Dinamita (5 page)

Read Dinamita Online

Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: Dinamita
10.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

El niño calló y emitió un sollozo.

—Sí, qué mala suerte. ¿Pero cómo pudo caérsele el zumo encima? ¿Por qué estaba la película en la mesa de la cocina?

—No, estaba en el suelo del salón, pero Ellen le dio una patada a mi vaso de zumo cuando se fue a hacer pis.

—¿Y por qué habías dejado tu vaso en el suelo del salón? Te he dicho que no puedes desayunar en el salón, ¡ya lo sabes!

Annika notó que se enfadaba. ¡Qué lata irse a trabajar dejando que todo fuera mal y se rompieran las cosas!

—No es culpa mía —gritó el niño—. ¡Ha sido Ellen! Ha sido Ellen la que estropeó la película.

Ahora lloraba con fuerza; soltó el auricular y salió corriendo.

—¡Kalle! ¡Kalle!

¡Por todos los diablos!, ¿por qué tiene que ser así? Ella sólo quería llamar a casa para ser encantadora y tranquilizar su mala conciencia. Thomas tomó el auricular.

—¿Qué le has dicho al niño? —preguntó.

Ella suspiró y notó que el dolor de cabeza se acercaba solapadamente.

—¿Por qué estaban desayunando en el salón?

—No lo estaban —respondió Thomas intentando mantener la calma—. Sólo dejé que Kalle llevara su vaso de zumo. No lo hice demasiado bien, teniendo en cuenta las consecuencias, pero los voy a sobornar con un almuerzo en McDonald's y una nueva película en Åhléns. No creas que todo depende de ti continuamente. Concéntrate en tus artículos. ¿Cómo te va?

Ella tragó saliva.

—Una muerte jodidamente repugnante. Asesinato, suicidio o quizá un accidente, todavía no lo sabemos.

—Sí, lo he oído. ¿Llegarás muy tarde?

—Tarde no, tardísimo.

—Te quiero —dijo él.

Extrañamente sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—Yo también te quiero —susurró.

Su fuente de información había trabajado por la noche y ya se había ido a casa, así que debía confiar en los canales policiales normales. No había ocurrido nada más durante la mañana, la víctima aún no había sido identificada, el trabajo de extinción había concluido, la investigación técnica continuaba. Annika decidió ir de nuevo al estadio con otro fotógrafo, un suplente llamado Ulf Olsson.

—Me parece que no llevo la ropa adecuada para este trabajo —dijo Ulf en el ascensor camino del coche.

Annika le miró.

—¿Qué quieres decir?

El fotógrafo vestía abrigo de lana gris oscuro, mocasines y traje.

—Me había vestido para fotografiar a los famosos en el Dramaten. Creo que podías haberme avisado que íbamos a ir al lugar del crimen; seguro que lo sabías desde hace horas.

El suplente la miró con agresividad. Algo se encendió en la cabeza de Annika y el cansancio se apoderó de ella.

—¡Oye, no me digas lo que debo hacer! Tú eres fotógrafo y debes poder fotografiar desde accidentes de tráfico a galas de estreno. Si no quieres fotografiar carne picada en traje de Armani, llévate un mono de trabajo en la bolsa de la cámara.

Dio una patada a la puerta del ascensor y entró en el garaje. ¡Maldito aficionado!

—No me gusta tu forma de hablarme —voceó tras ella el suplente.

Annika explotó y se dio la vuelta.

—No seas tan pretencioso, ¿vale? —espetó—. Además, nadie te impide que te enteres de lo que pasa en el periódico. ¿Crees que soy tu jodida central de guardarropa?

El suplente tragó y cerró los puños.

—Me parece que estás siendo injusta —la regañó.

—¡Dios mío! —resopló Annika—. Qué pesado estás con tus quejas. Siéntate en el coche y conduce, ¿o conduzco yo?

Era costumbre que los fotógrafos condujeran siempre que un equipo de reporteros salía a trabajar, aunque utilizaran el coche del periódico. En muchas compañías los coches de la redacción eran coches de empresa, pero las peleas sobre quién tenía la prerrogativa de usarlos había hecho que el
Kvällspressen
los eliminara.

Annika se sentó tras el volante y condujo hacia Essingeleden. La atmósfera en el coche de camino a Hammarbyhamnen era tensa. Annika decidió pasar por la zona industrial de Hammarby, pero no sirvió de nada. Toda la villa olímpica estaba acordonada. Se enfadó por su fracaso y Ulf Olsson aliviado, pensó que ahora no se mancharía los zapatos.

—Tenemos que sacar una foto diurna de la gradería —anunció Annika y dio la vuelta frente a la cinta de plástico en Lumavägen—. Conozco a una persona de un canal de televisión que tiene sus locales por aquí cerca. Si tenemos suerte, alguien nos puede dejar subir al tejado.

Cogió el teléfono y llamó al móvil de su amiga Anne Snapphane, productora de programas de sobremesa para mujeres de uno de los canales por cable.

—Estoy editando —bufó Anne—. ¿Quién eres y qué quieres?

Cinco minutos después estaban en el tejado de la vieja fábrica de lámparas de Södra Hammarbyhamnen. La vista sobre el desgarrado estadio era fantástica. Olsson sacó el trípode e hizo un carrete; era suficiente.

No se dijeron nada mientras regresaban al trabajo.

—La rueda de prensa comienza a las dos —gritó Patrik cuando entraron en la redacción—. Ya tenemos la foto.

Annika agitó la mano como respuesta y se fue a su despacho. Colgó el abrigo, tiró el bolso sobre la mesa, cambió la batería del móvil y puso la usada a cargar.

Se sentía acabada e incompetente después del choque con el fotógrafo suplente. ¿Por qué se acaloraba tanto? ¿Por qué se ofendía? Dudó un momento antes de marcar el número del director.

—Claro que tengo un momento para ti, Annika —respondió.

Atravesó el espacio abierto de la oficina hacia el despacho en esquina de Anders Schyman. La actividad en la redacción era casi nula. Ingvar Johansson estaba sentado con el teléfono pegado a la oreja al mismo tiempo que comía ensalada de atún. El redactor gráfico, Pelle Oscarsson, uno de los maquetistas, estaba entretenido con su
Photoshop
componiendo en el ordenador las hojas del día siguiente.

En el mismo momento en que Annika cerró la puerta tras de sí sonaron los tres tonos del
Eko
del mediodía en la radio del director.
Eko
abrió con la teoría del sabotaje y afirmó que la policía perseguía a un loco que odiaba los Juegos. No habían conseguido nada más.

—La teoría del odio no es correcta —dijo Annika—. La policía cree que se ha hecho desde dentro.

Anders Schyman silbó.

—¿Por qué?

—No hay nada forzado y todas las alarmas estaban desconectadas. O la víctima quitó las alarmas o lo hizo el Dinamitero. Las dos posibilidades significan que el autor es una persona de la organización.

—No necesariamente; la alarma podía haberse estropeado —objetó Schyman.

—No estaba estropeada —respondió Annika—. Funcionaba, pero estaba desconectada.

—Alguien podría haber olvidado activarlas —añadió el redactor jefe.

Annika pensó un poco y asintió. Era una posibilidad.

Se sentaron en los confortables sofás junto a la pared y escucharon la radio. Annika miró la embajada rusa. El día se consumía casi antes de comenzar, la neblina gris hacía que las ventanas pareciesen sucias. Alguien había decorado el despacho del director con macetas llenas de estrellas de Navidad rojas y dos candelabros de adviento.

—Hoy he tenido un encontronazo con Ulf Olsson —comenzó Annika con un hilo de voz.

Anders Schyman esperó.

—Se quejó de que no llevaba la ropa adecuada para el trabajo en Hammarbyhamnen y creía que era culpa mía, que debería haberle avisado que iría conmigo.

Enmudeció. Anders Schyman la observó durante un momento antes de responder.

—Annika, no eres tú quien decide adónde van los fotógrafos. Eso lo hace el redactor gráfico. Además, tanto los reporteros como los fotógrafos deben vestir de forma que puedan ir a donde sea y cuando sea. Es parte del trabajo.

—Le falté al respeto —añadió Annika.

—No fue muy inteligente. Si yo estuviera en tu lugar le pediría disculpas por tus palabras y le daría algunos consejos sobre cómo vestir. Y échale un vistazo a nuestras ideas sobre el sabotaje, no quiero que caigamos en la trampa de la teoría terrorista si no encaja todo a la perfección.

Schyman se levantó, dando a entender que la conversación había terminado. Annika se sentía aliviada por dos razones: por un lado el director había respaldado su posición con respecto a la investigación sobre los Juegos y por otro, ella misma le había contado al jefe que se había enfadado. Es cierto que la gente se enfadaba diariamente en el periódico, pero ella era mujer y jefa por primera vez; tenía que estar preparada ante los que se la quisieran comer.

Fue directamente a recoger una gran bolsa con el logotipo del periódico y después se dirigió a la sala de fotografía. Ulf Olsson estaba solo, sentado, y leía una revista para hombres.

—Te pido disculpas por haberte ofendido —dijo Annika—. Mete en esta bolsa unos calzoncillos largos, zapatos calientes, gorro y guantes y guárdala en tu armario o en el maletero del coche.

El hombre la miró enfadado.

—Deberías haberme dicho antes dónde íbamos a ir…

—Eso discútelo con el redactor gráfico o el redactor jefe. ¿Has revelado las fotos?

—No, yo…

—Entonces hazlo.

Salió y sintió los ojos de Olsson en su espalda. De camino a su despacho se dio cuenta de que no había comido nada en todo el día, ni siquiera había desayunado. Pasó por la cafetería y compró un sándwich y una Coca-Cola
light.

La noticia de la explosión en el estadio olímpico había dado la vuelta al mundo. Las principales cadenas de televisión y los periódicos internacionales habían tenido tiempo de enviar a alguien a la rueda de prensa de las dos de la tarde en la jefatura central de la policía. CNN, Sky News, BBC y los canales nórdicos, los corresponsales de
Le Monde, European, Times, Die Zeit
y muchos otros estaban ahí. Los autobuses con antenas parabólicas de los canales de televisión bloqueaban gran parte de la entrada a la jefatura de policía.

Annika llegó junto a cuatro compañeros del periódico, los reporteros Patrik y Berit y dos fotógrafos. La sala desbordaba de material y personas. Annika y los otros reporteros se sentaron en unas sillas cerca de la salida; los fotógrafos avanzaron a codazos hacia delante. Como de costumbre, los de la televisión se habían colocado en medio del estrado, de forma que nadie podía ver nada, todo el mundo tropezaba con los cables kilométricos que serpenteaban por la sala, todos se resignaban a que los de la televisión hicieran las preguntas en primer lugar. Los focos de las cámaras iluminaban a uno y otro lado de la sala, aunque la gran mayoría apuntaba hacia el escenario provisional, desde donde la policía se dirigiría a ellos al cabo de unos instantes. Muchas de las cadenas emitían en directo, entre ellas CNN, Sky y el sueco Rapport. Los periodistas ensayaban sus actuaciones y escribían sus guiones, los fotógrafos de prensa cargaban sus cámaras, los reporteros de radio controlaban sus grabadoras: «Probando uno dos, uno dos». El zumbido de voces sonaba como una catarata. El calor ya era insoportable. Annika resopló y dejó la ropa de abrigo amontonada en el suelo.

Varios hombres entraron por una puerta lateral hacia el estrado. El murmullo cesó y fue sustituido por el chasquear de las cámaras. Eran cuatro: el responsable de prensa de la policía de Estocolmo, el fiscal general Kjell Lindström, un inspector de la brigada criminal del que Annika no recordaba el nombre y Evert Danielsson, del comité organizador de los Juegos. Se sentaron meticulosamente frente a la mesa y bebieron al unísono de los vasos con agua mineral.

El responsable de prensa comenzó con el relato de los hechos ya sabidos; una explosión había tenido lugar, una persona había muerto, los daños materiales ocasionados y señaló que la investigación técnica proseguía. Parecía agotado. «¿Cómo estará cuando hayan pasado unos días?», pensó Annika.

Luego continuó el fiscal general.

—Todavía no hemos podido identificar a la víctima del estadio —informó—. El trabajo se ha visto dificultado debido al mal estado del cuerpo. Si bien tenemos otras pistas que investigar. El explosivo está siendo analizado en Londres. Aún no hemos recibido ninguna respuesta segura, pero parece ser que se trata de un explosivo de uso civil. Esto quiere decir que no se han utilizado ni explosivos ni armas militares.

Kjell Lindström bebió un poco de agua. Las cámaras chasqueaban.

—Buscamos al hombre que fue condenado por los dos atentados con bomba que hace siete años dañaron otros dos estadios. No es sospechoso de ningún crimen, sólo será interrogado.

El fiscal general miró sus papeles como si dudase un momento. Cuando habló de nuevo lo hizo directamente a la cámara de Rapport:

—Una persona con ropa oscura fue vista en las proximidades del estadio momentos antes de la explosión. Queremos pedirle a la gente que llame para ayudarnos con todas las observaciones que puedan esclarecer los hechos acaecidos en el estadio Victoria. La policía quiere entrar en contacto con todas las personas que se encontraban en Södra Hammarbyhamnen entre media noche y las tres y veinte de la mañana. Aunque los datos no parezcan importantes, pueden ser de gran ayuda para la policía.

Recitó de memoria unos números de teléfono que más tarde Rapport mostraría en la pantalla.

Cuando el fiscal general acabó, Evert Danielsson, del comité organizador de los Juegos Olímpicos, carraspeó.

—Esto es una tragedia —dijo nervioso—. Tanto para Suecia, país organizador de los Juegos Olímpicos, como para el deporte en general. Los Juegos representan la competición bajo las mismas condiciones, sin importar raza, religión, ideología política o sexo. Por lo tanto, es lamentable que alguien ataque a un símbolo como es el estadio, el escenario mismo de la competición.

Annika se alzó cuanto pudo para poder ver mejor por encima de la cámara de la CNN. Observó cómo los policías y el fiscal reaccionaron ante la parrafada sobre los Juegos de Danielsson. Se sobresaltaron, como era de esperar: allí estaba el jefe del comité organizador proponiendo un motivo y una descripción del delito: que la explosión era un acto terrorista dirigido contra los mismos Juegos Olímpicos. Sin embargo todavía no sabían quién era la víctima, ¿o sí lo sabían? ¿El jefe del comité organizador no sabía lo que ya le habían confirmado a Annika, que probablemente era la acción de un miembro de la organización?

El fiscal interrumpió e intentó hacer callar a Danielsson, que aún no había terminado.

Other books

Crusade by Lowder, James
Valiant by Sarah McGuire
Beauty and the Biker by Riley, Alexa
Holy Spy by Rory Clements
The Raven and the Rose by Doreen Owens Malek
The Wedding Night by Linda Needham