Los dos están en la cama, tumbados. Estar tantas horas sentados en las sillas era un castigo, así que, cuando
La vida es bella
terminó, los dos acordaron echarse en el colchón y ver la película desde allí.
—Qué bonita —comenta Diana, que no la había visto aún.
—Sí. Es una de las pelis de este tipo que más me gustan.
—Ay.
La chica sorbe por la nariz y su amigo se le queda mirando.
—¿Estás llorando?
—¡Qué va! He cogido frío.
—Seguro. No me puedo creer que la fría y dura Diana llore viendo
Serendipity
.
—Oye, que no estoy llorando. Y cuidado con lo que dices por ahí, no vayas a arruinar mi reputación.
El chico sonríe. Poco a poco va encontrando a la verdadera Diana. Y, sin duda, le gusta muchísimo más que la que aparenta ser.
—No te preocupes, no diré nada.
Son más de las doce de la noche. No llueve. Abajo ya no se oye ningún ruido. No debe quedar demasiada gente y la que queda o está borracha o liándose con alguien.
—Mario, ¿puedo quedarme a dormir en tu habitación?
—¿Qué?
—Hey, no te pienses mal, salido. Solo a dormir, no quiero desvirgarte.
—¡Gilipollas! —grita, y se lanza sobre ella.
Diana comienza a reírse escandalosamente. Le está haciendo cosquillas.
—¡Para, para! ¡Por favor!
El chico le hace caso y se detiene. Los dos jadean por el esfuerzo y se vuelven a tumbar uno al lado del otro.
—Está bien. Puedes quedarte a dormir aquí. Seremos como Dawson y Joey.
—¿Quiénes?
—Dawson Leery y Joey Potter, los protagonistas de
Dawson crece
.
—No tengo ni idea de quiénes son esos.
—Uff, tú no has tenido infancia.
La chica se pone de rodillas sobre la cama y amenaza a su amigo con la almohada.
—Claro que he tenido. Pero no veía la tele, sino que me dedicaba a jugar con otros niños.
—O a maltratarlos.
—¡Qué capullo!
Diana golpea repetidamente a Mario con la almohada hasta que este logra arrebatársela.
—Bueno, paz —dice la chica, tapándose con una manta.
—Claro, ahora que te he quitado la almohada quieres paz.
—Shhhh.
—¿Por qué me mandas callar?
—Tengo sueño.
Diana cierra los ojos y apoya la cabeza en el hombro de Mario.
—¿Me vas a usar de almohada?
—Shhhh.
—Vale. Me callo.
El chico no dice nada más. Se tapa con la parte de la manta que Diana no está utilizando y también cierra los ojos.
Es la primera noche que Mario pasa con una chica. Y aunque siempre pensó que Paula sería su Joey particular, desde ese instante la protagonista pasó a ser una actriz secundaria de la historia.
Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad.
Hotel Atrium. Habitación 322.
Ángel abre la puerta con la tarjeta de infrarrojos, luego la introduce en el aparatito que hay en la pared para la luz y pulsa el interruptor.
Él entra primero, Paula pasa después y cierra la puerta. Aquella habitación es preciosa. Todos los muebles son blancos, negros o grises y transmiten muchísima tranquilidad, algo que a ambos les hace falta en esos momentos. La cama es de matrimonio: grande, espaciosa y con las sábanas blancas recién puestas.
Ambos se quitan los abrigos y los dejan en el armario. También Paula guarda allí dentro la mochila de las Supernenas con el pijama.
La chica, nerviosa, se acerca al ventanal que hace de cuarta pared y observa los millones de luces que de noche colorean la ciudad. Su novio se aproxima por detrás y le besa en el cuello. En su cuerpo nota la tensión a la que Paula está sometida.
—¿Estás bien?
—Sí. Muy bien —responde, no demasiado convincente.
Ángel no le da demasiada importancia. Es comprensible que esté así. Es su primera vez. Él también está nervioso y con todos los músculos en tensión, pero debe sobreponerse: tiene que transmitir seguridad y proporcionarle a ella toda la tranquilidad posible.
—El hotel está genial. Tus amigas se han pasado.
—Sí. Es todo muy bonito.
El chico lleva sus manos a la cintura de Paula y las introduce por debajo del jersey. Ella se estremece y con suavidad las aparta.
—Despacio. Por favor —le pide, con una sonrisa.
—Perdona, yo no…
—Tranquilo. No pasa nada. Soy yo, que estoy un poco nerviosa.
—Lo entiendo. No te preocupes.
Paula se aleja de su novio y camina hasta el cuarto de baño. También es muy espacioso y está diseñado con los mismos colores que la habitación.
—Ángel, ¿te importa que me dé una ducha antes? Quizá así se me pasen los nervios.
—Vale, como tú quieras. Tómate el tiempo que necesites.
—Gracias, cariño.
Se encierra en el baño y comienza a desnudarse. El móvil, que guarda en el pantalón, lo coloca encima del lavabo. Los vaqueros caen al suelo lentamente. Los recoge y los cuelga en una de las perchitas de la pared. Al lado, pone el jersey. Paula se mira al espejo. Lleva ropa interior rosa. Si hubiera sabido que hoy era el gran día se habría puesto otro conjunto más sexy. Aquel no está mal, pero no es especial.
Le tiemblan las manos tanto que le cuesta desabrocharse el sujetador.
Lo último en desaparecer de su cuerpo es el tanga rosa.
Paula se mete en la bañera y examina los grifos detenidamente. No son grifos comunes, sino que tienen un lado en el que se gradúa la temperatura del agua y otro lado en el que se mide la fuerza del chorro. Pero su funcionamiento es más fácil de lo que esperaba y enseguida encuentra el punto de calor perfecto.
El agua le cae por todo el cuerpo con fuerza, intensamente, relajando sus músculos.
Y sin saber por qué comienza a preguntarse qué está haciendo ahí. La respuesta no es difícil: está ahí para acostarse por primera vez con un chico, con el chico al que quiere, como siempre lo había imaginado.
Sin embargo, no está tan segura de todo como hace un par de días. La culpa es de Álex. Y de Mario.
¡Mario! Ni se ha acordado de él en toda la noche. Pero ¡si ni le ha visto! ¿Dónde se habrá metido? Después de todo lo que ocurrió ayer, no le extraña que no la quiera ver en un tiempo. Su regalo fue precioso:
Canciones para Paula
.
Es curioso, pero con ese título podría denominarse y resumirse su cumpleaños. Mario le regaló canciones en un CD; Ángel, la canción de Katia; y Álex… aquel tema con el saxo, compuesto para ella. Tres chicos encantadores con los que cree que no se ha portado bien.
Especialmente, con Álex. Uff, le ha roto el corazón. Y de una manera bastante cruel. Mirándole a los ojos. Negando cosas que sentía. Porque realmente hay algo nuevo en su corazón. Un sentimiento diferente.
Pero no puede reconocer algo así. Complicaría su vida, la de Álex y también la de Ángel. Pobre Ángel. Si se enterase de que ahora mismo su chica no sabe si está enamorada de él o de otro, seguro que se marcharía de esa habitación.
Es culpable y no hay excusas. Pero ¿qué podía hacer?
La chica cierra los grifos y comienza a secarse aún dentro de la bañera.
El móvil suena. Es un SMS. Paula se seca las manos y alcanza su teléfono. Es un mensaje de Álex: "Aunque me hayas dicho que no me quieres, yo sí te quiero. Felicidades: ya tienes diecisiete".
El corazón le da un brinco y el estómago se le mueve como una centrifugadora.
Suspira. Es cierto, ya tiene diecisiete años.
Sus ideas están cada vez menos claras.
Sale de la bañera envuelta en la toalla, se termina de secar y se pone la ropa interior.
Respira hondo. Es el momento.
Abre la puerta y camina por la alfombra gris hasta el centro de la habitación.
Ángel ya está en la cama. No lleva camiseta. Su atlético pecho está completamente desnudo. La parte de abajo aún continúa tapada. El chico la observa con admiración, luego con deseo y la invita a que se tumbe junto a él.
Paula obedece.
Y llegan los besos. Los primeros besos: en los labios, el cuello, las orejas. Y se escapa algún gemido. Ángel acaricia sus brazos, su espalda. Desabrocha el sujetador que cae y se pierde entre las sábanas. Ella se deja hacer. Siente su boca en sus senos, con pasión, saboreando lo que nadie antes consiguió probar.
La chica abre y cierra los ojos. Los abre para saber hacia dónde viajan sus manos y los cierra cuando estas han llegado.
Ángel se desliza, despacio. Juega con el elástico del tanga hasta que por fin se decide a explorar más allá. Paula suspira. Se ahoga y gime. El placer llega a su cuerpo, pero su cabeza y su corazón le están diciendo que no siga. No. ¡NO!
Abre los ojos y mira a Ángel. Él se sorprende cuando los contempla. Paula está llorando.
El móvil vuelve a sonar. Un pitido que indica un nuevo mensaje.
La chica mira hacia el cuarto de baño.
No quiere seguir con aquello porque no sabe si ama a Ángel o si quiere a Álex o a los dos. Y así no puede vivir. Necesita tiempo. Necesita espacio. Para comprenderse, para saber si de verdad está enamorada de alguien. Ahora recuerda bien lo que un día le dijo su madre. "Si quieres a dos chicos al mismo tiempo, es que realmente no amas a ninguno de los dos".
—Lo siento. De verdad que lo siento. Tengo que pensar.
A Ángel no le salen las palabras. La está perdiendo. Solo contempla con estupor cómo se levanta, cómo va hacia el baño y cómo a los dos minutos regresa vestida con el móvil en la mano.
"Felicidades cariño, espero que estés pasándolo bien con tus amigas. Tu padre, Erica y yo te queremos muchísimo. Un beso de los tres".
—¿Adónde vas a ir? —le pregunta.
—No lo sé. Necesito pensar.
Se viste, abre el armario, coge el abrigo y, con la mochila de las Supernenas colgada en la espalda, sale de la habitación 322.
Hace dos meses y pico, un día de enero, en dos lugares de la ciudad.
"Soy Lennon. Mi MSN es [email protected] . Te espero. Solo te pido una cosa, si te parece bien, claro. Si tienes una foto tuya en la ventana del MSN, ¿puedes quitarla, por favor?
Muchas gracias.
Ahora nos vemos".
Este era el mensaje privado que Minnie16 había recibido de Lennon en el foro musiqueros.es .
Se conocían desde hacía dos días. Su primer contacto fue una acalorada discusión sobre la música comercial. Cada uno defendía con ímpetu una idea distinta, hasta tal punto que a las tres de la mañana se quedaron ellos solos. La disputa terminó en sonrisas y en un "espero volver a verte". Al día siguiente se repitió el encuentro. Ironía, jugueteo, complicidad. Y al tercer día, ella recibió de él ese mensaje privado.
Paula releyó aquellas frases varias veces. No entendía lo de la foto. Pero, sin saber por qué, lo hizo: agregó a Lennon y en la ventana de su MSN colocó un osito de peluche con un corazón.
Cinco minutos eternos. Infinitos. Hasta que apareció.
—¿Minnie?
—Sí, soy yo. Mi nombre es Paula, Lennon. Encantada.
—
Ídem
. Yo soy Ángel. Muchas gracias por quitar tu foto.
—De nada. Pero ¿por qué no quieres verme?
—Una costumbre.
—¿Me la explicas?
—Yo no te voy a poner mi foto y quiero que estemos en igualdad de condiciones.
Paula no entiende a qué viene tanto misterio. Aquel chico le agrada, incluso puede decir que la atrae, pero no esperaba encontrarse con esa rareza.
—¿Y por qué no pones una foto tuya? ¿Te da vergüenza? ¿O es que eres alguien importante y no quieres que te reconozcan?
—No quiero que me juzguen por mi físico.
—¿Tan feo eres?
Ángel tarda en contestar esta vez. Paula teme haberle ofendido con esa pregunta, pero, justo cuando iba a escribirle para pedirle perdón, el chico continúa la conversación.
—Puede ser. Eso no soy yo el que debe decirlo. De pequeño tuve aparato dental, era gordito y siempre andaba despeinado. Los niños se metían conmigo. Sé lo que se siente al ser juzgado simplemente por tu físico. A veces es inevitable ver a una persona y pensar: "Este tiene que ser así". Por eso en este mundo de Internet intento conocer y que me conozcan solo por como soy por dentro.
La chica lee aquel párrafo y suspira. Tiene razón, pero le gustaría verlo.
—Así que nunca sabré cómo eres.
—Cuando nos conozcamos en persona.
—Jajaja. No creo que eso pase nunca.
Otro silencio. Son las tres y media de la mañana. ¿Es posible que esté hablando con alguien más? Por fin, Ángel contesta:
—Nunca digas nunca.
—No he quedado jamás con alguien que haya conocido por Internet. ¿Por qué ibas a ser tú el primero?
—Yo tampoco he hecho algo así y no creo que lo haga. Pero siempre hay una primera vez para todo.
¿Primera vez para todo? ¿Aquello era una indirecta para hablar de sexo? No. No era ese tipo de tío. O no lo parecía.
—Eres muy raro.
—Tú también eres rara.
—¿Yo? Soy una chica de dieciséis años normal y corriente.
—¿Dieciséis? Claro, por eso ese 16 junto a tu nick.
—Guau, me asombras. ¿Por qué pensabas que era?
—Por tu edad. Pero podía ser por cualquier cosa. Igual eres fan de Pau.
—¿Qué Pau?
—Gasol. Lleva el dieciséis en su camiseta.
Paula se da una palmotada en la frente. No era un tío que hablara de sexo, pero sí de deportes. Está perdida.
—Ah.
—No te preocupes, no voy a hablar de deportes.
¿Le lee el pensamiento?
No tiene foto, apenas lo conoce, le resulta raro y sin embargo… ¿le gusta? No. Eso es imposible.
—¿Y tú, cuántos tienes?
—107.
—¡Venga ya! ¿Tampoco me vas a decir tu edad?
—No.
—Me voy.
Miente. Pero ¿de qué va? ¿No le va a contar nada de él?
—¡No, espera! ¡Paula, espera!
—Solo si me dices cuántos años tienes.
—Chantajista.
—Llámalo como quieras. ¿Edad?
Se teme lo peor. Está hablando con un señor mayor. Ahora es cuando le presenta a los hijos. O peor, a los nietos.
—Tengo veintidós años. Pero soy como Peter Pan. No quiero cumplir más.
Ella dieciséis, él veintidós. Bueno, podría ser peor.
—Eso de Peter Pan es porque cuando cumpliste veintidós, ¿no contaste más o porque realmente tienes esos?