—Felicidades —le dice en el oído.
—Muchas gracias, Álex. Ha sido precioso.
Los dos sonríen y se separan. Se miran indecisos. Son el centro de atención hasta que la música vuelve a sonar y cada invitado regresa a lo que estaba haciendo.
—¿Podemos ir a un sitio más tranquilo un momento? Tengo que decirte algo.
Paula asiente con la cabeza, aunque está nerviosa por lo que Álex pueda decirle. La pareja se aleja de la multitud cogida de la mano.
Entran en la cocina. Allí solo está Miriam preparando una bandeja de medias lunas rellenas de jamón y queso.
—Hola, tú eres Álex, ¿verdad? Yo soy Miriam, la dueña de la casa —se presenta la chica, dándole dos besos.
—Encantado, Miriam.
—Ha sido precioso lo que has tocado.
—Muchas gracias.
—¿Tocarás más?
—Pues…
Paula le hace un gesto a su amiga, que enseguida entiende que se quieren quedar a solas.
—Bueno, me voy a llevar esto al salón —dice, refiriéndose a la bandeja de medias lunas—. Algunos parece que no han comido en su vida. Luego os veo.
—Adiós, Miriam.
La anfitriona sale de la cocina con una sonrisa y preguntándose qué se proponen esos dos.
No hay sillas, todas están en el salón, así que Paula y Álex se sientan encima de una mesa que a veces la familia Parra usa para comer. Uno al lado del otro.
—De verdad, me ha encantado tu regalo.
—Me alegro de que te haya gustado. Lo he hecho con mucho cariño.
—Lo sé. Gracias.
Entonces él le coge una mano y la mira a los ojos. Paula se sorprende, pero no se aparta.
—Verás…, no quiero agobiarte. Sé que quieres a tu novio, y puede que yo te esté dando demasiados problemas, pero estoy muy enamorado de ti, Paula. Cada momento que pasa crece lo que siento. Y no puedo detenerlo.
—Álex, yo…
—Cada minuto miro el móvil por si me has mandado un mensaje. Pienso en ti a todas horas. No sé qué hacer ya.
El chico suspira y baja la mirada. Paula le imita.
—No te voy a negar que algo has despertado en mí —reconoce la chica—. No sé si es posible querer a dos personas al mismo tiempo. Estoy muy confusa. Sé que amo a Ángel. Lo sé. Él me hace sentir especial y me tiembla el cuerpo cuando estoy a su lado. Pero tú… lo has conseguido también.
Álex vuelve a mirarla a los ojos. No esperaba que le dijese algo así. Ella siente algo, aunque no sabe hasta qué punto. Debe actuar.
—Paula, bésame y comprueba realmente lo que tu corazón te dice.
—¿Qué?
—Bésame y sal de dudas.
—No puedo besarte. Le estaría siendo… infiel a Ángel.
—¿No has dicho que he conseguido despertar algo en ti?
—Sí, pero…
—Pues es el momento de saber si realmente me quieres o no.
Álex cierra los ojos y se inclina sobre ella. Paula suspira, está confusa. Tiene que decidir en un segundo. ¿Qué hace? ¿Lo besa?
La puerta de la cocina chirría y se abre.
Paula y Álex se separan y bajan rápidamente de la mesa. A la chica le viene a la cabeza lo que ocurrió ayer cuando Erica entró en su habitación de repente.
—¡Ah, estás aquí! —exclama Cris, que viene acompañada—. Mira a quién me he encontrado.
Un chico alto con los ojos azules y sonriente va de la mano de Cristina.
—¡Cariño! —grita Paula, que reacciona deprisa y corre hacia su novio.
Ángel la envuelve entre sus brazos y se besan en los labios.
Después mira al chico con el que Paula estaba a solas en la cocina. Es guapo, demasiado guapo; no le gusta.
Álex cruza la mirada con el recién llegado. Así que ese es Ángel… Es un tipo muy atractivo, no esperaba menos. No puede evitar sentir cierto odio hacia él.
—Perdona por llegar tan tarde. Había mucho tráfico por la lluvia.
—¡No te preocupes! La fiesta acaba de empezar… Muchas gracias por venir. Me habéis dado todos una gran sorpresa —comenta la chica, hablando muy deprisa. Está nerviosa. ¿Ha visto Ángel algo de lo que ha pasado con Álex?
El periodista vuelve a besar en la boca a Paula y la abraza más fuerte.
—Oye, ¿no nos presentas? —pregunta Cris, que continúa allí observándolo todo.
—Ah, claro. Qué tonta estoy.
Paula se acerca de nuevo a Álex con su amiga y su novio a cada lado. Está muy tensa, aunque trata de disimularlo todo lo que puede. Que Cristina esté allí es de gran ayuda.
—Pues este es mi amigo Álex. Es músico y escritor.
La chica es la primera que se aproxima y lo saluda con dos besos.
—Yo soy Cristina, encantada. Tocas genial.
—Muchas gracias —responde con timidez.
Cris sonríe y da un paso atrás, momento que aprovecha Ángel para avanzar.
—Y yo soy Ángel, el novio de Paula. Me alegro de conocerte.
—Igualmente.
Los chicos estrechan con fuerza sus manos y se miran a los ojos. Paula los observa inquieta. Parece un pulso, un duelo entre ambos. Es extraño que dos personas como Ángel y Álex, tan serenas, mantengan esa actitud desafiante.
—Bueeeeno, ¿nos unimos a la fiesta? —pregunta Paula, deseando salir de allí cuanto antes.
—¡Sí! —grita Cristina, que ya se ha tomado un par de Malibú con piña—. Baila conmigo, saxofonista.
La chica agarra del brazo a Álex y, sin que este pueda evitarlo, lo empuja hasta al salón donde suena
Take me out
, de Franz Ferdinand.
Paula los sigue, pero Ángel la coge suavemente del brazo y la frena antes de cambiar de habitación.
—Te quiero. —Sus ojos azules brillan.
—Y yo —responde ella.
Y se vuelven a dar un nuevo beso. Pero es un beso diferente. Lo quiere, pero dentro, en su corazón, se está desatando una tormenta de sentimientos y sensaciones. En el corazón de Paula llueve. Ama a Ángel, pero ya no tiene tan claro que él sea el único.
Minutos antes, esa noche de marzo, en ese lugar de la ciudad.
¿Pero el cumpleaños de Paula no es mañana?
Mario no entiende absolutamente nada. Desde arriba ve cómo chicos más o menos conocidos entran y salen continuamente del salón. Aquello ya no parece una simple fiesta de pijamas.
Ahora investigará. Antes tiene que ir al baño. Rápidamente recorre todo el pasillo del primer piso y llega al aseo, pero no puede abrir. Está cerrado. Lo que faltaba. Lo intenta de nuevo, pero es imposible. Llama a la puerta y no contestan. "Esto es el colmo", piensa. Nadie le ha avisado de la fiesta que hay montada abajo y encima no puede entrar ni en su propio cuarto de baño. Insiste en llamar y al final una voz femenina responde al otro lado.
—Ya voy, impaciente.
La chica quita el cerrojo y abre la puerta.
Los dos se sorprenden al encontrarse con quien tienen en frente.
—Mario, eras tú —dice Diana, azorada.
Está muy guapa. Va con un vestido de noche negro que le llega hasta las rodillas, con piedrecitas que brillan. Se ha puesto tacones y el pelo no lo lleva ni recogido ni con coleta, como suele ir al instituto. Se lo ha planchado y le cae liso por los hombros.
—Sí, claro que soy yo. Vivo en esta casa. Y tú, ¿qué haces aquí?
—Le he pedido permiso a tu hermana para subir a este baño. En el de abajo había dos chicas haciendo cola.
—Espera un segundo y ahora me cuentas qué está pasando.
El chico entra en el cuarto de baño a toda prisa y cierra la puerta. Diana sonríe y le espera con la espalda apoyada en la pared del pasillo.
Es la primera vez que ve a Mario desde ayer por la tarde. Esta mañana, cuando no fue a clase lo echó mucho de menos. Durante el examen de Matemáticas miró varias veces hacia su esquina y se le hacía un nudo en el estómago al no encontrarlo allí. Quizá ella tiene bastante culpa de todo lo que ha pasado, ya que fue la que le insistió
para que se declarase a Paula. Su amiga, en el cuarto de baño, le contó todo lo que pasó. Eso confirmaba su teoría de que Mario fingió estar enfermo para no ir al instituto y no encontrarse con Paula. Esa era la verdadera razón de su ausencia y no el examen de Mates, como pensaba Miriam.
Mario sale del baño y vuelve a asomarse a la barandilla. Sigue entrando gente en su casa. A algunos no los ha visto nunca y otros le suenan del instituto.
—Habéis organizado una fiesta en mi casa y no me habéis dicho nada.
—¿Nadie te avisó de que el cumpleaños de Paula se celebraba en tu casa?
—Sí, eso sí. Pero creía que era mañana.
—Y era mañana. Pero tu hermana, cuando se enteró de que tus padres se iban hoy, decidió adelantarlo un día para darle una sorpresa a Paula.
—Ah, pues no me dijo nada nadie.
—Qué raro. Imagino que todos darían por hecho que lo sabías.
—Ya.
El chico se echa contra la pared y resopla. Diana está a su lado en la misma postura.
—Se te ha echado de menos esta mañana. ¿Cómo te encuentras?
—Bien. Cuando me desperté tosía y el dolor de cabeza era bastante fuerte. Ahora me duele un poco, pero mucho menos.
Y esta vez no miente. La música de U2 con el volumen al máximo en los auriculares tiene la culpa.
—¿Por eso faltaste a clase?
—Sí, no me encontraba nada bien esta mañana.
—Tienes que haber estado muy enfermo para perderte un examen, y más de Matemáticas.
—Bueno, un mal día.
—Algunos de la clase dicen que te lo has inventado para no hacer el examen porque no te lo sabías.
Mario se ríe irónico.
—Que digan lo que quieran. Me da exactamente igual.
—¿No te importa lo que piensen los demás?
—No.
—¿Ni lo que piense yo?
Mario se gira y mira a Diana a los ojos. Hoy la ve más guapa que nunca.
—No sé qué es lo que piensas tú —responde con tranquilidad.
La chica se sorprende. No parece la misma persona insegura y tímida de siempre. Es como si el palo que se llevó ayer le haya servido para madurar de golpe.
—Pienso que, si hubieras hecho el examen, habrías sacado la mejor nota de toda la clase.
—No lo sé. No era fácil.
—Tampoco ha sido tan complicado. Quizá hasta yo apruebe.
—Me alegro. Te esforzaste mucho.
Diana sonríe. Es cierto, es el examen en el que más ha estudiado en su vida. Y posiblemente lo apruebe con buena nota.
La chica se estira y bosteza.
—No tengo ninguna gana de fiesta.
—Yo tampoco. Aunque no sé ni si estoy invitado.
—Claro que lo estás hombre, no seas malpensado.
—Paula quizá no quiere ni verme.
—Has sido tú el que no ha querido ir al instituto hoy para no verla a ella —contesta Diana con frialdad.
Mario no se sorprende de las palabras de su amiga. Ya sospechaba que ella lo sabía. Pero tampoco quiere regresar al pasado, al menos no de momento.
Ahora es el chico quien se estira y bosteza.
—¿Quieres que veamos una película en mi habitación? —sugiere de improviso.
Diana no sabe cómo tomarse aquella propuesta, pero parece que no lo está diciendo con doble intención. Simplemente se trata de ver una peli juntos, como amigos. Aunque cree que Mario está tratando de alejarse de Paula y de sus sentimientos hacia ella, es imposible que se le haya olvidado todo tan deprisa. Un amor de diez años no se pasa en diez horas ni en diez días. Si de verdad decide pasar página, debe darle tiempo y después contarle lo que siente.
—Vale. Es una buena idea.
Los dos entran en la habitación. Diana está un poco nerviosa, y eso que ha pasado allí mucho tiempo en los dos últimos días. Piensa en sentarse en la cama, pero finalmente opta por la silla del escritorio.
—¿Alguna preferencia? —pregunta Mario.
—No sé. Sorpréndeme.
El chico busca en una carpeta de su ordenador y finalmente se decide por
La vida es bella
.
—¿La has visto? Si quieres, pongo otra.
—Sí, sí la he visto, pero déjala. Me encanta.
—Bien.
Mario coge otra silla y se sienta junto a Diana.
Los dos están a gusto con la compañía. Hace una semana ni siquiera eran amigos de verdad y ahora, después de unos días muy difíciles para ambos, son capaces de sentarse juntos a ver una película.
—Espera un momento. Dale al
pause
—dice la chica, levantándose de la silla—. Ahora vengo.
Diana sale de la habitación corriendo. Mario obedece y para la película. No sabe qué le puede haber pasado. ¿Ha dicho o hecho algo malo? Pocos minutos después su amiga regresa con una botella de Coca Cola, dos vasos y un paquete de Lays al punto de sal. Entra en el dormitorio y cierra la puerta.
—Con esto, ya tenemos nuestra minifiesta montada.
El chico coge el vaso que su amiga le ofrece y sonríe. Por fin, sonríe. Y es que a pesar de que Paula sigue estando en su mente, porque no se puede dejar de querer a alguien en un día, Diana está empezando a ganar muchos puntos.
Esa noche de marzo, tras el último beso entre Ángel y Paula.
La pareja entra de nuevo en el salón.
La música suena altísima. Hay muchos chicos bailando, pero dos llaman especialmente la atención. Paula observa cómo Cristina pone las manos en los hombros de Álex y se mueve al ritmo de la canción. Él hace lo que puede y trata de seguirla. Lo suyo está claro que no es bailar, pero lo intenta y hasta resulta simpático. Una sonrisilla se le escapa a Paula bajo la mano con la que se tapa la boca. Ángel se da cuenta. No le gusta nada esa complicidad que hay entre su chica y aquel tipo.
Pero él no se va a quedar quieto mirando. Agarra a su novia de la cintura y la guía al centro de la habitación. Paula, sorprendida, se deja llevar. No conocía esa faceta de Ángel. Baila bastante bien. Se mueve con mucha soltura y pone los pies donde tiene que ponerlos.
Álex, sin embargo, no tiene la misma habilidad y pisa a la pobre Cris. La chica se queja un instante, pero enseguida vuelve a sonreír. El escritor le pide disculpas, avergonzado. Se ha despistado cuando ha visto a Paula y a Ángel juntos. Él la tomaba por la cintura y ella se sujetaba a su cuello con ambas manos, luego se besaban. Empieza a pensar que asistir al cumpleaños no ha sido una buena idea. No puede soportar verlos tan acaramelados. Se siente débil y como si todo lo que ha hablado con Paula no hubiese servido para nada. Ella nunca será para él, a pesar de lo que le ha confesado hace un momento.
La fiesta continúa.