En la radio del coche de Alexia suena
Bring me to life
, de Evanescense.
Pasa un semáforo en naranja, pisa el acelerador, cambia de carril y adelanta a un Seat Ibiza blanco que ya estaba deteniéndose.
Está nerviosa. ¿Qué le va a decir exactamente? Nunca se ha declarado a nadie, siempre le han entrado a ella. Y, por cierto, ninguna de esas ocasiones la recuerda como un modelo a seguir.
¿Debe sonar desesperada? No, esa no es una buena forma de decirle a alguien que le quieres. ¿Triste? No, eso es ser victimista y quizá lo único que lograría sería dar pena. ¿Tal vez lanzada? ¿Y si se tira a sus brazos? Tampoco es una buena idea. Ya pasó en
una oportunidad, cuando Ángel se emborrachó, y todo terminó mal. ¿Entonces? Quizá lo mejor sea comportarse tal y como ella es: hacer y decir lo que le venga en ese momento a la cabeza, lo que le pida el cuerpo, con naturalidad, improvisando. Sí, ese es el mejor plan.
Katia llega a la calle en la que vive Ángel. No sabe si estará en casa o en otra parte. A lo mejor sigue en la redacción de la revista.
Aparca y, cuando se va a bajar, su móvil personal suena. Es Mauricio Torres.
—Dime —contesta
—Katia, ¿dónde estás? —pregunta el hombre, al que nota por la voz que está preocupado.
—En el coche. ¿Por?
—¿Vienes ya hacia aquí?
—¿Cómo?
—¿Que si ya estás viniendo para la sala donde tienes el bolo esta noche?
"¡Joder! ¡Es verdad!…". Se le había olvidado por completo.
—No. Aún no. Estoy haciendo… unos recados. ¿A qué hora tengo que estar ahí?
—A las diez en punto te quiero aquí. Recuerda que hicimos un trato.
La cantante mira el reloj del coche. Son las siete y media. Hay tiempo.
—No te preocupes, ahí estaré. Es muy pronto todavía.
Mientras responde, Ángel sale de su edificio y se mete en un taxi.
—Bueno, te llamaba para recordártelo. Más te vale estar, porque si no…
—Mauricio, luego hablamos, ahora te tengo que dejar. Un beso.
—Katia, ¿pero qué…?
La chica apaga el teléfono y pone en marcha el motor del coche. ¡Es Ángel! Pero, ¿adónde irá? No va a tener más remedio que seguirlo. Aunque, con el tráfico que hay y la lluvia que está cayendo, no será nada sencillo.
Ya es de noche, ese día de marzo, en un lugar de la ciudad.
Mario escucha cómo la puerta de su casa se abre y se cierra constantemente. El timbre ha sonado unas diez o quince veces. No comprende nada. Se oye como si
hubiera un grupo de gente abajo. Sin embargo, no tiene ningún interés en averiguarlo. Es posible que en ese ruido tenga que ver Paula y, ahora mismo, no le apetece verla. Prefiere seguir en su cama acostado. Van a ser unos días difíciles. Tiene que olvidarse de ella de una vez por todas.
—¡Mario, sal! —grita su hermana desde el pasillo—. ¿O es que te vas a quedar ahí dentro toda la noche?
—Déjame. Estoy durmiendo.
—¡Venga ya! Paula está a punto de venir.
Confirmado. Ella no está, pero estará. Seguro que han montando una de esas fiestas de pijamas en las que las chicas hablan de sus cosas, especialmente de tíos.
—Luego salgo —miente.
Se pone los cascos del MP4 a todo volumen y se tapa la cabeza con la almohada.
Sabe que esa actitud no es la más adecuada, que se está comportando como un crío, pero no tiene la intención de seguir pasándolo mal. Al menos, no por hoy.
—Mario, sal de tu cuarto, que estamos todos abajo ya.
Ahora no es Miriam la que habla sino Diana. Todavía no se ha cruzado con él ni se han visto en ese día. Cuando ha llegado, el chico estaba ya encerrado en su habitación y no quiso molestarle. Ahora Mario no la puede oír. Solo escucha la música de U2 con el sonido al máximo en su reproductor.
Ocho de la tarde de ese día de marzo, en un lugar de la ciudad.
Espera que el helado de macadamia no se haya derretido.
Paula ya está en la urbanización en la que viven Miriam y Mario. Antes ella también tenía su casa allí. Luego, su familia se mudó a otra zona de la ciudad, pero ella siguió conservando a muchos de los amigos de siempre y luchó por permanecer en el mismo colegio y, después, ir al mismo instituto que ellos. Sus mejores recuerdos son de allí y le encanta volver de vez en cuando y echar la vista atrás. Nada parece que haya cambiado en todos esos años. Sí, hay un supermercado nuevo, más tiendas y hasta van a abrir un centro comercial, pero la apariencia continúa siendo la misma.
La chica camina deprisa bajo la lluvia. En el trayecto en autobús ha pensado mucho en su situación actual, en la última semana de su vida. Hace ocho días todo era distinto: a Ángel solo lo conocía por Internet, Álex no existía y Mario era un amigo de la infancia. Ahora tiene a tres chicos enamorados de ella, está a punto de perder la virginidad y en una semana se irá a Disneyland-París. ¡Increíble! ¿Llegará un momento en el que las novedades se detengan y logre una mínima estabilidad? Eso espera, porque su resistencia física y mental se encuentra al borde del abismo.
Ya está frente a la puerta de los Parra. Las luces de la casa están encendidas. Llama al timbre y espera. Nadie abre. Estarán en la cocina. Llama una segunda vez y escucha unos pasos que se acercan y que luego se alejan. Paula no comprende qué pasa. Insiste llamando en una tercera ocasión. Pasan unos segundos y, por fin, Miriam le abre la puerta.
—¡Hola! —grita y se adelanta a darle dos besos.
—Hola. Ya empezaba a pensar que no queríais que entrara.
—Qué cosas tienes…
Diana y Cris aparecen también para recibir a su amiga. Esta las observa con curiosidad. ¿No van demasiado arregladas? ¡Si hasta se han pintado como si fueran a salir de fiesta!
—Ah, ya estáis todas aquí. ¡Qué guapas! Si lo llego a saber, me habría arreglado un poco más.
Las chicas besan a su amiga. Cristina coge el helado y lo lleva a la cocina mientras Paula se quita el abrigo y busca un sitio donde dejar el paraguas.
—Estás perfecta, muy guapa, como siempre —dice Diana, que parece que se encuentra mejor que esta mañana.
—¡Qué va! Vosotras sí que estáis bien. Pero me podáis haber avisado de que os ibais a vestir así para no desentonar tanto.
—Qué tonta estás. Si pareces una modelo —comenta Miriam, que está además pendiente de otras cosas.
Aunque Paula no se ha pintado tanto como sus amigas ni se ha vestido para la ocasión, luce como si lo hubiera hecho. Lleva un jersey rosa oscuro, con pequeños filitos rojos y un pantalón vaquero blanco muy ajustado. Se ha puesto, además, unos pendientes de aros y se ha planchado el pelo.
—Ya, "una modelo", dice. ¿Y vosotras, qué?
—Nosotras nada. Por mucho que queramos, nunca seremos como tú —responde la mayor de las Sugus, que con la mirada le indica algo a Diana.
—Qué exagerada eres.
Entre piropos y sonrisas las chicas caminan hasta la puerta del salón. Cristina sale de la cocina y se reúne con ellas. Abren la puerta. Todo está oscuro. No se ve nada en aquella habitación. Paula nota cómo una de sus amigas la empuja ligeramente por detrás. Entonces se encienden las luces y…
—¡Sorpresa! ¡Felicidades!
Un gran grupo de chicos comienza a cantar el cumpleaños feliz ante la sorpresa de Paula, que se ha quedado boquiabierta. Uno a uno se van acercando y besando a la protagonista. Allí están antiguos amigos de la urbanización, compañeros de clase e incluso algunos de los de segundo de bachiller que solo conoce de vista. Todos se acercan y la felicitan cariñosamente. Las tres últimas en hacerlo son las Sugus.
—Pero si esto era mañana, ¿no? —pregunta Paula, que aún está recuperándose de la impresión de ver a todos aquellos chicos allí.
—Sí, pero mis padres, al final, se iban hoy y queríamos darte una sorpresa de verdad. Y creo que lo hemos conseguido, ¿no?
La música comienza a sonar y los invitados hambrientos comienzan a dar buena cuenta de los bocadillos, bebidas y canapés que las Sugus han preparado durante toda la tarde.
—¡Sí! ¡No me lo esperaba para nada! Gracias, chicas: sois las mejores.
Las cuatro se abrazan y hasta se les escapa alguna lagrimilla. Luego Miriam saca algo de su bolsillo envuelto en papel de regalo.
—Toma, es para ti. De parte de las tres.
Paula lo abre. Es una tarjeta, una de esas llaves por infrarrojos que tienen algunos hoteles.
—Es del hotel Atrium. Habitación 322. Espero que tu primera vez sea tan bonita como te mereces.
¡Es verdad! Si la fiesta es hoy, significa que hoy también… ¡Dios, no había pensado en eso todavía!
—Gracias, chicas. De verdad, sois las mejores. —Paula vuelve a abrazar a sus amigas, nerviosa.
—Espera. Falta esto —dice Diana, que le entrega una cajita envuelta también en papel de regalo—. No hace falta que la abras ahora. Son para que no tengamos Paulitas y Angelitos antes de tiempo.
Paula la coge y sale del salón, para guardar la cajita en el abrigo. Cuando regresa junto a sus amigas se da cuenta de que falta alguien.
—Oye, ¿y Ángel? ¿Lo habéis invitado, verdad?
—Sí, no te preocupes. Estará al llegar. Le enviamos un e-mail explicándole el cambio de planes —comenta Miriam.
—También invitamos a Álex, como nos dijiste —añade Cristina.
¡Ups! ¡Álex y Ángel juntos en el mismo espacio! Paula palidece. Cuando les pidió a sus amigas que invitaran al escritor no imaginaba todo lo que vendría después. Uff. Será, sin duda, una situación incómoda y muy tensa. Aunque pensándolo bien, quizá Álex no vaya, previendo un encuentro con su novio que pudiera hacerle daño. De momento, no está allí.
Sin embargo, las dudas de Paula tardan poco en resolverse. El timbre de la puerta suena y uno de los chicos de segundo de Bachillerato que pasaba por allí abre.
Un joven guapísimo que llama la atención de todas entra en la casa llevando consigo un saxofón en las manos.
Noche de ese día de marzo, en un lugar de la ciudad.
Le duelen los oídos. One, de U2, suena a todo volumen en su MP4. Se ha debido de quedar dormido. Mario se quita los auriculares. No oye casi nada, solo un fuerte y desagradable pitido. Se levanta de la cama, con los ojos achinados y la cabeza a punto de explotar. Se sienta sobre las mantas y se frota los ojos. ¡Qué mal se encuentra!
Poco a poco va recuperando sensibilidad en sus oídos. ¿Hay música puesta abajo? Eso parece. Se escuchan, además, muchas risas y algún que otro grito. Sí que han montado su hermana y las demás una buena fiesta de pijamas. No quiere salir de la habitación, pero tiene unas ganas enormes de ir al baño, así que no le queda otro remedio.
Mario abre la puerta despacio y sale de puntillas del dormitorio. Mira hacia abajo para comprobar que no hay nadie que le pueda ver, pero se equivoca. Dos chicas de su clase observan embobadas a un tipo que acaba de entrar en su casa con un saxofón. ¿Quién es? ¿No será un
boy
?.
Sacude la cabeza negativamente y enseguida se da cuenta de que hay algo que su hermana y el resto se han olvidado de contarle.
Al mismo tiempo, esa noche de marzo, en el mismo lugar de la ciudad.
Dos invitadas a la fiesta, compañeras de clase de Paula, comentan entre ellas la última jugada.
—¿Quién es ese?
—Ni idea. Pero está muy bueno.
—Ya te digo.
—¿Es mayor que nosotras, no?
—Mejor. Seguro que tiene mucha experiencia.
—¿Eso que lleva es un saxofón?
—Sí. Igual han contratado a una banda y este es uno del grupo.
—Pues si todos los del grupo están así…, ¡uff!
Álex acaba de llegar y ya se siente observado. Desde una esquina, dos amigas de Paula lo miran y cuchichean. El escritor las saluda amablemente y continúa caminando.
¡Menuda sonrisa tiene el desconocido! Las dos chicas se apresuran a presentarse, pero es demasiado tarde. El joven entra en el salón con su saxofón en las manos y se pierde entre la multitud.
No hay demasiada luz en la habitación. Aquel sitio es tan grande como la pista de baile de una discoteca. La música que suena es muy estridente,
tecno dance
. ¿Dónde está Paula? No la ve. Hay mucha gente, todos chicos jóvenes, estudiantes de instituto la mayoría. Quizá él es el mayor de todos. Por fin divisa a Paula. Está hablando con tres amigas. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Ella todavía no lo ha visto.
El chico se acerca sigilosamente hasta el aparato de música y pulsa el
stop
. Un segundo de silencio, al que sigue un murmullo de protesta. ¿Quién ha quitado la música?
Álex se sube encima de una mesa y mira a Paula. La chica, sorprendida, se pone una mano en la boca. ¿Qué hace ahí arriba? Todos los invitados observan expectantes al chico del saxofón.
—Felicidades, Paula. Este es mi regalo de cumpleaños. El tema se llama
Simplemente
, Paula y lo he compuesto exclusivamente para ti.
Álex se moja los labios con saliva, prepara el saxo y comienza a tocar esa melodía que se sabe de memoria y que tantas veces ha interpretado. La ha escrito para ella, solo para ella. Cierra los ojos y se deja atrapar por la música una vez más. Pero ahora no está en su casa, en su azotea, en la libertad de la soledad, ahora todos le escuchan, ella especialmente, y con emoción, atendiendo a cada nota y a cada segundo de
Simplemente, Paula
.
En la chica se despierta un sentimiento distinto, como si la música del saxofón la transportara a un lugar en el que solo existieran él y ella, Álex y Paula. No comprende por qué su corazón se ha acelerado de repente. Es parecido a lo que siente cuando está con Ángel. Pero no puede ser, eso no puede ser. Ella no quiere a Álex. Ama a su novio. ¿O también quiere a Álex? Su cabeza está hecha un lío.
¿Se puede querer a dos personas al mismo tiempo y de la misma forma?
Nadie dice nada en tres minutos. Solo habla el saxo.
Los acordes finales están llenos de melancolía, de preciosa tristeza, de amor no recibido, pero esperanzado de que algún día cambie de lado.
El tema termina. Álex respira profundamente para recuperar el aire perdido. Baja de la mesa y va a buscar a la chica del cumpleaños, que lo mira con ojos llorosos. Algunos aplauden, otros se preguntan quién es ese chico y todos le felicitan cuando pasa a su lado.
El chico llega hasta Paula y se abrazan. Muchos observan. Esperan un beso en los labios, que no llega.