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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, Policiaco

Dinamita (6 page)

BOOK: Dinamita
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—Les pido —continuó el jefe del comité organizador—, a todos los que crean haber visto algo que se pongan en contacto con la policía. Es muy importante que el culpable sea detenido… ¿qué pasa?

Miró sorprendido al fiscal general, quien seguramente le había pellizcado o dado una patada.

—Sólo quiero añadir —dijo Kjell Lindström y se inclinó sobre ios micrófonos—, que no podemos señalar ningún motivo en estos momentos. —Miró con grandes ojos a Evert Danielsson—. No hay nada, repito, nada, que indique que esto sea una acción terrorista contra los Juegos Olímpicos. No se han recibido amenazas contra las instalaciones ni contra la misma organización de los Juegos. En estos momentos trabajamos con todas las pistas y motivos.

Se echó hacia atrás.

—¿Alguna pregunta?

Los reporteros de televisión estaban preparados. En cuanto tuvieron la palabra lanzaron directamente sus preguntas. «Confrontación» lo llamaban. Las primeras preguntas siempre tenían que ver con cosas ya sabidas, pero que habían sido dichas demasiado lenta o enrevesadamente para ocupar un espacio de un minuto y medio. Por eso los reporteros de televisión preguntaban siempre la misma cosa una y otra vez, con la esperanza de conseguir una respuesta clara y simple:

—¿Hay algún sospechoso?

—¿Tienen alguna pista?

—¿Han identificado a la víctima?

—¿Puede haber sido un acto terrorista?

Annika suspiró.

La única razón para acudir a estas ruedas de prensa era estudiar cómo se comportaban los miembros de la mesa. Todo lo que decían se citaba en los medios, pero las muecas de los que no estaban en pantalla eran generalmente más ilustrativas que las mismas respuestas. Ahora percibió, por ejemplo, lo enfadado que estaba Kjell Lindström con Evert Danielsson por haber hablado de «acción terrorista». Si había algo que la policía quería evitar era que Estocolmo, los Juegos Olímpicos o este atentado tuvieran un cariz terrorista. Además, la hipótesis terrorista era probablemente errónea.

Aunque por primera vez surgían algunos datos nuevos. Annika garabateó algunas preguntas en el bloc. Tenía el dato de la persona vestida de oscuro que estaba junto al estadio, ¿cuándo y dónde? Así que había un testigo, ¿quién era y qué hacía allí? Las muestras de explosivo se habían enviado a Londres, ¿por qué? ¿Por qué razón no se encargaban de los análisis los técnicos de Linköping? ¿Cuándo estarían listos? ¿Cómo sabían que el explosivo era de uso civil? ¿Qué significaba eso para la investigación? ¿La reducía o la ampliaba? ¿Era fácil conseguir explosivo de uso civil? ¿Cuánto tiempo necesitarían para reparar la gradería norte? ¿Estaba el estadio asegurado, y si era así, por quién? ¿Sabían quién era la víctima en realidad o no? ¿Cuáles eran las pistas de las que había hablado Kjell Lindström que quizá pudieran ayudar a la identificación? Suspiró de nuevo. Esta historia podía ser grande y larga.

El fiscal general Kjell Lindström se alejó a zancadas por el pasillo al salir de la sala de prensa, con el rostro pálido y sujetando convulsivamente el maletín. Si no se contenía, estrangularía al jefe del comité organizador, Evert Danielsson. Detrás de él iba el resto de participantes de la rueda de prensa y los tres policías uniformados que habían estado de guardia en la parte trasera. Uno de ellos cerró la puerta y evitó a los últimos y pegajosos reporteros.

—No entiendo por qué tiene que ser tan polémico decir lo que todos piensan —dijo ofendido el jefe del comité organizador a su espalda—. Está claro que se trata de un acto terrorista. En el comité organizador creemos que es importante crear rápidamente una opinión, una fuerza contra el intento de sabotear los Juegos…

El fiscal general se dio la vuelta y se colocó muy cerca de Evert Danielsson.

—Lea mis labios
No-Hay-Ningún-Tipo-De-Sospechas-De-Acto-Terrorista.
¿Okey?
. Lo último que la policía necesita ahora es un jodido debate sobre el terrorismo y la lucha contra los atentados. Un debate así nos exigiría mayor vigilancia de los estadios olímpicos y edificios públicos y no tenemos personal… ¿Sabe cuántos estadios están relacionados con los Juegos de una u otra forma? Sí, por supuesto que lo sabe. ¿Se acuerda del jaleo que se montó cuando actuaba Tigern? Explosionó unas pequeñas cargas y todos los jodidos reporteros del país se dedicaron a pasearse en medio de la noche por los estadios sin vigilancia escribiendo artículos sobre la escasez de vigilantes.

—¿Cómo están tan seguros de que no es un acto terrorista? —preguntó Danielsson algo asustado.

Lindström suspiró y reanudó su camino.

—Tenemos razones, créame —dijo sin volverse.

—¿Cuáles? —insistió el jefe del comité.

El fiscal volvió a detenerse.

—Fue un trabajo desde dentro —dijo—. Lo hizo alguien de la organización de los Juegos,
¿Okey?
Fue uno de los suyos, tío. Por eso es jodidamente desafortunado que lance frases sin ton ni son sobre actos terroristas, ¿entiende?

Evert Danielsson palideció.

—No es posible.

Kjell Lindström siguió caminando.

—Sí —contestó—. Y si acompaña a los inspectores de la Brigada de Investigación Criminal podrá contarles exactamente quiénes, dentro de la organización, tienen acceso a todas las tarjetas de entrada, llaves y códigos de alarma del estadio.

En el mismo momento en que Annika entró en la redacción después de la rueda de prensa, Ingvar Johansson la llamó con la mano desde el módem.

—¡Ven y mira si entiendes esto! —exclamó.

Annika fue primero a su despacho y colgó el bolso, abrigo, bufanda y el gorro. Sentía el jersey pegajoso bajo los brazos y de repente recordó que no se había duchado por la mañana. Se ajustó la chaqueta y confió en no oler a sudor.

Janet Ullberg, la joven reportera suplente, e Ingvar Johansson estaban inclinados sobre uno de los ordenadores de la redacción equipados con un módem rápido. Ingvar tecleaba algo.

—Janet no ha conseguido localizar a Christina Furhage en todo el día —informó—. Tenemos un número que por lo visto no funciona. Según el comité organizador de los Juegos debería estar en la ciudad, seguramente en casa. Por eso queríamos comprobar sus datos en el ordenador, para ir a su casa. Y cuando los introducimos, no concuerdan. Parece como si ella no existiera.

Le mostró los datos en la pantalla del ordenador; ninguna Christina Furhage: «El nombre no existe con estos datos». Annika pasó por detrás de Janet y se sentó en una silla junto al teclado.

—Claro que existe, todos existimos —dijo Annika—. Sólo habéis hecho una búsqueda incompleta.

—No entiendo nada —aseguró la suplente con un hilo de voz—. ¿Qué está haciendo?

Annika explicaba mientras tecleaba.

—Dafa Spar,
eso quiere decir Registro Estatal de Personas y Direcciones. Bueno, ahora en realidad ya no se llamaDafa,sinoSema Groupcreo, pero todos lo llaman
Dafa Spar.
Ya ni siquiera lo gestiona el Estado, sino una compañía franco-inglesa… Bueno, aquí está cada persona del país registrada con su número de identificación, dirección, dirección anterior y lugar de nacimiento, tanto suecos como extranjeros que han obtenido un número de identificación personal. Antes también se podían encontrar los lazos familiares como hijos y cónyuges, pero eso se suprimió hace un par de años. A través del módem conectamos con algo que se llama
Info-plaza,
mira. Se pueden elegir diferentes bases de datos, registro de coches y sociedades anónimas por ejemplo, pero nosotros vamos a
Spar
. ¡Mira! Escribes
Spar
aquí, en la línea del menú…

—Me voy. Llámame luego —dijo Ingvar Johansson y se dirigió hacia la mesa de noticias.

—… y ya hemos entrado. Ahora podemos elegir diferentes funciones, preguntarle al ordenador distintas cosas. ¿Ves? F2 si tienes el número personal de una persona y quieres saber de quién es, F3 si tienes una fecha pero te faltan las últimas cuatro cifras, F4 y F5 son funciones bloqueadas, lazos familiares, pero podemos usar F7 y F8. Para saber dónde vive una persona se aprieta el F8, nombre.
Voilal

Annika pidió la información y apareció un formulario de preguntas en la pantalla.

—Buscamos a Christina Furhage, que vive en alguna parte de Suecia —dijo y rellenó la información necesaria; sexo, nombre y apellido. Añadió el dato de una posible fecha de nacimiento, dejó la letra mayúscula de la región y el código postal vacíos. El ordenador procesó y después de algunos segundos aparecieron tres líneas en la pantalla.

—Okey,vayamos paso a paso —explicó Annika y señaló la pantalla con un bolígrafo—. Mira esto: «Furhage, Eleonora Christina, Kalix, nacida 1912, hist.». Quiere decir que los datos son históricos, probablemente la anciana esté muerta. Las personas fallecidas permanecen en el registro algunos años. También es posible que haya cambiado de nombre, se ha podido casar con algún viejo en la residencia. Si quieres, puedes marcar su nombre y apretar en F7, datos históricos, pero ahora no tenemos tiempo.

Bajó el bolígrafo a la línea siguiente.

—«Furhage, Sofía Christina, Kalix, nacida 1993.» Es casi un bebé. Probablemente pariente de la primera. Los apellidos extraños aparecen casi siempre en la misma población.

Bajó de nuevo el bolígrafo.

—Ésta debe ser nuestra Christina.

Annika escribió una «v» delante de la línea y ejecutó la orden. En la pantalla apareció una información de lo más extraña. Annika comprendió.

—¡Dios mío! —exclamó.

Apretó la tecla «P» y fue a la impresora. Con la hoja impresa en alto fue hacia Ingvar Johansson.

—¿Hemos escrito alguna vez que Christina Furhage tiene guardaespaldas? ¿Que ha sido amenazada de muerte o algo por el estilo?

Ingvar Johansson retrocedió un poco y pensó.

—No, que yo sepa. ¿Por qué?

Annika le alargó el papel de la impresora.

—Christina Furhage está amenazada de muerte, amenazada a fondo. Solamente el jefe de Hacienda de Tyresö sabe dónde vive de verdad. En Suecia sólo hay un centenar de personas con esta protección.

Le dio el papel a Ingvar Johansson. Él lo observó sin entenderlo.

—¿Qué? Pero los datos personales no están protegidos. Su nombre está aquí.

—Sí, claro. Mira la dirección: «Jefe-loc. Tyresö».

—¿De qué diablos estás hablando? —preguntó Johansson.

Annika se sentó.

—Las autoridades utilizan diferentes tipos de protección para personas amenazadas —explicó—. La más sencilla se llama bloqueo del registro civil. No es infrecuente, hay unas cinco mil personas en Suecia con datos personales secretos. Sale en la pantalla con estas palabras: «Datos personales protegidos».

—Sí, bueno, pero éste no es el caso —dijo Ingvar Johansson.

Annika hizo como si no lo oyera.

—Para que los datos personales estén protegidos tiene que existir un tipo de amenaza concreta. La decisión de bloquear los datos la toma el jefe local de Hacienda del lugar en que la persona está empadronada.

Annika golpeó el papel con el bolígrafo.

—Este, sin embargo, es muy poco frecuente. Es una protección mucho más fuerte y complicada que salvaguardar los datos y ser invisible en los registros de las autoridades. Furhage simplemente no existe en el registro, sólo aquí, con una referencia al jefe local de Hacienda de Tyresö, en las afueras de Estocolmo. Él es la única autoridad de todo el país que sabe dónde vive.

Ingvar Johansson la miró escéptico.

—¿Cómo sabes todo eso?

—¿Te acuerdas de mi trabajo sobre la Fundación Paraíso? ¿Una serie de artículos que escribí sobre las personas que viven clandestinamente en Suecia?

—Sí, claro. ¿Y?

—Es la única vez que he encontrado una imagen así en la pantalla. Fue cuando buscaba personas que las autoridades se habían esforzado en ocultar.

—Pero Christina Furhage no está oculta.

—No la hemos encontrado, ¿verdad? En realidad, ¿qué número tenemos de ella?

Fueron a la guía telefónica electrónica del periódico que estaba en todos los ordenadores de la redacción. Bajo el nombre Christina Furhage, título: responsable jefa JJ. OO., había un número de un teléfono móvil GSM. Annika llamó al número. La voz automática del contestador de Telia respondió rápidamente.

—El teléfono no está operativo.

Llamó a información telefónica para preguntar el nombre del abonado del número del GSM. Los datos eran secretos. Ingvar Johansson resopló.

—De cualquier manera, ya es tarde para la foto de Furhage frente al estadio —anunció—. La sacaremos por la mañana.

—Tenemos que hablar con ella —dijo Annika—. Es evidente que tiene que comentar esto.

Se levantó y se dirigió hacia su despacho.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Ingvar Johansson.

—Llamar al comité organizador de los Juegos Olímpicos. Tienen que saber qué diablos está pasando —contestó Annika.

Se dejó caer en su silla y apoyó la cabeza contra la mesa. La frente golpeó sobre un bollo de canela seco que estaba en la mesa desde el día anterior, le dio un bocado y lo mezcló en la boca con los restos de Coca-Cola
light.
Después de recoger las migas con los dedos llamó a la centralita del comité de los Juegos. Comunicaban. Llamó otra vez, pero cambió el último cero por un uno, un viejo truco para no pasar por la centralita sino directamente a un despacho. A veces una tenía que llamar cientos de veces, pero casi siempre acababa en el despacho de un pobre oficinista que hacía horas extraordinarias. Este no fue el caso: funcionó a la primera y el jefe del comité en persona, Evert Danielsson, contestó.

Annika pensó un segundo antes de decidirse por saltarse los preliminares e ir directamente al grano.

—Queremos un comentario de Christina Furhage —comenzó—, y lo queremos ahora mismo.

Danielsson gimió.

—Hoy ya han llamado diez veces. Les hemos dicho que le transmitiremos sus preguntas.

—Queremos hablar con ella en persona. No se puede esconder un día así, ¿no lo entienden? ¿Qué impresión causará? ¡SonsusJuegos! No suele importarle hablar. ¿Por qué se oculta? Hágala aparecer ahora mismo.

Danielsson respiró pesadamente durante algunos segundos.

—No sabemos dónde está —dijo luego en voz baja.

Annika advirtió que el puzzle se hacía más complicado y conectó la grabadora que tenía junto al teléfono del despacho.

—¿Tampoco han conseguido hablar con ella? —preguntó lentamente.

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