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Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood

Cormyr (68 page)

BOOK: Cormyr
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—¿Y qué me decís de las familias nobles? —preguntó uno de los magos—. ¿Acaso se han unido a Gondegal?

—Así lo han hecho algunas de las familias menos importantes —respondió Bhereu—. Por ejemplo, los Immerdusk y los Indesm. Los Marliir, la familia más importante de Arabel, sigue siendo leal a la corona. La mayoría de las gentes que llevan tan orgulloso apellido han sido arrestadas, y mantienen ocupadas a buena parte de las tropas de Gondegal, encargadas de la custodia de los prisioneros, cuando tendrían que vigilar la muralla.

—Casi toda la información que tenemos del interior procede de los Marliir —añadió Thomdor—. Hasta el momento, el reconocimiento fruto de la magia ha sido completamente ineficaz.

—Zanjada la cuestión —dijo el rey—, éste es el plan de batalla para mañana.

Vangerdahast hizo un gesto de asentimiento y trazó unos gestos en el aire. Una serie de bloques púrpura aparecieron sobre la mesa, fuera de las murallas que guardaban la maqueta de la ciudad. A medida que el mago fue explicando el plan, los bloques se desplazaron hacia la muralla.

—Los milicianos formarán en el flanco izquierdo, encargados de orquestar un ataque fingido en la puerta de Cuerno Alto y en la muralla noroeste, mientras los mercenarios atacan con fuerza la puerta sur, más para atraer el fuego y forzar al enemigo a empeñar las tropas que para tomar realmente la puerta. El grueso del ejército, en el flanco derecho, se desplazará por la muralla sur. La intención es la de hacer creer a las fuerzas de Gondegal que se dirigen a la puerta oriental, para allí atacar. De hecho, las fuerzas al mando del duque se dirigirán más al este, mientras que las del rey permanecerán en el centro y las del barón se reunirán en el extremo oeste del frente establecido.

Unos bloques diminutos se separaron de los principales y rodearon la ciudad al este y al oeste.

—En este momento se destacará la caballería ligera para bloquear las puertas oriental y occidental, impidiendo la salida, la huida, de las fuerzas de Gondegal. Estará acompañada de algunos magos guerreros. Nuestro cuerpo principal contará con el mayor contingente de magos, además del barón, el duque y su majestad el rey.

Una serie de destellos apenas perceptibles aparecieron a lo largo de la muralla sur, ante el bloque más grande.

—Los magos guerreros procederán a practicar una brecha en esta zona mediante el uso de proyectiles mágicos y toda suerte de conjuros explosivos. Existe el riesgo potencial de dañar los edificios situados inmediatamente al norte de la muralla, por lo que mientras la primera oleada asegura el área, las fuerzas que penetren a continuación por la brecha deberán hacer caso omiso de los escombros e internarse sin dilación. Después habrá tiempo de sobra para examinar los edificios derruidos en busca de posibles víctimas.

—Adiós al Guiño y el Beso —masculló Thomdor al recordar su taberna favorita, situada junto a la muralla que debían atacar.

—Una vez que hayamos volado la muralla —continuó el mago—, el grueso de nuestras fuerzas se dividirá. Los hombres de Thomdor tomarán la puerta sur y facilitarán la entrada de los mercenarios; juntos, deberán limpiar la zona de tropas enemigas y mantener la posición... sobre todo en lo que respecta a cualquier callejuela que no cuente con barricadas, además de vaciar los edificios que haya cerca, en caso de necesitar una ruta por la que proceder a la retirada. Las fuerzas de Bhereu accederán a la ciudad y se dirigirán hacia la puerta oriental, para tomarla... y, lo que es más importante, para contener a cualquier contingente enemigo que pueda haberse reunido allí. El rey dirigirá el cuerpo principal a través de la ciudad, hasta la ciudadela de Arabel, para rodearla e intentar forzar las puertas. Si los sorprendemos y nos movemos con la suficiente rapidez, es muy probable que podamos acabar con buena parte del ejército de Gondegal en la propia ciudad, antes de que puedan reagruparse en la ciudadela.

—¿Y si logran retirarse a la ciudadela? —preguntó el capitán mercenario.

—Gondegal podría aguantar en Arabel de forma indefinida —respondió el rey—. Pero a menos que disponga de más comida, planes y hombres de lo que pensamos, no podrá aguantar demasiado en la ciudadela si nosotros nos hacemos con la ciudad. Ya conocen las señales; comuniquen las órdenes a sus subordinados, de modo que todos podamos atender nuestro equipo y llevar a cabo nuestras plegarias. Marcharemos antes de que el sol asome por el horizonte, y al amanecer iniciaremos el ataque.

Un mensajero enfundado en una cota de malla pulida llegó para comunicar que habían llegado las tropas aliadas de Sembia, y que en aquel momento ya se habían quejado del lugar que se les había asignado para descansar. El rey sonrió de forma imperceptible, y dio por concluida la reunión. Las sillas se arrastraron, los hombres se levantaron, envueltos en la comprensible charla; el Dragón Púrpura señaló al mago y a sus dos primos, que permanecieron en el interior del pabellón mientras los demás lo abandonaban.

—Un buen plan —dijo el rey.

—Gracias a vuestras sugerencias —repuso el mago—. Huelga decir que es fruto de los archivos militares de la corte. Hay planes enteros que ocupan mesas como ésta para atacar Arabel. Incluso en tiempos de paz, era una práctica común para los estudiosos en temas militares trazar una estrategia de ataque sobre Arabel, con soldados de latón y dados.

Azoun echó un vistazo a la maqueta de la ciudad, y después entrecruzó sus manos apoyadas en la barbilla, con los dos dedos índice ante los labios.

—La cuestión es qué sucederá después —dijo lentamente.

—Amnistía general —respondió Thomdor.

—Capturamos a Gondegal y a sus cabecillas, y los colgamos por los crímenes cometidos; después utilizamos todo el tesoro que ha reunido para realizar las reconstrucciones necesarias —añadió Bhereu.

—Las tropas permanecerán en Arabel, aunque sea con la excusa de emprender las reparaciones —dijo Vangerdahast—, pero deberemos buscar una excusa para mantenerlas en la ciudad. Arabel es un enclave fronterizo, y tendría que contar con la protección necesaria.

—De acuerdo —dijo el rey—. Primo Thomdor, tú liderarás las fuerzas de los Dragones Púrpura que permanezcan en la ciudad, de la misma forma que Bhereu controla las fuerzas destacadas en Cuerno Alto. —Los dos primos respondieron con un gesto de asentimiento.

—¿Y qué me decís de los nobles? —preguntó el mago.

—¿Qué sucede con ellos? —preguntó a su vez el rey.

—En la corte se achaca la debilidad de Arabel a los Marliir —dijo el mago real.

—Lo único que sabemos de los preparativos llevados a cabo por Gondegal se lo debemos a los Marliir —dijo Thomdor, frunciendo el entrecejo—. El anciano Jolithan Marliir ha arriesgado a dos de sus hijas para enviarnos mensajes.

—No debemos culpar a los Marliir —dijo Azoun—. Si acaso, es nuestra propia complacencia lo que nos ha llevado a esta situación, donde un carismático rey impostor es capaz de reclutar un ejército de la noche a la mañana y hacerse con una ciudad en poco más de una estación.

—Cierto, pero ya conocéis la política de la corte —replicó Vangerdahast—. Bleth, en particular, me ha recordado una y otra vez su contribución a esta empresa, y lo interesado que está en que los Marliir fracasen y una familia «genuinamente» cormyta se asiente en la ciudad. Lord Bleth está deseoso de establecerse en Arabel.

—Entonces lord Bleth se llevará una decepción —dijo el rey—. Mis primos tienen razón. Sería injusto castigar a los Marliir después de haber arriesgado tanto por nosotros. Además, si accedo a la petición de los Bleth, o de cualquier otra familia que considere «genuinamente cormyta» a cualquiera que nazca y se eduque en Suzail, me enfrentaré a una revolución en toda regla antes de que finalice la década. ¿Alguna otra cosa?

No había nada más que debatir, y el rey se retiró a su tienda mientras los dos primos observaban la maqueta con atención, señalando los pros y los contras de esto y aquello. Vangerdahast los dejó hacer, y se dirigió al extremo sur del campamento, lejos de la ciudad.

Allí los guardias apostados se encontraban muy separados unos de otros, y las sombras que se extendían entre las hogueras de los campamentos parecían más densas. La noche se había apoderado de la situación, por muchas espadas que pudiera cobijar. Se dispuso a esperar, mientras contaba las estrellas del cielo del sur.

—La espada negra.

—Mella el escudo verde —replicó el mago.

—Para hacer de la guerra, roja —respondió la oscuridad, antes de abrirse, abandonar las sombras y plantarse ante el mago. Era uno de los agentes de Vangerdahast. Los primos del rey dependían de la nobleza para obtener información. Cualquier mago que se preciara de serlo tenía sus propios métodos, sus propios servidores.

La espía era una joven envuelta en una capa oscura como boca de lobo, y ropa de cuero. No había nada en ella que fuera destacable, excepto un anillo dorado en la mano. Las vainas de sus dagas, una en cada cadera, estaban envueltas en cuero negro. Su rostro era de rasgos suaves, inocentes.

—Señor mago —dijo—. Traigo noticias.

—Hable —dijo Vangerdahast.

—Gondegal ha desaparecido —respondió ella.

—¿Desaparecido? ¿Cómo?

—Se ha esfumado, evaporado en la escarcha veraniega —explicó la espía, contenta.

—¿Y cómo se ha enterado? —preguntó Vangerdahast.

—Por uno de los capitanes —dijo la muchacha—, es decir, por uno de los capitanes a los que ha abandonado. Gondegal, media docena de sus edecanes y el tesoro que ha saqueado a lo largo de los últimos tres meses han desaparecido de repente de la ciudadela. Los capitanes que han quedado atrás están desamparados, tienen un nudo en la garganta y otro en el estómago, para que nos entendamos, y pese al registro exhaustivo que han llevado a cabo en la ciudad, tanto en las guardillas como en los sótanos, no han encontrado ni rastro de su heroico cabecilla.

—¿Y qué planes tienen ante la ausencia de su líder? —preguntó Vangerdahast, que sonreía amparado por la oscuridad.

—Los magos que se habían aliado con Gondegal han abandonado la ciudad por sus propios medios. Los restantes líderes están desorganizados, pero la facción de mayor peso se decanta por la opción de liberar a los Marliir, para que sean éstos quienes supliquen clemencia al rey en su favor.

Vangerdahast se dio unas palmaditas en la barriga con ambas manos.

—En tal caso regrese a la ciudad, y comunique este mensaje a los Marliir: Habrá una amnistía general, siempre y cuando se abran las puertas al acercarse las tropas del rey a la ciudad. Los hombres de Gondegal nos esperarán al pie de la ciudadela sin armadura ni armas de ninguna clase. El rey perdonará a todo aquel que se encuentre allí, pero perseguirá a los demás hasta darles muerte. ¿Podrá comunicar este mensaje?

—Sin duda —dijo la espía—. Debo irme.

—Buena suerte —murmuró el mago, mientras observaba cómo la mujer se fundía en la oscuridad. Sus ojos fueron incapaces de seguirla muy lejos. Volvió a observar el cielo, permitiéndose el lujo de esbozar una amplia sonrisa.

Entonces, después de mudar la expresión de su rostro, así como sus emociones, se volvió para regresar al pabellón real.

Como había sucedido en numerosas ocasiones, Gondegal había optado por retirarse antes de luchar. Sin embargo, en aquella ocasión había dejado colgada a toda una ciudad, ciudad que aplaudiría al rey como a su salvador, de modo que las aspiraciones imperiales del rey bandido quedarían en nada. Aquella campaña no había sido un mal negocio. Arabel reconquistada, asegurada su lealtad al menos durante otra generación, y todo ello sin derramar una sola gota de sangre.

Por supuesto, tendría que verificar la información enviando a los exploradores, pero el mago confiaba en su espía. No habría informes de ningún jinete abandonando la ciudad, ni indicio alguno de juego sucio entre quienes apoyaban a Gondegal, ni cadáveres que aparecieran en cualquier lugar de forma misteriosa. Y por la mañana formarían tal y como habían planeado, armados para la guerra, y emprenderían la batalla... pero en lugar de muerte y de murallas derruidas, las puertas de Arabel se abrirían de par en par y la ciudad se libraría de las consecuencias derivadas de la guerra. Sobre el rey lloverían las flores en lugar de los aceros.

«Lo mejor sería contárselo sólo a Azoun», pensó el mago. Si no había rendición, el ejército de Cormyr tendría que emprender el ataque. Los hombres, mentalizados para afrontar la batalla, reaccionarían mejor ante las celebraciones, mientras que si esperaban de buenas a primeras una rendición no estarían preparados para entrar en combate.

La ruta de Vangerdahast lo llevó a dar un amplio rodeo y a pasar junto a los Dragones Púrpura, quienes lo saludaron en silencio, con una inclinación de cabeza. Procedió a dar la vuelta al pabellón real, hasta llegar a la tienda del rey. La luz tenue proyectaba la sombra del monarca en la lona... no, había dos sombras, siluetas que se movían al unísono, que se fundían una en la otra. A través de la lona de la tienda, oyó los gemidos, los jadeos y los suspiros imperceptibles.

El mago maldijo entre dientes. Ni siquiera en vísperas de una batalla, en medio de un campamento militar, Azoun era capaz de mantener a raya la sangre Obarskyr que corría por sus venas. Ya había sufrido demasiados infortunios a lo largo de los años como para haber aprendido una lección de prudencia, pero los reyes de Cormyr, duros de mollera, nunca parecían capaces de evitar los peligros que se derivaban de cualquier flirteo.

Vangerdahast dio la vuelta a la tienda. Había un solo guardia apostado ante el túnel que conducía a la entrada. El ruido y las sombras proyectadas no resultaban tan obvios desde allí, pues el guardia tenía ante sí el campamento atestado de soldados, razón por la cual el mago dio gracias a Tymora al menos por eso, por la previsión del rey de escoger el único punto del pabellón donde podía hacer sus cosas con la mayor discreción posible. El guardia era joven, barbilampiño, un nuevo recluta procedente del campo.

—Dígale al rey que se ponga en contacto conmigo en cuanto haya acabado —dijo el mago de la corte en voz alta, y con cierta brusquedad, antes de bajar el tono de voz y añadir—: Y procure escoltar a la joven sin armar alboroto y con la mayor discreción posible al exterior del campamento.

El joven borboteó una respuesta al anciano mago, como si éste acabara de señalarle un burro volante.

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