica, coge tu plato y ven a ayudarme, anda.

La niña abandona su silla con el plato de lentejas casi vacío entre las manos y acompaña a su madre a la cocina.

Paula y Ángel, por primera vez desde hace un rato, se quedan solos.

—¿Qué? No ha ido tan mal, ¿no? —susurra la chica.

—No. Tu madre es un encanto y tu hermana tiene unas cosas…

—Esperaba un fuerte interrogatorio de mi padre, pero se ha pasado la comida callado.

—Bueno, no creo que le caiga muy bien.

—¿Por?

—Soy el novio de su hija. Es normal.

—Pues a mí me caes genial.

—Más te vale…

Y la besa en la boca con un beso dulce con sabor a melón. Paula sonríe mientras siente los labios de Ángel, pero los aparta rápidamente cuando ve a su padre que regresa de la planta de arriba. ¿Los ha pillado? Parece que no. Paco termina de bajar la escalera y se sienta de nuevo en la mesa. Se ha fumado medio cigarro que le ha tranquilizado bastante.

Erica entra entonces en el comedor junto a su madre con un enorme plato en las manos: el postre, dos plátanos enteros cubiertos de nata, helado, guindas y caramelo. Mercedes lleva dos platos más. Uno para su marido, el otro para el invitado.

—¡Dios mío! ¡Es enorme! —exclama Ángel cuando la mujer le pone el postre delante—. No creo que pueda con todo esto.

—Lo compartimos —dice Paula, que coge una cucharilla y corta un trocito de plátano.

—Hay uno para ti. Déjale ese al chico, que ha comido muy poco.

—No, de verdad que es demasiado para mí solo. Mejor lo compartimos. Gracias, Mercedes.

—Sí, mamá, este para los dos.

—Como queráis, pero hay otro preparado —comenta la mujer, que regresa una vez más a la cocina.

Los cuatro continúan con el postre sin decir nada. Paco de vez en cuando observa cómo su hija y su novio tontean con las cucharas y el helado y protesta en voz baja. ¡Qué descarados! No lo soporta. Aprieta los dientes y sigue comiendo.

De todos, la que más está disfrutando el postre es Erica, que tiene toda la cara manchada de vainilla y caramelo. Cuando Ángel la ve, casi se atraganta.

—¿Está bueno? —le pregunta muy serio, intentando no reírse para no molestar a la niña.

—Mucho —responde, con la boca llena de helado y plátano y sonriente.

—Princesa, ¿y ahora? ¿Le das un beso a Ángel? —sugiere Paula cuando se da cuenta del aspecto de su hermana.

El periodista abre los ojos como platos.

—¡No! —exclama la niña.

—¿No?

—¿No me quieres dar un beso? —pregunta aliviado.

La pequeña mueve la cabeza muy rápido de un lado para el otro. Sus mofletes están inflados y sonrosados. Pero, ¿otra vez? ¿Por qué les ha dado a todos por eso? Ella besando a un chico… ¡Qué asco! Además, ¿no se dan cuenta de que el nuevo tiene los labios manchados de helado de fresa? ¡Ni loca!

Paco es el primero en terminar. Se ha comido el postre deprisa, nervioso. Se levanta y lleva su plato a la cocina mientras piensa que, al final, no ha sido tan buena idea invitar a aquel chico a comer en casa. La tensión no le ha dejado ni hablar. No parece mala persona, incluso es simpático, pero continúa creyendo que es mayor para su hija. Ella es muy joven para comprometerse con alguien en una relación seria y menos si ese alguien hasta ha acabado la universidad. Ángel y Paula también terminan. La chica se pone de pie y abraza a su novio por detrás de la silla.

—Es temprano. ¿Quieres que te enseñe mi cuarto, que todavía no lo has visto? —Vale. Tengo curiosidad.

La pareja deja sola a Erica en la mesa, que contempla intrigada cómo su hermana y el invitado suben las escaleras. ¿Por qué irán de la mano? ¿Es por eso de ser novios? No lo sabe. Y además, tiene cosas más importantes de las que ocuparse en esos momentos.

Ya arriba, Paula abre la puerta de su habitación e invita a Ángel a pasar delante. Los dos entran y, lentamente, la puerta se cierra.

Ese mediodía de marzo, al mismo tiempo, en la cocina de los García.

—No lo aguanto. Es superior a mí.

—Pero si el chico es muy agradable. A mí me gusta para Paula.

—Es muy mayor. Demasiado mayor.

—Bueno, puede ser, pero parece que se llevan bien.

—¡Por Dios, Merche! ¡Que tiene veintidós años!

La mujer se gira y mira directamente a los ojos a su marido.

—¿Merche? Hacía mucho tiempo que no me llamabas así.

—Ya.

Mercedes sonríe y se acerca a Paco. Cariñosamente, lo besa en la mejilla y lo abraza.

—Tienes que calmarte. El chaval es un encanto. Y muy guapo, por cierto. Tu hija tiene muy buen gusto.

—Tú sí que tuviste buen gusto.

La mujer suelta una carcajada. Luego, dulcemente, apoya la cabeza en el hombro de su marido.

—Es verdad. Pero este chico es más guapo que tú a su edad. ¿Has visto qué ojos?

—¡Bah! No es para tanto.

—Que sí, que es guapísimo. Y además tiene un cuerpo muy…

—¡Que es el novio de tu hija! ¡No te emociones! —exclama Paco mientras se aparta de los brazos de su esposa.

Mercedes vuelve a reír con fuerza y le da otro beso a su marido. En esta ocasión en los labios. Erica, en ese instante, entra en la cocina con su plato vacío entre las manos y ve a sus padres.

—¿Qué hacéis?

—Nada —responde la mujer, agachándose y cogiendo el plato que lleva su hija pequeña.

—¿Era un beso?

—Sí, era un beso.

—¿En la boca?

—En los labios.

—¡Puag!

La niña se tapa con una mano la boca y se da cuenta de que está manchada de helado. Su madre vuelve a inclinarse y la limpia con una servilleta.

—¿Han terminado Paula y Ángel ya con el postre? —le pregunta Mercedes, que trata de quitar todas las manchas de la cara de su hija pequeña.

—Sí, y se han ido.

—¿Que se han ido? ¿Adónde?

—Arriba.

Paco y Mercedes se miran desconcertados. El hombre se muerde los labios y la mujer suspira. No cree que…, pero y si…

Ese día de marzo, en ese instante, en la habitación de Paula.

Fuera ha dejado de llover. Ángel mira por la ventana y ve un tímido rayo de sol que se abre paso entre las nubes negras. No tardará en desaparecer. Paula está sentada en la cama. No entiende el motivo, pero, de buenas a primeras, tiene mucho calor. Observa a su novio y cuando él se gira ambos sonríen. Sus ojos le piden que se siente junto a ella. Ángel obedece y se miran, pupila con pupila.

—Te quiero.

—Te quiero.

El chico también siente el mismo calor que Paula, un calor como hacía mucho que no experimentaba. Se besan despacio, temblorosos. Ninguno entiende qué está pasando, pero en un día frío y gris como aquel, los dos tienen mucho calor. Es extraño. Para ella es una sensación desconocida. Sin darse cuenta, su mano se pierde bajo el suéter de Ángel y le acaricia el torso, fuerte, duro, perfecto. El calor aumenta. Paula sigue sin comprender qué sucede, pero no puede frenar. Sus besos son más intensos. Su lengua roza la suya y nota cómo la mano de Ángel se introduce en su camiseta, le acaricia la espalda y baja hasta sus vaqueros. En una frontera peligrosa, la que separa el mundo de la inocencia de la tierra del placer. La chica comienza a pensar deprisa, con mil cosas en la cabeza: está en su casa, sus padres abajo; nunca ha llegado a tanto con nadie, pero le da lo mismo, no quiere que Ángel pare y no se lo pide; guía con su mano a la mano del chico hasta el interior de la parte de atrás de su pantalón, muy, muy cerca de su ropa más íntima; cierra los ojos y suspira cuando Ángel le besa en el cuello. No se lo cree. ¿Su primera vez va a llegar? ¿En su casa? ¿En su habitación? No se lo cree. Quizá no es el sitio, ni tampoco el momento. Pero no puede parar. La

camiseta se levanta y percibe los labios de Ángel en uno de sus senos. ¡Dios! ¿Va a pasar? Ella quiere. ¿Y él? ¿Querrá también? ¿Llevará preservativos?

El rayito de sol se muere.

¡Y la puerta del dormitorio de Paula se abre de golpe!

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