Dinamita (3 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: Dinamita
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—¿Algún rumor?

—No.

—¿
¿Eko?
?

—Todavía no. Rapport emite un especial a la seis.

—Sí, he visto el coche.

—Mantente alerta, te llamaré cuando tengamos la primera edición en máquinas.

Jansson colgó. Annika también, pero mantuvo el auricular en el oído.

—¿Por qué tienes uno de ésos? —dijo Henriksson, y señaló el cable que colgaba a lo largo de su pómulo.

—El cerebro se achicharra con las radiaciones del móvil, ¿no lo sabías? —sonrió—. Esto me parece práctico. Puedo correr, escribir y hablar por teléfono al mismo tiempo. Además es silencioso, y no se oye cuando telefoneo.

Sus ojos se humedecieron por el frío; tuvo que entornarlos para ver lo que sucedía en el estadio.

—¿Tienes algún «superteleobjetivo»?

—No sirve con esta oscuridad —contestó Henriksson.

—Coge el teleobjetivo mayor que tengas e intenta captar lo que pasa allí lejos —dijo y señaló con el guante.

Henriksson suspiró ligeramente, dejó la bolsa de la cámara en el suelo y miró a través del teleobjetivo.

—Necesitaría un trípode —murmuró.

Los coches se habían dirigido hasta una pendiente de hierba y aparcaron junto a la escalera de una de las entradas. Tres hombres salieron del coche del médico, se detuvieron y hablaron detrás delos vehículos. Un policía uniformado se aproximó; se saludaron. Nadie se movió junto a la ambulancia.

—Por lo menos no tienen prisa —dijo Henriksson.

Aún se acercaron dos policías más, uno de uniforme, el otro de paisano. Los hombres hablaron y gesticularon; uno de ellos señaló hacia el agujero de la bomba.

Sonó el teléfono móvil de Annika. Apretó la tecla de respuesta.

—¿Sí?

—¿Qué hace la ambulancia?

—Nada. Esperar.

—¿Qué hacemos para la próxima edición?

—¿Ha hablado alguien con el taxista del hospital Sur?

—Todavía no, pero tenemos gente ahí. Es soltero, sin pareja.

—¿Hemos encontrado a Christina Furhage, la jefa de organización de los Juegos Olímpicos?

—No conseguimos localizarla.

—Menudo disgusto para ella, con todo lo que ha trabajado… Tenemos que hacer un estudio de los Juegos, ¿qué pasa con ellos? ¿Hay tiempo para arreglar la gradería? ¿Qué dice Samaranch? En fin, todo eso.

—Ya lo hemos pensado. Hay gente en ello.

—Entonces yo escribiré el artículo de la explosión. Esto debe ser un sabotaje. Tres artículos: La búsqueda del dinamitero por la policía, el lugar del crimen por la mañana y… —calló.

—¿Bengtzon?

—Están abriendo la puerta trasera de la ambulancia. Sacan una camilla, la llevan hacia la entrada. ¡Joder, Jansson, hay otra víctima!


Okey
. La investigación policial, Yo estuve ahí y La Víctima. Tienes la sexta, la séptima, la octava y las centrales.

La línea se cortó.

Se quedó al acecho mientras los hombres entraban en el estadio. La cámara de Henriksson chasqueaba. Ningún otro periodista había reparado en los nuevos coches, ya que la zona de entrenamiento estaba en medio.

—¡Diablos, qué frío hace! —dijo Henriksson cuando los hombres desaparecieron dentro del estadio.

—Sentémonos en el coche y llamemos por teléfono —sugirió Annika.

Regresaron hacia la concentración de periodistas. La gente estaba de pie y congelada, el personal de televisión desenrollaba sus cables, algunos reporteros soplaban sus bolígrafos. «¡Que no sepan coger lápices cuando estamos bajo cero!», pensó Annika y sonrió. Los de la radio parecían insectos con sus equipos de transmisión colgados a la espalda. Todos esperaban. Uno de los
freelance
que trabajaba para elKvällspresenhabía regresado después de pasar por el periódico.

—Habrá una especie de rueda de prensa a las seis —anunció.

—Justo en la transmisión del especial de Rapport, ¡qué apropiado! —refunfuñó Annika.

Henriksson había aparcado el coche en la parte trasera de las pistas de tenis y el centro médico.

Tenía que andar un poco. Annika sintió que empezaba a perder sensibilidad en los pies. Empezaron a caer pequeños copos de nieve, una pena ahora que tenían que tomar fotos nocturnas con teleobjetivo. Tuvieron que limpiar las ventanillas del Saab de Henriksson.

—Aquí estamos bien —dijo Annika y miró hacia el estadio—. Se puede ver la ambulancia y el coche médico. Desde aquí lo controlamos todo.

Se sentaron en el coche y encendieron el motor. Annika cogió el teléfono. Intentó llamar de nuevo al inspector de guardia. Comunicaba. Llamó al 112 y preguntó quién había dado la primera alarma, cuántas alarmas habían recibido, si hubo gente herida en sus casas por los cristales y si tenían alguna idea de cuán grandes eran los daños materiales. Como de costumbre, el personal del 112 pudo responder a casi todo.

Después llamó al número que había apuntado, la pegatina de la entrada, la compañía de seguridad que tenía que vigilar el estadio Victoria. Dio con una central de alarmas de Stadshagen en Kungsholmen. Preguntó si la compañía había recibido alguna alarma desde el estadio olímpico durante la madrugada.

—Las alarmas que recibimos son confidenciales —contestó un hombre.

—Sí, lo entiendo —dijo Annika—. Pero no pregunto por las alarmas que reciben, sino por una que quizá no hayan recibido.

—Mire —respondió el hombre—, no contestamos a ninguna pregunta sobre las alarmas que recibimos.

—Sí, lo entiendo —contestó Annika pacientemente—. La pregunta es si no han recibido ninguna alarma del estadio olímpico.

—Oiga, ¿no entiende?


Okey
—dijo Annika—. Digámoslo así: ¿qué pasa cuando reciben una alarma?

—Pues… la recibimos aquí.

—¿En la central de alarmas?

—Claro. Va a nuestro ordenador, y luego aparece en nuestras pantallas un plan que muestra cómo debemos actuar.

—Si llega una alarma del estadio olímpico, ¿aparece en su pantalla?

—Pues sí.

—¿Y entonces aparece todo lo que se debe hacer ante esa alarma concreta?

—Exacto.

—¿Qué ha hecho su compañía de seguridad esta noche en el estadio olímpico? No he visto ni uno de sus coches por allí.

El hombre no respondió.

—El estadio Victoria ha explotado; podemos estar de acuerdo en eso. ¿Qué debe hacer su compañía si el estadio olímpico está en llamas o dañado?

—Eso está en el ordenador —contestó el hombre.

—¿Y qué han hecho?

El hombre no respondió.

—Ustedes no han recibido ninguna alarma desde el estadio, ¿verdad? —dijo Annika.

El hombre permaneció en silencio durante un momento antes de responder:

—Tampoco puedo comentar las alarmas que no hemos recibido.

Annika respiró profundamente y sonrió.

—Gracias.

—No va a escribir nada de lo que he dicho, ¿verdad? —dijo el hombre preocupado.

—¿Dicho? —contestó Annika—. Usted no ha dicho nada. Sólo que todo era confidencial.

Ella colgó.Yes,ahora tenía su historia. Respiró profundamente y miró a través de la ventanilla.

Uno de los coches de bomberos se fue, pero la ambulancia y el coche médico continuaban allí. Los técnicos en explosivos habían llegado, sus vehículos estaban aparcados en varios lugares de la explanada. Hombres con monos grises sacaban y metían cosas en los coches. Ya no había fuego y apenas se podía distinguir humo.

—¿Quién nos dio el soplo esta mañana? —preguntó ella.

—Fue Smidig —respondió Henriksson.

Cada redacción tiene un grupo más o menos estable de analistas que controlan lo que ocurre en sus respectivas áreas, el
Kvällspressen
no era una excepción. Smidig y Leif eran los mejores analistas policiales, dormían con la emisora de la policía junto a la cama. En cuanto ocurría algo, grande o pequeño, llamaban al periódico. Otros revolvían en los archivos judiciales y en diferentes administraciones.

Annika meditó y dejó que su mirada recorriera lentamente el resto de las instalaciones: enfrente estaba el edificio de diez pisos desde donde se controlaría la parte técnica de los Juegos. Desde el tejado del edificio salía un puente hasta la montaña. Extraño, ¿quién querría ir por ahí? Lo recorrió con la mirada.

—Henriksson —dijo—, hay que hacer una foto.

Ella miró el reloj. Cinco y media. Tendrían tiempo de llegar a la rueda de prensa.

—Si uno se situara junto al pebetero, en lo alto de la montaña, seguro que vería bastante.

—¿Tú crees? —dijo el fotógrafo escéptico—. Los muros son muy altos, no vamos a poder asomarnos y mirar.

—No, seguro que las pistas no se ven, pero quizá se pueda ver la gradería norte, y eso sí es interesante.

Henriksson miró el reloj.

—¿Nos da tiempo? ¿El helicóptero no ha sacado ya fotos? ¿No deberíamos vigilar las ambulancias?

Ella se mordió el labio.

—El helicóptero ahora no está aquí, quizá la policía lo haya obligado a alejarse. Le pediremos a uno de los
freelance
que vigile los coches. Venga, vámonos.

El resto de los periodistas había descubierto la ambulancia, las preguntas zumbaban en el aire. Rapport había trasladado su autocar junto al canal para tener una vista mejor del estadio. Un reportero congelado preparaba a un presentador para la transmisión de las seis. No había ningún policía en las cercanías. Después de que Annika diera instrucciones al
freelance
, se fueron.

La subida a la montaña fue más larga y dura de lo que había pensado. El suelo estaba resbaladizo y peligroso. Tropezaron y blasfemaron en la oscuridad. Henriksson, además, cargaba con un gran trípode. No cruzaron ningún cordón y llegaron a tiempo, pero se encontraron con un muro de hormigón de dos metros y medio de altura.

—No me lo puedo creer —se lamentó Henriksson.

—Bueno, quizá sea mejor —dijo Annika—. Súbete a mis hombros y luego te alzo. Después puedes subir al pebetero. Desde ahí seguro que ves algo.

—¿Que suba al pebetero?

—Sí, ¿por qué no? Ahora no está encendido ni acordonado. Seguro que puedes trepar, sólo está a un metro del muro. Si puede aguantar el fuego eterno te puede soportar a ti. ¡Venga sube!

Annika le mandó el trípode y la bolsa de la cámara. Henriksson trepó por el andamiaje de metal.

—¡Esto está lleno de agujeros! —voceó.

—Para el gas —dijo Annika—. ¿Ves la gradería?

Se levantó y miró sobre el estadio.

—¿Ves algo? —gritó Annika.

—Sí, ¡joder! —respondió el fotógrafo.

Levantó la cámara lentamente y comenzó a disparar.

—¿Qué ves?

Bajó la cámara sin dejar de mirar al estadio.

—Han iluminado una parte de la gradería —informó—. Hay unas diez personas. Dan vueltas y recogen algo en pequeñas bolsas de plástico. Los chicos del coche médico están ahí. Ellos también recogen. Parecen hacerlo con mucho cuidado.

Levantó la cámara de nuevo. Annika sintió que se le ponían los pelos de punta. Caramba. ¿Cómo era posible que fuera tan horrible? Henriksson desplegó el trípode. Después de sacar tres carretes estaba listo. Corrieron y resbalaron alternativamente al bajar la montaña, impresionados, ligeramente indispuestos. ¿Qué recoge un médico en bolsitas? ¿Restos de explosivo? En absoluto.

Regresaron a donde se encontraban los periodistas; faltaban un par de minutos para las seis. La luz azulada de las cámaras de televisión iluminó la escena e hizo chispear los copos de nieve. Rapport estaba a la espera, el presentador estaba maquillado. Un grupo de policías con el inspector jefe al frente venía hacia ellos. Levantaron la cinta de acordonamiento, pero no avanzaron más. El muro de periodistas era compacto. Se hizo el silencio cuando el inspector jefe miró con los ojos medio cerrados hacia los focos de luz. Ojeó un papel que tenía delante, levantó la vista y comenzó a hablar.

—A las tres y siete de la mañana ha explotado una bomba en el estadio Victoria de Estocolmo —anunció—. No sabemos qué tipo de explosivo ha sido utilizado. La explosión ha dañado gravemente la gradería norte. Tampoco sabemos si será posible repararla.

Se detuvo v miró de nuevo el papel. Las cámaras fotográficas chasqueaban, las cintas de vídeo giraban. Annika se había colocado a la izquierda para poder ver la ambulancia al tiempo que seguía la rueda de prensa.

—El estadio comenzó a arder después de la explosión, pero ahora el fuego está controlado.

Pausa de nuevo.

—Un taxista resultó herido cuando un trozo de hierro de la estructura chocó contra la ventanilla de su coche —continuó el policía—. Ha sido conducido al hospital Sur y se encuentra en buen estado. Una decena de edificios al otro lado del canal de Sickla han sufrido daños en ventanas y fachadas. Los edificios están en construcción y nadie vive en ellos. No se sabe de daños personales.

Nueva pausa. El policía parecía muy cansado y tenso cuando continuó.

—Se trata de un sabotaje. La carga explosiva que dañó el estadio ha tenido que ser muy potente. La policía está buscando pistas sobre el autor del delito. Estamos utilizando todos los recursos a nuestro alcance para detenerlo. Es todo lo que podemos decir por el momento. Gracias.

Se dio la vuelta para agacharse y pasar al otro lado de la cinta de acordonamiento. Una ola de voces y gritos hizo que se detuviera.

—¿Algún sospechoso…?

—¿Otros heridos…?

—¿Los médicos que hay…?

—Es todo por ahora —repitió el policía. Se alejó junto a sus colegas con paso rápido y la cabeza hundida entre los omóplatos. La bandada de medios se dispersó, el presentador de Rapport se colocó delante de los focos, recitó su texto y dio paso al estudio; los demás encendieron sus teléfonos móviles e intentaron que sus bolígrafos funcionaran.

—Bueno —dijo Henriksson—, no nos hemos enterado de mucho.

—Es hora de irse —anunció Annika.

Dejaron al
freelance
de guardia y se encaminaron al coche de Henriksson.

—Podemos ir por la Vintertullstorget y pillar algún testigo —dijo Annika.

Llamaron a los que vivían en los alrededores, familias con hijos y jubilados, alcohólicos y discotequeros. Hablaron de la explosión que les había despertado, lo asustados que estuvieron y lo desagradable que fue.

—Es suficiente —informó Annika a las siete menos cuarto—. Tenemos que arreglar esto también.

Fueron al periódico en silencio. Annika escribía mentalmente titulares y pies de foto; Henriksson repasaba los negativos en su cerebro, escogía y descartaba, aumentaba la sensibilidad de la película y daba más luz.

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