Ahora nevaba de verdad. La temperatura había subido mucho y la carretera estaba muy resbaladiza. En Essingeleden habían chocado cuatro coches en serie. Henriksson detuvo el suyo y tomó una foto.
Entraron en la redacción justo antes de las siete. El ambiente estaba sereno y cargado. Jansson se encontraba ahí: el jefe de noche también se encargaba los fines de semana de la primera edición. Un sábado normal sólo se solía cambiar algún artículo aislado, pero siempre estaban preparados para rehacer el periódico si era necesario. Eso era lo que sucedía ahora.
—¿Tienes algo? —preguntó Jansson y se levantó en el mismo momento en que los vio.
—Creo que sí —respondió Annika—. Hay un muerto en la gradería olímpica. Hecho pedazos, me jugaría lo que fuera. Dentro de media hora lo sabré con seguridad.
Jansson se balanceó sobre sus talones, a punto de saltar.
—Media hora. ¿Antes no?
Annika le lanzó una mirada por encima del hombro al mismo tiempo que se quitaba el abrigo. Tomó la primera edición y se fue a su despacho.
—
Okey
—dijo él y se sentó de nuevo.
Ella escribió el primer artículo, que sólo era una ampliación del trabajo del reportero de noche para la primera edición. Añadió las citas de los vecinos y señaló que el fuego había sido dominado. Después comenzó con el artículo Yo estuve allí, que rellenó con sonidos y detalles. A las siete y media llamó a su contacto.
—Todavía no puedo decir nada —comenzó él.
—Lo sé —dijo Annika—. Yo hablaré y tú te puedes quedar callado o decirme si estoy equivocada…
—Esta vez no puedo hacerlo —interrumpió él.
¡Ay diablos! Cogió aliento y decidió pasar al ataque.
—Escúchame primero —dijo—. Creo que así están las cosas: una persona ha muerto esta noche en el estadio olímpico. Alguien ha volado en pedacitos en el graderío. Ahora estáis allí recogiendo los pedazos. Fue alguno de la organización, todas las alarmas estaban desconectadas. Debe haber cientos de alarmas en un estadio de ese tipo, alarma contra robos, contra incendios, de movimiento: todas estaban desconectadas. Ninguna puerta ha sido forzada. Alguien entró con la llave y desconectó las alarmas, la víctima o el asesino. Estáis intentando averiguar quién es.
Se calló y contuvo la respiración.
—Ahora no puedes publicar eso —dijo el policía desde el otro lado.
Una inspiración rápida.
—¿Qué?
—La teoría de que es alguno de la organización. Queremos mantenerlo en secreto. Las alarmas funcionaban, pero estaban apagadas. Alguien ha muerto, es cierto. Todavía no sabemos quién.
Parecía totalmente agotado.
—¿Cuándo lo sabréis?
—No lo sé. La identidad puede ser difícil de determinar visualmente, por decirlo de alguna manera. Pero tenemos otras pistas. No puedo decir más.
—¿Hombre o mujer?
Dudó.
—Ahora no —dijo y colgó.
Annika salió corriendo hacia Jansson.
—La muerte está confirmada, pero todavía no saben quién es.
—¿Carne picada? —preguntó Jansson.
Ella tragó y asintió.
Helena Starke se despertó con una resaca que no era de este mundo. Mientras estuvo tumbada en la cama todo fue bien, pero cuando se levantó para coger un vaso de agua vomitó en la alfombra del vestíbulo. Se quedó a cuatro patas, jadeando, antes de poder llegar tambaleándose hasta el cuarto de baño. En él llenó de agua el vaso del cepillo de dientes y bebió con tragos ávidos. Dios mío, nunca volvería a beber. Levantó la vista y encontró sus ojos rojos tras las manchas de pasta de dientes en el espejo. ¿Cuándo aprendería? Abrió el armario del cuarto de baño y presionó el envoltorio de papel de aluminio para tomar dos tabletas de Panodil, se las tragó con mucha agua y recitó una breve oración para no vomitarlas.
Fue tambaleándose hasta la cocina y se sentó a la mesa. El asiento de la silla estaba frío bajo sus nalgas desnudas, le dolía un poco la vagina. ¿Cuánto bebió anoche en realidad? La botella de coñac estaba en el fregadero, vacía. Apoyó la mejilla contra la mesa y buscó recuerdos de la noche anterior. El bar, la música, las caras, todo se mezclaba. ¡Dios, ni siquiera recordaba cómo había llegado a casa! Christina estaba con ella, ¿no fue así? Salieron del bar juntas, ¿o no?
Gimió, se levantó, llenó una jarra de agua y se la llevó a la cama. De camino hacia el dormitorio cogió la alfombra del recibidor y la arrojó a la cesta de la ropa sucia, en el armario contiguo; estuvo a punto de vomitar de nuevo al sentir el olor.
El radio reloj junto a la cama marcaba las nueve menos cinco. Gimió. Cuanto mayor era, más temprano se despertaba, especialmente si había bebido. Tiempo atrás podía dormir la mona un día entero. Ya no. Ahora se despertaba temprano, se sentía como una perra apaleada y luego yacía sudorosa el resto del día. Se estiró penosamente para coger el agua y bebió directamente de la jarra. Apoyó las almohadas contra la cabecera de la cama y se acomodó. Entonces vio que la ropa de anoche estaba cuidadosamente doblada sobre la cómoda, junto a la ventana, y un estremecimiento le recorrió la columna vertebral. ¿Quién la había dejado tan bien doblada? Seguramente ella misma. Lo peor de beber era olvidarse de lo que había hecho; una iba de un lado a otro como una zombi y hacía gran cantidad de cosas normales sin tener ni idea de ello. Un escalofrío la estremeció y puso la radio local. Daba lo mismo escuchar las noticias que esperar a que el Panodil comenzara a hacer efecto.
La noticia principal de la mañana hizo que volviera a vomitar. Entonces supo que no descansaría más el resto del día.
Después de vomitar en el inodoro tiró de la cadena y cogió el teléfono para llamar a Christina.
Tidningarnas Telegrambyrå, TT
, emitió la noticia de Annika a las nueve y treinta y cuatro minutos. El
Kvällspressen
fue, por lo tanto, el primero en divulgar la noticia de la víctima en el estadio olímpico. Los titulares del periódico decían:
UN MUERTO EN LA EXPLOSIÓN DEL ESTADIO OLÍMPICO
y
UN DINAMITERO, BUSCADO POR ASESINATO.
Lo último era un matiz, pero Jansson sostuvo que serviría. En las páginas centrales dominaba la foto que tomó Henriksson desde el pebetero olímpico —un momento sugestivo—: el círculo iluminado del agujero de la bomba, los hombres inclinados, el baile de los copos de nieve. Ni sangre, ni cadáver, sólo la indicación de lo que hacían. Ya la habían vendido a
Reuters.
La edición de Rapport de las diez de la mañana citaba la información del
Kvällspressen
mientras
Eko
pretendía que la cosa era suya.
Mientras se imprimía la última edición, los reporteros de sucesos y los jefes de redacción se reunieron en el despacho de Annika. Las cajas con sus cuadernos y viejos recortes de artículos todavía estaban apiladas en una esquina. El sofá era heredado, pero el escritorio era nuevo. Desde hacía dos meses Annika era la jefa de sucesos, y ocupaba el despacho desde entonces.
—Por supuesto, hay una serie de cosas que debemos repartirnos y analizar —dijo y apoyó los pies sobre la mesa.
El cansancio la había alcanzado como un ladrillo en la nuca cuando el periódico comenzó a imprimirse y ella se relajó. Ahora se echaba hacia atrás y se estiraba para coger una taza de café.
—Primero: ¿quién es el muerto de la gradería? La noticia principal de mañana, aunque puede haber varias. Segundo: la investigación policial. Tercero: los Juegos Olímpicos. Cuarto: ¿cómo pudo ocurrir? Quinto: el taxista, nadie ha hablado todavía con él. Quizá haya visto u oído algo.
Miró a las personas que estaban en la habitación, leyó en sus mentes las reacciones ante lo que había dicho. Jansson dormitaba, pronto se iría a casa. Ingvar Johansson, el jefe de redacción, la miraba inexpresivo. El reportero Nils Langeby, de cincuenta y tres años, el más viejo de los reporteros de sucesos, no podía ocultar su animadversión, como de costumbre. El reportero Patrik Nilsson escuchaba atento, por no decir entusiasmado. La reportera Berit Hamrin estaba relajada. La única persona ausente del equipo de la redacción era la ambivalente documentalista y secretaria Eva-Britt Qvist.
—Me parece una tontería que nos dediquemos a estas cosas —dijo Nils.
Annika exhaló un suspiro. Ahora comenzaba de nuevo.
—¿Cómo crees que deberíamos enfocarlo?
—Dedicamos mucho espacio a este tipo de violencia. Piensa en todos los delitos ecológicos de los que nunca escribimos. La criminalidad en las escuelas.
—Es cierto que deberíamos ser mejores cubriendo ese tipo de…
—¡Nos ha jodido! Esta redacción se está hundiendo en un légamo de viejas que dan pena, bombas y guerras de moteros.
Annika tomó aliento y contó hasta tres antes de responder.
—Lo que propones es una discusión importante, Nils, pero ahora quizá no sea el momento oportuno…
—¿Por qué no? ¿No puedo decidir cuándo poner una discusión sobre la mesa?
Se defendió desde la silla.
—Tú eres el que se encarga de los delitos ecológicos y escolares, Nils —dijo Annika relajada—. Dedicas la jornada completa a esas dos materias. ¿Te parece que te apartamos de tus cosas cuando te llamamos en un día como éste?
—¡Sí, me lo parece! —tronó él.
Observó al hombre irritado frente a ella. ¿Cómo diablos podría enfrentarse a esto? Si no le llamaba, se enfadaría por no haber podido participar ni escribir sobre el Dinamitero. Si le daba un trabajo, primero se negaba y luego lo hacía mal. Si le dejaba de guardia en la redacción, diría que le hacían el vacío.
Sus pensamientos se interrumpieron al entrar el director, Anders Schyman. Todas las personas de la habitación, incluida Annika, saludaron y se sentaron más derechos en las sillas y el sofá.
—¡Enhorabuena Annika! Y gracias, Jansson, por el trabajo increíblemente bueno de la mañana —dijo—. Superamos a los demás. ¡Felicidades! La foto de la página central era realmente fantástica, y fuimos los únicos. ¿Cómo la conseguisteis, Annika?
Y se sentó sobre una caja del rincón.
Annika lo contó y todos estallaron en gritos de júbilo, ¡sí, joder, en el pebetero olímpico! Sería un clásico para contar en el club de prensa.
—¿Qué hacemos ahora?
Annika puso los pies en el suelo y se apoyó en el escritorio, tachando de una lista mientras hablaba.
—Patrik se encargará de la investigación policial, de las pruebas técnicas, de mantener el contacto con el inspector de guardia y los investigadores. Habrá una rueda de prensa esta tarde. Entérate cuándo es y prepara las fotos. Seguramente tendremos motivo para ir todos.
Patrik asintió.
—Berit se encarga de la víctima, quién era y por qué estaba allí. Tenemos a nuestro antiguo dinamitero olímpico; se llama Tigern. Es sospechoso, aunque sus pequeñas bombas son un juego de niños comparadas con ésta. ¿Qué hace ahora, dónde estaba ayer noche? Puedo intentar hablar con él, le hice una entrevista cuando pasó lo otro. Nils se puede encargar de la seguridad de los Juegos, ¿cómo diablos puede ocurrir una cosa así siete meses antes de la inauguración? ¿Qué tipo de seguridad hay hasta entonces?
—Me parece una pregunta totalmente irrelevante —replicó Nils Langeby.
—¿De verdad? —preguntó Anders Schyman—. A mí no me lo parece. Es una de las preguntas más importantes y repetidas un día como éste. Llegar hasta el fondo demuestra que colocamos este tipo de acciones violentas en una perspectiva social y global. ¿Cómo perjudica esto al deporte en general? Es uno de los artículos más importantes del día, Nils.
El reportero no sabía cómo reaccionar, si sintiéndose halagado por recibir el trabajo más importante del día u ofendido porque le hubieran llamado la atención. Como de costumbre, eligió la opción más presuntuosa y se estiró.
—Por supuesto, todo depende de cómo se haga —alegó.
Annika envió una mirada de agradecimiento a Anders Schyman.
—Los comentarios de los Juegos Olímpicos y el taxista los podrían hacer los del turno de noche —dijo ella.
Ingvar Johansson asintió.
—Nuestro equipo acaba de llevar al taxista a un hotel de la ciudad. En realidad vive en un estudio en Bagarmossen, pero ahí le pueden pillar todos los otros medios. Lo ocultaremos en el RoyalViking hasta mañana. Janet Ullberg buscará a Christina Furhage, una foto de ella frente al agujero de la bomba quedaría muy bien. Tenemos a gente de la facultad de periodismo para contestar los teléfonos de nuestro
«llama y opina»
—¿Cuál es la pregunta? —inquirió Anders Schyman y se estiró ocultándose tras un periódico.
—«¿Debemos suspender los Juegos? Llama esta tarde entre las diecisiete y las diecinueve.» Seguro que éste es un atentado del Tigern o de algún grupo que no quiere que Suecia organice los Juegos.
Annika dudó un momento antes de decir:
—Está claro que debemos publicar eso, pero no estoy segura de que haya pasado realmente así.
—¿Por qué no? —preguntó Ingvar Johansson—. Es una posibilidad que no debemos descartar. Sin contar la víctima, la noticia de mañana será la trama terrorista.
—Creo que debemos tener cuidado de no obsesionarnos con la hipótesis del sabotaje —respondió Annika y maldijo su promesa de no hablar de la idea de la cuestión interna—. Mientras no sepamos quién era la víctima no podemos presumir contra quién se dirigía la bomba.
—Claro que podemos —protestó Ingvar Johansson—. Por supuesto, la policía tiene que comentar esa idea, aunque para ellos no debe ser muy difícil. Ahora mismo no pueden ni confirmar ni desmentir nada.
Anders Schyman intervino.
—Creo que ahora mismo no debemos aceptar ni descartar nada. Dejamos todas las puertas abiertas y seguimos trabajando hasta que elijamos los artículos de mañana. ¿Algo más?
—No, con lo que tenemos hasta ahora vale. Cuando sepamos la identidad de la víctima deberíamos buscar a los familiares.
—Debe hacerse con mucha delicadeza —dijo Anders Schyman—. No quiero polémicas sobre cómo acosamos y sacamos a la luz a las personas.
Annika esbozó una sonrisa.
—Yo me encargo.
Cuando terminó la reunión, Annika telefoneó a casa. Kalle, de cinco años, respondió.
—Hola bonito, ¿cómo estás?
—Bien. Vamos a comer a McDonald's. ¿Sabes que Ellen ha tirado zumo de manzana sobre
Pongo y los cachorros?
?Ha sido una tontería porque ya no podremos verla más…