Mientras suena Coffe &TV, de blur, Álex recibe un mensaje en su móvil. Es Paula.
"Perdona por no responder antes. Me encantaría repetir lo de los cuadernillos, pero estoy de exámenes hasta arriba. Perdóname. Ya nos veremos. Un beso mi querido escritor".
El joven lee el SMS un par de veces. Sentimientos contrapuestos: está decepcionado porque no ha aceptado, pero por otra parte sonríe por el beso y por ser "su querido escritor". Irene lo observa todo. Sin que le diga nada, sabe perfectamente quién le ha enviado aquel mensaje a su hermanastro.
Esa misma mañana de marzo, en un lugar de la ciudad.
Menos mal que Diana ha mencionado a Álex. A Paula se la había olvidado por completo contestar el mensaje de la noche anterior. Espera que no se tome mal que haya declinado participar en un nuevo reparto de cuadernillos. Es lo mejor. Además esta tarde tiene sesión de estudio con Mario. Si no se vuelve a dormir, claro.
Precisamente, ese es el centro de conversación de las Sugus antes de que comience la segunda clase.
—Seguro que estaba soñando contigo y por eso el pobre se durmió. Mi hermano es un caso perdido —bromea Miriam.
—¿Ya estamos otra vez con eso? Mira, nena, mejor preocúpate de no traer al insti dos días seguidos el mismo pantalón, que ya te vale.
—No es el mismo. Es parecido.
—Mismo color, misma marca, mismo roto en la rodilla… Ya, parecidos.
—Vaya, ahora resulta que también te fijas en mí. Pues te advierto que yo no soy segundo plato de nadie, ¿eh? O mi hermano o yo —señala divertida la mayor de las Sugus, que suelta una carcajada a continuación.
—¡Como te pasas!
—¿Me das un besito, cariño?
Miriam rodea con una mano la cintura de Diana y aproxima sus labios a la cara de su amiga.
—¡Quita! ¿Serás…? —Paula y Cris ríen mientras Diana trata de desembarazarse del acoso de Miriam.
Sin que ninguna se dé cuenta, alguien se acerca hasta el grupo
—Paula, ¿puedo hablar contigo un minuto?
La voz de Mario llega tímida y temblorosa. Las Sugus dejan la broma y observan en silencio.
—Claro, Mario. ¿Vamos fuera? Quedan tres minutos hasta que llegue el de Filo —indica, consultando el reloj.
Mario acepta con la cabeza. La chica se levanta de su asiento y abandona la esquina de la clase seguida de su amigo. Los dos atraviesan el aula esquivando compañeros, mesas mal puestas y mochilas en el suelo. Ella delante, saludando a cuantos encuentra. Él detrás, con la cabeza ligeramente agachada.
Un par de chicos dialogan escandalosamente en la puerta. Paula y Mario se distancian un poco para no ser molestados. No hay nadie más en el pasillo. La chica se apoya en la pared y espera a que Mario hable, aunque sabe lo que va a decir.
—Bueno, quería pedirte una vez más disculpas por lo de ayer.
No se había equivocado. Sonríe y trata de que sus palabras suenen lo más tranquilizadoras posible.
—No te preocupes, hombre. Le puede pasar a cualquiera. Ya lo hablamos ayer.
—Sí, pero no te lo había dicho en persona y tenía que hacerlo. Perdóname.
—Pues ya está dicho. Y, aunque no tengo nada que perdonar, para que te quedes tranquilo de una vez, te perdono.
—Gracias.
—Ahora olvidemos eso ya.
—Muy bien.
—No hay ningún problema para quedar esta tarde, ¿no?
—Ninguno.
—¿Has dormido esta noche?
—Sí, bastante.
En realidad solo han sido tres o cuatro horas, pero no quiere alarmarla.
—Entonces, ¿a las cinco en tu casa?
—Perfecto. Prometo no dormirme.
Mario esboza una bonita sonrisa que llama la atención de Paula. Vaya, nunca se había dado cuenta de que su sonrisa es preciosa… Le hace verse incluso atractivo. No es un chico que se ría mucho. Pensándolo bien, casi nunca lo hace. Así parece mucho más guapo y sus ojos brillan de una manera especial.
Es un momento de confusión. Ninguno dice nada. Paula se ha quedado en blanco, sin palabras. Está perdida en sus ojos.
Mario no sabe cómo ni cuándo, pero ha dado un pasito hacia delante. ¿Por qué están tan cerca el uno del otro?
—Bueno, ¿qué?, ¿entráis?
Diana los observa desde la puerta de clase. Por su tono de voz, no parece demasiado contenta.
Los chicos se separan al instante. Cada uno retrocede un metro, como impulsados hacia un lado distinto del pasillo.
—Sí, ya es la hora —afirma Paula, tratando de sonreírle a su amiga, que permanece seria en la entrada del aula.
—Vamos —dice Mario, que aún se pregunta qué ha sido aquello.
Los dos caminan hasta el primero B. Mario entra en la clase sin decir nada más. Paula va detrás, pero, cuando llega a la puerta Diana hace una barrera con su brazo y le impide pasar. ¡Ups! ¿¡No se habrá puesto celosa!?
—Diana, yo…
—Mira quién viene por ahí…
La chica cree que se refiere al profesor de Filosofía. Ayer ella faltó a clase y seguro que le cae una buena bronca. Pero, cuando se gira, solo ve a un chico muy guapo envuelto en un bonito abrigo negro.
—¡Ángel! —Grita.
El periodista acelera su paso. Paula permanece inmóvil, incapaz de reaccionar, aunque una sonrisa inmensa le inunda toda la cara. Cuando está llegando hasta ella, por fin la chica se decide a salir a su encuentro. Diana los contempla con cierta envidia. Alguna vez le tocará a ella.
Los enamorados se encuentran y se besan, primero con pudor, con discreción. Pero la unión de sus labios desata la pasión y el segundo beso es mucho más intenso.
Diana se reúne con ello y tose. La pareja por fin se separa.
—No quería molestar, pero es que viene el de Gimnasia por allí —dice señalando a un tipo calvo en chándal que aparece al fondo del pasillo andando apresuradamente.
Los tres lo saludan cuando pasa junto a ellos y continúa su camino hacia el gimnasio del instituto.
—Hola, Diana —Dice por fin el chico, una vez que el profesor ya no está cerca.
—Pero que te acuerdas de mi nombre. Si es que no se puede negar que dejo huella… —responde ella sonriendo, mientras se dan dos besos.
—¡Hey, cortaos un poco…! —interviene Paula bromeando y tirando del abrigo de Ángel para atraerlo nuevamente a su lado.
Ángel la abraza y le da un cariñoso beso en la cabeza.
—Está a punto de venir el de Filo. Como os pille aquí haciendo manitas, te lo cargas.
Paula se separa de su novio y mira el reloj. Ya hace dos minutos que el profesor de Filosofía debería haber llegado.
—Es cierto —suspira—. Amor, ¿a qué has venido? ¡Qué sorpresa!
—¿No te alegras de verme?
—¡Claro! ¡Muchísimo! —Y se vuelven a abrazar.
—Yo también me alegro de verte. ¿Para mí no hay nada? —interviene Diana, abriendo los brazos.
—¡Qué capulla eres! No sé cómo puedes quererla.
—Eso me pregunto yo también.
—¡Eh! ¿Pero qué dices?
Paula hace que se enfada y se da la vuelta. Ángel la rodea por detrás y le besa el cuello. Luego la gira con suavidad y, mirándola a los ojos, le da otro en la boca.
—¡Por Dios, qué empalagosos sois! —protesta Diana.
—Envidiosa.
—Capulla.
—Imbécil.
—Gilipollas.
Ángel ríe. Aquella chica es muy diferente a Paula, pero le cae muy bien.
—Siento interrumpiros, pero he venido para raptarte. Y si te ve el profesor, no me dejará.
—¡Raptarme?
—Sí, Quiero llevarte a un sitio.
—¿A un motel? —preguntó Diana, dejando escapar una sonrisilla pícara.
Ángel y Paula se sonrojan aunque tratan de mantener la compostura.
—No. Ya lo descubrirá. ¿Qué dices? ¿Puedes escaparte hoy de clase?
—A todas.
Diana silba y Paula suspira. No quiere faltar tanto. Ayer ya se saltó Filosofía. Y en nada comienzan los finales de la segunda evaluación. Pero no puede resistir la tentación y es incapaz de decir no. Es Ángel.
—Bueno, está bien. Pero vayámonos ya, antes de que nos pillen.
—Corramos entonces. Hasta luego, Diana.
Ángel la coge de la mano y juntos corren por el pasillo.
—¡¿Qué digo si preguntan por ti?! —le grita Diana mientras los ve alejarse.
—¡Di que me han raptado! ¡Pero que no paguen el rescate! La pareja cruza una puerta cogidos de la mano y desaparecen.
"¡Qué capulla es!", piensa Diana de Paula. Pero es su amiga y está feliz por ella. Aunque sigue sin entender cómo se las ingenia para que todos los chicos vayan detrás. ¿Mario? No lo reconocerá nunca, pero cuando los ha visto hace un momento juntos, tan cerca, un fuerte pinchazo le ha atravesado por dentro. Nunca se había sentido así. Pero no. Eso no puede ser. Solo son amigos.
Habrán sido imaginaciones suyas. Además, ¿qué importa? Ella y Mario no son nada. Casi ni amigos. Entonces, ¿Por qué antes lo ha pasado tan mal?
Diana entra tranquilamente en clase. Camina despacio hacia la esquina de las Sugus. En el trayecto no puede evitar mirar hacia la mesa en la que Mario ya está sentado. Él se da cuenta, es como si la estuviera esperando desde hace un rato, y la saluda con la cabeza. "Qué mono es". La chica sonríe y le imita. ¡Uff!
Sin embargo, Diana se llevaría una gran decepción si supiera que a quien realmente aquel chico buscaba con la mirada no era precisamente a ella.
Esa misma mañana de marzo, en un lugar cercano a la ciudad.
Aquel martes es soleado, incluso hace calor. Demasiado calor. Eso puede indicar dos cosas: o que la primavera se ha adelantado unos días o que, en breve, el tiempo cambiará. Esa misma semana sabrán la respuesta.
Ángel paga al taxista. Abre la puerta y sale del vehículo con una pequeña mochila gris colgada del hombro izquierdo y agachando la cabeza. Paula se despide del conductor y también abandona el coche. Están en la afueras de la ciudad. Ante ellos aparece una enorme extensión, repleta de árboles de distintas especies.
—¿Dónde estamos? —pregunta la chica, que mira a su alrededor tratando de averiguar qué es aquel sitio.
—¿De verdad no sabes qué es esto?
—Pues no.
—Vale. Ven conmigo.
Ángel sonríe. Coge de la mano a Paula y la conduce hasta el comienzo de un empinado camino formado por ladrillos de color rojizo. En silencio, suben la cuesta. La chica está cada vez más expectante. ¿Dónde la ha llevado?
Un minuto más tarde ya están en la cima del sendero. Desde allí, Paula contempla mucho mejor el paisaje. Hay árboles y caminos por todas partes, y hasta alguna pequeña charca, en la que diferentes ánades disfrutan nadando alegremente de un lado para otro. Pero lo que más llama su atención son unas porciones de hierba de un verde más claro, situadas en varios lugares del terreno. En cada una hay colocada una bandera con un número.
—¡Es un campo de golf! —exclama.
—Muy bien. ¡Premio para la guapa señorita del jersey amarillo que lleva mi abrigo!
Ángel le ha cedido amablemente su abrigo para que no pase frío. Con las prisas, ni siquiera ha podido coger sus cosas de clase. En el taxi le ha mandado un SMS a Diana para que se ocupe de todo.
—Tonto. —Paula trata de golpearle con el codo, sin fuerza. Ángel la esquiva. Luego la abraza y la besa.
—Pues sí. Te he traído a un campo de golf. ¿A que no te lo esperabas?
—Claro que no. Pero yo no sé jugar al go…
—Lo imaginaba.
—¿Entonces?
—Hoy vas a ser mi ayudante y mi cadi.
—¡Tu qué?
—Mi cadi.
—No sé qué es, cariño. Yo…, es que no entiendo mucho de esto.
Ángel suelta una carcajada. Paula se molesta y refunfuña. El enfado dura pocos segundos, los que tarda él en acercar sus labios a los de ella.
—Te explico: el cadi es el que lleva los palos del jugador. Por fin sabe a qué se refiere. Lo ha visto alguna vez en la tele: son esos señores con gorra que llevan una bolsa pesada y que caminan detrás de los golfistas de hoyo a hoyo.
—¿Voy a tener que cargar con tus palos?
Ángel vuelve a reír, aunque en esta ocasión con menos vehemencia para que ella no se moleste.
—No, amor. Los palos los llevaré yo. No te preocupes.
—Menos mal —dice, resoplando—. ¿Y cómo puedo ayudar?
El joven mira su reloj y busca algo con la mirada.
—Vamos allí. Te lo explico por el camino —indica Ángel, señalando con el dedo un bonito edificio blanco situado en uno de los costados del terreno. Es la Casa Club.
De la mano, la pareja baja por el sendero hacia la entrada del campo.
—Hoy se disputa aquí un torneo benéfico —empieza a contar Ángel—. Vienen personajes famosos, actores, cantantes… Y me ha tocado a mí cubrirlo.
—Ah, ¡qué guay!
—Sí ayer me acredité. Y, como no podíamos mandar fotógrafo, te he acreditado a ti como mi ayudante.
La chica se detiene y lo mira con sorpresa. Ángel, sin dejar de sonreír, también se para.
—¡Qué dices! No puedes hablar en serio…
—Por supuesto que sí. Serás mi fotógrafa. No te preocupes solo incluiremos una foto de esto en el número de este mes. De todas las que harás, alguna saldrá bien.
—¡Madre mía!
—Y como el dueño del campo es amigo de mi jefe, cuando terminemos el reportaje nos dejarán ir a jugar unas bolas y vendrás como mi cadi, aunque realmente el que llevará los palos seré yo. Hace un día precioso. Pasearemos, comeremos por aquí y disfrutaremos de la naturaleza. ¿Qué te parece?
Paula sigue inmóvil. No aparte sus ojos de los suyos. ¡Ella fotógrafa!
—Lo del paseo, la comida y todo eso está genial. Pero lo de que yo haga las fotos me parece ¡una locura!
Ángel abre la cremallera de la pequeña mochila gris que lleva colgada. De ella saca una cámara fotográfica. Quita el protector del objetivo y mira por él un par de veces. Paula lo observa atentamente y algo inquieta. No está demasiado puesta en el tema, pero la cámara parece muy cara.
—Amor, de verdad que yo…
—Toma, hazme una de prueba. —La chica duda. No quiere cogerla.
—¿Y si la rompo?
—¡Qué la vas a romper! Toma. Tienes que darle aquí para hacer la foto.
Paula agarra con fuerza la cámara para evitar cualquier posibilidad de que se le caiga al suelo. Ángel se aleja unos pasos.
—¿Es digital? —pregunta mientras examina los distintos botoncitos del aparato.
—No, es de las antiguas, de las que han usado los profesionales toda la vida, con carrete. ¡Venga, ya estoy preparado! ¡Dispara!